Por
José Belaunde M.
MADRES EN LA
BIBLIA IV
Ya
nos hemos referido de paso a ella en el artículo anterior, al hablar de
Elisabet. Ahora vamos a ocuparnos de dos episodios de su vida (en realidad, de
la vida de Jesús en que ella figura), porque si quisiéramos hablar de todos
tendríamos que escribir muchas páginas. El primero es el episodio intrigante
que figura al término del segundo capítulo del evangelio de Lucas (Lc 2:41-52).
Antes
de continuar conviene preguntarse: ¿Por qué narran los evangelios este
episodio? Entre otras razones, aparte de su contenido edificante, para
mostrarnos que los padres de Jesús eran judíos devotos que guardaban las fiestas
prescritas por la ley de Moisés; pero, sobre todo, para darnos una idea del
desarrollo físico e intelectual de Jesús, de su paso de la infancia a la
adolescencia, de su conocimiento de las Escrituras y de su inteligencia
precozmente despierta.
En
este pasaje se nos dice que José y María tenían por costumbre ir todos los años
a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua (Lc 2:41), pese a que, debido a la
distancia, no estaban obligados a ello. Esta fiesta, que conmemoraba el éxodo
del pueblo de Egipto, se celebraba el día 14 del mes de Nisán, el primer mes del año judío, conjuntamente con la fiesta de los panes sin levadura, de manera
que ambas se confundían en una sola que duraba una semana. Moisés había
establecido la obligación para todos los varones israelitas de presentarse tres
veces al año en el lugar que Dios escogiera para que habite su Nombre (primero
fue Silo, y después, Jerusalén) para celebrar las fiestas más importantes del
calendario litúrgico, que además de la Pascua , eran la fiesta de Pentecostés (Shavuot o de las semanas) y de los
Tabernáculos (Sukkot) (Dt 16:16).
Las
mujeres no estaban obligadas a acudir a Jerusalén para celebrar esas fiestas,
pero ya se ha visto que era costumbre que las mujeres casadas acompañaran a sus
maridos (1Sm 1:2-4; 2:19. Véase el artículo anterior). Aunque Lucas no lo diga
expresamente el texto da a entender que al cumplir doce años, Jesús acompañó a
sus padres por primera vez (Lc 2:42), lo cual es una conjetura razonable,
porque para un niño de once años el largo viaje hubiera sido un esfuerzo
excesivo. Pero a partir de los trece años el niño se convertía en un “hijo de
los mandamientos” (Bar-Mitzvá), y
estaba obligado a hacer el viaje a Jerusalén tres veces al año. (Nota 1)
“Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en
Jerusalén sin que lo supiesen José y su madre.” (v. 43). La permanencia de Jesús en la ciudad de David es paradójica,
porque tiene el aspecto de un acto de desobediencia, ya que Él no les pidió
permiso para quedarse, y porque Él no podía ignorar que sus padres se iban a
preocupar muchísimo al darse cuenta de su ausencia.
“Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día;
y lo buscaban entre los parientes y los conocidos, pero como no lo hallaron,
volvieron a Jerusalén buscándolo.” (v.
44,45). El viaje a pie de Galilea a Jerusalén, y viceversa, demoraba tres días
completos, dada la gran distancia. Los viajeros se juntaban en grandes
comitivas, e iban posiblemente separados los hombres de las mujeres, tal como
asistían separados a las sinagogas. Eso explica en parte, que tanto José como
María pensaran que el niño iba con el otro, si no con algún pariente. Pero al
terminar el día (2), cuando se detuvieron para descansar y pasar la noche, se dieron
cuenta de que no estaba con ninguno de ellos, pese a que lo buscaron
afanosamente entre la comitiva y en las casas donde sus parientes y amigos se
habían alojado para pasar la noche. ¿Qué le habría ocurrido? ¿Se habría
desviado del camino y se había extraviado? ¿Podemos imaginar su angustia y sus
sentimientos de culpa por no haberle prestado suficiente atención? Al clarear
el alba partieron apresurados a Jerusalén para buscarlo.
