LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS VIII
A LA IGLESIA DE SARDIS I
Un Comentario de Apocalipsis 3:1-3
1.
“Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete espíritus de
Dios, y las siete estrellas, dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre
de que vives, y estás muerto”.
Al describirse a sí mismo Jesús combina elementos que aparecen en
versículos separados del capítulo 1. En primer lugar, los siete espíritus que
están delante del trono de Dios (v.4), que hemos visto que representan al
Espíritu Santo, y que Jesús tiene sin medida, gracias a lo cual Él conoce los
más íntimos secretos del corazón humano.
En segundo lugar, las siete estrellas que figuran en el v. 16, y que
representan, según dice el v. 20, a los siete ángeles de las iglesias, es
decir, a sus pastores u obispos, de los que Jesús tanto se preocupa, y a los
cuales tiene bajo su absoluto control. Ellos deben ser diligentes en corregir
los errores de las ovejas que les han sido confiadas, si no quieren ser objeto
de la reprensión de Cristo.
Esta carta, que forma junto con la carta a la iglesia de Laodicea, una
pareja de epístolas negativas, contiene un fuerte reproche que denuncia su condición
de iglesia que está por morir: “tienes
nombre de que vives”, es decir, así fue tu comienzo, pero tus méritos pasados
casi se han desvanecido por completo, porque en realidad estás muerta, la vida
del espíritu en tus miembros casi se ha apagado totalmente, y sufres de una
gran apatía espiritual. Eso es señal de que han descuidado la comunión con el
Espíritu Santo. Fue el descenso del Espíritu Santo lo que dio inicio a la vida
de la Iglesia en Pentecostés, y es la presencia del Espíritu Santo lo que la
mantiene viva y vibrante.
¡Cuántas iglesias hay en nuestro tiempo a las que se podría hacer el
mismo reproche que a la iglesia de Sardis! Conservan el prestigio de su gloria
pasada, pero ése es sólo un recuerdo que no refleja su realidad presente, pues
la fe se ha perdido entre sus miembros, y sus acciones deshonran a Dios y están
en contradicción con el Evangelio. Por ello también muchos de sus antiguos
miembros las abandonan.
Y si se puede hacer ese reproche a las iglesias corporativamente,
también se le puede hacer a las personas cuya piedad se ha enfriado, no quedando
sino un triste recuerdo de lo que fue su antiguo entusiasmo, y celo por las
cosas de Dios. ¡Con qué frecuencia el nombre no corresponde a la realidad,
tanto en las personas como en las instituciones!
El peligro que corren esos cristianos que están muertos es que, si no
reaccionan, la muerte de su piedad y entrega al Señor puede convertirse en
muerte eterna. Porque no es suficiente que el árbol viva, sino que es necesario
que dé fruto, dice Victorino; no basta con confesarse cristiano, si no se hacen
las obras propias de un cristiano.
La ciudad de Sardis dominaba el valle del Hermos, y estaba situada
donde convergían las rutas que llevaban a Tiatira, Esmirna y Laodicea. La
historia de esta ciudad –de donde era oriundo el poeta y fabulista Esopo- parece
ser un anticipo de la suerte que correría su iglesia, porque en el pasado había
conocido un gran prestigio como capital del reino de Lidia, el último de cuyos
reyes fue Creso, famoso por su riqueza, pero que no supo defender su ciudad, y
que por un descuido y falta de vigilancia, la perdió. De ahí que la exhortación
a ser vigilante, que sigue más abajo, sea muy apropiada para la iglesia de esta
ciudad.
