Por José Belaunde M.
Consideraciones acerca del Libro de Hechos XI
Quiero retomar la serie del subtítulo, interrumpida hace un año. En el último artículo de la misma (El Concilio de Jerusalén II) dejamos a Pablo y Bernabé en la ciudad de Antioquía, adonde habían sido enviados por los apóstoles llevando la carta que fue dirigida a esa ciudad por la asamblea reunida en la capital judía para decidir acerca del tema de la circuncisión de los creyentes gentiles que inquietaba a los creyentes antioqueños (Véase los artículos “El Concilio de Jerusalén I y II). La carta que daba cuenta de la decisión adoptada por esa trascendental reunión no mencionaba para nada la circuncisión entre las cuatro normas cuyo cumplimiento debía exigirse a los creyentes de la gentilidad, y que consistían en no comer carne sacrificada a los ídolos, ni sangre, ni carne no hubiera sido desangrada (ahogado), así como abstenerse de fornicación. Por ese motivo la lectura de la carta les fue de gran consuelo (Hch 15:28-31).
El versículo 36 del capítulo 15 de Hechos comienza con las palabras: “Después de algunos días”, frase que es una forma bastante imprecisa de indicar el tiempo que había transcurrido desde su llegada a la capital siria. ¿Cuánto tiempo puede haber sido? ¿Uno o dos años? ¿Algunos meses? No hay manera de saberlo, pero me parece poco probable que superase el año. El hecho es que Pablo sintió que era conveniente ir a ver cómo andaban las iglesias que ambos fundaron en su periplo. Ellos podían confiar que, habiéndoselas encomendado al Espíritu Santo al nombrar ancianos en cada una de ellas, las iglesias estaban en buenas manos y estarían llenas de vida y creciendo. Pero era muy prudente de su parte el que quisieran constatar personalmente si continuaban siendo fieles al Evangelio que les habían predicado, y si estaban creciendo en la fe, en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesús.
Estando ambos de acuerdo en partir surgió entre ambos un grave desacuerdo acerca de Juan Marcos, a quien su tío Bernabé (Hch 12:12) quería llevar consigo, a lo que Pablo se oponía porque los había abandonado al empezar la parte más dura de su viaje anterior. (Nota 1)
Pablo sin duda pensaba que Marcos, que era quizás todavía muy joven, no tenía el temple necesario para enfrentar los peligros y penalidades de su nueva aventura misionera y que, si los abandonaba nuevamente, las cargas para ellos serían mayores. Bernabé, posiblemente menos exigente que Pablo, estaba encariñado con su sobrino, el hijo de su hermana María, y percibía que él tenía muchas cualidades pese a su inmadurez.
El desacuerdo fue tan grave (2) que ambos decidieron separarse y partir cada uno por su lado en expediciones independientes, llevando Bernabé a su sobrino, y Pablo escogiendo por compañero a Silas.
Vale la pena destacar la honestidad de Lucas como narrador, pues no disimula la gravedad del desacuerdo surgido, ni se pone de lado de uno ni de otro, reconociendo que ambos compañeros eran –como el propio Pablo había admitido en Hch 14:15, según reza el original- hombres de pasiones semejantes a las de los demás seres humanos.
¿Fue Pablo demasiado severo con Juan Marcos? El hecho es que Marcos –que debe haber ido madurando entretanto- fue más tarde un colaborador eficaz de Pedro, quien en su primera epístola lo llama “mi hijo” (1Pedro 5:13); y lo fue también de Pablo, pues en su segunda carta a Timoteo, al ordenar a éste que venga a verlo a Roma, donde estaba prisionero, le pide que traiga consigo a Marcos, pues le “es útil para el ministerio” (2Tm 4:11). Su deseo fue cumplido ya que en una de las cartas escritas desde la prisión lo menciona entre los que le acompañaban, añadiendo que pronto le iba a encomendar una misión, y recomendando a los colosenses acogerlo si iba donde ellos (Col 4:10). En los saludos finales a la epístola a Filemón (v. 23), Pablo menciona a Marcos entre los cuatro colaboradores que le acompañan, junto con Lucas entre otros.