En
la gran ciudad la búsqueda no sería fácil por la gran cantidad de peregrinos
que aún la atestaba. ¿Dónde irían a buscarlo? Quizá en la casa donde habían
estado alojados, o en casa de amigos, conocidos o parientes; es decir, en los
lugares donde pensarían que Jesús podría haberse entretenido, y adonde
posiblemente habría acudido durante esos tres días para alimentarse y dormir. (3) ¿O irían de
frente al templo? Eso es lo que algunos comentaristas piensan.
“Y aconteció que tres días después lo hallaron en el templo, sentado
en medio de los doctores de la ley, oyéndolos y preguntándoles.” (v. 46) (4). Tres días sin duda contados a partir de su partida para Nazaret (el
primer día), habiendo estado el segundo día ocupado por el retorno a Jerusalén,
y el tercero por la búsqueda misma. (Algunos piensan que al tercer día de
buscarlo en la ciudad)
En
algún recinto adecuado del templo (como pudiera ser el cuarto llamado Gazit, donde se reunía el Sanedrín) se
reunían con frecuencia, si no diariamente, los doctores de la ley para discutir
acerca de asuntos de su competencia y para enseñar (5). Y ahí encontraron
José y María a su Hijo, sentado en medio de los doctores. Eso es sorprendente,
porque siendo Jesús todavía un niño, a Él le correspondía estar a los pies de
sus maestros (Hch 22:3). Pero Él estaba sentado como si fuera uno de ellos,
escuchándolos y haciéndoles preguntas.
“Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus
respuestas.” (v. 47). Que
un niño en Israel estuviera muy versado en la ley no es en sí nada
sorprendente, porque todos los niños varones iban a partir de los 5 ó 6 años a
una escuela en la sinagoga cercana, donde aprendían de memoria todas las
Escrituras (como todavía memorizan muchos musulmanes desde niños el Corán). Lo
sorprendente para los que le escuchaban eran la sabiduría y agudeza de sus
preguntas y respuestas, inusuales en un niño. Pero en realidad eso no debería
sorprendernos a nosotros que sabemos que Jesús es la sabiduría encarnada, como
dice Pablo: “En quien están escondidos
todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.” (Col 2:3). El profeta
Isaías había predicho que sobre Él reposaría un “espíritu de sabiduría y de inteligencia… de consejo y de poder… de
conocimiento y de temor de Jehová.” (Is 11:2)
Al
verlo ahí sentado su madre sorprendida exclamó: “¡Hijo! ¿Por qué nos has hecho esto?” (Lc 2: 48a). ¡Cuánto amor
expresaría ese grito que a la vez contenía un reproche! La palabra teknón que ella usa es una palabra de
autoridad que expresa la dependencia del hijo respecto de sus padres. “He aquí, tu padre y yo, te hemos buscado
angustiados.” (v. 48b). Ella menciona a José antes que a sí misma,
cediéndole el primer lugar. El verbo odunomai
que nuestro texto traduce como “angustiados” expresa un sufrimiento
extremo, como una tortura, y es el mismo verbo que emplea Lucas para describir
el sufrimiento que padece el rico en el infierno (Lc 16:24), lo cual nos da una
idea de cuán intensa debe haber sido la angustia sufrida por José y María. En
ese sufrimiento padecido por María se cumple por primera vez la profecía dicha
por el anciano Simeón de que una espada atravesaría su alma (Lc 2:35). Pero la
pregunta de María expresa también su sorpresa de que un niño tan obediente como
Jesús se hubiera quedado en Jerusalén sin advertirles ni pedirles permiso.
La
respuesta de Jesús es desconcertante y está cargada de un sentido misterioso,
pero a la vez contiene un reproche velado: “¿Por
qué me buscabais? No sabíais que en los asuntos de mi Padre me es necesario
estar?” (v. 49).
Jesús
les recuerda que Él no sólo era su hijo, sino que, por encima de ellos, tenía a
Dios por Padre. Sus palabras oponen a su padre adoptivo, su Padre verdadero. Su
obediencia al primero está supeditada a su obediencia al segundo.
En
éstas, que son las primeras palabras suyas que consignan los evangelios, Jesús
afirma claramente su deidad y muestra que Él era, en esa etapa inicial de su
vida, plenamente conciente de su misión en la tierra. Él ha venido para hacer
la obra que su Padre le ha encomendado.
