Por
José Belaunde M.
En el artículo anterior hemos visto que era
necesario que Pedro cayera para que él experimentara su propia debilidad y
dejara de confiar en su propia fortaleza. Era necesario que su "ego",
que su yo, fuera humillado por la caída. Era necesario que su orgullo, la
vanidad de su carne, fuese quebrantada para que el Espíritu pudiera actuar a
través de él, para que la gracia encontrara en él un vaso dispuesto.
Eso es
algo que nos pasa también a nosotros. El que se cree firme, el que se cree
fuerte, “mire que no caiga”, escribió
Pablo (1Cor 10:12).
Sólo una
vez caído y restaurado podría estar Pedro en condiciones de apacentar a sus
hermanos.
Sólo
cuando hubiera experimentado la debilidad de su propia naturaleza, podría él
comprender y tener compasión de la debilidad de sus hermanos, y podría su
solicitud por ellos serles útil.
En cierto
sentido, Pedro, por este rasgo, se parece a Jesús, porque la Epístola a los Hebreos dice
de Jesús: "Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según
nuestra semejanza, pero sin pecado." (Hb 4:15).
¿Cómo es
posible que Jesús fuera tentado? ¿Cómo puede Dios ser tentado? Santiago dice: “Cuando alguno es tentado, no diga que es
tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni Él
tienta a nadie.” (St 1:13). Sin embargo, después de haber ayunado cuarenta
días en el desierto, Jesús fue tentado tres veces por el diablo (Mr 1:12,13).
Incluso Mt 4:1 dice que “Jesús fue
llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo.” Era
necesario que fuera tentado para que pudiera ser también nuestro modelo de
victoria sobre las tentaciones.
Hemos
visto que Hebreos dice que Jesús “fue
tentado en todo”. En todas las cosas en que nosotros podemos ser tentados,
también Él lo fue. Pero nunca pecó. Ésa es la diferencia. Nosotros hemos sido
tentados muchas veces, y muchas veces también, para vergüenza nuestra, hemos
caído. Y porque somos concientes de eso, somos concientes de que somos débiles.
Y de que no podemos mantenernos firmes en el camino recto si sólo confiamos en
nosotros mismos y no confiamos en Dios.
Es muy
probable que haya habido muchas otras
ocasiones a lo largo de los tres años de su vida pública, que no registra la Escritura , en que Jesús
fue tentado. Para que Jesús pudiera compadecerse de nuestra debilidad era
necesario que él experimentara esa debilidad en su propia carne. Era necesario que
Él tuviera hambre, que tuviera frío, que
tuviera sed, que se cansara. La
Escritura dice, en efecto, que tuvo hambre, que tuvo sed, que
se cansó. Era necesario que compartiera nuestras flaquezas, que fuera semejante
a nosotros en todo, menos en el pecado.
Ésa es la
diferencia entre Jesús y nosotros. Él sufrió las mismas limitaciones que
nosotros. Él, que era Dios, quiso padecer lo mismo que padecemos nosotros. Pero
nunca pecó.
Parecidamente,
pero guardando la infinita distancia que los separa, si Pedro debía ser capaz de
fortalecer a sus hermanos y de apacentarlos una vez marchado Jesús, era
necesario que él experimentara la humillación de la caída. Era necesario que se
diera cuenta de que era débil, de que era frágil, como lo eran también sus
colegas, los demás apóstoles. Era necesario que él no se creyera un
superhombre, sino que él tenía necesidad como todos de confiar en Dios.
Era
necesario que él reconociera su debilidad, su cobardía, para que pudiera
compadecerse de la debilidad y de la cobardía de los suyos.
A imagen
de Jesús, sólo si él reconocía que era semejante a ellos, podía él guiarlos.
Y, como he
dicho antes, sólo después del quebrantamiento de su espíritu podía él recibir
la fuerza del Espíritu de Dios; esto es, sólo cuando su propio espíritu no
opusiera resistencia a la acción del Espíritu divino.
Igual
sucede con todos nosotros. Mientras confiemos en nosotros mismos, en nuestras
fuerzas, en nuestra constancia, en nuestra entereza, en nuestra inteligencia, Dios
no puede actuar en nosotros, porque el espacio está ocupado.