Es sabido, de otro lado, que este Juan Marcos fue muy posiblemente el autor del segundo evangelio, en el cual, se sostiene, él habría plasmado lo que él había escuchado predicar al apóstol Pedro acerca de Jesús. Si esa conjetura es correcta, Marcos ha ejercido a través de su evangelio una influencia decisiva en la vida de la iglesia, que ha visto en el relato escrito por él una de las fuentes principales de nuestro conocimiento de la vida y enseñanzas de Jesús, pues contiene dichos e información que no figuran en los otros evangelios.
Nótese también que por la feliz circunstancia de haber estado vinculado con ambos, Marcos constituye un vínculo entre Pedro y Pablo. Sea como fuere, la Providencia divina sacó provecho de esa disputa pues en lugar de una sola expedición misionera partieron dos a difundir el Evangelio.
No sabemos si Pablo y Bernabé se volvieron a encontrar. En todo caso el libro de Hechos no vuelve a mencionar a Bernabé. Cómo prosiguió su misión y qué lugares visitó después Bernabé nos es desconocido, pues el libro de Hechos se concentra en las actividades de Pablo. En todo caso Pablo lo menciona dos veces con aprecio en dos epístolas posteriores: Primero, en la ya nombrada epístola a los Colosenses; y segundo, en 1Corintios 9:6, defendiendo la política que él y Bernabé seguían de proveer a su propio sostenimiento con su trabajo sin depender de las iglesias. Como esta epístola fue escrita unos 5 ó 6 años después del incidente, la mención que Pablo hace de su ex compañero parece indicar que estaba enterado de sus actividades. El hecho de que lo mencione en esta última epístola muestra también la importancia que Pablo daba al ministerio conjunto que había desarrollado con su antiguo colega.
Ahora pues Pablo se prepara para ir a visitar las iglesias fundadas por él y Bernabé en el Sur de Anatolia. Con ese propósito escoge como compañero de viaje a Silas. Esa elección no podría haber sido más oportuna por varios motivos. Silas había sido uno de los enviados por la iglesia de Jerusalén para comunicar a las iglesias de Siria y Cilicia los acuerdos tomados en la reunión apostólica celebrada en Jerusalén, prueba del prestigio de que él gozaba en esa iglesia. Él estaba pues en la mejor situación para poder absolver las dudas que los creyentes judíos de los territorios visitados pudieran tener acerca de las decisiones que les eran comunicadas.
De otro lado Silas era también –como su “cognomen” latino de Silvanus da a entender- ciudadano romano tal como era Pablo (algo que también Hechos 16:37 sugiere pues en ese versículo Pablo habla en plural en nombre de ambos). Esta circunstancia les permitía a ambos enfrentar en igualdad de condiciones –como el incidente en Filipos lo demuestra- cualquier dificultad que se pudiera presentar, evitando cualquier situación que hubiera sido embarazosa para Pablo si él hubiera estado protegido por sus derechos como ciudadano y su compañero no.
Silas acompañaría a Pablo a través del Asia Menor hasta Macedonia y se reuniría nuevamente con él en Corinto (Hch 16-18; véase 2 Cor 1:19). En el saludo inicial de las dos cartas a los Tesalonicenses, Pablo lo menciona junto con Timoteo.
Silas constituye también un vínculo entre los dos principales apóstoles, pues las palabras de saludo finales de la primera epístola de Pedro en que éste dice que escribe “por conducto de Silvano” (1P 5:12), muestran que Silas fue colaborador suyo. Estas palabras sugieren además que Silas no fue sólo un mero amanuense usado por Pedro para dictar su carta, sino que, por la calidad literaria del griego de esa epístola, se puede deducir que él tuvo un rol literario activo en su redacción. (3)
Salió pues Pablo junto con Silas “encomendados por los hermanos a la gracia de Dios” para visitar las iglesias que él había fundado en Siria y Cilicia (Hch 15:40,41), en la misión que menciona en Gal 1:21, durante el largo período que separa sus dos visitas a Jerusalén (ver Hch 9:26-30). No sabemos exactamente en qué ciudades de esas regiones las había establecido, de modo que su nombre no ha llegado a nosotros.
