miércoles, 23 de marzo de 2016

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Un Comentario de Lucas 24:1-6a


El Evangelio de Lucas es parco en detalles acerca de la resurrección porque se concentra en lo que ocurre en Jerusalén y alrededores, donde también –según su segundo libro, el de los Hechos- se instala la primera iglesia. En cambio contiene el bello episodio de los peregrinos de Emaús y algunos pormenores y diálogos muy vívidos.
“El primer día de la semana, muy de mañana, (las mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea) vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? NO ESTÁ AQUÍ, SINO QUE HA RESUCITADO.”
El texto del Evangelio comienza con las palabras: "El primer día de la semana". Bajo la antigua dispensación el día dedicado al Señor era el sétimo, el último día de una semana ocupada en trabajar. Dios había establecido que los israelitas trabajaran durante seis días (Ex 20:10; Dt 5:12-14) -tal como Él había trabajado al crear el mundo- y que el sétimo día se reposaran para recuperar sus fuerzas, tal como Él había descansado el día sétimo (Gn 2:1-3; Ex 20:11).
          Pero nosotros no dedicamos al Señor el sétimo día sino el primero, cuando la semana recién empieza. ¿Por qué le dedicamos el primer día? Porque Él es para nosotros lo primero. Él es el centro de nuestras vidas, el sol en torno del cual todo lo demás gira, nuestros afectos y pensamientos, nuestras ocupaciones y todo lo que tenemos. A Él le hemos dedicado nuestras energías y las hemos puesto a sus pies. Pero también  a causa de lo que celebramos en esta fecha, su resurrección, que ocurrió precisamente un primer día de la semana. (Nota 1).
          Ciertamente el Señor no es sólo el primero. Es también el último, el Alfa y la Omega, el comienzo de nuestra existencia, pues a Él le debemos la vida; y el fin de ella, pues a Él volvemos al término de nuestros días. Con Él comenzamos y con Él terminamos.
          Los israelitas, por orden de Dios, dedicaban el sétimo día a honrarlo descansando. Nosotros dedicamos ese día a escuchar su palabra y a la adoración, que es la más alta de todas las ocupaciones, pero una que se hace no con el cuerpo (aunque el cuerpo pueda participar de ella) sino con el alma y el espíritu. Al adorarlo no dirigimos nuestros ojos a la tierra, sino los dirigimos al cielo (2).
          Es verdad que también suspendemos nuestras labores durante ese día porque nuestros cuerpos necesitan descanso, y porque es una manera excelente de honrar a Dios dejar de ocuparnos de las cosas terrenas para poder ocuparnos de Él y estar con los nuestros, gozándonos y departiendo con ellos. Es el día de la reunión familiar. Dios lo ha querido así puesto que Él es también una familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo, así como la vida de la mayoría de los seres humanos en la tierra se desarrolla también en el marco de una familia: padre, madre e hijos.
          La venida de Cristo a la tierra cambió al mundo en muchos aspectos. Uno de ellos es éste del descanso semanal.  Antes de su venida sólo el pueblo elegido conocía un día de reposo cada siete. Los otros pueblos trabajaban toda la semana, o estaban ociosos toda la semana. Pero cuando la fe en Cristo se difundió por el orbe, el día semanal de descanso se volvió norma por todo el mundo. Dios en verdad, a través de Cristo, ha dado un día de descanso a todos los pueblos y ha cambiado las costumbres, aun de los que no creen en Él ni han oído hablar de Él.
          Las mujeres que se dirigían a la cueva donde habían sepultado a Jesús, también habían descansado el sábado (Lc 23:56). Ellas y los discípulos ciertamente necesitaban descansar ese sétimo día. Ellos estaban destrozados. El día anterior, el día de la preparación (viernes para nosotros), habían sido espectadores silenciosos, testigos acongojados, del acontecimiento más terrible de todos los tiempos. Habían visto a su Maestro, al Mesías e Hijo de Dios, sometido a la más horrenda de las torturas, clavado a una cruz de la que lo habían bajado al final de la jornada muerto.