Después Sardis fue centro del gobierno del imperio persa, que la
conquistó el año 546 AC, y bajo cuyo dominio permaneció hasta que cayó en mano
de Alejandro Magno el año 334 AC. El año 214 AC fue tomada y saqueada por
Antíoco el Grande, por sorpresa, como “ladrón en la noche”. Bajo los romanos
que sucedieron a los griegos en la zona el año 190 AC , se convirtió en un
centro comercial e industrial conocido por la manufactura de lana teñida, la
acuñación de monedas de oro y plata, y la venta de esclavos. Pero la ciudad era
más conocida por el lujo y la vida licenciosa de sus habitantes. En ella se
rendía un culto impuro a Cibeles, la diosa de uno de los “misterios” más
famosos de su tiempo, cuyos sacerdotes debían ser castrados.
El año 17 DC la ciudad fue destruida por un terremoto que devastó la
región. El emperador Tiberio la eximió del pago de impuestos durante cinco
años, para facilitar su reconstrucción, por lo que la ciudad era muy fiel a
Roma. Uno de sus obispos del siglo II, llamado Melito de Sardis, es el primer
comentarista del Apocalipsis que registra la historia. En la ciudad había una
próspera comunidad judía que, entre los siglos tercero y sétimo, construyó una
lujosa sinagoga. Sobre el emplazamiento de antigua y famosa ciudad subsiste en
nuestros días una aldea llamada Sert.
2. “Sé vigilante, y afirma las
otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas
delante de Dios.”
La palabra que Reina Valera traduce como “vigilante” (gregoreo) significa, entre otras cosas, estar en vela, atento y dispuesto a
actuar. Es una exhortación que Jesús repite muchas veces a sus discípulos, como
cuando los encuentra dormidos en Getsemaní mientras Él está orando, y les dice:
“Velad y orad para que no entréis en
tentación” (Mt 26:41). O cuando exhorta a sus discípulos a estar atentos a
las señales de los últimos tiempos (Mt 24:42,43); o a las vírgenes necias a no
dormirse mientras esperan al novio (25:13). Es una exhortación que nos dirige a
todos, para mantenernos despiertos y atentos frente a los signos de decadencia
espiritual, y de falta de vigilancia ante las tentaciones del enemigo (1P 5:8),
porque, de lo contrario, podemos fácilmente sucumbir a sus engaños. La
vigilancia es señal de vitalidad espiritual, y sólo puede mantenerse orando
constantemente, como también Pablo recuerda a los Tesalonicenses (1 Ts 5:6-8).
La frase que sigue debería traducirse así: “afirma (o fortalece) las
cosas que quedan”, es decir, lo que todavía permanece de tus buenas
obras pasadas, y de tu antigua constancia y piedad, que están ahora desfallecientes,
carentes de vida; fortalece lo que aún queda de tu antiguo celo por las cosas
de Dios.
¡Cuánta diferencia hay entre la forma cómo nosotros nos comportábamos
antes, cuando dedicábamos nuestro tiempo a orar y a predicar a los inconversos,
y a edificarnos unos a otros, y nuestra languidez actual! Nosotros nos hemos
dormido en nuestra complacencia de cristianos maduros, y no combatimos por la
fe, porque nos consideramos seguros. Pero Pablo nos advierte: “El que piensa estar firme, mire que no
caiga.” (1 Cor 10:12). Las peores caídas se producen cuando creemos que
hemos alcanzado la cima y estamos al otro lado de la montaña.
“No
he hallado tus obras perfectas delante de Dios”. Éste es un reproche suave en su forma,
pero severo en el fondo: Tu conducta deja mucho que desear. Quizá para los
hombres tú estás actuando de manera encomiable, pero no a los ojos de la
majestad y santidad de Dios; en verdad, no satisfaces la medida de lo que
espera de ti. Son conocidas las palabras que Dios dirigió al profeta Samuel
cuando fue a casa de Isaí a ungir como rey a uno de sus hijos, y le presentaron
al mayor de ellos: “No mires a su
aspecto, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no
mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus
ojos, pero Jehová mira el corazón.” (1Sm 16:7). ¡Cómo supiéramos todos no
mirar las apariencias, sino ver el corazón del hombre con quien tratamos, o a
quien brindamos confianza! ¡De cuántos engaños y desilusiones nos libraríamos!