De ahí partió para visitar las iglesias en Derbe y Listra que había fundado en su viaje anterior realizado con Bernabé (Ver Hch 14:5-7). Pablo no tenía reparos en volver a Listra, a pesar de que en esa ciudad había sido apedreado por la turba, porque el celo por el Evangelio que lo consumía le hacía desechar todo temor.
Para llegar a esas ciudades Pablo y Silas deben haber pasado a través de las famosas “Puertas de Cilicia”, que permiten atravesar la formidable cordillera del Tauro: un largo desfiladero –como los que hay en nuestro país entre la costa y la sierra- y que a ratos se estrecha hasta no ser más que una garganta angosta.
Por ese mismo desfiladero pasaron los ejércitos conquistadores hititas, asirios, persas y griegos durante mil años de historia. Por ese mismo desfiladero bajó el joven general macedonio Alejandro –al que la historia ha dado el calificativo de “Magno”- hacia la costa siria para conquistar Judea. Es irónico pensar que ahora por ese mismo desfiladero subía en sentido contrario el judío Pablo tres siglos después no con un ejército poderoso sino con un solo compañero, y no para conquistar para su propia gloria sino para la gloria de Cristo los territorios paganos de Asia Menor y, cruzando el Mar Egeo, de Macedonia, de donde venía Alejandro, y luego Grecia y Europa. La historia tiene ironías elocuentes. Las conquistas de Alejandro sirvieron para extender el uso del idioma griego por el Oriente, idioma común que fue el vehículo usado para la difusión del Evangelio por todo el mundo civilizado de entonces.
La conquista iniciada por Pablo y los demás apóstoles cambió la faz de la civilización e inició una nueva era en la historia de la humanidad. Si bien no fue una conquista material sino espiritual, fue mucho más poderosa y de consecuencias más duraderas para las fulgurantes conquistas militares de Alejandro. Pablo era consciente de que, por la gracia de Dios, el triunfo coronaría la conquista que él emprendía (2 Cor 2:14). (4)
Notas: 1. De retorno del viaje que hicieron a Jerusalén, Pablo y Bernabé trajeron consigo a Juan Marcos (Hch 12:25) que había regresado a la capital judía cuando abandonó a los apóstoles en Panfilia (Hch 13:13). ¿Estaría Marcos arrepentido de su deserción? Es posible.
2. El texto usa la palabra paroxismós, esto es, sentimiento agudo, de donde viene nuestra palabra “paroxismo”.
3. Los apóstoles, como era costumbre entonces, no escribían personalmente sus cartas, sino las dictaban a un amanuense, lo cual aseguraba que estuvieran escritas con una letra legible. Véase al respecto el saludo final de las epístolas a los Colosenses y 2ª a los Tesalonicenses, que Pablo dice escribir con su propia mano, esto es, en contraste con el cuerpo de la carta que fue escrito por un amanuense.
