Por José Belaunde M.
Una Amistad Ejemplar
Situémonos en el campo de batalla en que un joven pastor de ovejas desconocido, apenas un muchacho, mató al temible gigante Goliat con su honda.
¿Pueden imaginarse el asombro de los filisteos al ver que su invencible paladín caía derribado por una piedra certera que se le incrustó en la frente? ¿Y más aun cuando vieron que el jovencito tomaba la espada del gigante y le cortaba la cabeza? Apenas lo vieron los filisteos huyeron despavoridos.
Los hebreos los persiguieron, mataron a un gran número y saquearon su campamento.
David, llevando consigo la cabeza sangrante de Goliat, regresó tranquilamente a su campamento. Entonces Abner, el general de los israelitas, lo llevó donde el rey Saúl, y se lo presentó.
Saúl le preguntó. ¿De quién eres hijo? (1S 17:55-58)
Entonces a las personas se les identificaba por su padre.
Por eso es que en la genealogía de Jesús, que figura en Lc 3:23ss, se dice: “José, hijo de Elí, hijo de Matat, hijo de Leví…” Y Jesús llama a Pedro: “Simón, hijo de Jonás…” (Mt 16:17) (Nota 1)
Saúl no permite que David vuelva a casa de su padre y lo pone sobre un grupo de hombres de guerra para hacer lo que el rey le ordene. (M. Henry anota al respecto: El que quiera gobernar debe aprender primero a obedecer.)
“Aconteció que cuando él hubo acabado de hablar con Saúl, el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo.” (1S 18:1) (2) ¿Quién era Jonatán, dicho sea de paso? El hijo mayor de Saúl y, por tanto, el heredero del trono.
¿Qué hay de extraordinario en eso de que lo amara como a sí mismo si el mandamiento dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Lv 19:18b) ¿Por qué lo destaca el texto inspirado si no estaba haciendo otra cosa sino cumplir la ley? Porque en el fondo es poco común; pocos son los que aman a su prójimo de esa manera.
¿Cuántos hay aquí que aman a su prójimo como a sí mismos? Digan la verdad. ¿A su prójimo, es decir, a alguien que no sea su mujer, o su esposo, o su hijo? Yo creo que ninguno, y yo menos.
Así deberíamos amar todos a nuestro prójimo, pero no lo hacemos en realidad, porque esa clase de amor es un amor absoluto.
¿A quién amamos más? Digan la verdad.
¿A Dios? Ojalá. Pero ¿a quién realmente?
Yo creo que la mayoría más que a nadie nos amamos a nosotros mismos, incluso más que a Dios. Por eso nos cuidamos, nos arreglamos, nos miramos al espejo para tratar de embellecernos, etc. Nos engreímos, en suma.
La ley en Levítico dice que debemos amar a nuestro prójimo tal como a nosotros mismos. Si eso se cumpliera la tierra sería un cielo.
Jonatán cumplió esa ley con David, y entre ambos surgió una amistad profunda, verdadera.
Todos necesitamos tener un amigo íntimo semejante, en quien podamos confiar totalmente, como dice un proverbio: “Hay amigo que es más unido que un hermano.” (Pr 18:24b).
¿Tenemos un amigo semejante? Hágase cada uno esa pregunta a sí mismo. Si no lo tenemos, pidámoselo a Dios, porque tener un amigo así es una bendición.
Dios le proporcionó a David esa clase de amigo, que era precisamente ¡oh paradoja! hijo del hombre que muy pronto sería su enemigo mortal, del hombre que lo odiaría y querría matarlo. Es sorprendente. ¿No podría Dios haber escogido para David un amigo menos problemático? No, porque en lo difícil y contradictorio de la situación se iba a mostrar la calidad de esa amistad.
El relato dice que enseguida David y Jonatán hicieron un pacto (1S 18:3,4). En prueba de su afecto Jonatán le entregó a David su manto, su armadura, su espada, su arco y su cinto. Esto es, sus cosas más preciadas.
El que es verdadero amigo da a su amigo algo propio que le sea muy valioso. Con ese gesto muestra el valor que tiene para él su amistad. Hacemos regalos valiosos a las personas que valoramos. Con el valor del regalo, según lo permitan nuestros recursos, expresamos nuestro cariño.
