Por José Belaunde M.
Hay cristianos que le dicen a Dios: "¡Señor! ¡Yo quiero servirte! ¡Úsame! ¡Quiero que mi vida te dé gloria!
¿Sabes lo que eso quiere decir? ¿Que tu vida le dé gloria a Dios? ¿Puede nuestra vida darle gloria a Dios? O, antes que nada ¿necesita Dios que le demos gloria? No, en rigor no necesita, pero sí desea que lo hagamos y eso es lo que dice la Escritura: "Dad pues gloria a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios." (1Cor 6:20) Desea que lo hagamos porque ése es el mejor empleo que podemos dar a nuestro tiempo y porque Él nos ha creado con ese fin, para que le amemos y le demos gloria.
Ahora bien, si ése es el fin para el cual Dios nos ha creado, ¿por qué es que la gran mayoría de la gente no lo lleva a cabo? Porque no lo saben, no se han enterado. Y tú, amigo lector, ¿Reconoces tú ese hecho y le has dicho alguna vez a Dios que deseas servirle y darle gloria en tu vida?
Estoy seguro de que más de uno rechazaría de plano la idea, o le parecería hasta peligrosa, porque piensa que ese proyecto equivale a seguir una vocación religiosa, o a abandonarlo todo para servir a Dios. Nada más alejado de tus metas, pensarías, si es que tienes alguna.
El que nosotros pongamos nuestra vida al servicio de Dios no quiere decir que dejemos de lado todas nuestras ocupaciones, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestras aficiones y amistades. No, no las dejamos, no renunciamos a nada de lo que solemos hacer y que sea lícito. Simplemente empezamos a hacerlo todo por una motivación diferente, por amor a Él, y para su gloria. Eso es todo. Nada en sí necesita cambiar.
Es decir, lo que hago a diario: levantarme, lavarme, arreglarme, vestirme; ir a mi trabajo, si lo tengo; o lo que sea en que ocupo mi tiempo, en lugar de hacerlo porque sí (como hace la mayoría), o porque tengo que hacerlo para comer, o porque es mi obligación, o porque me gusta, lo hago en adelante para darle gusto a Dios, para serle útil.
Entonces todo lo que haga, lo que llena mi día, cambia de sentido. Puede no cambiar la manera como me gano la vida, o me preparo para ganarla, si soy estudiante; o cómo me ocupo de mi hogar, si soy madre de familia; o lo que fuere. Todo puede seguir siendo igual, pero aunque no cambie, adquiere un nuevo sentido, pues se convierte en la forma cómo sirvo a Dios y le muestro que le amo. Asumir esa actitud puede cambiar además todas las maneras como suelo enfrentar las circunstancias de la vida.
Quizá no lo hayas pensado, pero en el mundo hay infinidad de ocupaciones, sin las cuales la sociedad no marcharía. Pensemos en el recojo de basura. ¿Cómo sería la ciudad si no se recogiera la basura, si no hubiera baja policía? ¡Insoportable! Tendríamos que caminar tapándonos las narices y empezarían a cundir las enfermedades. Es un servicio indispensable. Pero ya el solo nombre que le damos, baja policía, expresa el poco aprecio que sentimos por los que hacen ese servicio. Nadie lo haría si encontrara una ocupación mejor. ¿Estarías dispuesto a hacerlo? Quizá te digas, ni muerto de hambre. Sin embargo, no podríamos vivir en esta ciudad si no hubiera quienes lo hicieran por ti. ¿Has pensado alguna vez en que lo hacen por ti? Lo hacen por un sueldo, dirás, y es cierto. Pero también lo hacen por ti porque, si no lo hicieran, tú tendrías que llevar personalmente la basura de tu casa fuera de la ciudad al basurero. De manera que dale gracias al que lo hace. Te hace un inmenso servicio. Pero tú quizá lo desprecias, no le estrecharías la mano, ni lo invitarías a pasar a tu casa, ni lo llamarías tu amigo, aunque lo es y valiosísimo.
