LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PAGO DEL IMPUESTO DEL TEMPLO
Un Comentario de Mateo 17:22-27
El
siguiente episodio precedido por el nuevo anuncio que hace Jesús de su muerte y
resurrección supone que al retornar Jesús de su excursión al monte Tabor (o a
las alturas del Hermón, según otros) Él se detuvo en varias localidades antes
de llegar a Capernaúm.
22,23.
“Estando ellos en Galilea, Jesús les
dijo: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; mas
al tercer día resucitará. Y ellos se entristecieron en gran manera.”
Jesús
reitera a sus discípulos el anuncio que les había hecho después del episodio de
la confesión de Pedro (16:21). Esta vez lo hace en términos más lacónicos pero
muy claros: Será traicionado por alguien que complotará para entregarlo en
manos de sus enemigos, los cuales lo matarán. Pero eso no será el final de su
historia, porque al tercer día resucitará. Este nuevo anuncio de su muerte y resurrección
no fue ignorado por sus discípulos pues ellos se entristecieron grandemente al
escucharlo.
Los pasajes paralelos de Marcos y Lucas dicen que
ellos no entendieron esas palabras. Efectivamente, desde la lógica humana,
¿cómo podía el Mesías enviado por Dios para triunfar y liberar a su pueblo del
yugo extranjero, ser asesinado por sus enemigos? Eso es algo sin sentido y contradictorio,
y es comprensible que no entendieran nada, y que se entristecieran. Pero, como
dicen Marcos y Lucas, no se atrevieron a pedirle que les diera una explicación
(Mr 9:31,32; Lc 9:44,45).
Como proclamó Pedro en Pentecostés al anunciar la
resurrección de su Maestro, Jesús fue entregado en manos de sus enemigos “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios.” (Hch
2:23), lo que indica que su juicio, pasión y muerte no fueron imprevistos, sino
formaban parte del plan concebido por Dios para la salvación de la humanidad,
incluyendo a aquellos que lo juzgarían, torturarían y matarían.
Notemos que al escuchar este segundo anuncio de la
muerte de Jesús, Pedro no protestó como hizo la primera vez que lo escuchó (Mt
16:22).
24.
“Cuando llegaron a Capernaúm, vinieron a
Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga
las dos dracmas?” (Nota 1)
Podemos
suponer que Jesús y sus discípulos, de retorno de su excursión, se dirigían a
la casa de Pedro cuando éste fue abordado por uno de los que cobraban el
impuesto del templo, consistente en una moneda de dos dracmas, o didracma, que todo israelita debía pagar,
preguntándole si su Maestro lo pagaba o no.
Es de notar que los cobradores no le preguntan
directamente a Jesús sobre el pago del impuesto, por el respeto que le tenían,
sino abordan a Pedro, y lo hacen comedidamente, en forma de pregunta y no de recriminación.
25,26.
“Él dijo: Sí. Y al entrar él en casa,
Jesús le habló primero, diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la
tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de
los extraños? Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego los
hijos están exentos.” (2)
Pedro,
sin pensarlo dos veces, contestó afirmativamente, posiblemente porque Jesús había
pagado ese impuesto en ocasiones anteriores. Pero Jesús quiso darle a Pedro una
lección cuando llegaron a la casa, haciéndole una pregunta inesperada, dando a
entender con ello que Él, sin haberlo oído, sabía del corto diálogo que Pedro
había sostenido con los cobradores: ¿De quiénes cobran impuestos los soberanos
del mundo? ¿De los que llevan su propia sangre, o de los extraños? Pedro dio la
respuesta obvia: Los reyes no reciben tributos de sus hijos, sino de los
extraños, es decir, de sus súbditos. Eso quiere decir, retrucó Jesús, que los
hijos no están obligados a pagar impuestos. Obviamente eso sería casi como si
el soberano se los cobrara a sí mismo.
27.
“Sin embargo, para no ofenderles, ve al
mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la
boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti.” (3)
Lo
que Jesús le da a entender a Pedro, porque él aún no lo ha captado plenamente,
es que puesto que Él es hijo del dueño del templo, de Aquel a quien se rinde
culto en el santuario, Él no está obligado a pagar el impuesto. Él lo paga, sin
embargo, a pesar de que el templo era la casa de su Padre (Jn 2:16), porque no
quiere ser motivo de tropiezo para aquellos, como los cobradores, que ignoraban
esa verdad. De esa manera Él nos da ejemplo de que en ciertas ocasiones puede
ser necesario que nosotros también renunciemos a nuestros derechos, o
prerrogativas, para no ser motivo de escándalo para nadie.
