LA VIDA Y LA
PALABRA
Por José
Belaunde M.
LA
ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALÉN
Un
Comentario de Mateo 21:1-11
1,2.
"Cuando se acercaron a Jerusalén, y vinieron a Betfagé, al monte de los
Olivos, Jesús envió dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente
de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella;
desatadla, y traédmelos."
Este
episodio tan importante en la vida de Jesús, con el cual se inicia el relato de
la pasión, es celebrado en el mundo cristiano con el nombre de Domingo de
Ramos.
Subiendo desde Jericó cerca del Jordán, donde tuvo
lugar la curación de los dos ciegos, Jesús, sus apóstoles y la comitiva que lo
seguía, cuyo número debe haber ido aumentando a medida que ascendían, se
acercaron a Jerusalén. Su número debe haberse incrementado por la multitud de
personas que había acudido a Betania para ver a Lázaro, a quien Jesús había
resucitado (Jn 12:9).
Al llegar a Betfagé (Casa de los olivos verdes),
pequeño poblado al sudeste del Monte de los Olivos, donde crecían muchos olivos,
Jesús ordenó a dos discípulos (no se menciona sus nombres, aunque se cree que
fueron Pedro y Juan) que fueran a la aldea del frente donde encontrarían una
asna atada, con su pollino, y que sin más lo desataran y la trajeran a Él.
Según el evangelio de Juan, Jesús no subió
directamente de Jericó a Jerusalén, sino que se detuvo el sábado en Betania, en
casa de Lázaro dónde, mientras cenaban, su hermana María lo ungió con un
costosísimo perfume de nardo (Jn 12:1-3).
3.
"Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesita; y luego los
enviará".
Jesús
no tenía necesidad de pedir permiso a nadie para ordenar desatar los animales,
pues todo le pertenecía. Pero si alguien lo objetara, les advierte, bastará que
le digáis que el Señor lo necesita, para que no se oponga (Mr 11:4-6; Lc
19:33,34). Nótese que Él no les ordena que digan: “El Maestro lo
necesita”, sino “el Señor”, esto es, en
griego: Ho Kúrios, título de la
divinidad. Hay cosas que Dios puede pedirnos y que nos cuesten, pero que sólo
podríamos negarle para nuestro daño, pues podrían ser la puerta de una gran
oportunidad.
Marcos y Lucas sólo mencionan un pollino, pero añaden
este detalle interesante: Nadie había montado hasta entonces este pollino. ¿Se
dejaría montar el pollino? ¿No se pondría inquieto? El burro es un animal
manso, que deja que hagan con él lo que quieran. No está hecho para las
ocasiones solemnes, sino para el servicio; no para las batallas, sino para
llevar cargas. ¡Qué apropiado que Jesús lo utilice como cabalgadura!
Al ordenar a sus discípulos ir a buscar al asna con su
pollino, Jesús muestra poseer un conocimiento sobrenatural de las cosas y de
las personas, porque, humanamente hablando, ¿cómo podía Él saber dónde se
encontraban los dos animales? ¿Y cómo podía Él saber que el dueño iba a
consentir que se los llevasen? ¿Sería el dueño un discípulo secreto de Jesús,
como el dueño del Cenáculo (Mt 26:17,18), o como José de Arimatea (Jn 19:38)?
4,5.
"Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta,
cuando dijo: Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso y
sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de un animal de carga."
Mateo
y Juan son los únicos evangelistas de los cuatro que narran el episodio de la
entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, que mencionan la profecía de Zacarías 9:9.
El texto que cita Mateo es en realidad una combinación libre de esa profecía con
unas palabras de Isaías 62:11 que lo introducen. (El texto de la profecía en
Juan 12:15 es más corto). El texto de la profecía en Zacarías 9:9 bien merece ser
reproducido: "Alégrate mucho, hija
de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti,
justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de
asna." Notemos que dice que tu rey y salvador vendrá a ti, humilde,
cabalgando sobre un asno, animal nada apropiado para un rey.
