viernes, 1 de julio de 2011

PABLO Y BERNABÉ SON TOMADOS POR DIOSES

Consideraciones acerca del libro de Hechos VIII

Por José Belaunde M.


En el artículo anterior hemos dejado a Pablo y Bernabé sacudiéndose el polvo de la ciudad de Antioquía de Pisidia, de la que fueron expulsados.

De ahí fueron a Iconio (la actual Konya) situada en una llanura fértil al extremo de Licaonia, a unos 150 km al Sudeste de Antioquía de Pisidia. Allí repitieron la estrategia desarrollada en Antioquía de Pisidia, yendo primero a la sinagoga, donde se suscitó una discusión parecida a la ciudad anterior. No obstante los dos apóstoles se quedaron allí bastante tiempo y el Señor confirmaba sus palabras con señales y prodigios, hasta que sus contrarios, judíos y gentiles que no creían, persuadieron a las autoridades que los expulsaran de la ciudad apedreándolos (Hch 14:1-5).

(Los judíos y los paganos no eran entonces muy corteses cuando se trataba de expresar su rechazo por algunas personas. ¿Lo somos los cristianos ahora más?) Los dos apóstoles huyeron entonces a Listra en Licaonia, a unos 21 km al Sur de Iconio, un medio más bien rural, poco sofisticado, en el que no había una sinagoga judía, por lo que los dos apóstoles predicaron de frente a oyentes paganos (Hch 14:6,7). De Listra era, dicho sea de paso, Timoteo, el discípulo amado, así como su madre Eunice, y su abuela Loida, a quienes Pablo condujo a la fe. (2Tm 1:5; Hch 16:1,2).

Según la mitología griega los ancianos Filemón y Baucis, que vivían en Listra, acogieron en su miserable choza a los dioses Zeus (Júpiter) y Hermes (Mecurio) que andaban en forma humana, por lo que la choza fue transformada en un espléndido palacio.

Cuando Pablo estaba predicando vio a un hombre paralítico que lo escuchaba fijamente. Entonces Pablo, dice el texto, viendo que el hombre tenía fe para ser sanado (recuérdese el episodio del paralítico en Capernaúm al que Jesús sanó cuando vio la fe de los que lo llevaban, Mr 2:5), le dijo a viva voz: “Levántate derecho sobre tus pies” (Hch 14:10), y el hombre se puso a caminar. (Esta curación milagrosa se parece a la que efectuaron Pedro y Juan sanando a un paralítico que mendigaba a la puerta del templo, Hch 3:1-10).

Entonces la gente, recordando sin duda la leyenda antigua, se puso a gritar: “¡Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros! Y a Bernabé le llamaron Júpiter y a Pablo, Mercurio, porque era el que llevaba la palabra” (Hch 14:11,12), seguramente también porque Bernabé era mayor y más alto y Pablo más bien pequeño. (Nota 1).

Vino entonces el sacerdote de Júpiter con toros adornados con guirnaldas para ofrecerles sacrificios. Cuando los dos apóstoles –que hasta ese momento no entendían lo que pasaba, porque los lugareños hablaban en lengua licaónica que los dos no entendían- se dieron cuenta de que los tomaban por dioses, “rasgaron su ropas” (v. 14) en señal de horror, y se lanzaron en medio de la multitud para desengañarlos, diciéndoles que ambos eran hombres como ellos.

Y les predicaron un pequeño sermón del que Lucas nos da un apretado resumen (v. 15-17), y que contiene algunos de los argumentos que Pablo desarrollará más extensamente en su discurso en el areópago de Atenas (Hch 17:22ss). Pero los lugareños se empeñaron en su propósito y no se dejaron convencer, por lo que apenas pudieron Pablo y Bernabé impedir que les ofrecieran sacrificios.

Entonces llegaron unos judíos de las ciudades donde habían estado antes, Antioquía e Iconio, que por lo que se ve, no los habían olvidado, y convencieron a la multitud de que ambos predicadores eran unos falsarios, por lo que la turba, que antes los aclamaba, se volvió contra ellos y, cogiendo a Pablo, lo arrastraron fuera de la ciudad y lo apedrearon dejándolo como muerto (2).

Y seguramente lo habría estado, si la gracia no lo hubiera protegido milagrosamente de los golpes. Después de un rato cuando llegaron sus nuevos convertidos angustiados, Pablo se levantó como si nada hubiera pasado, se echó a caminar y entró en la ciudad (v. 20).

