Por José Belaunde M.
Un Comentario del Primer Libro de Samuel 2:3-11
En el artículo anterior, segundo de esta serie, vimos cómo Ana, después de dar a luz a su hijo deseado, dejó de concurrir anualmente con su marido a la fiesta que se celebraba en el santuario de Silo. Pero una vez que lo hubo destetado lo llevó al santuario, junto con generosas ofrendas en animales y harina, y lo puso en manos del sacerdote Elí. Enseguida empezó el famoso cántico de agradecimiento que ha dado su título a estos artículos, y que seguimos analizando a continuación.
3. “No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; porque el Dios de todo saber es Jehová, y a Él toca el pesar las acciones.”
Las palabras de este versículo están dirigidas a los enemigos de Ana dentro de su familia, a su rival Penina, y a los suyos; pero están dirigidas, además, a todos los arrogantes y jactanciosos en general. Nos hacen pensar en cómo podían ser esas disputas familiares. Ella por ser estéril, había sido la víctima de las puyas y burlas de su rival.
Pero Ana dice: Encima nuestro está Dios que todo lo sabe; todo lo que nosotros decimos, pensamos y sentimos; y que pesa, es decir, juzga las acciones y palabras del hombre, como quien las coloca sobre el platillo de la balanza y estima cuánto valen. A cada cual dará la recompensa que se merece, como quien paga el justiprecio de lo que la balanza ha pesado (Pr 24:12).
Él juzga la calidad de los sentimientos que abrigamos respecto del prójimo, nuestros celos, envidias, o nuestros afectos; y más aun, Él juzga todas nuestras acciones, aun las más insignificantes y escondidas porque nada escapa a su mirada.
Los dos versículos siguientes presentan tres pares de contrastes de la forma cómo Dios obra levantando a los caídos, y humillando a los fuertes. Primero toca a los guerreros:
4. “Los arcos de los fuertes fueron quebrados, y los débiles se ciñeron de poder”.
Los arcos y las flechas eran entonces armas de largo alcance y un símbolo del poder del ejército de los reyes. Los flecheros lucían ufanos los arcos en cuyo manejo ellos eran diestros, pero Dios los rompe y los vuelve inútiles. ¿De qué sirve un arco que no puede ser tensado para disparar una flecha? Es un trozo de madera inútil. Eso hace Dios con los que se jactan de su poderío. (Véase Sal 44:6 y 46:9; 37:14,15). En cambio Él ciñe de fuerza a los débiles y a los caídos, haciendo que triunfen sobre enemigos más poderosos que ellos, porque del Señor es la victoria, y Él se la da a quien quiere.
Luego toca el turno a los que se jactan de su riqueza:
5ª. “Los saciados se alquilaron por pan, y los hambrientos dejaron de tener hambre”.
Aquellos que lo tenían todo, cuyas depósitos estaban llenos de grano y de toda clase de alimento, tuvieron necesidad de buscar trabajo y alquilarse para no pasar hambre, porque todo lo que tenían lo perdieron (Pr 23:5). En cambio los que mendigaban pan hallaron lo suficiente para saciarse y no padecer necesidad. ¡Maravillas que Dios obra frustrando los planes del hombre que no se somete a Él!
Por último, toca a los que se jactan de su prole numerosa -y aquí se refiere Ana a su propia experiencia como mujer:
5b. “Hasta la estéril ha dado a luz siete, y la que tenía muchos hijos languidece.”
A la que era objeto de burla porque era estéril Dios le ha dado el concebir siete hijos. (Nota). Siete, el número perfecto, significa en este caso que Dios ha colmado sus anhelos maternales. Aunque aún no los ha concebido, ella está confiada de que Dios le concederá tener otros hijos además de Samuel (1Sm 2:21). En cambio, la que se jactaba de los muchos hijos que ha tenido, (esto es, Penina) está triste porque ha dejado de concebir.
Los dos versículos siguientes expresan cada uno en paralelismo sinónimo, la forma contrastante cómo Dios obra en los seres humanos.