En ésta su entrada triunfal Jesús no ingresa, como
haría un rey, subido a un carruaje, ni cargado en una litera, ni montado en un
caballo como un patricio. Escoge el animal más humilde, el de los campesinos.
Jesús había dicho de sí mismo que Él era “manso
y humilde de corazón”. (Mt 11:29) Para
su entrada triunfal en Jerusalén Él escoge un animal que es como Él.
6,7.
"Y los discípulos fueron, e hicieron como Jesús les mandó; y trajeron
el asna y el
pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y Él se sentó
encima."
Los
discípulos obedecieron la orden de Jesús y trajeron los dos animales, el asna
posiblemente para que el pollino sobre el que nadie había montado, estuviera
tranquilo. Ellos le obedecieron sin dudar, seguros de que las cosas sucederían
tal como Él les había dicho. El hecho de poner sus mantos, la pieza más valiosa
de su vestimenta, sobre el pollino para que Jesús se sentara encima, era un
acto de homenaje muy grande a su Maestro, y a la vez, una muestra de desprendimiento
porque ¿quién sabía si en medio del tumulto lo recuperarían? El manto, tejido
de una sola pieza y sin costura, era entonces una prenda de vestir costosa.
8.
"Y la multitud que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y
otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino."
La
multitud que acompañaba aumentó su número con el concurso de los habitantes de
la ciudad que salieron a recibirlo (Jn 12:12,13), así como de los muchos
peregrinos que habían acudido a Jerusalén en esos días para las fiestas, y que
se alojaban, sea en la misma ciudad, o en posadas en sus alrededores, o dormían
al aire libre en el Monte de los Olivos, como hacía Jesús con frecuencia cuando
estaba en la ciudad, pues el calor nocturno lo permitía.
Muchos de ellos tendían sus mantos delante del pollino
al paso de Jesús, según una forma antigua de rendir homenaje a los reyes. ¿Echaríamos
nosotros lo mejor de nuestra ropa a los pies de un gran personaje para que sea
pisada por él?
Se recordará que cuando Jehú fue ungido como rey de
Israel, según se lee en 2R 9:13: “quitándose
cada uno su manto, lo arrojaban a los pies de Jehú, a lo alto de las gradas del
trono, y tocaban sus trompetas clamando: ¡Jehú es rey!”. Dos siglos antes
de Jesús, Simón Macabeo entró triunfante en la ciudad santa “entre gritos de júbilo y ramas de palmera,
al son de la cítara y de los címbalos, de himnos y de cánticos.” (1Mac
13:51).
Otros, dice el texto, cortaban ramas de los árboles (y
de las palmeras, según Jn 12:13), obedeciendo a lo ordenado por Moisés como
manera de manifestar alegría en la fiesta de la Pascua (Lv 23:39,40); y las
agitaban con sus brazos, o las tendían en el suelo como alfombra improvisada
para que el pollino caminara encima.
Pero la entrada triunfal de los reyes y emperadores a
su capital, acompañados por soldados engalanados, y al son de trompetas, solía ser mucho más pomposa.
Diez siglos antes un cortejo semejante había acompañado a Salomón entrando en
triunfo a Jerusalén al son de trompetas y montado en la mula de su padre David,
después de que David ordenara que fuera ungido como sucesor suyo por el
sacerdote Sadoc y el profeta Natán (1 R 1:28-40).
9.
"Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo:
¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
¡Hosanna en las alturas!"
La
gente que acompañaba a Jesús delante y detrás de su cabalgadura gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! Hosanna es
una transliteración de una frase del Salmo 118:25 que quería decir ¡Jehová
salva! pero que, con el tiempo, se había convertido en una expresión de júbilo.
A esa exclamación la multitud añadía una frase de homenaje mesiánico tomada del
mismo salmo: “¡Bendito el que viene en el
nombre del Señor!” (v.26). Al clamar "Hosanna
en las alturas" era como si ellos quisieran hacer llegar sus gritos de
alegría hasta el trono del Altísimo como reconociendo que era Él quien había
ordenado estos actos, y dándole gracias por haberles enviado finalmente al
Mesías esperado.