O pensemos en los obreros que trabajan en las centrales hidroeléctricas, allá en las montañas, en las represas donde se genera la electricidad, o en las centrales cercanas, donde se distribuye. No creo que sea un trabajo muy apreciado. Tú seguramente nunca has pensado un instante en esos hombres. Tampoco debe ser uno de los trabajos más entretenidos, o mejor remunerados. No hace falta haber tenido que estudiar mucho para desempeñarlo. Un poco de mecánica, un poco de electricidad. Pero sí brazos fuertes.
Cuando prendes la luz en tu casa nunca has pensado que hay algunos hombres cuyo trabajo permite que la electricidad llegue hasta el interruptor y hasta el foco de luz. ¿Qué pasaría si se declaran todos en huelga? Se paraliza la ciudad, se paralizan las fábricas, la comida en las refrigeradoras empezaría a pudrirse. ¿Se acuerdan de cuando había cortes de luz con frecuencia? No era muy agradable.
Pues bien, estas dos ocupaciones que he tomado como ejemplo, entre las muchísimas que se realizan a diario, si bien no apreciamos a los que las llevan a cabo, ni conocemos sus nombres, son indispensables en la vida de las ciudades modernas, y son parte del trabajo de Dios en la tierra. Sí, son su trabajo. Dios ama a su creación, ama a sus criaturas, ama a los seres humanos, y es Él quien se ocupa de éstas y de una infinidad de actividades que se realizan a diario en la tierra para que los seres humanos puedan vivir.
Él es quien las ha inventado y diseñado, quien ha dado a algunos hombres la idea de desarrollarlas, y ha dado a otros el encargo de realizarlas, aunque ellos no sepan quién les ha dado la idea de hacerlas, ni sepan por cuenta de quién las hacen.
Piensa en todas las actividades que se realizan en todas partes y que permiten que el mundo siga caminando. Los que laboran en el campo, los que transportan las cosechas y las venden, los que reparten el correo, etc., etc. Todo eso forma parte del trabajo de Dios. Y los que las realizan lo hacen por cuenta de Él, aunque no lo sepan.
El trabajo que tú desempeñas, forma parte también de ese trabajo inmenso de Dios. Él lo hace a través tuyo. Nunca lo habías pensado, pero es a Dios a quien sirves sin darte cuenta. En última instancia, sirves no a tu empleador, sino a Dios y él también le sirve, aunque no lo sepa.
Bueno es que empieces a darte cuenta de esta realidad, y que empieces a desempeñar tu trabajo sabiendo que es el trabajo de Dios lo que tú haces, y que Él lo hace a través de tí. Tú eres su empleado. Él es tu patrón. Según como lo hagas le darás gloria, o harás que se avergüence. ¿Comprendes ahora lo que decía al comienzo, que Él nos ha creado para que le glorifiquemos?
Pero tú quizá objetes: Hay ciertas actividades en el mundo que Dios no ha ordenado y que no le dan gloria, sino todo lo contrario. Ciertamente. El trabajo que se realiza en los prostíbulos, por ejemplo, o en los casinos, que ahora abundan en nuestra ciudad. O la actividad febril de los asaltantes, o de los narcotraficantes, o de los contrabandistas, etc. El repertorio es muy amplio. De repente llena buena parte de las páginas amarillas de los diarios.
Eso lo hacen por cuenta del diablo, y es él quien les ha dado la idea, quien los impulsa y los dirige, y quien, al final de cuentas, los remunera, si no se arrepienten, con la muerte eterna -aunque no es el diablo sino Dios el que los condena al infierno. ¡Maravillosa recompensa! Pero no voy a hablar de eso ahora. Quizá otro día.
Pero vale la pena que pensemos un instante en cuántos empleados tiene el diablo y lo bien pagados que están algunos. Manejan un Mercedes, un superauto. ¿Quieres tú hacer su trabajo? Puedes emplearte en un bar, o abrir un expendio de licores, o invertir tus ahorros en un hostal para parejas. De repente te haces elegir al Congreso para promover tus intereses, o logras que te den un puesto importante en el gobierno. El diablo te apoyará. Pero yo conozco un mejor empleador.