6. “Jehová mata, y Él da vida; Él hace descender al Seol, y hace subir.”
Dios es quien da la vida a todos los seres que pueblan la tierra y el que la quita cuando quiere pues Él es su autor. Nadie vive y muere sin Él. Alguno quizá se asombre: ¿Cómo puede Ana decir que Dios mata? Jesús lo dijo de otra manera: “No cae ningún pajarillo al suelo sin vuestro Padre” (Mt 10:29). Ningún ser viviente, hombre o animal, muere sin que Dios lo sepa o lo permita. Es Dios quien corta el cordón de plata de que habla Eclesiastés (12:6) y hasta que no lo haga, mantiene al hombre en vida. Pero así como Él mata, Él también restaura la vida, es decir, sana o resucita, porque toda vida procede de Él, incluyendo, para comenzar, la de los recién nacidos a quienes Él da el aliento con que respiran cuando salen de la matriz.
El segundo estico expresa la misma idea en otros términos usando la palabra Sheol, con que los hebreos designaban la morada de los muertos.
7. “Jehová empobrece y Él enriquece; abate, y enaltece.”
Es Dios quien hace prosperar al hombre o le hace languidecer, porque todo procede de su mano. Eso no quiere decir que el hombre no prospere y se enriquezca como fruto de su propio esfuerzo, pero la diligencia de nadie fructifica si Dios no bendice su empeño, así como también Él hace que los ricos pierdan su dinero cuando menos lo piensan, o que los que ocupan altas posiciones en el gobierno, o en la sociedad, las pierdan; y, a su vez, que los que no las tenían y vivían en la oscuridad, sean encumbrados.
Estos dos últimos versículos expresan de una manera muy clara y elocuente la soberanía de Dios sobre el mundo y la sociedad humana que Él ha creado. Nada ocurre sin que Él lo ordene o lo permita. Nosotros podemos pues decir que todo se lo debemos a Dios y, por el mismo motivo, que todo lo que deseamos lo podemos obtener de Él, si a Él le place concedérnoslo. Ése es el motivo por el cual oramos y hacemos rogativas y peticiones, porque la oración mueve su mano. Y si demora en concedernos lo que le pedimos es porque Él desea ser rogado, ya que de esa forma aumenta nuestra dependencia de Él, y en el proceso crecemos espiritualmente. Si Él nos concediera sin demora lo que le pedimos, nos volveríamos caprichosos como niños engreídos, y acumularíamos nuestros pedidos a Dios por cosas que no nos convienen. Haciéndose rogar Él hace que los hombres aprecien los dones de Dios en su justo valor y que nos esforcemos por recibirlos, aunque Él todo lo da gratuitamente.
8ª. “Él levanta del polvo al pobre, y del muladar exalta al menesteroso, para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor.” (Este versículo es casi una cita literal del Salmo 113:7,8).
Ana afirma que Dios puede cambiar radicalmente la condición de una persona, la más pobre que hubiere y en la mayor situación de miseria, encumbrándola a la posición más alta y más honrosa. Él puede hacerlo porque si Él creó al mundo e hizo todo lo existente dándole la forma que deseaba, bien puede con igual facilidad cambiar la situación de una persona menesterosa para darle el lugar de mayor honor, porque el destino de los hombres está en su mano (ver Dn 4:17; Lc 1:52). La figura del menesteroso en el muladar nos hace recordar el caso de Job que, después de haber sido muy rico, se encontraba en una posición miserable, siendo su paciencia probada por Dios, hasta que pasada la prueba tuvo a bien levantarlo.
8b. “Porque de Jehová son las columnas de la tierra, y Él afirmó sobre ellas el mundo.”
Según la cosmología hebrea la tierra era una superficie plana asentada sobre columnas, y estaba rodeada del mar, como una casa en medio del lago sostenida por pilares (Jb 9:6; Sal 75:3).