Aunque algunos ponen en duda que Pablo pudiera recuperarse tan rápido, lo cierto es que el texto dice que “al día siguiente” los dos compañeros partieron para Derbe, la moderna Deiri Leni, -situada a unos 100 km al Este- la última ciudad que iban a abrir para el evangelio en este viaje, y de la cual provenía Gayo, uno de los compañeros que tuvo Pablo en su último viaje a Jerusalén (Hch 20:4).

En Derbe, dice el texto, Pablo y Bernabé hicieron muchos discípulos. Concluida su labor en esta ciudad, los dos apóstoles tuvieron el coraje de retornar a las ciudades donde los habían tratado tan mal, Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia, con el propósito de visitar a los discípulos que hacía poco se habían convertido, y confirmarlos en la fe. A esos nuevos discípulos les hicieron una advertencia que era entonces muy pertinente, y que sigue siéndolo en nuestro tiempo para muchos: que es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios (Hch 14:21,22. Véase Rm 8:17; 2Ts 1:4).

En esas ciudades Pablo y Bernabé tuvieron cuidado de dejar iglesias organizadas, poniendo al frente de ellas como autoridades, siguiendo el modelo de la sinagoga judía, a “ancianos”, es decir a personas de edad madura, que consideraron idóneas para asumir la dirección (v. 23). Antes de dejarlos, en cada caso oraron y ayunaron con ellos para encomendar las flamantes congregaciones a la gracia del Señor.

Quisiera hacer aquí una pequeña disgresión. Cuando Pablo habla de entrar en el reino de Dios ¿a qué se está refiriendo? Generalmente estamos tentados a pensar que está hablando del cielo, después de la muerte. Pero cuando Jesús habla del “reino de los cielos” o del “reino de Dios”, se refiere a veces a una realidad presente, no siempre a una realidad futura. Como cuando dice: “el reino de Dios está en medio vuestro”, es decir aquí y ahora (Lc 17:21). O cuando repetidamente dice: “el reino de los cielos se ha acercado” (Mt 3:2; 4:17; 10:7). O cuando advierte: “Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios.” (Mt 12:28). O más concretamente: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.” (Mt 11:12) cuyo sentido es: “Desde los días de Juan el Bautista el reino de Dios está irrumpiendo y los osados entran en él”. El reino de Dios en estos pasajes es la compañía de discípulos que rodeaba a Jesús y, después de su partida, la comunidad de personas que viven bajo su ley y lo reconocen como Rey y Señor.

Que el mismo Pablo lo entendió así lo vemos cuando escribe: “porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.” (Rm 14:17). Ahí él está hablando de realidades presentes, no futuras. Si nosotros hemos recibido a Cristo y obedecemos su enseñanza, vivimos en el reino de Dios.

Pablo y Bernabé concluyeron su periplo bajando por Pisidia a la región de Panfilia, en la costa, y predicaron la palabra en Perge, pasando después al puerto de Atalia (3), en donde se embarcaron para Antioquía “desde donde –dice el texto- habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían cumplido” (Hch 14:26).. Cuando llegaron ¿qué otra cosa podían hacer sino contar a la asamblea las cosas que Dios había hecho con ellos y, esto es lo impactante, cómo se había abierto una puerta grande para que los gentiles abrazaran también la fe? (Hch 14:27)

No hay manera de encomiar suficientemente la importancia de la obra cumplida por Pablo y Bernabé en este viaje misionero. En el curso de los dos años que pudo haber durado, ellos fundaron por lo menos siete iglesias: Salamina y Pafos, en Chipre; Antioquía e Iconio, en Pisidia; Listra y Derbe, en Licaonia; y Perge, en Panfilia. Con estas fundaciones la fuerza de expansión de la iglesia quebró el marco estrecho del judaísmo, en el que se había movido hasta entonces, y empezaron a cumplirse las profecías que prometían la conquista del mundo entero (F. Prat).

Estando Pablo y Bernabé comentando estas cosas con los hermanos vino también a Antioquía Pedro, atraído posiblemente por las noticias de estos éxitos que también habían llegado a Jerusalén.