4. Según una antigua leyenda judía, que consigna el historiador Josefo, antes de dejar Macedonia Alejandro tuvo un sueño en que veía al Sumo Sacerdote judío invitándolo a conquistar el Oriente. Cuando el Sumo Sacerdote –obedeciendo también a un sueño- salió de Jerusalén en una procesión solemne a recibir al conquistador, Alejandro lo reconoció por el sueño que había tenido y respetó la ciudad. (Relatado por A. Schlatter en “La Historia de la Primera Cristiandad”). El sumo sacerdote había llamado a Alejandro de Macedonia venir a Judea, así como, siglos después, según veremos un poco más adelante, un macedonio llamaría al judío Pablo a venir a su tierra (Hch 16:9).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#716 (04.03.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
Quiero retomar la serie del subtítulo, interrumpida hace un año. En el último artículo de la misma (El Concilio de Jerusalén II) dejamos a Pablo y Bernabé en la ciudad de Antioquía, adonde habían sido enviados por los apóstoles llevando la carta que fue dirigida a esa ciudad por la asamblea reunida en la capital judía para decidir acerca del tema de la circuncisión de los creyentes gentiles que inquietaba a los creyentes antioqueños (Véase los artículos “El Concilio de Jerusalén I y II). La carta que daba cuenta de la decisión adoptada por esa trascendental reunión no mencionaba para nada la circuncisión entre las cuatro normas cuyo cumplimiento debía exigirse a los creyentes de la gentilidad, y que consistían en no comer carne sacrificada a los ídolos, ni sangre, ni carne no hubiera sido desangrada (ahogado), así como abstenerse de fornicación. Por ese motivo la lectura de la carta les fue de gran consuelo (Hch 15:28-31).
El versículo 36 del capítulo 15 de Hechos comienza con las palabras: “Después de algunos días”, frase que es una forma bastante imprecisa de indicar el tiempo que había transcurrido desde su llegada a la capital siria. ¿Cuánto tiempo puede haber sido? ¿Uno o dos años? ¿Algunos meses? No hay manera de saberlo, pero me parece poco probable que superase el año. El hecho es que Pablo sintió que era conveniente ir a ver cómo andaban las iglesias que ambos fundaron en su periplo. Ellos podían confiar que, habiéndoselas encomendado al Espíritu Santo al nombrar ancianos en cada una de ellas, las iglesias estaban en buenas manos y estarían llenas de vida y creciendo. Pero era muy prudente de su parte el que quisieran constatar personalmente si continuaban siendo fieles al Evangelio que les habían predicado, y si estaban creciendo en la fe, en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesús.
Estando ambos de acuerdo en partir surgió entre ambos un grave desacuerdo acerca de Juan Marcos, a quien su tío Bernabé (Hch 12:12) quería llevar consigo, a lo que Pablo se oponía porque los había abandonado al empezar la parte más dura de su viaje anterior. (Nota 1)
Pablo sin duda pensaba que Marcos, que era quizás todavía muy joven, no tenía el temple necesario para enfrentar los peligros y penalidades de su nueva aventura misionera y que, si los abandonaba nuevamente, las cargas para ellos serían mayores. Bernabé, posiblemente menos exigente que Pablo, estaba encariñado con su sobrino, el hijo de su hermana María, y percibía que él tenía muchas cualidades pese a su inmadurez.
El desacuerdo fue tan grave (2) que ambos decidieron separarse y partir cada uno por su lado en expediciones independientes, llevando Bernabé a su sobrino, y Pablo escogiendo por compañero a Silas.
Vale la pena destacar la honestidad de Lucas como narrador, pues no disimula la gravedad del desacuerdo surgido, ni se pone de lado de uno ni de otro, reconociendo que ambos compañeros eran –como el propio Pablo había admitido en Hch 14:15, según reza el original- hombres de pasiones semejantes a las de los demás seres humanos.
¿Fue Pablo demasiado severo con Juan Marcos? El hecho es que Marcos –que debe haber ido madurando entretanto- fue más tarde un colaborador eficaz de Pedro, quien en su primera epístola lo llama “mi hijo” (1Pedro 5:13); y lo fue también de Pablo, pues en su segunda carta a Timoteo, al ordenar a éste que venga a verlo a Roma, donde estaba prisionero, le pide que traiga consigo a Marcos, pues le “es útil para el ministerio” (2Tm 4:11). Su deseo fue cumplido ya que en una de las cartas escritas desde la prisión lo menciona entre los que le acompañaban, añadiendo que pronto le iba a encomendar una misión, y recomendando a los colosenses acogerlo si iba donde ellos (Col 4:10). En los saludos finales a la epístola a Filemón (v. 23), Pablo menciona a Marcos entre los cuatro colaboradores que le acompañan, junto con Lucas entre otros.