Pero si Dios es el autor del mundo y quien lo guarda y sostiene en un sentido material, y el que da vida a todos los seres que lo pueblan, Él lo hace también en un sentido societario y político, aunque sea menos evidente, pues todas las autoridades de la tierra dependen de Él (Rm 13:1,2). Él quita y pone gobernantes y reyes en la tierra, así como suscita a las autoridades espirituales y profetas que han influido en la evolución y desarrollo de los pueblos. (Dn 2:21)
Por último Él es quien ha dado curiosidad al hombre para descifrar los misterios y desentrañar los secretos de la naturaleza, a fin de que, mediante el desarrollo de la ciencia y de la tecnología, pueda sojuzgar la tierra, según le ordenó a Adán (Gn 1:28). Él es pues en realidad el Creador, por intermedio del hombre, de todas la maravillas del mundo moderno con las asombrosos inventos que lo pueblan, y todos los recursos tecnológicos que facilitan la vida y permiten la intercomunicación entre las personas a través de distancias que antes eran infranqueables.
9. “Él guarda los pies de sus santos, mas los impíos perecen en tinieblas; porque nadie será fuerte por su propia fuerza.”
Los guarda en un sentido figurado, de tropezar o de caer en una trampa. En otras palabras, cuida la vida de sus fieles, como sabemos que hace con todos aquellos que, no obstante sus fallas, tratan de vivir de acuerdo a su voluntad guardando su palabra (Sal 91:11). Es una manera de decir: Dios defiende a los que en Él confían. Él cuida su camino y bendice sus entradas y sus salidas.
Pero ¿qué hay de aquellos que algún día se arrepentirán? ¿No lo sabe acaso Dios? Sí, por cierto, Él cuida la vida de aquellos a quienes Él ha elegido aunque no lo sepan, para que algún día sean suyos, y sean contados entre los santos.
En realidad, Dios está constantemente llamando al arrepentimiento a los hombres y mujeres que andan descarriados y alejados de Él, cometiendo torpezas. No sabemos por qué unos responden pronto y otros tarde, ni sabemos por qué algunos permanecen impenitentes hasta la muerte.
Pero ¡ay de los que no responden! ¡Ay de los que se niegan a escuchar la voz de Dios, pese a los muchos que intercedieron por ellos, porque nadie será fuerte contra la calamidad en sus propias fuerzas!
Quizá la calamidad les venga para doblegar su dura cerviz y que inclinen su cabeza ante el Señor. Pero si no lo hicieran, si desafiaran a Dios negando su existencia; o pecando y siendo ocasión de tropiezo para otros, pese al éxito en el mundo que obtengan, ¡cuán triste será su final! Ningún placer gozado en esta vida compensará por los sufrimientos que se padezca en la otra. “¿De qué sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿Valdrá la pena gozar en la tierra de todas las satisfacciones que uno pueda desear y que el mundo ofrece, si ha de pasar la eternidad lejos de Dios, en el infierno? Si los hombres supieran lo que eso significa, no se arriesgarían a pasar ni un segundo de sus vidas en él.
Ana agrega aquí una frase que contiene una verdad muchas veces repetida en la vida cristiana -y que se halla formulada en Flp 4:13 en otros términos: “Nadie será fuerte por su propia fuerza”. Pablo lo dijo así: “Todo lo puedo en Aquel que me fortalece”. Todo lo que el hombre quiera hacer lo logra por las fuerzas y la inteligencia que Dios le presta, aunque él ignore la fuente. El ser humano se cree mucho y se ensoberbece cuando la suerte (esto es, las circunstancias que Dios permite, o que el diablo agencia) le favorecen. En su vana esperanza imagina de que el éxito le sonreirá sin falla siempre, pero ignora que todo lo que tiene y llama suyo le es prestado, y que tiene un término fijado de antemano por Dios. Y que, llegado ese día, tendrá que dar cuenta de todo lo que hizo y del uso que dio a los dones de diversa naturaleza que Dios puso en sus manos.
