Por José Belaunde M.
JESÚS
ORA POR SUS DISCÍPULOS I
Un Comentario de Juan 17:1-8
1. “Estas cosas habló Jesús, y levantando los
ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que
también tu Hijo te glorifique a ti”
Cuando
Jesús concluyó la conversación con sus discípulos que empezó en el Cenáculo y
que continuó mientras se dirigían al huerto de Getsemaní (caps. 13 al 16), Él se
dirigió a su Padre para orar. (¡Cuánto de confianza y de ternura hay en la
palabra “Padre” en boca de Jesús! ¿Podría el Padre negarle algo a un Hijo tan
amado?) Al hacerlo levantó sus ojos al cielo. Cuando nosotros le hablamos a
alguien dirigimos nuestra mirada hacia él. Igual hizo Jesús en este momento
para hablarle a su Padre, como indicando que su Padre está en el cielo. Pero
¿acaso no está Dios en todas partes, incluso en nuestro interior y no solamente
en las alturas, como cantó la multitud: “Hosanna
en las alturas”? (Mt 21:9) ¿Y no lo sabía eso muy bien Jesús?
Es una noción instintiva del hombre que Dios está arriba, como
dominándolo todo, y nosotros abajo. Esa concepción era propia también de los antiguos
paganos que imaginaban que sus dioses estaban en el mítico monte Olimpo, esto
es, en el cielo. Está presente en el Antiguo Testamento, donde se nos dice en
un salmo que Dios “miró desde lo alto a la
tierra”, (Sal 102:19b). Jesús, siendo Dios, actúa en todo de acuerdo a su
condición humana. Creo que es una experiencia común que cuando levantamos los
ojos al cielo, se eleva, en efecto, al mismo tiempo nuestra alma.
Lo primero que le dice a su Padre es: “La hora ha llegado”. La hora de la decisión, para la cual he
venido a la tierra, la hora terrible de la prueba. Esa hora de la más terrible
humillación es también la hora de su glorificación, de su exaltación, la hora
en que Él cumple la voluntad de su Padre. Al someterse a su designio, Jesús a
su vez da gloria a su Padre, reconociendo que está debajo de Él como hombre,
aunque es su igual como Dios. Notemos, dicho sea de paso, que la hora ha
llegado no por la fuerza del destino, ni como consecuencia de la conspiración
en su contra, sino porque Dios en su infinito consejo, así lo ha ordenado desde
la eternidad.
Cabría preguntar: ¿Cómo glorifica Dios a su Hijo en esta hora
tan terrible? Pablo explica cómo el Padre glorificó a su Hijo: “Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo
sumo, y le dio un nombre que está por encima de todo nombre, para que en el
nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y sobre
la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el
Señor, para gloria de Dios Padre. (Flp 2:9-11).
Según Orígenes su pasión y muerte glorifican a Cristo porque con
ellas reconcilió al hombre con Dios, abolió el pecado, derrotó al diablo y destruyó
a la muerte. Según Ambrosio, aunque Jesús fue escupido, azotado y crucificado,
el Padre lo glorificó haciendo que el sol se oscureciera, la tierra temblara,
el velo del templo se rasgara y las tumbas se abrieran, y un pagano (el
centurión) reconociera que Él era el Hijo de Dios (Mt 27:51-54). Por eso,
aunque era un instrumento de deshonra, la cruz fue un instrumento de gloria
para Jesús.
Según Agustín, y otros, el Padre glorificó a su Hijo haciendo
que resucite, ascienda al cielo y se siente a su diestra, tal como Jesús había
anunciado (Mr 14:62). Más aun, lo glorificó enviando al Espíritu Santo y
haciendo que las multitudes se conviertan a Él y lo adoren como Dios (Hch 2:42;
4:4). Lo que Jesús sembró en humillación, lo cosechó en gloria.
2. “Como le has dado potestad sobre toda carne,
para que dé vida eterna a todos los que le diste.”
