Por José Belaunde M.
YO HE
VENCIDO AL MUNDO
Un
comentario de Juan 16:25-33
25. “Estas cosas os
he hablado en alegorías; la hora viene cuando ya no os hablaré por alegorías,
sino que claramente os anunciaré acerca del Padre.”
Jesús les
dice a sus discípulos que Él les ha venido hablando del reino de Dios (“estas cosas” = tauta en griego) en alegorías (Nota 1), es decir,
en lenguaje figurado o en parábolas, pero que en adelante les hablará en un
lenguaje directo, claro.
Pero yo noto que la mayor parte de este discurso, desde el
capítulo 14, está dicho en un lenguaje bastante claro y explícito, que deja
pocas dudas sobre el sentido de lo que Jesús quiere decirles --exceptuando la
parábola de la vid verdadera (15:1-8), y cuando emplea la frase “todavía un poco” (16:16), y algunos
pasajes cortos más, como la figura de la mujer que da a luz (16:21). Por eso yo
creo que cuando dice “la hora viene”
se está refiriendo –aunque sus apóstoles en ese momento ignoran a qué se
refiere- sea a la etapa de cuarenta días entre su resurrección y su ascensión,
en que les enseñaría muchas cosas más acerca del reino de Dios (Hch 1:3); sea
al período después de Pentecostés, cuando poco a poco el Espíritu Santo les fue
aclarando muchos conceptos que hasta ese momento no les eran claros y que
forman parte de los fundamentos de la vida cristiana, como los relativos, entre
otros, a la Trinidad
y a la doble naturaleza divina y humana de Jesús.
26,27. “En
aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por
vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y habéis
creído que yo salí de Dios.” (2)
Cuando
llegue ese día (Véase v. 23) se cumplirá la promesa de que todo lo que pidan al
Padre en su nombre (14:13,14; 15:7; 16:23,24) les será concedido, sin necesidad
de que Él interceda por ellos, ya que el Padre tiene un gran amor por ellos,
pues ellos lo han acompañado desde el inicio de su ministerio público, amándolo
y creyendo en sus palabras, especialmente aquellas en que Él afirmaba ser el
Hijo de Dios que se hizo hombre para salvar a los pecadores (Mt 20:28). Su fe y
su fidelidad les han granjeado un amor especial del Padre que asegura que Él
les concederá todo lo que le pidan. Todo el que cree fielmente en Jesús y le ama
es amado de una manera especial por Dios.
Entonces Jesús les declara una gran verdad acerca de sí mismo:
28. “Salí del
Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.”
Esto es,
yo he salido del seno del Padre, donde estaba antes de hacerme hombre. Esta es
la solemne verdad que enuncia la frase inicial del prólogo de este evangelio: “En el principio era el Verbo, y el Verbo
era con Dios, y el Verbo era Dios.” (1:1), que se completa más adelante: “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo
hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, pero el mundo no lo conoció…” (v.
9,10). “Y aquel Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros…” (v. 14ª).
Pero ahora, dice Jesús, me toca regresar al Padre dejando este
mundo, y no estaré más entre vosotros.
Ya Él les había anunciado su partida (16:16), y ese anuncio les
había causado gran tristeza (v.20,22), pero Él los consuela diciéndoles que
luego los volvería a ver. En este momento no les reitera esa promesa pero ellos
deben haberla recordado porque…
29,30. “Le
dijeron sus discípulos: He aquí ahora hablas claramente, y ninguna alegoría
dices. Ahora entendemos que sabes todas las cosas, y no necesitas que nadie te
pregunte; por esto creemos que has salido de Dios.”
En su
mente entorpecida por la pesadumbre se hace la luz y comprenden claramente lo
que Jesús les está diciendo; comprenden que su conocimiento excede todo lo que
el hombre natural puede saber, porque es un conocimiento divino, omnisciente: “Sabes todas las cosas”. Él sabe lo que
hay en el corazón del hombre (6:64; Lc 5:22), sus preocupaciones, sus
inquietudes, sin que nadie se lo diga o le pregunte. Su mirada penetra hasta lo
más profundo del corazón humano (Hb 4:12). La comprensión súbita que tienen de
cuán vasto es el conocimiento que posee Jesús los convence, si bien todavía
imperfectamente, de su divinidad.