10,11.
"Cuando Él entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo:
¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de
Galilea."
Era
inevitable que el alboroto causado por esta entrada triunfal a Jerusalén, a
manera de un rey vencedor, suscitara una gran conmoción en la ciudad, que
estaba en esos días colmada por los peregrinos que acudían de todas partes para
celebrar la Pascua.
Y muchos, especialmente los que venían del extranjero,
que no sabían todavía nada de Jesús, ni habían oído hablar de Él, preguntaban:
¿Quién es éste a quien se le rinde tan gran homenaje? Y los que sabían de quién
se trataba, contestaban: "Es Jesús,
el profeta de Nazaret de Galilea". La gente aclamaba a un profeta, a
alguien que muchos sabían que hacía milagros y sanaba enfermos, como hacía
mucho tiempo no había habido en Israel, desde los tiempos de Elías y Eliseo,
siglos atrás.
Cabría preguntarse ¿por qué Jesús, que había huido en
varias ocasiones del clamor popular que quería proclamarlo rey, (Nota 1)
aceptó esta vez que se le rindiera un homenaje multitudinario? Porque era
conveniente -apunta J.C. Ryle- que estando próxima la culminación de su carrera
en la tierra, con el juicio injusto al que sería sometido, y su cruel crucifixión,
todas las miradas estuvieran puestas en Él, y fueran espectadores de su
ignominioso sacrificio. Pero a la vez, para que muchos, si no la mayoría de los
moradores de la ciudad, fueran conscientes de que el sentenciado el día viernes
acababa de ser aclamado por las multitudes cinco días antes.
Por su lado, M.J. Lagrange explica: “Era el deber de
Jesús presentarse como Mesías para que los judíos no pudieran alegar que ellos no podían reconocer como tal al que
había rehusado ese título (otras veces). Jesús escogió deliberadamente una entrada
indiscutiblemente mesiánica, ya que en ella se verificaba uno de los textos
mesiánicos más claros (el de Zc 9:9), pero que era a la vez más modesta. Él
permitió que se le aclamara, y en cierta manera lo provocó, al asumir la
actitud descrita por el profeta. Pero la sencillez de su entrada ponía de
manifiesto que Él no venía a establecer un reino temporal.” De ahí su respuesta
a una pregunta de Pilatos: “Mi reino no
es de este mundo.” (Jn 18:36).
Pero notemos cuán inconstante y voluble es el fervor
popular, cuán poco confiable, porque muchos de los que lo habían aclamado
gritando: "Bendito el que viene en
el Nombre del Señor" y
"Hosanna al Hijo de David", cinco días después gritarían
enfurecidos: "¡Crucifícale!" (Lc
23:21). Al que habían exaltado como gran personaje pocos días antes, ahora lo
querían matar. Así es de engañoso el corazón
humano (Jr 17:9).
Entretanto los fariseos murmuraban entre sí: "Ya véis que no conseguís nada. Mirad,
el mundo se va tras él." (Jn 12:19). Impacientes por estas
manifestaciones de júbilo que no podían acallar, los fariseos se dirigen a
Jesús -según Lucas 19:39,40- y le dicen "Maestro,
reprende a tus discípulos", por el alboroto que hacen. Pero Jesús les
contesta: "Os digo que si éstos
callaran, las piedras clamarían". Como si dijera: Esto que está
ocurriendo delante de vuestros ojos ha sido determinado por mi Padre y ningún
poder humano puede impedirlo.
También, según Lucas 19:41-44, antes de haber cruzado
la puerta de la ciudad, Él "lloró sobre
ella diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que
es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días
sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por
todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de
ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo
de tu visitación." Es decir, no reconociste el día en que tu rey y
Mesías vino a ti, tal como había sido anunciado por los profetas.