Jonatán le da esas cosas posiblemente también porque David, como pastor que era, estaba vestido muy modestamente. David debe haberse sentido muy honrado. Entre los antiguos una manera de honrar a una persona era darle lo mejor de la ropa que uno tiene para que se la ponga. En el libro de Ester vemos que cuando el rey Asuero quiso honrar a Mardoqueo le hizo vestirse con su ropaje real (Es 6:10,11).
Algunos sostienen que David le entregó por su parte a Jonatán la ropa que llevaba, esto es, que hubo un intercambio de ropa, porque así se sellaban en esa época los pactos de amistad. Pero es poco probable que hiciera eso, porque la ropa que él llevaba puesta era demasiado modesta para que se la pusiera un príncipe de linaje real. En todo caso, el texto no lo dice.
Saúl puso soldados a las órdenes de David y David comenzó a batallar contra los filisteos (1S 18:5). Sus triunfos empezaron a hacerlo famoso y popular entre las mujeres, que cantaban: “Saúl mató a sus miles, y David a sus diez miles.” (v. 7)
Cuando Saúl se enteró se puso furioso y empezó a tener celos de David, al punto que quería matarlo. Con ese fin comenzó a enviar arteramente a David a misiones peligrosas en la esperanza de que los filisteos lo mataran. Pero David se conducía prudentemente y salía siempre triunfante.
Cuanto más éxito tenía David, más lo odiaba Saúl (v. 28-30).
En una ocasión Saúl dio orden a Jonatán y a sus siervos de matar a David. Jonatán advirtió de ello a David y le pidió que se escondiera hasta el día siguiente en que él persuadiría a su padre de no matarlo. (1S 19:1,2).
“Y Jonatán habló bien de David a Saúl su padre, y le dijo: No peque el rey contra su siervo David, porque ninguna cosa ha cometido contra ti, y porque sus obras han sido muy buenas contigo; pues él tomó su vida en su mano y mató al filisteo, y Jehová dio gran salvación a todo Israel. Tú lo viste y te alegraste: ¿por qué pues pecarás contra la sangre inocente, matando a David sin causa? ” (19:4-6).
Jonatán defiende a David y convence a su padre de que no debe matarlo. Así actúa el verdadero amigo: Defiende a su amigo, y si estuviera en falta, trata de disculparlo.
Jonatán le comunica a David que la cólera de Saúl contra él ha disminuido, y él mismo lo trae donde Saúl para que entrara y saliera de la corte como antes. (v. 7)
Pero los celos de Saúl recrudecen al ver los éxitos que David obtiene contra los filisteos, y nuevamente intenta dos veces matarlo. En uno de esos intentos David es salvado por su mujer, Mical, que era hija de Saúl, el cual se lo reprocha airadamente (19:11ss).
David pues se ve obligado a huir de Saúl; él va donde Jonatán y se queja: ¿Qué he hecho yo para merecer el odio de tu padre? ¿Acaso no combato yo contra sus enemigos? (20:1) Pero el odio de los envidiosos no suele tener justificación alguna. Es un odio gratuito y no puede ser aplacado con nada. Cuanto más muestras de amor se dé a la persona que envidia, más odia el envidioso. La envidia es un veneno, un espíritu que viene de parte de Satanás, que se apodera de los pensamientos de una persona. La única cura contra la envidia es la distancia.
Jonatán le asegura a David que su padre no lo va a matar, y que si realmente quisiera hacerlo, él le avisaría con tiempo para que huya. Pero David le responde que Saúl le ocultará sus propósitos, porque conoce la amistad que los une.
David considera que su vida está en grave peligro. Jonatán le asegura que hará por él lo que le pida: “Lo que deseare tu alma, haré por ti.” (v. 4)
Pongámonos en la situación en que se encuentran ambos amigos. Jonatán es el príncipe heredero. Él está arriba, por así decirlo. David, aunque yerno del rey, es sólo un oficial más del ejército. Él está abajo. Pero el cariño que Jonatán tiene por él lo levanta a su altura.
Entonces David le dice que con ocasión de la próxima luna nueva habrá banquetes en casa de su padre en los que él, como yerno del rey, deberá estar presente y sentado en un lugar de honor. Pero él no quiere acudir sin estar seguro de que su vida no corre peligro. Entonces acuerdan una estratagema para que Jonatán pueda avisarle del estado de ánimo de su padre sin que tenga que decírselo de palabra.