Es sabido, de otro lado, que este Juan Marcos fue muy posiblemente el autor del segundo evangelio, en el cual, se sostiene, él habría plasmado lo que él había escuchado predicar al apóstol Pedro acerca de Jesús. Si esa conjetura es correcta, Marcos ha ejercido a través de su evangelio una influencia decisiva en la vida de la iglesia, que ha visto en el relato escrito por él una de las fuentes principales de nuestro conocimiento de la vida y enseñanzas de Jesús, pues contiene dichos e información que no figuran en los otros evangelios.
Nótese también que por la feliz circunstancia de haber estado vinculado con ambos, Marcos constituye un vínculo entre Pedro y Pablo. Sea como fuere, la Providencia divina sacó provecho de esa disputa pues en lugar de una sola expedición misionera partieron dos a difundir el Evangelio.
No sabemos si Pablo y Bernabé se volvieron a encontrar. En todo caso el libro de Hechos no vuelve a mencionar a Bernabé. Cómo prosiguió su misión y qué lugares visitó después Bernabé nos es desconocido, pues el libro de Hechos se concentra en las actividades de Pablo. En todo caso Pablo lo menciona dos veces con aprecio en dos epístolas posteriores: Primero, en la ya nombrada epístola a los Colosenses; y segundo, en 1Corintios 9:6, defendiendo la política que él y Bernabé seguían de proveer a su propio sostenimiento con su trabajo sin depender de las iglesias. Como esta epístola fue escrita unos 5 ó 6 años después del incidente, la mención que Pablo hace de su ex compañero parece indicar que estaba enterado de sus actividades. El hecho de que lo mencione en esta última epístola muestra también la importancia que Pablo daba al ministerio conjunto que había desarrollado con su antiguo colega.
Ahora pues Pablo se prepara para ir a visitar las iglesias fundadas por él y Bernabé en el Sur de Anatolia. Con ese propósito escoge como compañero de viaje a Silas. Esa elección no podría haber sido más oportuna por varios motivos. Silas había sido uno de los enviados por la iglesia de Jerusalén para comunicar a las iglesias de Siria y Cilicia los acuerdos tomados en la reunión apostólica celebrada en Jerusalén, prueba del prestigio de que él gozaba en esa iglesia. Él estaba pues en la mejor situación para poder absolver las dudas que los creyentes judíos de los territorios visitados pudieran tener acerca de las decisiones que les eran comunicadas.
De otro lado Silas era también –como su “cognomen” latino de Silvanus da a entender- ciudadano romano tal como era Pablo (algo que también Hechos 16:37 sugiere pues en ese versículo Pablo habla en plural en nombre de ambos). Esta circunstancia les permitía a ambos enfrentar en igualdad de condiciones –como el incidente en Filipos lo demuestra- cualquier dificultad que se pudiera presentar, evitando cualquier situación que hubiera sido embarazosa para Pablo si él hubiera estado protegido por sus derechos como ciudadano y su compañero no.
Silas acompañaría a Pablo a través del Asia Menor hasta Macedonia y se reuniría nuevamente con él en Corinto (Hch 16-18; véase 2 Cor 1:19). En el saludo inicial de las dos cartas a los Tesalonicenses, Pablo lo menciona junto con Timoteo.
Silas constituye también un vínculo entre los dos principales apóstoles, pues las palabras de saludo finales de la primera epístola de Pedro en que éste dice que escribe “por conducto de Silvano” (1P 5:12), muestran que Silas fue colaborador suyo. Estas palabras sugieren además que Silas no fue sólo un mero amanuense usado por Pedro para dictar su carta, sino que, por la calidad literaria del griego de esa epístola, se puede deducir que él tuvo un rol literario activo en su redacción. (3)
Salió pues Pablo junto con Silas “encomendados por los hermanos a la gracia de Dios” para visitar las iglesias que él había fundado en Siria y Cilicia (Hch 15:40,41), en la misión que menciona en Gal 1:21, durante el largo período que separa sus dos visitas a Jerusalén (ver Hch 9:26-30). No sabemos exactamente en qué ciudades de esas regiones las había establecido, de modo que su nombre no ha llegado a nosotros.