No eran herejías lo que ponía en peligro la fe de la iglesia de
Sardis, como ocurría en las iglesias de Esmirna y Filadelfia, sino su propio
relajamiento, quizá por la influencia que ejercía el ambiente mundano y corrupto
del entorno. A muchos cristianos que circulan en el mundo les ocurre eso. Justamente
por ese motivo la vigilancia es indispensable, porque no hay mayor enemigo de
la vitalidad de la fe que la sensualidad. El peligro que acechaba a los
miembros de esas iglesias no eran desviaciones doctrinales, sino que se vuelvan
lo que nosotros llamamos “cristianos nominales”. Ese mismo peligro amenaza a
los cristianos en nuestros días ahí donde la vida es cómoda y fácil, y se goza
de prosperidad material. Es como si el fervor requiriera de la disciplina de la
escasez. David no cayó en adulterio cuando era perseguido por Saúl, y sólo
contaba con treinta valientes, sino cuando se hallaba en la cúspide de su
gloria y poder, y podía quedarse a descansar en palacio, mientras sus generales
salían a hacer la guerra por él (2Sm 11:1-3).
3. “Acuérdate, pues, de lo que
has recibido (Nota) y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues
si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre
ti.”
Sea que deba entenderse estas palabras como dirigidas a una persona, o
a la comunidad entera, el mensaje del Evangelio vino a los que creyeron por
medio de la palabra, como escribe Pablo: “¿Cómo
pues invocarán a Aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en Aquel de
quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique?” (Rm 10:14).
Hubo quienes rechazaron la palabra, y quienes la recibieron, esto es,
creyeron en ella, y éstos fueron transformados. Pero no basta con haber recibido.
Es necesario mantener vivo en uno el mensaje, porque el enemigo, si bien es consciente
de que ya no puede arrancar la semilla de la palabra en algunas personas, sí
puede hacer que los cuidados del mundo la ahoguen, y la vuelvan inefectiva.
Todos estamos expuestos a ese peligro. De ahí que sea tan importante
“reavivar el fuego” (2Tm 1:6), recordando lo escuchado, recordando la obra que
hizo en nosotros la palabra, y cómo nos cambió; cómo nos dio nuevos horizontes
y un gozo desconocido hasta entonces. Todo eso debe ser recordado para que
nuestra fidelidad al Señor se mantenga viva y firme, y guardemos todo lo que el
Señor nos mandó hacer. Y si hubiéramos sido negligentes, es necesario
arrepentirse, y comenzar de nuevo con renovado fervor.
Si no velas, si no mantienes despierta tu fe, vendrá a ti el Señor
cuando menos lo esperas. Jesús en más de una ocasión habló de la venida del
ladrón en las horas de la noche, advirtiéndonos que de esa manera vendría Él a
nosotros para darnos el pago, y nos sorprendería porque no sabemos a qué hora
vendrá. (Lc 12:40; 1Ts 5:2; cf 2P 3:10).
Estas palabras no se refieren a su venida al final de los tiempos,
sino a una visitación disciplinaria intempestiva, como la que ocurrió el año 70,
cuando Jerusalén y su templo fueron destruidos por las tropas romanas que
actuaron como instrumentos de la ira divina.
Si ello es así, ¡cuánta necesidad tenemos de mantenernos como las
vírgenes prudentes, con nuestras lámparas encendidas, habiendo hecho de antemano
provisión suficiente de aceite, es decir, de constancia y de ánimo para que
nuestras lámparas no se apaguen! (Mt 25:1-13).
Nota: El verbo griego está en tiempo perfecto (eílefas), anota M. Vincent, indicando que se ha recibido la verdad
como un depósito permanente. Como tal debe ser celosamente guardado.
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo
si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a
gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de
ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus
pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla
oración:
“Jesús, tú viniste al
mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres,
incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente
y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#904 (01.11.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde
M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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