En los primeros días de su visita Pedro comía con todos los creyentes –en su mayoría gentiles- en la misma mesa, lo que significaba que no guardaba las normas mosaicas acerca de lo que era permitido o no comer, como no lo hacían tampoco los creyentes gentiles, a los que nadie había enseñado que las respetaran, tanto más si era sabido que Jesús había declarado que todos los alimentos eran limpios (Mr 7:19).

Pero poco después llegaron también a Antioquía algunos de Judea -que quizá eran los mismos que Pablo dice que habían visitado a los cristianos gentiles de Galacia- insistiendo en que todos los creyentes debían circuncidarse para ser salvos (Hch 15:1).

Al llegar ellos a Antioquía, Pedro dejó de hacer mesa común con los creyentes gentiles, tal como narra Pablo en Gal 2:12,13. Pero no sólo Pedro, también Bernabé y otros creyentes judíos que estaban allí hicieron lo mismo.

Pablo consideró que este comportamiento era hipócrita y chocante, además de ser ofensivo para los creyentes no judíos, quienes como consecuencia de esa exclusión, podían empezar a considerarse como creyentes de “segunda clase”. En todo caso el comportamiento de Pedro y Bernabé, y de los otros judíos, era peligroso para la “koinonía” que debía reinar entre los cristianos, pues establecía su separación en dos grupos: los que guardaban las normas alimenticias y los que no.

Si como consecuencia de esa diferencia no podían comer juntos, pues no podían servirse los mismos alimentos a ambos, ¿cómo podían participar juntos en la ceremonia del partir el pan y compartir la misma copa, establecida por Jesús en la última cena? Nótese que en ese compartir alimentos juntos –después llamado “agape”- se expresaba lo más esencial de la unidad cristiana.

Pablo vio con toda razón en la actitud de Pedro y de los otros creyentes judíos, un peligro muy grave para la predicación del Evangelio, pues equivalía implícitamente a querer imponer a los creyentes gentiles la obligación de circuncidarse y guardar toda la ley. Por eso él se enfrentó a Pedro y le echó en cara su comportamiento. (Gal 2:14-16).

La epístola a los Gálatas fue motivada por la visita a los parajes de esa región donde Pablo había predicado, de las mismas personas (o de otras con el mismo mensaje) que decían a los nuevos creyentes que debían circuncidarse para ser salvos. Pablo escribió esa epístola para contradecir de frente esa tesis que a su juicio, y con toda razón de su parte, negaba todo valor al sacrificio de Cristo y a la fe en su nombre. (4). Porque si la salvación dependía de las obras de la ley (es decir de la circuncisión y del guardar las normas alimenticias y demás preceptos ceremoniales) ¿qué necesidad habría habido de que Jesús hubiera venido a morir en la cruz? Una de dos: O la salvación se alcanza por la fe en sus méritos sin guardar las normas de la ley, o se alcanza por los méritos de nuestras obras al guardarlas. No cabía compromiso en este punto básico.

De ahí que Pablo insistiera también en que Jesús había derribado la pared que separaba a los dos pueblos, a los judíos y a los gentiles (es decir, a circuncisos e incircuncisos), y que de ambos había hecho un solo pueblo: “ya no hay judío ni griego” como tampoco hay “esclavo ni libre, ni varón ni mujer” sino que todos han sido hechos uno en Cristo Jesús, siendo todos linaje de Abraham y herederos de todas las promesas hechas a su descendencia (Gal 3:28,29).

El resultado de esta confrontación fue que se suscitó una gran discusión, tan seria que fue decidido que fueran varios –Pablo y Bernabé entre ellos- a someter la cuestión a la iglesia de Jerusalén (Hch 15:2), una cuestión de la que sin duda dependía la supervivencia de la iglesia. El meollo de la cuestión era determinar en qué condiciones iban a ser admitidos en la iglesia los gentiles.

Es de notar que la iglesia de Jerusalén permanecía muy ligada al templo y a la sinagoga, al punto de que los nazarenos eran vistos como una secta más de las varias que había en el judaísmo entonces. Sus miembros guardaban las normas alimenticias mosaicas que diferenciaban entre alimentos puros e impuros (Véase Hch 10:9-16); iban a orar al templo asiduamente (Hch 2:46;3:1); y practicaban las purificaciones rituales (Hch 21:23-26). De ahí que fuera para ellos muy importante decidir si los gentiles que se convertían debían o no circuncidarse, como lo hacían todos los judíos.