De ahí partió para visitar las iglesias en Derbe y Listra que había fundado en su viaje anterior realizado con Bernabé (Ver Hch 14:5-7). Pablo no tenía reparos en volver a Listra, a pesar de que en esa ciudad había sido apedreado por la turba, porque el celo por el Evangelio que lo consumía le hacía desechar todo temor.
Para llegar a esas ciudades Pablo y Silas deben haber pasado a través de las famosas “Puertas de Cilicia”, que permiten atravesar la formidable cordillera del Tauro: un largo desfiladero –como los que hay en nuestro país entre la costa y la sierra- y que a ratos se estrecha hasta no ser más que una garganta angosta.
Por ese mismo desfiladero pasaron los ejércitos conquistadores hititas, asirios, persas y griegos durante mil años de historia. Por ese mismo desfiladero bajó el joven general macedonio Alejandro –al que la historia ha dado el calificativo de “Magno”- hacia la costa siria para conquistar Judea. Es irónico pensar que ahora por ese mismo desfiladero subía en sentido contrario el judío Pablo tres siglos después no con un ejército poderoso sino con un solo compañero, y no para conquistar para su propia gloria sino para la gloria de Cristo los territorios paganos de Asia Menor y, cruzando el Mar Egeo, de Macedonia, de donde venía Alejandro, y luego Grecia y Europa. La historia tiene ironías elocuentes. Las conquistas de Alejandro sirvieron para extender el uso del idioma griego por el Oriente, idioma común que fue el vehículo usado para la difusión del Evangelio por todo el mundo civilizado de entonces.
La conquista iniciada por Pablo y los demás apóstoles cambió la faz de la civilización e inició una nueva era en la historia de la humanidad. Si bien no fue una conquista material sino espiritual, fue mucho más poderosa y de consecuencias más duraderas para las fulgurantes conquistas militares de Alejandro. Pablo era consciente de que, por la gracia de Dios, el triunfo coronaría la conquista que él emprendía (2 Cor 2:14). (4)
Notas: 1. De retorno del viaje que hicieron a Jerusalén, Pablo y Bernabé trajeron consigo a Juan Marcos (Hch 12:25) que había regresado a la capital judía cuando abandonó a los apóstoles en Panfilia (Hch 13:13). ¿Estaría Marcos arrepentido de su deserción? Es posible.
2. El texto usa la palabra paroxismós, esto es, sentimiento agudo, de donde viene nuestra palabra “paroxismo”.
3. Los apóstoles, como era costumbre entonces, no escribían personalmente sus cartas, sino las dictaban a un amanuense, lo cual aseguraba que estuvieran escritas con una letra legible. Véase al respecto el saludo final de las epístolas a los Colosenses y 2ª a los Tesalonicenses, que Pablo dice escribir con su propia mano, esto es, en contraste con el cuerpo de la carta que fue escrito por un amanuense.
4. Según una antigua leyenda judía, que consigna el historiador Josefo, antes de dejar Macedonia Alejandro tuvo un sueño en que veía al Sumo Sacerdote judío invitándolo a conquistar el Oriente. Cuando el Sumo Sacerdote –obedeciendo también a un sueño- salió de Jerusalén en una procesión solemne a recibir al conquistador, Alejandro lo reconoció por el sueño que había tenido y respetó la ciudad. (Relatado por A. Schlatter en “La Historia de la Primera Cristiandad”). El sumo sacerdote había llamado a Alejandro de Macedonia venir a Judea, así como, siglos después, según veremos un poco más adelante, un macedonio llamaría al judío Pablo a venir a su tierra (Hch 16:9).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#716 (04.03.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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