LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A
LAS SIETE IGLESIAS IX
A LA
IGLESIA DE SARDIS II
Un Comentario de Apocalipsis
3:4-6
4. “Pero tienes unas pocas personas en Sardis
que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas,
porque son dignas.” (Nota 1)
Pese a lo
que ha dicho anteriormente acerca de la infidelidad de los miembros de esta
iglesia, Jesús admite, no obstante, que sí hay algunos que han permanecido
fieles, pese a las presiones e influencias corruptoras del ambiente de la
ciudad. Ellos, dice Jesús, no han manchado sus vestiduras, es decir, sus almas,
y por ese motivo algún día andarán con Él con vestiduras blancas, es decir,
cubiertas por la gloria celestial.
Las
vestiduras limpias del alma anuncian las vestiduras blancas que recibirán en el
cielo. Jesús asegura que los llamará a su presencia para honrarlos delante de
todos porque son dignos de ese premio, ya que resistieron los halagos con que
el mundo quiso atraerlos para que le dieran la espalda a su Salvador. ¿A
cuántos de nosotros dirigirá Jesús palabras semejantes? Esto es, ¿no manchaste
tu alma con el pecado ofendiéndome? ¿Te mantuviste firme frente a las
tentaciones, y diste un testimonio impecable de mí con tu comportamiento?
¿Somos dignos nosotros también de recibir esa recompensa algún día, y de que
Jesús –como dice más adelante- confiese nuestro nombre delante de su Padre y de
sus ángeles? (Mt 10:32; Lc 12:8). Bienaventurados nosotros si lo somos, porque
no rechazamos la gracia que se nos dio para que nos mantuviéramos fieles.
5. “El que venciere será vestido de vestiduras
blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre
delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.”
Una vez
más Jesús promete “al que venciere” que heredará el reino prometido. El secreto
para recibir la recompensa esperada es haber vencido en la lucha contra el
mundo, la carne y la vanagloria de la vida (1Jn 2:16). La vida del cristiano es
una lucha constante, en primer lugar, consigo mismo –es decir, contra sus
pasiones- y, en segundo lugar, contra las influencias del entorno; contra las
seducciones que nos atraen, y contra las amenazas de aquellos a quienes nuestra
firmeza ofende.
Al que
venciere Jesús le promete que su nombre no será borrado del libro en el que
están consignados los nombres de los que serán admitidos a gozar del banquete
del reino, al que nadie puede entrar con vestiduras manchadas.
El
concepto de un libro en que están inscritos todos los salvos aparece temprano,
en Ex 32:32,33, cuando Moisés intercede por el pueblo que ha sido infiel
adorando al becerro fundido; y luego figura en diversos lugares (Sal 69:28; Is
4:3; Dn 12:1 Flp 4:3; Hb 12:23; Ap 13:8; 17:8; 20:12,15), y nos habla de la
predestinación de los salvos. Pablo escribe en Romanos “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a
éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.”
(8:30). En este pasaje se describe el proceso que empieza en la mente de Dios,
sigue en el llamado, se concreta en la justificación por la fe, y culmina en la
gloria.
Jesús dijo
a sus apóstoles que mayor motivo de alegría debía ser para ellos el que sus
nombres estén escritos en el cielo, que todas las señales y milagros que ellos
pudieran hacer con el poder del Espíritu. (Lc. 10:20). En última instancia, el
asunto más importante de toda nuestra existencia terrena no es nuestra carrera,
nuestro negocio, nuestro ministerio, si nos casamos o no, y con quién, sino es
saber si nos salvamos o no, es decir, si vamos al cielo para gozar de la
presencia de Dios por toda la eternidad, o si vamos al infierno para ser
atormentados sin fin por el diablo. Todo lo demás, aquellas cosas por las
cuales nos afanamos tanto y por las cuales se encienden las rivalidades, las
peleas y las guerras entre los hombres, son secundarias y de mucha menor
importancia. Como dijo Jesús: “¿De qué le
sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26).