Quisiera relatar una experiencia personal que me enseñó lo que sé sobre este punto de que he venido hablando. Hace poco más de 30 años, por razones que no son del caso contar, entré a trabajar en el departamento de traducciones de un gran banco neoyorquino. Era una sala inmensa en la que había unos 60 traductores en sus respectivos escritorios blancos, cada uno con su máquina de escribir (todavía no se usaban computadoras). Yo nunca había hecho labores de oficina, ni marcado tarjeta, ni había realizado un trabajo que fuera rutinario. No sabía cuánto tiempo podría aguantar allí sin que me diera claustrofobia.
Nuestro trabajo consistía en traducir al inglés los millares de comunicaciones y órdenes bancarias que llegaban de todo el mundo en diversos idiomas. La mayoría eran simples órdenes de pago y transferencias o cartas de crédito, confeccionadas de acuerdo a patrones convencionales en los que lo único que variaba eran las cantidades, los nombres y direcciones de las personas intervinientes que había que escribir en los espacios en blanco en formularios “standard” impresos de antemano: "Sírvanse pagar a la firma tal, la cantidad de tanto, por cuenta de...", etc. más otras referencias.
Pura agobiante rutina, pero sin esa rutina las operaciones bancarias que permiten que se realice el comercio exterior y que mueven al mundo de los negocios, no podrían llevarse a cabo. La mayoría de los que trabajaban allí eran extranjeros como yo, refugiados o asilados políticos, que habían desempeñado en sus países cargos de importancia: diplomáticos, profesores universitarios, abogados, etc., y por consiguiente, detestaban ese trabajo que consideraban muy por debajo de sus capacidades y títulos.
Yo también hubiera podido odiarlo, pero en algún lugar había leído poco antes (o Dios hizo que leyera) algo acerca de esto que he venido explicando: De cómo todo el trabajo que se realiza en el mundo es trabajo de Dios y cómo se hace a través nuestro.
Entonces me propuse ser conciente de este hecho a lo largo del día y decirme cada vez que ponía una nueva hoja de papel en mi máquina de escribir -y eran como 60 al día-: "Dios trabaja a través mío." Por supuesto, si Dios trabaja a través mío, lo que hago es un trabajo que vale la pena realizar y debo amarlo y hacerlo lo mejor posible.
De manera que como nunca había escrito bien a máquina, me propuse tipear lo más limpia y ordenadamente posible y mejorar la calidad de mi redacción en inglés. El resultado fue que, al poco tiempo, el cansancio y el aburrimiento que había sentido al principio fue sustituido por una alegría, un estado de exaltación y un entusiasmo que iban en aumento a medida que pasaban las horas. Ya no terminaba el día cansado como al inicio sino fresco. Cuando el supervisor preguntaba quiénes querían quedarse para hacer cuatro horas de sobre tiempo, yo era el primero en levantar la mano. No tanto por el dinero, sino por el entusiasmo y la alegría que sentía haciendo lo que todos mis colegas detestaban.
Cuando regresé al Perú y desempeñé un trabajo, si se quiere, más interesante, más estimable y mejor remunerado, yo extrañaba mi trabajo rutinario de Nueva York que, por su carácter repetitivo, me facilitaba el vivir en la presencia de Dios continuamente y gozar de su compañía. Comprendí entonces, gracias a esa experiencia, que cualquiera que sea el trabajo que uno realice, si uno lo efectúa para Dios y se esfuerza en hacerlo lo mejor posible, será para uno una fuente de satisfacción interna y se sentirá realizado y exaltado. Porque no depende tanto de lo que uno hace, sino de cómo, y por qué, y para quién lo hace.
Comprendí también cuánto Dios ama a los que realizan trabajos humildes, si los hacen a conciencia. Si tú eres uno de esos que hacen labores humildes, que nadie haría si no fuera porque no consiguen nada mejor, dale gracias a Dios por tu trabajo y hazlo lo mejor que puedas. Él desde arriba te estará mirando con agrado y te preparará un sobre de pago tan lleno como nunca te habrán dado.
