Por José Belaunde M.
Un Comentario de Juan 15:1-6
Después de haberles hablado a sus discípulos mientras estaban en
el Cenáculo acerca de la promesa del Padre y de la venida del Espíritu Santo,
así como de su próxima partida, Jesús les pide a sus discípulos que se levanten
y lo acompañen a donde Él se dirige (Jn 14:31).
En el camino Él les sigue hablando y les
dice: “Yo soy la vida verdadera, y mi
Padre es el labrador.” (15:1). Él se compara a sí mismo con una vid, el
arbusto de tronco débil y ramas retorcidas del que brotan las uvas. No escoge
para la comparación ninguno de los árboles de tronco enhiesto que también
producen frutas, como el naranjo o el manzano, sino el arbusto cuyas ramas se
arrastran por tierra.
La vid era una de las plantas más cultivadas
en Israel, pues producía no sólo la fruta que les servía de alimento sino,
sobre todo, el jugo con el cual, al fermentar, se preparaba el vino. Él escoge
esta planta característica de los campos de Israel, como ejemplo para hablar de
sí mismo y de su relación con su Padre, y con sus discípulos y, más allá de
ellos, con la iglesia, porque es la más adecuada.
La planta se presta a esa comparación por
su estructura: Primero, porque tiene raíces profundas de las que surge un
tronco del que parten las ramas (sarmientos y pámpanos) de las que brotan los
racimos de uvas. Segundo, porque desde la raíz hasta las ramas circula la savia
que mantiene en vida la planta, símbolo de la gracia. Tercero, Jesús se compara
a la vid porque ella es la más fructífera de todas las plantas en relación a su
tamaño, y porque produce el fruto más exquisito, más jugoso, del cual se hace
el vino que alegra los corazones, símbolo de la vida en el espíritu.
Pero ¿por qué dice Jesús que Él es la vid
verdadera? (Nota 1)
Isaías compara a Israel con una viña (2) el
viñador, que es Dios, había plantado amorosamente, y a la que dedicó todo su
cuidado, y que, sin embargo, le dio uvas silvestres, es decir, agrias, en lugar
de uvas dulces. (Is 5:1-7). En castigo de su mala conducta, Dios rompió su
vallado y dejó que los extranjeros la pisaran hasta quedar desolada y desierta.
El Salmo 80 habla también de una vid que el
Señor hizo traer de Egipto, y que cultivó con esmero al punto que “los montes fueron cubiertos de su sombra,”
y que “extendió sus vástagos hasta el
mar”. Sin embargo el Señor rompió sus vallados y la dejó a merced de todos
los que pasaran, hasta que fue “quemada a
fuego”. (Sal 80:8-16).
Al usar la imagen de la vid, Jesús está
diciendo que la verdadera vid no es aquella del pasado, el pueblo de Israel,
que fue abandonado por Dios a causa de su infidelidad, sino que Él es la vid que
su Padre ha plantado, y que cuidará para que crezca y se extienda, y que sus
pámpanos den abundante fruto. (3)
Como durante la cena que habían celebrado
en el Cenáculo poco antes, Él les había repartido para que la bebieran la copa
de vino que es su sangre, la mención de la vid en el contexto de esta
conversación, digamos de sobremesa, tiene mucho sentido (Mt 26:27,28).
Él es pues la vid verdadera, y su Padre es
el labrador que la cultiva después de haberla sembrado. Es obvio que en esta
metáfora la siembra de la vid se refiere a la encarnación.
¿Qué es lo que el labrador hace con la vid
una vez sembrada en surcos a lo largo de las pendientes de las colinas? Hasta
donde yo sé la vid apenas necesita ser regada, pues se nutre de la humedad que
conserva la tierra donde previamente cayó la lluvia. Es un cultivo de secano.
Mientras crece la tierra debe ser removida,
y limpiada de malas hierbas para que no ahoguen a la plantita. Pero la tarea
más importante que realiza el labrador con la vid es la poda.