Ya el hecho de que Pedro hubiera bautizado a los de la casa de Cornelio, sobre los que había descendido el Espíritu Santo, sin exigirles que se circuncidaran, había suscitado gran sorpresa entre los hermanos. Pero si bien Pedro pudo defender exitosamente sus acciones, de modo que los hermanos asombrados tuvieron que admitir que “también a los gentiles había dado Dios arrepentimiento para vida” (Hch 11:1-18), lo ocurrido en Cesarea quedó como un caso excepcional.

La iglesia de Antioquía en Siria, fundada por evangelistas venidos de Chipre y Cesarea, que fueron los primeros que predicaron a los griegos, fue la primera iglesia mixta de la cristiandad (Hch 11:19-21), y la cosa fue tan excepcional que despacharon allá a Bernabé, para que la supervisara y les informara (v. 22,23). Al desarrollarse la misión hacia los paganos, algunos de la iglesia de Jerusalén empezaron a preocuparse pensando que si se extendía el Evangelio a los gentiles, los creyentes judíos se convertirían pronto en una minoría dentro de la iglesia (como, en efecto, a la larga ocurrió). De ahí la necesidad –pensaron ellos- de que los nuevos convertidos se sometieran a la circuncisión y a todas la leyes ceremoniales para integrarse al pueblo hebreo. Pero como Pablo vio muy bien, esa exigencia habría puesto un gran freno a la expansión de la fe por el mundo.

La historia de las actividades de Pablo después de su conversión hasta el llamado Concilio de Jerusalén está basada en dos textos: los dos primeros capítulos de Gálatas, y los capítulos 9 y 11 al 15 de Hechos. Sin embargo, no es fácil conciliar la información que ambos documentos proporcionan, porque mientras Pablo en Gálatas habla de dos viajes a Jerusalén en esa etapa, Hechos habla de tres. ¿Cómo explicar la diferencia?

La dificultad mayor estriba en que la mayoría de los intérpretes identifica la segunda visita que Pablo menciona en Gal 2:1-10 con el Concilio de Jerusalén, y piensa que el incidente de Antioquía con Pedro (Gal 2:11ss) es posterior a éste.

La dificultad se resuelve si se estima –como yo he hecho- que la segunda visita de Gálatas es la visita a Jerusalén que según Hch 11:27-30, Pablo y Bernabé hicieron llevando la ayuda de los hermanos de Antioquía, y que el incidente con Pedro es anterior al Concilio. Si éste no es mencionado en Gálatas es porque la epístola fue escrita antes de ese importante evento, a los que vamos a dedicar los dos artículos siguientes.

Notas: 1. La literatura canónica no contiene ninguna descripción del aspecto físico de Pablo, pero el libro apócrifo “Los Hechos de Pablo” sí contiene una que tiene visos de ser auténtica: “Un hombre de baja estatura, de escaso pelo en la cabeza, de piernas curvas, pero de cuerpo sólido, enjuto de cejas, nariz algo encorvada, y lleno de gracia, porque a veces parecía ser hombre, pero en ocasiones tenía el rostro de un ángel.”

2. ¡Qué rápido y fácilmente cambian las multitudes de opinión! ¡Qué poco de fiar son sus entusiasmos! Pablo guardará el recuerdo del trato duro que recibió en esta ciudad y que casi le cuesta la vida (2Cor 11:25).

3. Atalia –hoy llamada Absu- llevaba el nombre del rey Atalo II de Pérgamo que la fundó. Pero a nosotros nos recuerda más a Atalía, la reina infame, esposa de Joram, rey de Judá, e hija del impío rey Acab, que no tenía escrúpulos para derramar sangre, y que halló una muerte cruel digna de sus crímenes (2R 11:13-16)

4. Gálatas fue –contrariamente a lo que a veces se piensa- muy posiblemente la primera epístola escrita por Pablo. Fue redactada probablemente mientras estaba en Antioquía el año 48 en reacción a los informes de la actividad de los judaizantes que le seguían los pasos y que habían llegado también a las iglesias que él y Bernabé habían fundado en Galacia del Sur. La 1ra epístola a los Tesalonicenses, a la que se atribuye generalmente ese lugar, fue escrita dos años después en la ciudad de Corinto.

#668 (06.03.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente palabra, en verdad me lleno de un sano conocimiento aun más detallado de lo que ya habia leído, gracias a usted señor josé por regalarnos ese entendimiento, Dios le bendiga más...