En más de una ocasión hemos visto cómo Jesús se
conmovía. Ahora lo hace por el destino trágico que aguardaba a la ciudad que Él
amaba, y a sus habitantes que, habiendo tenido oportunidad de recibirlo por
quien Él era, pasado este momento transitorio de júbilo popular, lo negarían. El
terrible castigo anunciado por Jesús se abatió sobre la ciudad 40 años después (2). Bien hacían
muchos de sus contemporáneos, como veremos en seguida, en llamar a Jesús
profeta.
Llevado en triunfo a la ciudad por las multitudes Él
no se hace ilusiones sobre lo superficial y voluble de sus sentimientos, y es
consciente del destino que le espera en los próximos días, y que Él había
venido anunciando a sus discípulos (Mt 16:21; 17:22,23; 20:17-19).
Es probable que sea aquí, en medio de la algarabía de
la gente cuando debe haberse producido el episodio que narra Juan, en el cual
unos griegos que habían venido a adorar a Dios en la fiesta, y que, por tanto,
estaban intrigados por toda la conmoción causada en la ciudad por este
personaje a quien ellos no conocían, se acercaron a Felipe diciéndole que
querían ver a Jesús.
¿Quiénes eran estos griegos? Ellos eran judíos de la
diáspora, esto es, judíos que habitaban fuera de Palestina, en el norte, en lo
que es hoy día Asia Menor y, eran por tanto, de habla griega. Felipe le
comunicó ese deseo a Andrés, y juntos se lo dijeron a Jesús (Jn 12:20-22).
La respuesta de Jesús contiene una enseñanza muy
importante, aunque no está claro si Jesús la dirigió exclusivamente a sus dos
discípulos, o también a los griegos que querían verlo, y que los acompañaban.
Yo pienso que esto segundo es lo más probable. Si ello es así, Jesús debe haber
tenido una razón importante para decirles a los extranjeros estas palabras,
para ellos sin duda sorprendentes.
Lo primero que les dice puede no haber tenido mucho
sentido para los visitantes, pero sí para los discípulos: "Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea
glorificado." (v.23) ¿Cómo ha de serlo? Las palabras que siguen lo
explican, para el que quiera entender: "De
cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y
muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto." (v.24). Si el
grano de trigo no es plantado en la tierra y no muere como grano convirtiéndose
en semilla, es un grano perdido. Pero si muere como grano bajo tierra, surge de
él un brote que, al convertirse en planta, producirá una abundante cosecha.
Esto se aplica en primer lugar a Jesús mismo. Él
aceptó ser plantado como un grano de trigo en el surco cuando fue torturado y
crucificado. Como resultado de esa siembra ha surgido una abundantísima cosecha
en el inmenso número de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, han
creído y han sido salvados por Él.
"El que
ama su vida, la perderá"
(v.25), es decir, el que no quiere morir como lo hace el grano sembrado, no
producirá fruto alguno y se pudrirá solo. Pero el que acepta morir, esto es, el
que aborrece su vida, y no se aferra a ella, cosechará el fruto de su renuncia
en el cielo algún día.
Esta enseñanza no era novedad para Felipe y Andrés,
pues ya le habían escuchado a Jesús decir anteriormente, más de una vez, cosas
semejantes. (Por ejemplo en Mateo 10:39; 16:25) pero a los griegos debe
haberles llamado mucho la atención, pues va a contracorriente de lo que solemos
todos hacer, esto es, rehuir el sacrificio y buscar nuestra comodidad. Pero, en
verdad, sólo si morimos a nosotros mismos renunciando a muchas cosas
apetecibles, podemos ser discípulos de Jesús y producir abundante fruto para su
reino.
Notas:
1. Por ejemplo, el caso que narra Jn
6:14,15 de la multiplicación de los panes cuando cinco mil fueron alimentados.
2. La destrucción de Jerusalén el año 70 no está narrada
en el Nuevo Testamento. Pero conocemos sus pavorosos detalles gracias a la descripción
que de ella hace el historiador judío Flavio Josefo, en su libro “Las Guerras
de los Judíos”.
Amado
lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la
presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito
a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús,
tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#919 (20.03.16). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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