Por José Belaunde M.
Un Comentario de Juan
16:4b-15
4b. “Esto no
os lo dije al principio, porque yo estaba con vosotros.”
Jesús les dice que Él no les habló antes de estas
cosas, es decir, de la persecución que sufrirían y de la venida del Espíritu
Santo, porque no era oportuno que lo hiciera, pues Él estaba con ellos. Pero
como ya está a punto de abandonarlos, ya es oportuno y conveniente que lo haga
para que estén advertidos de lo que vendrá.
5. “Pero
ahora voy al que me envió; y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas?”
Jesús se asombra de que habiéndoles anunciado su
partida, ninguno de ellos le pregunte “¿A
dónde vas?” Si no lo hacen es quizá porque todavía no han asimilado del
todo esa mala noticia, o no quieren admitirla. Están tan acostumbrados a la
compañía constante de Jesús, y se sienten tan felices gozando de ella, que se
les hace difícil imaginarse que puedan ser privados de ella.
O quizá no le preguntan
a dónde va porque para ellos es obvio que si se va es para retornar al lugar de
donde vino, es decir, al cielo.
Ya en una ocasión
anterior (Jn 8:21,22), en un diálogo con escribas y fariseos, Jesús les había
dicho que Él se iría a un lugar donde ellos no podían ir, y ellos no
entendieron lo que les quería decir. Los discípulos quizá recordaban ese
intercambio y la sorpresa de los interlocutores de Jesús. Ese recuerdo
posiblemente se agolpaba en su mente, y contribuía a su desazón.
Fue justamente al
recordar ese diálogo durante la Última Cena cuando Pedro le hizo la pregunta: “Señor, ¿a dónde vas?”, y Jesús le contestó
que a dónde iba él no lo podía seguir, lo cual dio lugar al anuncio de la
negación de Pedro (13:36-38). Tomás también había antes protestado: “No sabemos a dónde vas, ¿cómo pues sabremos
cuál es el camino?” (14:5), a lo que Jesús había dado como respuesta una de
las frases más audaces y profundas de todo el Evangelio: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.” (14:6).
6. “Antes,
porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón.”
Era inevitable que al anunciarles Jesús su partida, y
las pruebas que tendrían que afrontar sin su compañía, ellos se angustiaran y
entristecieran. El anuncio de la venida de Aquel a quien Jesús llama “El Consolador”
no los consolaba, porque no entendían bien de qué, o de quién, se trataba y,
por tanto, no sabían en ese momento qué beneficios les reportaría su venida.
Ellos no tenían sino nociones vagas acerca del Espíritu Santo, porque eso era
algo que aún no les había sido plenamente revelado. Desde su perspectiva humana
nada podía compensar la ausencia de Jesús. Eso es muy comprensible, no sólo
porque lo amaban, sino porque el trato constante con Él los llenaba de una
alegría y una paz que no podían definir.
A nosotros nos ocurre
algo semejante. Aunque nunca hemos gozado de la compañía física de Jesús, sí
hemos gozado muchas veces de su cercanía espiritual y hemos tenido comunión
íntima con Él. Nosotros atesoramos esas experiencias como los momentos más altos
de nuestra vida.
Tanto más sufrimos
cuando por algún motivo pero, sobretodo por nuestra culpa, nos vemos privados
de esa comunión con Él. Su presencia, su cercanía espiritual, nos es
indispensable, y la anhelamos como el sediento anhela el agua que no ha podido
beber durante mucho tiempo (“Como el
ciervo anhela las corrientes de las aguas, así te anhela el alma mía.” (Sal
42:1).
7. “Pero yo
os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el
Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.”
Para consolarlos Jesús les dice enfáticamente que a
ellos les conviene que Él se vaya. Implícitamente les está diciendo que no sólo
a ellos, sus discípulos presentes, sino a todos sus seguidores, y a toda la
iglesia, les conviene que Él se vaya, porque mientras Él no se haya ido no
podrá venir Aquel a quien Él llama el Consolador, el Paráclito, a quien antes
ha llamado el Espíritu de Verdad. (Jn 15:26).
La pregunta que aflora
en nuestros labios es: ¿Porqué no puede venir el Espíritu Santo mientras Él no
se haya ido? Porque Él, Jesús, era la presencia de Dios en la tierra, una
presencia no sólo espiritual sino física, y no podía haber una doble presencia
divina entre los seres humanos. Una de dos, o estaba Él hablando y caminando
con ellos, o venía el Espíritu Santo a estar con ellos.
Reconozco que esto no es
algo fácil de entender. Sin embargo, me parece que es una cuestión de sentido
común.
De otro lado, cabe
preguntarse ¿por qué les convenía a ellos, y a toda la Iglesia , que Él se vaya y
que venga el Espíritu Santo en su lugar?
La respuesta parece
obvia: Porque siendo la presencia de Jesús una presencia física, corporal,
estaba limitada a un solo lugar. Pero el Consolador, siendo espíritu, no está
sujeto a esa limitación y puede estar en todas partes a la vez.