Según
otras versiones las palabras de Jesús fueron: “¿No sabíais que en la casa de mi Padre me conviene estar?” Antes
que la casa de José y María en Nazaret, el templo de Jerusalén es su verdadera
casa. Notemos que la primera manifestación pública de Jesús tiene lugar en el
templo, en la casa de su Padre. Allí, en los atrios del templo, se escuchó por
primera vez su voz enseñando siendo niño, y en los atrios del templo enseñará
Él diariamente más adelante como adulto durante su ministerio público, cuando
se encuentre en Jerusalén.
Pero
Lucas añade que sus padres no entendieron su respuesta (v. 50). ¿Qué fue lo que
no entendieron? Ambos eran perfectamente concientes del origen divino de su
Hijo, sobre todo María que había aceptado concebir un hijo sin intervención de
varón (Lc 1:34,35,38); pero también José, a quien le había sido revelado en
sueños que el niño había sido engendrado por el Espíritu Santo (Mt 1:20,21).
Lo
que ellos no entendieron fue posiblemente qué propósito cumplió el que Jesús
departiera con los doctores de la ley en esa ocasión y a tan temprana edad. Es
decir, no entendieron de qué asuntos de su Padre se había ocupado Él al
quedarse en Jerusalén.
Habiendo
sido hallado, Jesús retornó enseguida con sus padres a Nazaret y, dice el
texto, que les estaba sujeto, esto es, les obedecía en todo (Lc 2:51a). Al
hacerlo Jesús obedecía a su Padre celestial que lo había puesto bajo la
autoridad de sus padres terrenos. Jesús es en esto un modelo para todos los
hijos.
“Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.” (v. 51b; cf 2:19). Aunque perpleja por el significado del acontecimiento,
ella continuó pensando en lo ocurrido tratando de descifrarlo. Lucas sugiere
que había también otras “cosas” (palabras, hechos, actitudes) acerca de su
divino Hijo que ella guardaba en su corazón. Esto es muy propio de todas las
madres que guardan en su corazón, sin confiarlo a otros, muchas cosas relativas
a sus hijos.
El
episodio termina señalando que “Jesús
crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y con los
hombres.” (v. 52; cf v. 40, 1Sm 2:26). Crecía en cuanto a su naturaleza
humana, porque en cuanto a su naturaleza divina, era imposible que creciera,
pues era perfecto. Se entiende que así como crecía en edad y estatura,
aumentaban la estima y el afecto que le tenían los que lo conocían, tal como
promete Pr 3:4 al hijo obediente: “Y
hallarás gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres.”. (Continuará).
Notas: 1. Era costumbre que los padres acostumbraran a sus hijos desde los nueve
años a ayunar por horas, y a los doce, todo un día, para que estuvieran habituados
a hacerlo el día de Yom Kippur, o de
expiación, a la edad de trece años.
2. La expresión “un día de camino” se encuentra ocasionalmente en el
Antiguo Testamento (Nm 11:31; 1R 19:4) y representaba unos 36 Km, aunque es
posible que en el caso de la comitiva, en la que había mujeres y niños, fuera
una distancia menor.
3. En el libro de Cantares hay una figura alegórica de esta búsqueda de
Jesús: “Por las noches busqué en mi lecho
al que ama mi alma: lo busqué y no lo hallé. Y dije: Me levantaré ahora y rodearé por la ciudad; por las calles y
por las plazas buscaré al que ama mi alma; lo busqué y no lo hallé.” (Can
3:1,2).
4. La casa de Dios, el templo de Jerusalén, es un tipo de la Iglesia , donde Cristo
puede ser encontrado por todos los que le buscan.
5. En esas reuniones los maestros estaban sentados en semicírculo, y sus
discípulos estaban sentados en el suelo en filas frente a ellos.
NB.
Quisiera pedir a todos los lectores que oren por el joven peruano André Arenas,
de 25 años, que ha sido acusado falsamente de abusar de unas niñas pequeñas que
estaban a su cuidado, en Anaheim, California, y que corre peligro, por falta de
medios para contratar a un abogado (y sólo cuenta con uno de oficio), de ser
condenado a cadena perpetua. Su causa se está viendo en estos días.
“Jesús, tú viniste al
mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres,
incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido
conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#781 (02.06.13).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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