Dios le ha
dado potestad a su Hijo sobre toda la humanidad (Mt 28:18). Aún más, sobre toda
la creación, para que Él a su vez salve a todos los que crean y confiesen su
nombre, esto es, a los que están destinados a recibir la vida eterna, la vida
del espíritu; aquellos a quienes Jesús llama suyos porque el Padre se los ha
dado (Hch 2:47). (Nota 1)
¿Perteneces tú a Jesús? ¿Eres tú uno de aquellos a los que Él
puede llamar suyos? ¿O perteneces tú al otro, al enemigo? En esta hora en que
Jesús se enfrenta a su enemigo, en que se va a jugar la batalla de los siglos,
la respuesta que tú des decide tu destino: Pasar la eternidad con Él, o pasarla
separado de Él para siempre. Amándolo u odiándolo.
La hora ha llegado, sí. Hay un momento en que la hora llega para
cada uno y para todos. No pierdas esa hora, no dejes pasar esa hora sin abrazar
los pies de Jesús para que Él te levante.
3. “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a
ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”
Jesús da
una definición inesperada de la vida eterna. La vida eterna consiste en conocer
al único Dios verdadero, y a Jesucristo, su enviado. O más exactamente, la vida
eterna se recibe cuando se conoce al Uno y al Otro.
¿Qué quiere decir aquí “conocer”? No se trata de un conocimiento
intelectual, sino de un conocimiento íntimo que sólo puede dar la fe (2); de
una familiaridad, o comunión interior, que no es estática sino dinámica, esto es,
susceptible de aumentar, que produce la certidumbre sobrenatural de la
existencia de Dios. (3) Esto era algo que sus discípulos habían adquirido por
el contacto diario con Jesús y es algo que todos los que crean en Él después,
sin haberlo visto, recibirán (Jn 5:24; 6:40). Recibirán sí, porque es un don
que nadie por sí mismo merece, pero que Jesús con su muerte ganó para muchos.
La razón por la cual Jesús le pide a su Padre que lo glorifique
es que, al serlo, Él es conocido como el único Dios verdadero, el único que
puede dar vida eterna a través de la fe en su Hijo.
4. “Yo te he glorificado en la tierra; he
acabado la obra que me diste que hiciese.”
Jesús
glorificó a su Padre haciendo su voluntad, haciendo la obra para la cual Él lo
había enviado, dándolo a conocer a sus discípulos y a las multitudes que lo
seguían. De hecho toda la vida pública de Jesús, con sus enseñanzas y milagros,
fue un acto constante de rendir gloria a Dios. Pero cuando Jesús pronunció
estas palabras aún faltaba por llevar a cabo la culminación de esa obra, esto
es, su pasión y muerte. Sin embargo, Jesús la da ya por hecha, pues Él está
dispuesto a afrontarla, y los acontecimientos que conducen a ella se
precipitarán dentro de pocas horas, como Él bien sabía. Bien puede él pues decir
en ese momento que ha acabado la obra.
5. “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado
tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.”
Jesús le
dice a su Padre, ahora que yo te he glorificado con mis hechos, glorifícame tú
a mí. ¿De qué glorificación se trata? Si Jesús glorifica a su Padre finalmente
muriendo en la cruz y resucitando, la gloria que Jesús debe recibir como
recompensa es su exaltación retornando al lugar en la Trinidad que Él ocupaba
antes de encarnarse, la gloria que Él tenía en el cielo antes de venir a la
tierra, y aún mucho antes, esto es, antes que el mundo y todo lo creado
existiesen, la gloria de que el Verbo gozaba “en el principio” (Jn 1:1). Esa era la gloria de que la Trinidad gozaba en su
espléndida soledad, estaríamos tentados a decir, pero sería equivocado, pues no
hay soledad en Dios, ya que Él se basta a sí mismo, y no tiene necesidad de sus
criaturas, ni de compañía alguna.
¿Cómo sería esa gloria? Sólo podemos especular. La gloria que el
Padre daba al Hijo y al Espíritu Santo, y la que éstos daban al Padre; la
gloria que las tres personas de la
Trinidad se daban mutuamente.
6. “He manifestado tu nombre a los hombres que
del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.”