ADDENDUM.
¿Puede el hombre serle útil a Dios? ¿Al Dios omnipotente, al Dios que todo lo puede? Sí, claro que puede. Dios actúa en el mundo de diversas maneras, sea directamente mediante intervenciones soberanas de su poder, sea a través de los ángeles, a quienes la Escritura llama "ministros suyos, que hacéis su voluntad" (Sal 103:21); sea también mediante seres humanos, y ése suele ser el modo preferido por Dios para actuar entre los hombres. De manera que todos nosotros, tú y yo, podemos serle útiles a Dios y Él desea que lo seamos.
¿Y cómo puede el hombre serle útil a Dios? Entre otras formas, siendo útil a otras personas, y hay muchas maneras cómo podemos serlo. De hecho vemos en el mundo muchas actividades, muchas instituciones, sean gubernamentales o privadas, que se dedican a servir a los demás, o, como suele decirse, a prestar servicios a la comunidad. Y lo hacen por diversas motivaciones, incluso a veces por lucro, o por alguna segunda intención, como podría ser la de hacerse de un buen nombre.
Individualmente podemos ser útiles a otros haciendo bien nuestro trabajo. La gran mayoría de las profesiones, ocupaciones y oficios que se practican en el mundo consisten en prestar un servicio a otra personas, Los médicos, los abogados, los ingenieros, los mecánicos, los cocineros, ganan su sustento prestando un servicio a otros.
Pero hay una gran diferencia entre servir a los demás por filantropía, por solidaridad humana, por interés, o hacerlo por amor a Dios. Esa es una motivación más pura, más noble, más desinteresada, porque no se busca nada a cambio. Pero hay algo más, y es que cuando uno hace las cosas por amor a Dios, para servirle, para darle gloria, entonces Dios se encarga de nuestras vidas. ¡Sí! Se encarga de nuestro trabajo, de nuestra familia, de nuestra economía. Y por encima de eso, se produce un cambio en nuestras actitudes, en nuestro ser interno. Una paz interior desconocida empieza a llenarnos. Nuestra relación con Dios se vuelve más profunda.
Ahora bien, nosotros sabemos que las personas que ocupan una posición de responsabilidad en el mundo tienen un número grande de colaboradores, entre los cuales hay algunos en los que el hombre importante tiene una gran confianza. Son aquellos a los que él encarga los asuntos de mayor trascendencia.
Estas personas, en virtud del servicio que prestan a su jefe, adquieren inevitablemente cierto ascendiente, cierta influencia sobre él. Por eso es que cuando uno necesita obtener algún favor de un gran personaje, nos dirigimos a uno de esos colaboradores cercanos suyos que conozcamos, para que nos recomiende, porque sabemos que el personaje los escucha.
Pues bien, algo semejante ocurre con el Gran Personaje de todos los grandes personajes, con el Jefe Supremo, con Dios. Las personas que le sirven penetran en su intimidad, en su círculo privilegiado de amigos, adquieren ascendiente sobre Él, y tanto más cuanto más grandes sean los servicios que le prestan. Los que sirven a Dios son sus favoritos, sus confidentes.
El libro del Génesis dice que Dios trataba a Abraham como a un confidente, por lo cual Santiago lo llama "amigo de Dios" (St 2:23). Por eso cuando Dios se propuso destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra, Él se preguntó a sí mismo: ¿Esconderé de Abraham lo que voy a hacer siendo como él es un fiel siervo mío? Dios incluso dejó que Abraham intercediera por las dos ciudades condenadas a destrucción, y hubiera estado dispuesto a salvarlas a su pedido si se hubieran cumplido las condiciones que le señalaba el propio Abraham (Gn 18:16ss).
NB. Este texto fue escrito para ser transmitido por radio el 28.01.98 y fue revisado para ser publicado por primera vez el 10.10.04, bajo el #338. El Addendum fue agregado en esa ocasión.