A eso se refiere Jesús en el versículo siguiente:
2. “Todo pámpano que en mí
no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que
lleve más fruto.”
Las ramas en las que no han surgido los brotes que se
convertirán en uvas, el labrador las corta y las separa; y toda rama que
muestra las uvas en ciernes, él la limpia, quitándole las hojas excedentes.
¿Con qué fin hace eso el labrador? Para que
cada rama de la vid pueda producir la mayor cantidad posible de racimos de uva.
Los sarmientos que brotan del tronco de la
vid verdadera que es Jesús, son sus discípulos. Los de entonces y los de todos
los tiempos. Brotaron, o fueron injertados, y están adheridos a la vid con un
fin: dar fruto. El discípulo que no da buen fruto es arrancado de la vid por
inútil, pero el que sí lleva fruto es podado, limpiado para que sea más
fructífero.
Ese es el trabajo que Dios hace con
nosotros, no una sola vez, sino constantemente: Podarnos, limpiarnos,
purificarnos, para que le demos gloria con nuestro fruto.
A sus discípulos que han estado con Él
durante los últimos tres años Él les dice: “Ya
vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.” (v.3) La palabra
por medio de la cual se efectúa la poda tiene la virtud de limpiarnos de
impurezas. Ya ellos han sido podados por la palabra que han escuchado durante
todo ese tiempo, y están listos para dar fruto abundante.
A continuación Él les exhorta (a ellos y a
nosotros): “Permaneced en mí, y yo en
vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece
en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.” (v.4).
Es necesario que permanezcamos unidos a Él,
y que su Espíritu permanezca en nosotros. El argumento que Él da es obvio y,
sin embargo, debe ser interiorizado por nosotros, porque podríamos fácilmente
olvidarlo y creernos independientes de Dios. Así como el sarmiento no puede dar
fruto si no permanece unido a la vid, recibiendo vida de la savia que circula por
el tronco desde las raíces, tampoco el creyente puede dar fruto alguno si no
permanece unido a Jesús que es la fuente de su vida. Toda ilusión que se tenga
en sentido contrario es vana.
5. “Yo soy la vid,
vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho
fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.”
En este versículo Jesús hace explícito lo que en los párrafos
anteriores permanecía implícito, aunque era obvio. Él es la vid, la planta
entera, nosotros somos las ramas de la vid, los sarmientos o pámpanos. Notemos -porque
esto es muy singular e importante- que no dice “yo soy el tronco de la vid y
vosotros las ramas”, como a veces se interpreta, sino dice “yo soy la vid”, lo que incluye a la planta entera, raíces, tronco,
ramas, hojas y racimos.
En otras palabras, insertos en Él, nosotros
formamos parte de la vid verdadera; formamos un todo con Él. Aunque Él hablaba
con sus discípulos estando todavía en vida, Él se estaba refiriendo a una
realidad ulterior que se manifestará después de su ascensión al cielo.
A esa realidad alude Efesios cuando dice: “El marido es cabeza de la mujer como Cristo
es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo”. (Ef 5:23). Aludiendo a lo
mismo Efesios dirá enseguida: “Porque
somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.” (5:30).
Poco antes ha dicho esa epístola, refiriéndose
a esa realidad del cuerpo de Cristo, esto es, a la relación íntima que existe
entre Él y nosotros, y entre sus hermanos, los cristianos, entre sí: “porque somos miembros los unos de los
otros” (4:25). Somos parte de la vid verdadera. Por eso puede decir:
“El que
permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto”. ¿Quién es el que permanece en Él, y
viceversa? ¿Y cómo se da esa permanencia?
Está en Él y permanece en Él, el que tiene
el Espíritu de Cristo morando en Él por la fe, desde el momento en que nace de
nuevo (1Cor 3:9). Desde el instante en que el Espíritu de Cristo entra en una
persona, esa persona está en Cristo y permanece en Cristo, y Cristo en él,
mientras no lo rechace consciente y voluntariamente, apartándose de la fe.