          Ese día había sido terrible para ellas. No habían sido torturadas ni crucificadas, pero en el espíritu lo habían sido con su Maestro y estaban exhaustas. Su alma había sufrido la mayor de las torturas viendo lo que hacían con Él, sin que pudieran hacer nada para ayudarlo.
          Ellas no entendían lo que había sucedido y estaban agotadas. Pero tenían un deber que cumplir. Era costumbre inveterada en Israel que los cadáveres fueran lavados y ungidos con ungüentos y especias aromáticas. Era una práctica piadosa y una obligación hacerlo con todos los difuntos (3). La antevíspera no habían podido terminar de hacer por la premura con que lo enterraron antes de que comenzara el día de reposo (6 p.m. del viernes. Jn 19:39-42).
          Nuestro texto dice que vinieron “muy de mañana”, es decir, de madrugada. Todo el que desea ardientemente hacer algo lo hace temprano, cuando sus fuerzas están frescas. Su pensamiento está fijo en lo que quiere hacer y eso lo despierta y espuela.
          Ahora bien, pensemos un momento. ¿Por qué venían ellas a cumplir ese rito acostumbrado con el cuerpo de Jesús? ¿Qué significa que vinieran trayendo las especias aromáticas que habían preparado para ungirlo? ¿No se lo han preguntado? Significa que ellas creían y estaban convencidas -como también todos los discípulos- de que Jesús estaba bien muerto, que su carrera en la tierra había concluido, y que se quedaría en el sepulcro hasta el día de la resurrección de los muertos.
          Ellas ciertamente no entendían lo ocurrido. Ese Jesús cuya vida estaba tan llena de promesas, de quien las profecías anunciaban tantas cosas bellas para el destino de su pueblo: que restauraría el trono de David y se vengaría de los enemigos de su nación, ese Jesús había muerto. Todo había terminado para ellas y ellos. Con Él su esperanza había muerto. Todo lo que ellas creían que estaba a punto de suceder, de acuerdo a las profecías -tal como ellas las entendían- en la vida de su Maestro y Mesías, y en la vida de sus discípulos con Él, había concluido (4). Ahora sólo les quedaba consolarse con su recuerdo. Y al ungir su cuerpo con las especias aromáticas, pondrían el sello definitivo a la muerte de sus esperanzas y de sus sueños.
          Ellas ciertamente habían escuchado algunas palabras extrañas de la boca de Jesús acerca de destruir el templo y reconstruirlo en tres días (Jn 2:19), y de que sería apresado por sus enemigos y moriría para resucitar enseguida (Mt 16:21;17:23; Mr 8:31;9:31; Lc 9:22), pero no las habían entendido. No calzaban con la concepción que los judíos piadosos tenían de las cosas futuras. Era frecuente que Jesús dijera cosas misteriosas y estaban acostumbradas a no entenderlas. Sus oídos estaban cerrados y su inteligencia era demasiado torpe para captar su significado.
          El sol había salido esa madrugada, pero aún no había iluminado sus almas, y venían pesarosas, cansadas de llorar. ¿Habrá habido en el mundo una compañía de mujeres más triste que la de ellas?
          Pero he aquí que al llegar al sepulcro la piedra que cerraba la entrada, -de la que ellas, según otro relato (Véase Mr 16:3) se preocupaban pensando quién les ayudaría a retirar- no estaba allí, había sido removida.
        
  Muchas veces nosotros nos preocupamos pensando qué podríamos hacer para remover las dificultades que nos acosan y los obstáculos que encontramos en el camino de nuestros proyectos. Y juntamos nuestras fuerzas para vencerlos. Pero hay alguien que puede hacerlo por nosotros. Alguien que tiene todo el poder y que lo puede hacer sin ningún esfuerzo, a quien nosotros podemos acudir para que nos ayude y que lo hará porque se goza socorriendo a sus hijos.