Amado lector:
Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#691 (04.09.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
¿Sabes lo que eso quiere decir? ¿Que tu vida le dé gloria a Dios? ¿Puede nuestra vida darle gloria a Dios? O, antes que nada ¿necesita Dios que le demos gloria? No, en rigor no necesita, pero sí desea que lo hagamos y eso es lo que dice la Escritura: "Dad pues gloria a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios." (1Cor 6:20) Desea que lo hagamos porque ése es el mejor empleo que podemos dar a nuestro tiempo y porque Él nos ha creado con ese fin, para que le amemos y le demos gloria.
Ahora bien, si ése es el fin para el cual Dios nos ha creado, ¿por qué es que la gran mayoría de la gente no lo lleva a cabo? Porque no lo saben, no se han enterado. Y tú, amigo lector, ¿Reconoces tú ese hecho y le has dicho alguna vez a Dios que deseas servirle y darle gloria en tu vida?
Estoy seguro de que más de uno rechazaría de plano la idea, o le parecería hasta peligrosa, porque piensa que ese proyecto equivale a seguir una vocación religiosa, o a abandonarlo todo para servir a Dios. Nada más alejado de tus metas, pensarías, si es que tienes alguna.
El que nosotros pongamos nuestra vida al servicio de Dios no quiere decir que dejemos de lado todas nuestras ocupaciones, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestras aficiones y amistades. No, no las dejamos, no renunciamos a nada de lo que solemos hacer y que sea lícito. Simplemente empezamos a hacerlo todo por una motivación diferente, por amor a Él, y para su gloria. Eso es todo. Nada en sí necesita cambiar.
Es decir, lo que hago a diario: levantarme, lavarme, arreglarme, vestirme; ir a mi trabajo, si lo tengo; o lo que sea en que ocupo mi tiempo, en lugar de hacerlo porque sí (como hace la mayoría), o porque tengo que hacerlo para comer, o porque es mi obligación, o porque me gusta, lo hago en adelante para darle gusto a Dios, para serle útil.
Entonces todo lo que haga, lo que llena mi día, cambia de sentido. Puede no cambiar la manera como me gano la vida, o me preparo para ganarla, si soy estudiante; o cómo me ocupo de mi hogar, si soy madre de familia; o lo que fuere. Todo puede seguir siendo igual, pero aunque no cambie, adquiere un nuevo sentido, pues se convierte en la forma cómo sirvo a Dios y le muestro que le amo. Asumir esa actitud puede cambiar además todas las maneras como suelo enfrentar las circunstancias de la vida.
Quizá no lo hayas pensado, pero en el mundo hay infinidad de ocupaciones, sin las cuales la sociedad no marcharía. Pensemos en el recojo de basura. ¿Cómo sería la ciudad si no se recogiera la basura, si no hubiera baja policía? ¡Insoportable! Tendríamos que caminar tapándonos las narices y empezarían a cundir las enfermedades. Es un servicio indispensable. Pero ya el solo nombre que le damos, baja policía, expresa el poco aprecio que sentimos por los que hacen ese servicio. Nadie lo haría si encontrara una ocupación mejor. ¿Estarías dispuesto a hacerlo? Quizá te digas, ni muerto de hambre. Sin embargo, no podríamos vivir en esta ciudad si no hubiera quienes lo hicieran por ti. ¿Has pensado alguna vez en que lo hacen por ti? Lo hacen por un sueldo, dirás, y es cierto. Pero también lo hacen por ti porque, si no lo hicieran, tú tendrías que llevar personalmente la basura de tu casa fuera de la ciudad al basurero. De manera que dale gracias al que lo hace. Te hace un inmenso servicio. Pero tú quizá lo desprecias, no le estrecharías la mano, ni lo invitarías a pasar a tu casa, ni lo llamarías tu amigo, aunque lo es y valiosísimo.