Si su padre nota la ausencia de David, Jonatán tratará de excusarlo. Pero si se enoja es señal de que su propósito maligno no ha cesado.
Llegada la fiesta David estuvo ausente el primer día y Saúl no dijo nada, pero en el segundo día le llamó la atención. Jonatán excusó la ausencia de su amigo diciendo que le había pedido permiso para participar en un sacrificio con su familia en Belén.
Saúl se enfurece y le increpa a Jonatán que se haya puesto del lado de David a sabiendas de que mientras David viva su trono y el del propio Jonatán, que deberá sucederlo como primogénito, está en peligro. Finalmente le ordena que lo traiga porque debe morir.
Jonatán defiende a su amigo preguntando: “¿Qué de malo ha hecho David para que muera?” (v. 32)
En un arranque de furia Saúl le arroja su lanza a su hijo para herirlo. Jonatán se levanta de la mesa furioso, pero ya sabe que su padre ha decidido la muerte de David.
Al tercer día de la fiesta ambos van por separado al campo acordado y David se esconde. Jonatán dispara tres flechas como haciendo tiro al blanco. Jonatán había dicho a David: “Si las flechas caen entre tú y yo, puedes venir en paz. Pero si las flechas caen más allá de donde tú estás, no conviene que vengas.” Y esto último es lo que Jonatán hace.
Cuando el paje que estaba con Jonatán se aleja, ambos amigos se abrazan y lloran copiosamente.
En la ocasión en que acordaron esa estratagema, ambos amigos renovaron su pacto de amistad delante de Jehová. Jonatán le hizo jurar a David que cuando Dios hubiera hecho perecer a todos sus enemigos, David tendría misericordia de él y de su linaje y que no haría que su linaje desaparezca de la tierra. (v. 14-17)
Es obvio que Jonatán presentía el triunfo futuro de David sobre la casa de Saúl. Jonatán le exige a David que le haga esta promesa bajo juramento, porque en esa época era usual que cuando alguien accedía al trono en pugna con un rival, el vencedor hiciera matar a todos los del linaje rival que quedaran con vida, para evitar que alguno de ellos pudiera pretender al trono y armar una revuelta.
Notemos que Jonatán podría haber participado del encono y de la envidia que tenía su padre contra David, porque el éxito que tenía éste lo perjudicaba a él también, ya que le estaba quitando la gloria y el favor del pueblo que él podía tener. Pero él no envidiaba a David. Al contrario, lo admiraba. ¿Por qué? Porque era un alma noble. No envidiar al rival es un signo de nobleza espiritual.
Pero también de sentido común. ¿Qué es mejor: admirar o envidiar? ¿Hay alguien que sea feliz envidiando? El envidioso sufre por los éxitos y cualidades de su rival; el que admira se goza en los éxitos de su amigo.
Notemos: Los verdaderos amigos se aceptan tal como son y no hay rivalidad entre ellos. No condicionan su amistad.
Amigo es alguien en quien podemos confiar nuestros asuntos más personales, en la seguridad de que no los va a revelar a nadie. Es un verdadero y leal confidente. “Hay amigo que es más unido que un hermano.” (Pr 18:24)
A veces necesitamos de alguien en quien descargar nuestras inquietudes, angustias, preocupaciones, nuestras heridas y decepciones; y en quien podamos hacerlo sin temor de que nos juzgue o nos critique. Al contrario, seguros de que se mostrará comprensivo, nos confortará y consolará, y nos dará un buen consejo.
Para terminar David y Jonatán renuevan su alianza y el segundo le dice a David: “Jehová esté entre tu y yo, entre tu descendencia y mi descendencia para siempre.” (1S 20:42) Conciertan una alianza que durará mientras vivan y aún más allá.
A partir de ese momento se inicia la larga etapa en la vida de David en la que él huye de un sitio a otro perseguido por Saúl y viviendo como un bandolero.
En un momento dado, cuando David se había refugiado en la cueva de Hores, en el desierto de Zif, Jonatán vino a buscarlo y “fortaleció su mano en Dios.” (1S 23:16).