          Ese alguien que puede hacerlo, ese alguien que mandó mover la piedra; ese alguien cuyo cadáver ellas habían venido a embalsamar, ese alguien que suponían muerto, no estaba ahí: la tumba estaba vacía. ¿Podemos imaginar su sorpresa?
          Tratemos de penetrar en su pensamiento. La antevíspera ellas habían visto cómo el cuerpo de Jesús era depositado en esa cueva y se había hecho rodar una enorme piedra para tapar la entrada (Mr 15:46,47; Lc 23:55). Ahora la piedra no estaba en su lugar y en la tumba no había rastros de Jesús.
          No tenía sentido. Habían dejado el cadáver envuelto en una sábana, y he aquí que, según otro evangelio, la sábana estaba al lado doblada, pero lo que había estado envuelto en ella había desaparecido (Jn 20:4-7).
          Los muertos no caminan. Lo sabemos muy bien, ni se hacen humo. Por eso es que una de ellas, la Magdalena, según relata Juan, pensó que lo habían robado (Jn 20:13-15).
          Ellas no sólo estaban desconcertadas y perplejas, estaban también  apenadas porque, aun muerto, querían ver a Jesús, así como los parientes se aferran al cadáver del familiar que amaron. Si no lo podían oír hablar, al menos podrían tocarlo y besarlo.
          A menos que ellas recordaran y comprendieran las palabras que alguna vez habían escuchado decir a Jesús, no podrían entender lo que veían. Necesitaban de alguien que se lo explicara. En ese momento vino Dios en su ayuda.
          De pronto "se pararon dos varones junto a ellas". (5) Sin duda pensaron que eran ángeles porque sus vestiduras resplandecían. Atemorizadas inclinaron el rostro a tierra para no ver. Nosotros tampoco osamos mirar al que nos inspira temor o respeto, más aun si nos sentimos indignos de una aparición sobrenatural.
          Pero los varones las consuelan dándoles la buena noticia con una pregunta que tiene un tono de reproche: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?" (6).
          En una ocasión Jesús le dijo a uno a quien llamaba para seguirlo: "Deja que los muertos entierren a sus muertos." (Lc 9:60). Los muertos a los que Jesús se refería en esa frase eran los que carecen de fe y no han nacido de nuevo.
          Pero los muertos a los que los ángeles se referían con esa pregunta no eran los muertos espirituales, sino todos los seres humanos como ellas y nosotros (7).
          ¿Por qué buscáis entre los muertos, entre los mortales como vosotros, entre los que se creen vivos pero no lo están, al Único que realmente está vivo? (8).
          Nosotros que amamos tanto nuestros cuerpos, que amamos tanto esta vida pasajera, nosotros, aunque hayamos recibido la vida del Espíritu, no gozamos de la que es verdadera vida, si la comparamos con la que algún día tendremos en el cielo. Comparada con esa vida abundante, esta vida terrenal tan limitada es muerte (Jn 10:10).
          Jesús no está entre vosotros, les dicen. No está su cadáver y en vano lo buscáis, porque ya no es. Ha sido transformado en un cuerpo glorioso, que tiene manos y pies y boca como el vuestro, pero es diferente. Su cuerpo está vivo de una vida que no conocéis. Es un cuerpo que parece atravesar las paredes, pero que no las atraviesa, porque las paredes no existen para él; un cuerpo que come, pero que no necesita comer, porque no se desgasta ni debilita (Lc 24:41-43); un cuerpo que es tocado (Lc 24:39; Jn 20:27), pero que no puede ser tocado (Jn 20:17); un cuerpo que es visto cuando quiere, pero cuando no quiere, no lo es (Lc 24:31).
          Él está vivo y muy pronto lo veréis. Ha resucitado a una vida gloriosa y ya no muere más. Está aquí y no está aquí porque vive en otra esfera.
          Pero lo más maravilloso es que porque Él ha resucitado nosotros también resucitaremos (Rm 8:11; 1Cor 15:51,52). Él lo ha prometido y estaremos algún día para siempre con Él (Jn 14:2,3).