O pensemos en los obreros que trabajan en las centrales hidroeléctricas, allá en las montañas, en las represas donde se genera la electricidad, o en las centrales cercanas, donde se distribuye. No creo que sea un trabajo muy apreciado. Tú seguramente nunca has pensado un instante en esos hombres. Tampoco debe ser uno de los trabajos más entretenidos, o mejor remunerados. No hace falta haber tenido que estudiar mucho para desempeñarlo. Un poco de mecánica, un poco de electricidad. Pero sí brazos fuertes.
Cuando prendes la luz en tu casa nunca has pensado que hay algunos hombres cuyo trabajo permite que la electricidad llegue hasta el interruptor y hasta el foco de luz. ¿Qué pasaría si se declaran todos en huelga? Se paraliza la ciudad, se paralizan las fábricas, la comida en las refrigeradoras empezaría a pudrirse. ¿Se acuerdan de cuando había cortes de luz con frecuencia? No era muy agradable.
Pues bien, estas dos ocupaciones que he tomado como ejemplo, entre las muchísimas que se realizan a diario, si bien no apreciamos a los que las llevan a cabo, ni conocemos sus nombres, son indispensables en la vida de las ciudades modernas, y son parte del trabajo de Dios en la tierra. Sí, son su trabajo. Dios ama a su creación, ama a sus criaturas, ama a los seres humanos, y es Él quien se ocupa de éstas y de una infinidad de actividades que se realizan a diario en la tierra para que los seres humanos puedan vivir.
Él es quien las ha inventado y diseñado, quien ha dado a algunos hombres la idea de desarrollarlas, y ha dado a otros el encargo de realizarlas, aunque ellos no sepan quién les ha dado la idea de hacerlas, ni sepan por cuenta de quién las hacen.
Piensa en todas las actividades que se realizan en todas partes y que permiten que el mundo siga caminando. Los que laboran en el campo, los que transportan las cosechas y las venden, los que reparten el correo, etc., etc. Todo eso forma parte del trabajo de Dios. Y los que las realizan lo hacen por cuenta de Él, aunque no lo sepan.
El trabajo que tú desempeñas, forma parte también de ese trabajo inmenso de Dios. Él lo hace a través tuyo. Nunca lo habías pensado, pero es a Dios a quien sirves sin darte cuenta. En última instancia, sirves no a tu empleador, sino a Dios y él también le sirve, aunque no lo sepa.
Bueno es que empieces a darte cuenta de esta realidad, y que empieces a desempeñar tu trabajo sabiendo que es el trabajo de Dios lo que tú haces, y que Él lo hace a través de tí. Tú eres su empleado. Él es tu patrón. Según como lo hagas le darás gloria, o harás que se avergüence. ¿Comprendes ahora lo que decía al comienzo, que Él nos ha creado para que le glorifiquemos?
Pero tú quizá objetes: Hay ciertas actividades en el mundo que Dios no ha ordenado y que no le dan gloria, sino todo lo contrario. Ciertamente. El trabajo que se realiza en los prostíbulos, por ejemplo, o en los casinos, que ahora abundan en nuestra ciudad. O la actividad febril de los asaltantes, o de los narcotraficantes, o de los contrabandistas, etc. El repertorio es muy amplio. De repente llena buena parte de las páginas amarillas de los diarios.
Eso lo hacen por cuenta del diablo, y es él quien les ha dado la idea, quien los impulsa y los dirige, y quien, al final de cuentas, los remunera, si no se arrepienten, con la muerte eterna -aunque no es el diablo sino Dios el que los condena al infierno. ¡Maravillosa recompensa! Pero no voy a hablar de eso ahora. Quizá otro día.
Pero vale la pena que pensemos un instante en cuántos empleados tiene el diablo y lo bien pagados que están algunos. Manejan un Mercedes, un superauto. ¿Quieres tú hacer su trabajo? Puedes emplearte en un bar, o abrir un expendio de licores, o invertir tus ahorros en un hostal para parejas. De repente te haces elegir al Congreso para promover tus intereses, o logras que te den un puesto importante en el gobierno. El diablo te apoyará. Pero yo conozco un mejor empleador.