Jesús dijo
en una ocasión: “A cualquiera, pues, que
me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre
que está en los cielos.” (Mt 10:32). ¿Qué mayor privilegio que Jesús
mencione nuestro nombre delante de su Padre (y de sus ángeles, Lc 12:8), como
diciendo: éste es uno de los que me permanecieron fieles en medio de las
tribulaciones y de las acechanzas que tuvo que afrontar? ¿Y que nos haga
avanzar hasta el trono de gloria para presentarnos a su Padre? (2)
6. “El que tiene oído, oiga lo
que el Espíritu dice a las iglesias.”
¿No
tenemos todos oídos acaso? Aun el sordo si lee algo, oye interiormente el
mensaje que le transmite el texto. Jesús dijo en más de una ocasión: “El que tiene oídos para oír, oiga.” (Mt
11:15; 13:9,43; Mr 4:23; Lc 8:8; 14:35). El sentido es: No basta que oiga; es
necesario, además, que sus oídos hayan sido abiertos para que entienda. Siglos
atrás el profeta Jeremías dirigió al pueblo elegido un reproche alusivo a su
sordera espiritual: “Pueblo necio y sin corazón,
que tiene ojos y no ve; que tiene oídos y no oye.” (Jr 5:21).
En efecto,
todos oímos, pero no todos entendemos, porque no nos conviene, o porque no
queremos obedecer (Pr 29:19). Por eso el sentido de este versículo es: el que
tenga oídos que escuchen, oiga y entienda lo que el Espíritu dice y, además,
haga caso. ¿Quién lo dice? ¿Quién habla? El Espíritu Santo. ¿Y no hemos de
prestar atención a sus palabras? ¿Nos haremos los desentendidos, los que no
entienden? ¿A quién le habla el Espíritu? No a un hombre en particular del
pasado, sino a todos los fieles, a todos los miembros de todas las iglesias.
Porque estas cartas dirigidas a una iglesia del pasado en particular, contienen
un mensaje para todas hoy. Conciernen a la situación particular de una iglesia
del pasado, pero todas participan, o pueden participar, de las mismas
circunstancias que motivan el mensaje.
Si Dios
habla a las iglesias, me está hablando a mí que soy cristiano. Este no es un
mensaje trasnochado, dirigido a creyentes que vivieron siglos atrás, y con
cuyas circunstancias yo no tengo nada en común. No. El mensaje es para mí y
para ti, amigo lector. Cuando el Espíritu habla, habla a todos. El mensaje es
de hoy tanto como de ayer. Siempre será actual.
Me habla a
mí y te habla a ti. ¿Tienes oídos para oír y entender? Si no estás seguro,
pídele: ‘Señor, ábreme los oídos como se los abriste al sordo para que oyera.’
(Mr 7:37). Haz que entienda lo que quieres decirme. Que tu Espíritu ilumine tu
palabra cuando la lea o la oiga, para que entienda lo que quiere decirme. ¡Oh
sí, Señor! Dame un oído atento a tu reprensión, a tu aliento, a tu llamado, a
tu dirección.
“Tú tienes palabras de vida
eterna.” (Jn 6:68). Aliméntame
Señor con ellas. Dame un oído sabio, que saboree tus palabras y se goce en
ellas. Que se hagan carne en mí y las atesore en mi corazón. Despierta, Señor,
mi espíritu para que oiga tu voz y te siga.
Notas: 1. El
original griego dice: “Tienes algunos
nombres”. El que llamó a Moisés por su nombre desde la zarza ardiente (Ex
3:4), conoce a todas sus ovejas por su nombre.
2. Si
bien Jesús en algunos pasajes habla de los ángeles de su Padre, en otras
ocasiones se refiere a los ángeles del cielo como siendo suyos, como cuando
habla de la venida del Hijo del Hombre: “Y
enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de
los cuatro vientos…” (Mt 24:31). Esto apunta a la identidad del Padre y del
Hijo: lo que pertenece a Uno, pertenece también al Otro.
Amado lector:
Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre
ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando
mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa
seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a
arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos
haciendo una sencilla oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos
por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón,
porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me
lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento
sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy.
Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi
corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#905 (). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde
M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
1 comentario:
Gracias hermano, que bueno encontrar este blog, gracias por su dedicación para enseñar !
Publicar un comentario