Dios no
puede darnos su fortaleza, su constancia, su entereza, su
inteligencia, porque la nuestra está ocupando el lugar. Porque confiamos en nuestra fortaleza, en nuestra constancia, en nuestra entereza, no hay sitio en nuestra alma para lo que Dios quiere darnos. Pero
¿cuál será mejor, nuestra entereza, o la entereza de Dios; nuestra constancia o
la constancia de Dios; nuestra fortaleza o la fortaleza de Dios?
Es como
cuando alguien se cae al agua y está a punto de ahogarse. Cuando le da alcance
el salvavidas es necesario que el que está ahogándose deje de nadar y abandone
todo esfuerzo, para que el guardacostas pueda sacarlo del agua. De lo contrario
sus manotadas desesperadas estorbarán al que lo salva.
Nosotros
tenemos necesidad de ser humillados. Tenemos necesidad de captar la inutilidad
de nuestros propios esfuerzos, para que Cristo pueda ser nuestra fortaleza.
La palabra dice: "Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece" (Flp 4:13). Sí, pero sólo cuando no quede un ápice de
confianza en nuestra propia fortaleza, porque nuestra propia fortaleza estorba
a la fortaleza de Jesús y no la deja actuar en nosotros.
De ahí que
Pedro diga en su primera epístola: "Humillaos bajo la poderosa mano de
Dios para que Él os exalte cuando fuere tiempo." (1P 5:6).
¿Queremos
ser exaltados por Dios? Todos lo queremos. Entonces, tenemos que humillarnos. La Escritura dice repetidas
veces que el que se humilla será exaltado (Mt 23:12; Lc 14:11; 18:14). Si
queremos que Dios nos levante, tenemos que humillarnos delante de Él.
Pedro
hablaba por propia experiencia de lo que había vivido, y por eso nos puede dar
la pauta de cómo debemos actuar nosotros para que, en su momento, Dios también
nos exalte. Al reconocer su caída él había llorado amargamente y se había humillado.
Sólo entonces pudo Jesús restaurarlo.
Recordemos
que, según Proverbios, la humillación precede a la exaltación, así como la
exaltación a la humillación (Pr 18:12).
Las
palabras de Jesús que citamos al comienzo (“Yo
he orado porque tu fe no falte”) contienen
pues una enseñanza crucial para el cuerpo de Cristo, que está simbolizado en
Pedro, porque todos somos Pedro.
Pero hay también
otra manera cómo la fe de los cristianos -ministros y ovejas por igual, pero
más la de los primeros- puede debilitarse y enfriarse: por los halagos
materiales, por las comodidades excesivas, por el lujo, por el dinero. Es algo
que ha ocurrido en la historia y que sigue ocurriendo en nuestros días.
Dios nos
ha llamado a una vida sobria, a una vida en que el espíritu sea cultivado y la
carne muera. ¿Pero cómo ha de morir si es alimentada?
Para
mortificar nuestra carne, que es lo que manda la Escritura (Col 3:5. Mortificar,
dicho sea de paso, quiere decir “hacer morir”·o “dar muerte”) ayunamos,
guardamos vigilias privándonos del sueño cuando quisiéramos descansar, etc.
Pero ¿cómo ha de morir si, en vez de lo dicho, la halagamos con las muchas
comodidades, con el boato y el lujo, con frivolidades innecesarias, compitiendo
con los mundanos?
Si nuestro
apetito está saciado por las viandas groseras de la carne no buscaremos las
viandas refinadas del espíritu, porque ya estará saciado.
La
naturaleza carnal cuando es engreída, se adormece y apaga al espíritu. Si se
apaga el espíritu, se apaga la fe. “Y si
la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? Ya no sirve sino para ser
echada fuera y ser hollada por los hombres." (Mt 5:13).
La fe no
es una virtud estática. No es conquistada para siempre. Puede sufrir altibajos.
Con ellos sufre la efectividad del obrero del evangelio.