Quisiera relatar una experiencia personal que me enseñó lo que sé sobre este punto de que he venido hablando. Hace poco más de 30 años, por razones que no son del caso contar, entré a trabajar en el departamento de traducciones de un gran banco neoyorquino. Era una sala inmensa en la que había unos 60 traductores en sus respectivos escritorios blancos, cada uno con su máquina de escribir (todavía no se usaban computadoras). Yo nunca había hecho labores de oficina, ni marcado tarjeta, ni había realizado un trabajo que fuera rutinario. No sabía cuánto tiempo podría aguantar allí sin que me diera claustrofobia.
Nuestro trabajo consistía en traducir al inglés los millares de comunicaciones y órdenes bancarias que llegaban de todo el mundo en diversos idiomas. La mayoría eran simples órdenes de pago y transferencias o cartas de crédito, confeccionadas de acuerdo a patrones convencionales en los que lo único que variaba eran las cantidades, los nombres y direcciones de las personas intervinientes que había que escribir en los espacios en blanco en formularios “standard” impresos de antemano: "Sírvanse pagar a la firma tal, la cantidad de tanto, por cuenta de...", etc. más otras referencias.
Pura agobiante rutina, pero sin esa rutina las operaciones bancarias que permiten que se realice el comercio exterior y que mueven al mundo de los negocios, no podrían llevarse a cabo. La mayoría de los que trabajaban allí eran extranjeros como yo, refugiados o asilados políticos, que habían desempeñado en sus países cargos de importancia: diplomáticos, profesores universitarios, abogados, etc., y por consiguiente, detestaban ese trabajo que consideraban muy por debajo de sus capacidades y títulos.
Yo también hubiera podido odiarlo, pero en algún lugar había leído poco antes (o Dios hizo que leyera) algo acerca de esto que he venido explicando: De cómo todo el trabajo que se realiza en el mundo es trabajo de Dios y cómo se hace a través nuestro.
Entonces me propuse ser conciente de este hecho a lo largo del día y decirme cada vez que ponía una nueva hoja de papel en mi máquina de escribir -y eran como 60 al día-: "Dios trabaja a través mío." Por supuesto, si Dios trabaja a través mío, lo que hago es un trabajo que vale la pena realizar y debo amarlo y hacerlo lo mejor posible.
De manera que como nunca había escrito bien a máquina, me propuse tipear lo más limpia y ordenadamente posible y mejorar la calidad de mi redacción en inglés. El resultado fue que, al poco tiempo, el cansancio y el aburrimiento que había sentido al principio fue sustituido por una alegría, un estado de exaltación y un entusiasmo que iban en aumento a medida que pasaban las horas. Ya no terminaba el día cansado como al inicio sino fresco. Cuando el supervisor preguntaba quiénes querían quedarse para hacer cuatro horas de sobre tiempo, yo era el primero en levantar la mano. No tanto por el dinero, sino por el entusiasmo y la alegría que sentía haciendo lo que todos mis colegas detestaban.
Cuando regresé al Perú y desempeñé un trabajo, si se quiere, más interesante, más estimable y mejor remunerado, yo extrañaba mi trabajo rutinario de Nueva York que, por su carácter repetitivo, me facilitaba el vivir en la presencia de Dios continuamente y gozar de su compañía. Comprendí entonces, gracias a esa experiencia, que cualquiera que sea el trabajo que uno realice, si uno lo efectúa para Dios y se esfuerza en hacerlo lo mejor posible, será para uno una fuente de satisfacción interna y se sentirá realizado y exaltado. Porque no depende tanto de lo que uno hace, sino de cómo, y por qué, y para quién lo hace.
Comprendí también cuánto Dios ama a los que realizan trabajos humildes, si los hacen a conciencia. Si tú eres uno de esos que hacen labores humildes, que nadie haría si no fuera porque no consiguen nada mejor, dale gracias a Dios por tu trabajo y hazlo lo mejor que puedas. Él desde arriba te estará mirando con agrado y te preparará un sobre de pago tan lleno como nunca te habrán dado.