El apóstol Pablo podía
decir a los filipenses (parafraseando): “A
mí me convendría partir para estar con Cristo, pero a vosotros os conviene que
permanezca en la tierra.” (Flp 1:23), porque al irse él a la presencia del
Padre no tenía poder para enviar a nadie que lo reemplace.
Pero en el caso de Jesús
y del Espíritu Santo la cosa es diferente porque, al irse, Él y el Padre juntos
les enviarían al Espíritu Santo, y no lo podían hacer mientras Él no hubiera sido
glorificado.
Les convenía además que
Él se fuera y enviara al Espíritu Santo porque el Espíritu Santo los llenaría a
todos ellos con un poder para testificar desconocido por ellos, y con toda la
abundancia de sus dones, que permitirían que el Evangelio se difundiera por
toda la tierra atrayendo a todos los hombres a Cristo. Y eso, por lo demás, no
podía realizarse mientras su sacrificio expiatorio no se hubiera realizado, mientras
la redención no hubiera sido consumada y Él no hubiera sido glorificado, como
lo fue al ascender a la presencia de Dios una vez resucitado (Hch 1:8,9).
Recordemos que Juan
había escrito acerca del “Espíritu que
habían de recibir todos los que creyesen en Él; pues aún no había venido el
Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Jn 7:39).
Había pues un proceso necesario: Jesús tenía que subir al cielo una vez
consumada su obra redentora en la tierra, para ser recibido en la gloria por su
Padre, y enseguida descendería el Espíritu Santo con poder sobre la iglesia.
(Hch 2:2,3). Por lo demás, aunque Jesús no estuviera presente físicamente, Él
no dejaría de estar con ellos porque, como había prometido, dondequiera que
estuvieran dos o tres reunidos en su Nombre, Él estaría en medio de ellos (Mt
18:20). Antes de ascender al cielo y darles sus últimas instrucciones Él les confirmaría
su promesa de que estaría con ellos “todos
los días hasta el fin del mundo.” (Mt 28:20).
8-11. “Y
cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De
pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no
me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.”
Este es un pasaje que la mayoría de intérpretes ha
reconocido es bastante oscuro y de interpretación difícil. Trataremos de
aclararlo.
¿Qué quiere decir que
convencerá al mundo? Que el Espíritu aportará las pruebas de lo que Jesús había
enseñado acerca de sí mismo, y como esas pruebas serán irrefutables, provocarán
una convicción interna profunda en los habitantes de la tierra a donde llegue
su mensaje, comenzando por aquellos en medio de los cuales Él vivió.
¿Y en qué sentido
convencerá al mundo de pecado? Porque la mayoría de los judíos y galileos, en
medio de los cuales vivió, enseñó e hizo milagros Jesús, no creyó en Él; y más
allá de ellos, en los siglos siguientes, no creerían los que se negarían a
reconocer su obra. No obstante, a partir de Pentecostés, mediante la
predicación y los milagros que hacían los apóstoles, el Espíritu Santo haría
ver a muchos el estado de su alma y los llevaría al arrepentimiento, como
ocurrió en respuesta al primer sermón de Pedro: “Al oír esto se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los
otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hch 2:37).
El Espíritu Santo convencerá
al mundo de justicia porque al retornar en gloria al Padre que lo envió, y
sentarse a su diestra, Jesús revindicará, en primer lugar, su propia justicia
–la de un hombre inocente, libre de todo pecado- contra las acusaciones falsas
de sus enemigos; y, en segundo lugar, revindicará la justicia de su obra
redentora. Él, siendo absolutamente justo, llevó sobre su cuerpo los pecados de
todos los que, estando separados de Dios y de su gracia, tienen por Él acceso
al Padre y a la salvación. Como escribe Pablo: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él.” (2Cor 5:21).
Y de juicio porque el
enemigo, el príncipe de este mundo, que desde la caída de Adán ha regido casi
sin cuestionamientos a la humanidad, será derrotado en la cruz, y la malignidad
de su astucia será expuesta a la vista de todos. En adelante ya no ejercerá
sobre los hombres el dominio incuestionable que él ejercía. La rápida difusión
del Evangelio por el mundo conocido entonces, y la derrota del paganismo
reinante, así como la transformación de la mentalidad de la gente que abrazó el
cristianismo, constituyen, en efecto, una manifestación elocuente de esa
derrota. (Nota 1)
12. “Aún
tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar.”
¡Cuántas verdades no quisiera Jesús poder revelar a
sus discípulos para iluminar sus mentes! ¡Verdades acerca de Dios y de sí mismo
que ellos ignoran! Pero Él es consciente de que los abrumaría, y de que no las
podrían entender, porque aún no están en condiciones de hacerlo.
¡Cuántas veces ocurre en
la enseñanza que se revela a los inmaduros y a los niños, cosas que aún no
están en condiciones de comprender y que los confunden! El maestro sabio es el
que administra prudentemente los conocimientos que imparte para que puedan ser
comprendidos y asimilados gradualmente por sus oyentes a medida que progresan.
13. “Pero
cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no
hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará
saber las cosas que habrán de venir.”