31. “Jesús
les respondió: ¿Ahora creéis?”
La
pregunta de Jesús tiene un matiz irónico y de reto: “¿Ahora creéis que yo soy
lo que siempre he afirmado ser? ¿Y vais
a actuar de acuerdo a esa convicción y os vais a adherir a mí, permaneciendo al
lado mío cuando vengan tiempos difíciles? Jesús los reta a ser concientes de
cuán superficial es aún su fe en Él, y cómo todavía ha de ser probada.
No solamente Jesús no tiene necesidad de preguntar para saber
qué es lo que les inquieta, sino que también Él puede evaluar la firmeza y
estabilidad de su fe.
32a. “He aquí
la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y
me dejaréis solo;”
Vosotros
aseguráis creer en mí, y que permaneceréis conmigo frente al mundo, pero viene
el momento en que cada uno de vosotros se irá por su lado, queriendo salvar el
pellejo, y me abandonarán en manos de mis enemigos (Mt 26:56b).
Él les anuncia que ha llegado para Él la hora de su gran soledad,
en que será abandonado por todos, y en la que Él no podrá contar con ninguno de
los que hasta ahora consideraba sus amigos, porque valorarán más su propia vida
que la amistad y el amor que le profesaban. Ninguno de ellos, en efecto, estuvo
cerca de Él para consolarlo o darle ánimo, o para testificar a favor suyo ante
el tribunal --salvo Pedro que lo seguía de lejos (Mt 26:58) y luego lo negó
tres veces (Mt 26:69-75).
32b. “Mas no
estoy solo, porque el Padre está conmigo.”
Si bien
desde el punto de vista humano Él se va a quedar solo, no lo va a estar
realmente, porque su Padre estará con Él, y su compañía vale más que toda
compañía humana (Jn 8:29).
Esas palabras acerca de la compañía de su Padre pueden aplicarse
también a nosotros, los creyentes, pues hay ocasiones en que nos quedamos
huérfanos de amistad y de todo apoyo humano. Pero aún en esos momentos
difíciles en que nos sentimos abandonados, Dios permanece al lado nuestro. Y si
podemos contar con Él, ¿qué importa que los hombres nos abandonen?
Hay una escritura que bien expresa esa seguridad: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con
todo, Jehová me recogerá.” (Sal 27:10) Esas palabras son para nosotros un
gran consuelo.
Sin embargo, hubo un momento en su pasión en que Jesús sintió que
su Padre lo abandonaba a su propia suerte, cuando estaba clavado agonizando en
el madero, y en el que la angustia de la soledad le hizo proferir una de las
exclamaciones más desgarradoras del Evangelio: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27:46).
Esa sensación de abandono formaba parte de la copa de amargura
que Él tenía que beber hasta la última gota para que al término de su pasión Él
pudiera decir: “Todo está consumado”
(Jn 19:30). Pero aunque Él pudiera sentirse abandonado por su Padre, nunca lo
estuvo realmente. Él pasó por esa situación porque era necesario que Él
experimentara en carne propia el abandono y la soledad que los seres humanos a
veces experimentamos, la soledad del hombre que, abandonado por todos, enfrenta
su destino.
Poco antes había dicho: “Voy
al Padre.” (16:28). Ahora dice. “El
Padre está conmigo.” Cabe preguntar con Agustín: ¿Qué necesidad hay de ir a
Aquel que uno tiene consigo? La respuesta es: Al venir al mundo Él salió del
Padre, pero sin dejar de estar íntimamente unido a Él, de modo que nunca lo
dejó; así como ahora, muriendo, Él deja el mundo para volver al Padre, pero no
abandona al mundo, porque permanece en él por su Espíritu que mora en nosotros
y en la Iglesia.
33. “Estas
cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción;
pero confiad (3), yo he vencido al
mundo.”
Todas las
cosas que Jesús les ha venido diciendo se las ha dicho para que en Él puedan
tener paz en medio de las aflicciones que ellos van a padecer en el mundo.
Ellos van a vivir como si dijéramos en dos dimensiones simultáneamente. Van a
vivir en Él gracias a la unión obrada por la presencia del Espíritu Santo en
sus almas y cuerpos y, a la vez, van a vivir en medio de las contradicciones y
oposición de este mundo. El conflicto es inevitable.