ADDENDUM.
¿Puede el hombre serle útil a Dios? ¿Al Dios omnipotente, al Dios que todo lo puede? Sí, claro que puede. Dios actúa en el mundo de diversas maneras, sea directamente mediante intervenciones soberanas de su poder, sea a través de los ángeles, a quienes la Escritura llama "ministros suyos, que hacéis su voluntad" (Sal 103:21); sea también mediante seres humanos, y ése suele ser el modo preferido por Dios para actuar entre los hombres. De manera que todos nosotros, tú y yo, podemos serle útiles a Dios y Él desea que lo seamos.
¿Y cómo puede el hombre serle útil a Dios? Entre otras formas, siendo útil a otras personas, y hay muchas maneras cómo podemos serlo. De hecho vemos en el mundo muchas actividades, muchas instituciones, sean gubernamentales o privadas, que se dedican a servir a los demás, o, como suele decirse, a prestar servicios a la comunidad. Y lo hacen por diversas motivaciones, incluso a veces por lucro, o por alguna segunda intención, como podría ser la de hacerse de un buen nombre.
Individualmente podemos ser útiles a otros haciendo bien nuestro trabajo. La gran mayoría de las profesiones, ocupaciones y oficios que se practican en el mundo consisten en prestar un servicio a otra personas, Los médicos, los abogados, los ingenieros, los mecánicos, los cocineros, ganan su sustento prestando un servicio a otros.
Pero hay una gran diferencia entre servir a los demás por filantropía, por solidaridad humana, por interés, o hacerlo por amor a Dios. Esa es una motivación más pura, más noble, más desinteresada, porque no se busca nada a cambio. Pero hay algo más, y es que cuando uno hace las cosas por amor a Dios, para servirle, para darle gloria, entonces Dios se encarga de nuestras vidas. ¡Sí! Se encarga de nuestro trabajo, de nuestra familia, de nuestra economía. Y por encima de eso, se produce un cambio en nuestras actitudes, en nuestro ser interno. Una paz interior desconocida empieza a llenarnos. Nuestra relación con Dios se vuelve más profunda.
Ahora bien, nosotros sabemos que las personas que ocupan una posición de responsabilidad en el mundo tienen un número grande de colaboradores, entre los cuales hay algunos en los que el hombre importante tiene una gran confianza. Son aquellos a los que él encarga los asuntos de mayor trascendencia.
Estas personas, en virtud del servicio que prestan a su jefe, adquieren inevitablemente cierto ascendiente, cierta influencia sobre él. Por eso es que cuando uno necesita obtener algún favor de un gran personaje, nos dirigimos a uno de esos colaboradores cercanos suyos que conozcamos, para que nos recomiende, porque sabemos que el personaje los escucha.
Pues bien, algo semejante ocurre con el Gran Personaje de todos los grandes personajes, con el Jefe Supremo, con Dios. Las personas que le sirven penetran en su intimidad, en su círculo privilegiado de amigos, adquieren ascendiente sobre Él, y tanto más cuanto más grandes sean los servicios que le prestan. Los que sirven a Dios son sus favoritos, sus confidentes.
El libro del Génesis dice que Dios trataba a Abraham como a un confidente, por lo cual Santiago lo llama "amigo de Dios" (St 2:23). Por eso cuando Dios se propuso destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra, Él se preguntó a sí mismo: ¿Esconderé de Abraham lo que voy a hacer siendo como él es un fiel siervo mío? Dios incluso dejó que Abraham intercediera por las dos ciudades condenadas a destrucción, y hubiera estado dispuesto a salvarlas a su pedido si se hubieran cumplido las condiciones que le señalaba el propio Abraham (Gn 18:16ss).
NB. Este texto fue escrito para ser transmitido por radio el 28.01.98 y fue revisado para ser publicado por primera vez el 10.10.04, bajo el #338. El Addendum fue agregado en esa ocasión.
Amado lector:
Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#691 (04.09.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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