Pese a la revelación recibida hace muy poco tiempo, Pedro
parece no haber asimilado completamente el hecho de que Jesús es el Hijo único
de Dios, el heredero de toda la tierra, a quien todo lo que ella contiene
pertenece.
Pero como ésa es una verdad que los cobradores del
impuesto no conocen, para que no crean que yo me niego a cumplir las ordenanzas
vigentes y eso les escandalice, anda al mar, tira el anzuelo, y en el primer
pez que lo muerda encontrarás una moneda de un estatero, (equivalente al doble de un dídracma), y paga con ella el impuesto por ti y por mí.
Jesús realiza en este episodio un extraordinario
milagro. Es irrelevante saber si Jesús ordenó que en la boca del pez apareciera
milagrosamente la moneda necesaria, o si Él sabía que, al echar el anzuelo,
Pedro pescaría un pez que había recogido una moneda de ese valor caída en el
lago. De una u otra manera ese milagro mostraba el poder que Jesús tenía sobre
hombres y animales, y sobre la materia inanimada misma, como dice el salmo 8:6:
“Lo hiciste señorear sobre las obras de
tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies”.
Lo extraordinario del caso es que el pez que tenía esa
moneda en la boca, vino al lugar donde Pedro echaría el anzuelo en el momento
mismo en que lo haría, y que mordería ese anzuelo, y retendría la moneda en la
boca, hasta que Pedro lo sacara del agua. Esas son demasiadas coincidencias
para ser casualidad.
No deja de ser intrigante el hecho de que Jesús no
tuviera consigo ni una sola moneda del pequeño valor requerido para pagar ese
impuesto, y que, aparentemente, tampoco lo hubiera en la bolsa común que
mantenía Judas. Jesús vivía de las limosnas que le daban. Esto nos muestra cuán
cierto es lo que Pablo dice acerca de Él: “Porque
ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se
hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis
enriquecidos.” (2Cor 8:9).
Es digno también de notar el que Jesús pagara ese
impuesto a pesar de que, en sus propias palabras, el templo se había convertido
en una cueva de ladrones (Mt 21:13). Si Jesús pagó ese tributo, que era una
obligación de todo judío creyente, pese a que quienes los recibían –las
autoridades del templo- eran sus enemigos jurados, ¿qué excusa podríamos alegar
nosotros para dejar de pagar nuestras obligaciones con el fisco, o con la
iglesia?
El escritor Warren Wiersbe, que es siempre tan
acertado en sus comentarios, señala algunos puntos interesantes acerca de este
episodio que quiero resumir:
1) Este milagro es narrado sólo en el evangelio de Mateo.
Eso no debe sorprendernos, estando relacionado con un asunto de impuestos, pues
Mateo, como sabemos, antes de seguir a Jesús, había sido cobrador de impuestos.
2) Es el único milagro que Jesús realiza para satisfacer
una necesidad propia.
3) Es el único milagro hecho por Jesús que tiene que
hacer con el dinero.
4) Es el único milagro en que usa un pez. En dos
ocasiones Jesús había multiplicado los peces para que los pescaran Pedro y sus
compañeros (Lc 5:1-11; Jn 21:1ss), pero ahora sólo usa uno.
5) Fue un milagro hecho no sólo para sí mismo, sino
también para Pedro, aunque no fuera el único hecho para éste: Jesús sanó a su
suegra (Mr 1:29-31), permitió que Pedro hiciera dos veces las pescas milagrosas
mencionadas arriba, lo hizo caminar sobre el agua (Mt 14:22-33), sanó la oreja
de Malco, que Pedro había cortado con su espada (Mt 26:51-56), y lo libró
milagrosamente de la cárcel (Hch 12:1ss). Buen motivo tenía el apóstol para haber
escrito más tarde: “Echad toda vuestra
ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros.” (1P 5:7).
6) Es el único milagro cuyo resultado no se indica.
Pero no es necesario hacerlo, porque basta que Jesús lo diga para que ocurra: “Porque Él dijo y fue hecho; Él mandó y
existió.” (Sal 33:9).