Lo que nos mantiene unidos a Cristo es la
fe. Esa unión no es estática sino dinámica, pues puede ser más o menos íntima y
efectiva, en la medida en que nosotros llevamos nuestra fe a la práctica
mediante nuestras obras; en la medida que busquemos aumentar nuestra comunión
con Él mediante la oración y la práctica de la presencia de Dios; y en la
medida en que nos llenemos de su amor.
El que permanece en Él recibe la savia del
tronco, que es la vida de Cristo, y puede gracias a ella llevar mucho fruto y
ser luz del mundo. (Mt 5:25).
Enseguida Jesús afirma algo que es el
corolario de lo anterior, pero que hace bien en recalcar: Separados de Él no
podemos hacer nada, somos impotentes en términos espirituales, tal como la rama
que es separada de la vid deja de producir racimos de uvas y se seca.
Podemos hacer muchas cosas en el mundo
estando separados de Él. Incluso hay ciertas cosas que sólo podemos hacer, como
condición previa, si estamos separados de Él completamente; cosas que Él
detesta, y que podrían acarrear nuestra condenación. Pero nada podemos hacer de
bueno, nada que traiga bendición para nuestra vida y para la de otros, si no
permanecemos unidos a Él, porque la fuerza, el poder para hacerlas nos vienen
de Él.
Pero el enemigo es tan astuto que puede
simular esa permanencia cuando la hemos perdido, o hacernos creer que en
nuestras propias fuerzas podemos llevar mucho fruto, y hacer grandes cosas en
el espíritu sin depender de Jesús. ¡Vana ilusión! Nuestra vida depende totalmente
de Él.
6. “El que en mí no
permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los
echan en el fuego, y arden.”
¿Cuál es la suerte del que no permanece en Él? Como la rama que
se ha separado del tronco ya no recibe la savia que le da vida, el que no
permanece unido a Jesús, deja de dar fruto y se marchita. Entonces los
viñadores vienen y lo echan fuera de la viña para que no estorbe, y no
contamine al resto de las vides. Una vez hecho eso los viñadores vienen y
recogen las ramas que han sido desechadas, las juntan y les prenden fuego para
que ardan hasta consumirse (cf Mt 13:30).
Este versículo es una alusión a la
condenación eterna, al fuego del infierno que amenaza a todo el que, habiendo
conocido a Dios, no permanece fiel. Su castigo será mayor que el que reciba el
que nunca lo conoció.
De este versículo se deduce que sí es
posible que el que ha conocido a Dios pueda apartarse de Él, algo que algunos
niegan. Pero Jesús afirma explícitamente que el que no permanece en Él, es
apartado y se condena. No lo mencionaría si fuera imposible que suceda.
Enseguida Jesús pone dos condiciones para que
nuestras oraciones reciban respuesta. Pero de eso hablaremos en la próxima
entrega.
Notas: 1. En griego literalmente: “Yo soy la vid, la verdadera.”
2. Los reyes macabeos hicieron acuñar monedas
que en un lado llevaban grabada una vid. El rey Herodes, el Grande, hizo
adornar una de las puertas del templo reconstruido por él, con la figura de una
vid labrada en la piedra.
3. Al hablar de la vid Jesús puede haber recordado cómo
numerosos pasajes proféticos mencionan en parábolas a la viña (es decir, al
sembrío de vides) como símbolo de su pueblo, tales como Is 27:2,3; Jer 2:21; 5:10;
10:9; 12:10,11; Ez 15:1-8; 17:5-10; 19:10-14; Os 10:1; Jl 1:7. Él mismo se
valió de la viña, más de una vez, como imagen para ilustrar sus parábolas (Mt
20:1; 21:28; 21:33-43; Lc 13:6).
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importante que adquieras esa seguridad,
porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria.
Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente
oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar
en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo
sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
g#752
(11.11.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección:
Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
2 comentarios:
Cuando no se toman el tiempo para buscar más de una cotización que usted estará malgastando el dinero que podría gastar en otra parte
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Excelente Exegesis.Le dió mucha luz al pasaje
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