Cuéntase del
emperador Napoleón que cuando estaba en campaña casi no dormía, y si lo hacía,
se acostaba en su austero catre de soldado que llevaba consigo. Pasaba en vela
casi toda la noche, paseándose por el campamento, previendo los movimientos del
enemigo a fin de adelantarse a ellos y anularlos. Su estrategia era por eso
invencible, más eficaz y temible que sus cañones.
Siendo el
hombre más poderoso de la tierra en su tiempo, podía darse todos los lujos y
comodidades que deseara, aún estando en campaña. Pero cuando iba a la guerra,
llevaba el peso de la batalla sobre sus hombros. Igual debe hacer el soldado de
Cristo, y con mucho mayor motivo, porque su batalla es mucho más importante.
Para bien
o para mal las conquistas de Napoleón cambiaron el mapa de Europa. Las
conquistas de los cristianos peruanos pueden cambiar para bien el mapa
espiritual de nuestra patria. Pero solamente unidos a Cristo en la fe podremos
lograrlo.
¿Cómo fue restaurado
Pedro? Lo narra
el Evangelio de Juan:
“Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón,
hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? (Jesús sabía que Pedro lo amaba más que los
otros). Le respondió: Sí, Señor, tú sabes
que te amo. Le dijo: Apacienta mis ovejas.”
“Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás,
¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea
mis ovejas.”
“Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?
Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? Y le respondió:
Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis
ovejas.” (Jn 21: 15-17).
Jesús le pregunta a Pedro si lo ama tantas
veces como Pedro lo ha negado.
¡Qué maravillosa es la delicadeza de Jesús!
¡Qué maravilloso es su amor y su comprensión de las debilidades humanas! Él no
sólo no rechaza ni condena al hombre que lo ha negado de una manera tan
vergonzosa; no le echa en cara su traición; no le dirige una palabra de
reproche; sino que le encomienda una misión. ¿Por qué actuó de esa manera?
Porque sabía que Pedro había llorado amargamente. No tenía que refregarle su
traición en la cara.
¿Cómo
actuamos nosotros en casos semejantes, cuando una persona cercana nos ha
fallado? ¿Nos la pasamos reprochándole su traición a pesar de que nos ha pedido
perdón? Si le hemos perdonado, ¿vamos a seguir reprochándole lo que hizo?
Jesús nos
ha perdonado nuestros pecados multitud de veces. ¿Acaso va Él a seguir
diciéndonos: Por qué hiciste eso?
Jesús no
le reprocha a Pedro su traición, sino que le muestra de una manera
especialmente afectuosa su amor, asegurándole que no le guarda resentimiento
alguno; y encima le confirma la preeminencia que ya antes le había otorgado
sobre los doce, dándole el encargo de pastorearlos. Una evidencia más de que su
caída era una prueba necesaria.
Tantas veces
negó Pedro a Jesús, tantas veces le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas. Que es
como si le dijera: Tantas veces me negaste, tantas veces yo te confirmo mi
confianza. Así obra la misericordia de Jesús.
¡Qué
maravilloso es que así como nosotros le hemos fallado y nos hemos arrepentido,
Él también, a pesar de nuestras repetidas caídas, nos renueve cada día su
confianza y nos diga: Yo te amo, y te doy una misión!
Los que
nos llamamos cristianos tenemos, en efecto, una misión. Él está con nosotros y
nos renueva su confianza para que dondequiera que nosotros estemos, demos
testimonio de Él.
Pero hay
algo más. Jesús le predice a Pedro que va a dar testimonio de Él con su muerte.
¿Cómo así? Jesús le dijo: “De cierto, de
cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías e ibas a donde querías; mas
cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a
donde no quieras.” (Jn 21:18)
El
evangelio dice a continuación: “Esto dijo
dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto,
añadió: Sígueme.” (v. 19)
Como si le
dijera: Tú en esa ocasión te negaste a arriesgar tu vida, te negaste a correr
el peligro de morir; no quisiste dar testimonio de mí con tu muerte. Yo te voy
a dar oportunidad de repararlo y de que puedas morir por mí.