Notas:
1. Ni
Marcos ni Lucas consignan el episodio del pago del impuesto del templo. La
razón es sencilla, dice el hebraísta francés C. Tresmontant: Ambos evangelios
fueron escritos para gentiles que se habían convertido a Cristo, a quienes
hubiera sido difícil explicar el asunto del pago de ese impuesto y porqué Jesús
se consideraba exento del mismo. Esta es una indicación más, según ese autor,
de que esos evangelios fueron escritos después de que lo fuera el Evangelio de
Mateo, que fue escrito para lectores judíos que estaban familiarizados con ese
tributo.
2. Aparte del impuesto que los judíos
pagaban para el sostenimiento del templo, tema de este episodio, había entonces
bajo la administración romana básicamente dos clases de impuestos: 1) El
impuesto sobre los bienes, télos,
cuyo pago se hacía en las aduanas, y de cuyo cobro estaban encargados los
publicanos (publicani, en latín; telónes, en griego), que eran odiados
por el pueblo ya que, aprovechándose de su cargo, hacían cobros excesivos para
enriquecerse; y 2) el impuesto, o tributo, sobre las personas, kénsos, (censum en la latín, de donde viene nuestra palabra “censo”).
Recuérdese que José y María tuvieron que ir a Belén para empadronarse, porque
el César había ordenado que se hiciera un censo en Israel, con el fin obvio de
cobrar el impuesto respectivo (Lc 2:1-5).
3. Ésta es la única ocasión en todo el
Nuevo Testamento en que se menciona un anzuelo.
Consideraciones
Adicionales:
Conviene que nos detengamos un poco en la historia del impuesto del templo.
Moisés había ordenado que cuando se hiciera un censo de los hijos de Israel
todos los varones de 20 años para arriba pagaran medio siclo de plata, como
expiación por sus pecados, para que no sean víctimas de alguna peste. Todos,
ricos y pobres, debían pagar la misma suma, y el dinero recaudado debía ser
usado para el servicio del templo (Ex 30:11-16; 38:25,26).
El rey Joas –que sucedió a la impía
Atalía- se basó en esta disposición para ordenar que todo el pueblo trajera una
ofrenda regular que sería utilizada en la reparación del templo de Jerusalén, y
de los utensilios sagrados que habían sido destruidos por la reina impía y sus
hijos (2 Cro 24:4-14). Después del retorno del exilio, Nehemías y sus
colaboradores impusieron al pueblo una contribución voluntaria de sólo una tercera
parte de un siclo -en vista de la pobreza que afligía al pueblo en ese momento-
que sería usada para el mantenimiento del culto (Nh 10:32,33) Según la Mishná
(que dedica todo un tratado a ese tema), los sacerdotes estaban exentos de ese
pago. Interesantemente, en siglos posteriores la iglesia se basó en esta
excepción para ordenar que los clérigos (y luego la nobleza) fuera eximida del
pago de impuestos, exención que rigió hasta la Revolución Francesa, en que fue
abolida.
Los rabinos ordenaron que el impuesto siguiera vigente,
pero regresando al monto original dispuesto por Moisés. Los judíos de Palestina
debían hacer el pago antes de la Pascua; los residentes en el extranjero podían
hacerlo más tarde, pero no después de la fiesta de los Tabernáculos.
El dinero no era recaudado por los publicanos que
recaudaban el impuesto romano, sino por unos comisionados especiales. El dinero
recaudado fuera de Palestina era guardado en una ciudad fortificada y enviado
una vez al año a Jerusalén; pero después de que los romanos ocuparan Palestina,
parte del dinero recaudado era pagado a los romanos, o a los reyes nombrados
por ellos. De ahí la pregunta de Jesús: ¿De quién cobran tributos los reyes?
Cuando Tito destruyó Jerusalén y su templo, el emperador Vespasiano ordenó que
el impuesto que los judíos pagaban para el servicio de su templo destruido,
fuera destinado al templo de Júpiter capitolino en Roma. El disgusto que causó
a los judíos el que se les obligara a pagar un tributo para el mantenimiento de
un templo pagano, fue una de las causas del segundo levantamiento judío contra
Roma, que fue liderado por Bar Kochba el año 132 DC. (Debo la mayor parte de
esta interesante información al excelente comentario del Evangelio de Mateo de
J. Broadus)
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr
8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la
presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay
seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin
yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón
a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús,
tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres,
incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente
y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#874 (29.03.15). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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