Aunque ya lo hemos visto anteriormente (Véase el artículo “El
Mundo os Aborrecerá I”) conviene revisar qué quiere significar Jesús cuando
emplea la palabra “mundo”. Kosmos en
griego es el universo entero, pero en el lenguaje del evangelio y de las
epístolas de Juan “el mundo” representa a las fuerzas espirituales que se
oponen a Dios; representa esa sección mayoritaria de la humanidad que no sólo desconoce
a Dios sino que se le opone y lo niega. Representa la influencia en el ámbito
humano del reino de las tinieblas gobernado por Satanás, a quien Jesús llama precisamente
por ese motivo “el príncipe de este mundo”
(Jn 12:31; 14:30; 16:11).
El mundo es también la mentalidad que prevalece entre los
incrédulos que no reconocen la soberanía de Dios y que pretenden vivir
independientes de Él –como si su aliento no viniera de Él. (4)
El reino de las tinieblas y el reino de la luz están en
oposición permanente. Pero Jesús les asegura que Él ha vencido al mundo (5); y que aunque ellos experimenten en el mundo una lucha
permanente deben descansar en la confianza de la victoria que Él ha obtenido
para ellos.
En medio de las tribulaciones y las persecuciones que les
esperan, ellos podrán experimentar la paz que viene de Él (Jn 14:27) y que sólo
Él puede dar, una paz que sobrepasa todo entendimiento y que gobernará sus
corazones (Flp 4:7). Jesús hizo esa promesa no sólo a sus apóstoles; la hizo
también a todos nosotros.
Sin embargo, cabe preguntarse: ¿Cómo puede Jesús decir que ha
vencido al mundo cuando está a punto de ser condenado como un malhechor a una
muerte infame? La respuesta se halla en Hebreos donde se dice que Él participó
de las limitaciones de la naturaleza humana (“carne y sangre”) “para
destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es,
al diablo,” al príncipe de este mundo
(Hb 2:14). Vencido el príncipe, su principado ha terminado.
Así como yo lo he vencido, vosotros también lo venceréis,
siguiendo mi ejemplo, por mi Espíritu que vive en vosotros, tal como escribe
Juan: “Porque todo lo que es nacido de
Dios, vence al mundo; y esta es la
victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.” (1Jn 5:4) Yo lo he vencido
para que vosotros también lo venzáis, pese a todas las tribulaciones que os
puedan sobrevenir. Pablo, a su vez, lo asegura: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de
Aquel que nos amó.” (Rm 8:37).
Los mártires de los siglos posteriores fueron sostenidos en la
lucha por estas palabras de Jesús en este versículo que comentamos, seguros de
que cuando la tentación es grande, más grande es Aquel que está en nosotros “que el que está en el mundo.” (1Jn
4:4). Como dice Agustín: “Él no hubiera vencido al mundo, si el mundo pudiera
conquistar a los suyos.” La victoria de Jesús es garantía de la nuestra.
Notas: 1. La
palabra paroimía, que figura tres veces en Juan
(10:6; 16:25,29) y una en 2P2:22, designa un corto dicho oscuro, o proverbio
enigmático, en el que lo ficticio sirve para representar lo real. Es casi un
sinónimo de parabolé, con la
diferencia de que ésta suele ser una
historia más elaborada.
2. Aquí dice que el Padre
los ama porque ellos han amado a Jesús. Sin embargo, en su 1ra. Epístola Juan
dice: “Nosotros le amamos a Él porque Él
nos amó primero.” (1Jn 4:19). No hay contradicción. Son dos situaciones y
momentos diferentes. Los hombres ciertamente amamos a Dios como consecuencia de
su amor por nosotros, pero hay un amor especial de Dios que es fruto de nuestro
amor y de nuestra entrega a Él.
3. O quizá mejor: “tened ánimo”.
4. Concretamente, en ese
momento histórico el mundo representa también a ese sector de la sociedad judía
que rechazó a Jesús y lo hizo condenar.
5. El tiempo verbal perfecto
usado por Jesús indica un resultado permanente.
Amado lector: Si tú no estás seguro
de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy
importante que adquieras esa seguridad,
porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria.
Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente
oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar
en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo
sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
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#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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