Ese es quizá el momento más bajo en la azarosa vida de David. Justo en ese momento acude Jonatán a fortalecer a su amigo.
Como dice el proverbio: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia.” (Pr 17:17).
Jonatán desinteresadamente le augura a David que él reinará sobre Israel y que él, Jonatán, que es el heredero legítimo, será su segundo. Y una vez más renuevan su pacto (23:17,18).
Jonatán no tiene reparos de que David más adelante ocupe el trono de Israel que le estaba destinado como heredero legítimo. Al contrario, él se alegra del triunfo de su amigo y se conforma con ser el segundo en el reino. Esta actitud nos muestra una vez más la nobleza de carácter de Jonatán.
David y Jonatán no se volvieron a encontrar. Sus caminos en adelante siguen rumbos diferentes. David vivirá como un aventurero, una especie de Robin Hood, rodeado inicialmente de una banda de forajidos (1S 22:2), que él convierte en soldados valientes. Jonatán, por su lado, acompañará a su padre en la guerra interminable que sostiene contra los filisteos.
En el monte de Gilboa se enfrentan ambos ejércitos en una gran batalla, y los israelitas son derrotados. En su huida Jonatán y dos de sus hermanos son abatidos (1S 31:1,2).
Poco después Saúl, que estaba herido, se hace matar por su escudero para no caer vivo en mano de sus enemigos (v. 4-6).
Cuando los filisteos descubren los cadáveres de Saúl y de sus hijos les cortan la cabeza y los exhiben públicamente, deshonrándolos. Pero unos israelitas de Jabes de Galaad las sacan de ahí y les dan digna sepultura (v. 7-13).
Cuando David se entera de la muerte del rey y de su amigo, canta una bella endecha lamentando su muerte, que es uno de los poemas más bellos de toda
“¡Ha perecido la gloria de Israel sobre tus alturas! ¡Cómo han caído los valientes! No lo anunciéis en Gat, ni deis las nuevas en la plaza de Ascalón; para que no le alegren las hijas de los filisteos; para que no salten de gozo las hijas de los incircuncisos.”
“Montes de Gilboa, ni rocío ni lluvia caigan sobre vosotros, ni seáis tierra de ofrendas, porque allí fue desechado el escudo de los valientes…”
“Sin sangre de los muertos, sin grosura de los valientes, el arco de Jonatán no volvía atrás, ni la espada de Saúl volvió vacía…”
“¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla! ¡Jonatán muerto en las alturas! Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor que el de las mujeres. (3) ¡Cómo han caído los valientes, han perecido las armas de guerra!” (2S 1:17-27)
Años después, siendo David rey en Jerusalén, se acuerda de la promesa que había hecho a Jonatán de tener misericordia de su linaje (2S Cap. 9).
Entonces pregunta si no ha quedado en vida ningún descendiente de Jonatán. Le contestan que ha quedado su hijo Mefiboset que es lisiado de los pies.
David lo hace venir, y cuando Mefiboset teme que David lo quiere hacer matar, David ordena que le sean devueltos a Mefiboset todos los bienes que habían sido de Saúl, y que Mefiboset en adelante coma a la mesa del rey como si fuera uno de sus hijos.
De esa manera honró David la memoria de su amigo y cumplió la promesa que le había hecho de tener misericordia de su linaje.
¡Ojalá tuviéramos nosotros un amigo como lo fue Jonatán para David, que pudo haberlo odiado como a un rival, pero a quien, exento de toda envidia, vio como un héroe de su pueblo y estuvo dispuesto a cederle el primer lugar!
¿Somos nosotros capaces de cederle a otro el primer lugar; de ceder el sitio que nos corresponde a otro a quien consideramos mejor que nosotros? Si somos capaces, entonces se podrá decir de nosotros que tenemos un alma del calibre de la de Jonatán.
2. Literalmente:“como a su alma…(en hebreo: nefesh)
3. En nuestro tiempo, en que tantas cosas se interpretan con facilidad torcidamente, esta frase podría dar pábulo a especulaciones maliciosas acerca del carácter de las relaciones entre ambos amigos. Pero sería pérdida de tiempo, porque si hubiera algo remotamente cercano a lo que los mal pensados pudieran sospechar, ambos amigos hubieran sido apedreados por el pueblo en el acto.
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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