Jesús dice:
“He manifestado tu nombre”, es decir,
he explicado lo que tú eres, tu carácter, la esencia de tu ser (4), en la
medida en que eso sea algo que pueda ser expuesto en palabras humanas. Pero
podemos suponer que las explicaciones de Jesús a sus discípulos tenían una
unción especial que comunicaba un conocimiento superior al que las meras
palabras humanas podían transmitir. No ha habido por eso ningún Maestro de las
cosas divinas que pudiera compararse con Jesús.
Jesús reveló a Dios como Padre, en primer lugar, suyo; y luego
por adopción, también de todos los que, creyendo en Él como Hijo unigénito, son
engendrados por la fe (1:12,13). Aunque el Antiguo Testamento menciona
ocasionalmente a Dios como Padre, su mensaje muestra todavía una concepción
limitada de la paternidad de Dios. Era necesario que viniera Jesús para enseñar
a los suyos a dirigirse a Él como “Padre
nuestro.” (Mt 6:9; cf Mt 5:48).
Lo he manifestado a los hombres que tú me diste, no a todos los
hombres sino a aquellos que tú escogiste del mundo para que estuvieran conmigo.
Eran tuyos porque todos los seres humanos te pertenecen, y tú escoges a los que
quieres para tus especiales designios.
Estos hombres que me diste han sido fieles, han guardado,
cumplido tu palabra, es decir, te han obedecido aunque eran frágiles y débiles.
Cabe preguntarse si la palabra griega “ánthropos” que nuestra versión traduce como “hombres”, incluye también
a las mujeres que acompañaron a Jesús, o sólo a sus discípulos varones.
Tendemos equivocadamente a pensar en lo segundo, pero esa palabra quiere decir
en realidad “seres humanos”, sin distinción de sexo.
7,8. “Ahora
han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las
palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente
que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.”
Estos dos
versículos hablan de la convicción a la que llegaron los discípulos de que
Jesús procedía del Padre. Jesús no se atribuye el mérito de nada de lo que Él
ha dicho y hecho en los últimos años como si fuera propio. Las cosas “que me has dado”, esto es, en primer
lugar, las palabras que les ha hablado en público y en privado, era el Padre
quien las ponía en su boca. Por eso es que ellos las acogieron, las recibieron
y las hicieron suyas sabiendo que venían de Dios.
Hay una relación estrecha entre conocer y creer. La fe es un
conocimiento sobrenatural de las realidades invisibles, que son más
sustanciales y permanentes que las visibles.
La primera parte de la conocida frase de Hebreos 11:1 (“La fe es la certeza de lo que se espera”)
está orientada hacia el futuro, pero la segunda parte (“la convicción o seguridad de lo que no se ve”) está referida al
presente: La seguridad de que aquello que no se ve es real, aunque esté más
allá del alcance de nuestros sentidos.
Nuestros sentidos son limitados, sólo perciben, ven, oyen o
sienten objetos cercanos, los que están en nuestro entorno. Pero no ven ni oyen
lo lejano, y menos lo oculto.
El conocimiento de que Jesús ha venido de Dios, pertenece al
orden de las realidades invisibles, pero era más firme para ellos que si hubiesen
visto a Jesús descender del cielo.
Notas: 1. En este versículo se apoyan los partidarios de la doctrina de
la elección limitada a un número escogido de personas. Pero hay otros versículos
en que la oferta de salvación es abierta: “Porque
no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo
sea salvo por Él” (Jn 3:17). Mundo incluye a todos.
2. “Conocer”
en otros contextos alude a la unión sexual (Mt 1:25; Gn 4:1). Conocer a Dios,
en el sentido de este pasaje, produce entre el hombre y Dios una intimidad espiritual
profunda.
3. Agustín
escribe: “Si la vida eterna es el conocimiento de Dios, tanto más tendemos a
vivir cuanto más adelantemos en este conocimiento.” Y agrega: “El conocimiento
de Dios será perfecto cuando la muerte deje de existir”; entiéndase para
nosotros.
4. La
palabra “nombre” es usada en la
Biblia muchas veces en ese sentido (Ex 3:13,14).
Amado lector: Si tú no estás seguro
de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy
importante que adquieras esa seguridad,
porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria.
Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente
oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar
en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo
sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
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Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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