Días vendrán, cuando el Espíritu Santo haya
descendido sobre ellos y sobre todos los creyentes, en que Aquel a quien Jesús
llama el Espíritu de verdad, les irá revelando paulatinamente toda la verdad
que necesitan conocer.
Así ocurrió en efecto.
Desde Pentecostés, en que la mente cerrada de los discípulos fue abierta, el
Espíritu Santo ha ido revelando a la
Iglesia todo lo que necesita conocer para caminar en rectitud,
santidad y verdad, y para guiar a su vez al rebaño, esto es, a los hombres y
mujeres a quienes Dios ha puesto a su cargo.
Ha sido una tarea
trabajosa porque el Espíritu se ha enfrentado con frecuencia a las resistencias
que la soberbia y las divisiones entre los fieles opone a su obra iluminadora.
El Espíritu Santo,
estando esencialmente unido al Padre y al Hijo, en una unidad que la
inteligencia humana es incapaz de comprender, irá revelando en el curso del
tiempo todas aquellas cosas que el consejo de Dios considerará oportuno hacer
saber a los hombres, individual o colectivamente, para su mejor gobierno.
Cuando Jesús dice que el
Espíritu Santo “no hablará por su cuenta”
(es decir, por su propia iniciativa), está diciendo que el Espíritu Santo
obrará tal como Él mismo obraba: “Porque
yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, Él me dio
mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.” (Jn 12:49; cf
8:28; 5:19,30). Esto es, dirá aquellas cosas que el Padre le encargue decir. (2)
En particular, el Espíritu
revelará a los hombres, muchas veces, es cierto, en términos misteriosos -como
vemos en Apocalipsis- los acontecimientos que les depara el futuro, para que no
los cojan enteramente por sorpresa cuando ocurran, sino los encuentre
prevenidos.
14. “Él me glorificará;
porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.”
Todo lo que el Espíritu Santo revele redundará en un
mayor conocimiento y en una mayor gloria de Cristo, que tomó sobre sí la tarea
de acercarse a sus criaturas y, estando infinitamente por encima de ellas,
asumió su naturaleza al encarnarse, tomando, como dice Pablo, “forma de siervo” (Flp 2:7), porque eso
es lo que el hombre, sujeto a todas limitaciones de su carne, en realidad es.
Así como Jesús glorificó al Padre en la tierra con lo que dijo (sus enseñanzas)
e hizo (sus milagros) (Jn 7:18; 17:4), ahora el Espíritu Santo glorificará a
Jesús revelando el significado de su obra redentora, la cual aparecerá más
adelante cada vez más claramente a la Iglesia , en particular pero no únicamente, a
través de los escritos inspirados de Pablo.
15. “Todo lo
que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará
saber.”
Lo que el Espíritu Santo revele serán cosas relativas
a Jesús que los apóstoles en ese momento ignoran, y que sus sucesores
inmediatos tampoco percibirían claramente, pero que fueron comprendiendo poco a
poco, a medida que el Espíritu se las revelaba.
Este versículo afirma
una vez más la unidad esencial del Padre y del Hijo, pues todo el conocimiento
que pertenece al primero pertenece también por derecho propio al segundo. Lo
que el Espíritu Santo revele saldrá de ese pozo infinito común de conocimientos
que pertenece al Padre y al Hijo y, naturalmente, también al Espíritu Santo, puesto
que es uno con ambos.
Notas: 1. El edicto de Milán (313 DC), que dio término a
las persecuciones, permitió la difusión pacífica de la fe cristiana a lo largo
y ancho del imperio, pero sobre todo en las ciudades. Significó también el
inicio de una época en que cristianismo y paganismo convivieron juntos y en que
prevaleció la libertad de conciencia. La fe en Cristo fue ganando terreno
frente a las diversas formas de culto a los dioses que subsistían sobre todo en
el campo (“pagano” quiere decir campesino). Los esfuerzos que Julián, llamado
el Apóstata, realizó cincuenta años más tarde para restaurar el paganismo en el
imperio, resultaron vanos, y él murió el año 363 diciendo, según la leyenda:
“Venciste Galileo”. El año 381 el emperador Teodosio, proclamó al cristianismo
como religión del estado en todos sus dominios, y se inició la lucha oficial
contra el paganismo. Los templos paganos fueron transformados en iglesias y sus
sacerdotes desterrados. En los siglos subsiguientes la fe en Cristo, que predominaba
ya en las regiones ribereñas del Mediterráneo, se propagó por toda Europa y el
Medio Oriente.
2. Creo que es pertinente citar en este lugar las
palabras del erudito evangélico F.F. Bruce, cuya obra es para mí un ejemplo y
un estímulo: “Así como se esperaba que el Mesías expusiera claramente las
implicancias plenas de la revelación que había precedido su venida, así el
Paráclito expondrá claramente las implicancias plenas de la revelación
encarnada en el Mesías, y las aplicará de manera relevante a todas las
generaciones sucesivas.”
Amado lector: Si tú no estás seguro
de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy
importante que adquieras esa seguridad,
porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria.
Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente
oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar
en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo
sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
#757 (16.12.12). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
No hay comentarios:
Publicar un comentario