No está
registrado en la Biblia
cómo murió Pedro, como tampoco está registrado cómo murió Pablo. Pero hay
tradiciones muy confiables de que tanto el uno como el otro fueron martirizados
en Roma durante la persecución de cristianos desatada por Nerón. Tanto el uno
como el otro, así como los otros apóstoles, dieron testimonio de Jesús con su
muerte. Nótese que la palabra griega martus,
de donde viene nuestra palabra “mártir”, quiere decir “testigo”.
Felizmente
nosotros no estamos amenazados por ninguna espada por el hecho de ser
cristianos, ni arriesgamos nuestra vida por ello, pero tenemos que dar
testimonio de Jesús con nuestra vida, dondequiera que vayamos, con nuestras
acciones, con nuestras palabras, con nuestras sonrisas. Nosotros, por el solo
hecho de ser cristianos, somos testigos suyos, somos “mártires” en cierto
sentido. Somos embajadores de Cristo adondequiera que vayamos. La gente sabe
que somos cristianos y si no nos comportamos como tales, van a decir: Mira a
esos cristianitos, mira lo que hacen, mira lo que hablan.
Que nunca
se pueda decir algo semejante de nosotros; que nunca se pueda decir que
nosotros avergonzamos a Jesús con nuestra conducta delante de los demás. Sino
que, al contrario, Jesús, orgulloso de nosotros, pueda decirnos algún día: “Bien, siervo bueno y fiel…. entra en el
gozo de tu Señor” (Mt 25:23), como estamos seguros le dijo a Pedro al final
de su fecunda vida.
Nota: Es instructivo fijarse en el uso de las palabras en este
episodio. Fijémonos primero en la orden que le da Jesús a Pedro tres veces. En
RV60 la primera y la tercera vez le dice
“apacienta” (boske, imperativo de bosko en
griego), la segunda vez le dice “pastorea” (poimane, imperativo de poimano).
¿A quiénes? La primera vez RV60 dice “mis
corderos” (arníon en griego, que
es el diminutivo de arén, cordero, es
decir, corderito); la segunda y la
tercera dice: “mis ovejas” (probation, que es el diminutivo de próbaton, oveja, es decir, ovejita, término
usado en sentido cariñoso). Bosko tiene
el sentido de alimentar. La primera vez lo dice de los corderitos; la segunda,
de las ovejitas, quizá para intensificar el llamado de Pedro. Pero en la
segunda orden (v. 16) Jesús no dice bosko
sino poimano, que tiene el
sentido de cuidado total, más amplio que solo alimentar, es decir, pastorear,
guiar, guardar, curar, conducir al establo. Si los corderitos representan a los
cristianos jóvenes, quizá Jesús quería enseñarle a Pedro que cuidar de los
cristianos mayores (las ovejitas) exige un esfuerzo mayor.
Las tres órdenes sucesivas que Pedro recibe de Jesús
fueron precedidas por un intercambio entre ambos en que Jesús le pregunta a
Pedro tres veces si lo ama, y Pedro le responde que sí lo ama. Pero el verbo
que Jesús usa en sus dos primeras preguntas (agapao) es diferente del
que Pedro emplea en su respuesta (fileo).
En su tercera pregunta Jesús usa el mismo verbo que ha usado Pedro, como si
Jesús se pusiera en su nivel. ¿Hay algún significado en este juego de
sinónimos? No hay nada en las Escrituras que no lo tenga, aunque no siempre sea
fácil de discernir. El verbo que Jesús emplea suele significar un amor noble,
elevado, desinteresado. Pedro usa un verbo que implica una forma de amor que es
amistad o afecto. Pero la diferencia de matiz entre ambos verbos no se
manifiesta de una manera consistente en todos los pasajes del Nuevo Testamento
en que aparecen. Juan los emplea indistintamente en algunos pasajes.
NB. Este artículo y el anterior del mismo título están basados en la transcripción de
una enseñanza dada el 6.6.12 en el Ministerio de la “Edad de Oro”, la cual, a
su vez, estuvo basada en un artículo publicado en abril del 2004.
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EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT
THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra
que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a
Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados
cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no
merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas
veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero
recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que
he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu
sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para
ti y servirte.”
#750
(28.10.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección:
Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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