          ¡Oh! ¿Por qué nos aferramos tanto a esta vida que es muerte comparada con la vida eterna? ¿Por qué buscamos entre los muertos, entre cadáveres, a las personas y las cosas que llenen nuestras aspiraciones y nuestros sueños? Aspiremos más bien a esa vida sin dolor, cansancio y muerte, tan diferente de la que conocemos y que nunca termina. Suspiremos por el cielo al cual estamos destinados.
          Jesús ha resucitado y nosotros resucitaremos con Él.
Notas: 1. Claro está que en nuestro tiempo la numeración de los días de la semana se ha adaptado al nuevo uso y corrientemente consideramos al lunes como primer día de la semana.
(2) Vale la pena recordar que los primeros cristianos honraban al Señor el primer día de la semana reuniéndose para partir el pan además de escuchar la palabra (Hch 20:7). Por ese motivo lo empezaron a llamar “día del Señor” (Ap 1:10), de donde viene nuestra palabra “domingo”, del latín dóminus”, que quiere decir precisamente “señor”.
(3) Los judíos tenían una forma tradicional peculiar de limpiar y purificar (tahara) a sus cadáveres, además de ungirlos, (codificada en la Mishná –pags. 289 y 653 de la Edición Danby- y con más detalle en legislación posterior), que tenía que hacer con su respeto por la sangre en la que estaba la vida (Lv 17:10-12).Según esas prescripciones la sangre coagulada en el cuerpo del que sufre una muerte violenta no puede ser lavada; la sangre que fluye antes -y al momento- de morir, tampoco puede serlo, sino debe ser recogida con paños, si se vertiera, para ser enterrada con el cadáver. Esa regla otorga cierta verosimilitud al episodio que menciona Catalina de Emmerich en sus visiones de la pasión (incluido, para sorpresa de muchos, en la película “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson), en el que su madre y la Magdalena limpian con unos paños la sangre de Jesús aún fresca que estaba sobre el enlosado donde había sido flagelado. Es imposible que esa monja iletrada, sirvienta de oficio, hubiera tenido acceso a la literatura rabínica.
(4) Lo que Jesús anunció en Mt 19:28, por ejemplo, era para sus discípulos un acontecimiento inminente. Véase también Hch 1:6,7.
(5) Notemos que dice: “se pararon”, no que vinieran. No necesitaban venir tal como los cuerpos gloriosos tampoco lo necesitan. Ellos están donde quieren. Su vehículo es su pensamiento. Nosotros podemos con el pensamiento transportarnos a cualquier lugar en el espacio y en el tiempo y estamos ahí en un instante, pero nuestros pesados cuerpos carnales no se mueven. Los cuerpos espirituales están instantáneamente en el lugar que desean.
(6) A partir de entonces la Buena Noticia por antonomasia será: "El Señor ha resucitado". Eso fue el meollo de la predicación de los apóstoles y es la esencia de nuestra fe; la razón de nuestro gozo (Las referencias son numerosísimas. Véase entre otras Hch 2:32;3:15;4:10; 1Cor 15:4, etc.). Entre los cristianos ortodoxos es costumbre saludarse en las fiestas diciendo: "El Señor ha resucitado", a lo que se responde: "Verdaderamente ha resucitado".
(7) Aunque es obvio que en primera instancia los ángeles hacen referencia con esa frase a la tumba donde enterraron a Jesús.
(8) William Barclay observa acertadamente que todavía hay muchos que buscan a Jesús entre los muertos. Son los que lo consideran como un gran maestro de sabiduría, cuya vida y enseñanzas admirables merecen ser estudiadas y tomadas como ejemplo a seguir, pero que no creen en un Cristo vivo, resucitado. Por mucho que lo admiren, ese Cristo no los salva.
NB. El presente artículo fue publicado por primera vez el 11.04.04. Lo publico nuevamente debidamente revisado.


Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Por eso te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#920 (27.03.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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