¡Oh mortal! Si llegas al final de tu vida sin Dios, todo lo perdiste. Pero si cuando llegue ese día estás con Él, para ti el morir será ganancia. (Flp 1:21)
10ª. “Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios, y sobre ellos tronará desde los cielos”
No hay nadie que puede oponerse al poder de Dios. Por eso Ana proclama que sus enemigos –esto es, los que le contradicen y predican lo contrario a su ley- serán quebrantados en su presencia. ¿Quiénes son los adversarios de Dios? En primer lugar, los que conociendo su voluntad se niegan a cumplirla, y enseñan a otros a hacer lo mismo, difundiendo doctrinas contrarias a la suya. En tiempos de Israel esos eran los adoradores de dioses ajenos, cuyos cultos idólatras corrompían las costumbres, porque estaban acompañados de orgías y de prostitución sagrada. Pero también eran enemigos de Dios los enemigos del pueblo escogido, aunque Dios a veces los usara para disciplinar a Israel. En fin, eran enemigos de Dios todos los que violaban su ley en sus vidas privadas, y muy en particular, los que abusaban de su prójimo y lo oprimían (Is 58:3-6); los que olvidaban que Dios había ordenado amar al prójimo con el mismo amor con que uno se ama a sí mismo.
En nuestro tiempo son enemigos de Dios los que obran de una manera contraria a la caridad cristiana. Pero también los que con argumentos falaces niegan la existencia de Dios, y peor aún, los que usando los medios que la tecnología moderna pone a su alcance (radio, TV, Internet), corrompen la moral de la gente y, en especial, de los jóvenes.
Si bien Dios tiene paciencia, todos ellos en su momento, -y ése será un momento particular para cada uno- serán quebrantados por el poder de Dios; algunos públicamente –aunque pocos reconozcan la mano de Dios cuando interviene- otros, de forma privada. De una u otra forma, Dios llamará a cuentas a todos los que se le opusieron y arrastraron a otros por el mismo camino de perdición que ellos siguieron. Por eso Ana añade:
10b. “Jehová juzgará los confines de la tierra”
Él es juez del mundo entero. Ante Su tribunal comparecerán todos, cristianos y paganos, agnósticos y ateos, buenos y malos. Todos comparecerán ante el tribunal de Dios para recibir la sentencia que sus hechos merecen (Rm 14:10; 2Cor 5:10). Algunos alcanzarán misericordia; otros, los endurecidos, serán objeto de su justa ira. “¡Tremenda cosa es caer en manos del Dios viviente!” (Hb 10:31)
10c. “Dará poder a su Rey, y exaltará el poderío de su Ungido”
Las últimas palabras de Ana –puesto que todavía no había rey en Israel- constituyen una profecía doble: una inmediata acerca del rey David, al que su hijo Samuel en un día no lejano ungiría; otra futura sobre el descendiente de David que sería el Mesías, que vendría a salvar a su pueblo y al mundo entero del pecado.
11. “Y Elcana se volvió a su casa en Ramá; y el niño ministraba a Jehová delante del sacerdote Elí.”
Terminado su cántico, que Elcana debe haber escuchado asombrado, él se llevó a los suyos de regreso a su casa, dejando al niño con el sacerdote Elí. Hemos de pensar, como ya se ha dicho, que esa entrega se produjo no a la tierna edad en que el niño fue destetado del seno materno, en que cuidarlo hubiera sido una carga para Elí, sino a la edad en que el niño no tendría necesidad del cuidado constante de su madre –quizá a los 5 ó 6 años- y estaba ya en condiciones de poder ministrar al Señor, según las posibilidades infantiles, cantando o tocando algún instrumento, o ayudando en el altar. No obstante, cualquiera que fuera su edad ¿podemos imaginar cuánto debe haber llorado el niño cuando su madre se separó de él dejándolo en manos de Elí, y cuánto debe haber partido el alma de Ana su llanto?
El futuro profeta y juez de Israel creció desde temprana edad en el santuario de Dios, participando en las ceremonias sagradas y en los solemnes sacrificios, llenando su mente y su imaginación de la grandeza del poder de Dios, y de la reverencia debida a su Nombre. Él recibió en el consejo de Dios la mejor preparación posible para el papel que posteriormente iba a desempeñar en la historia del pueblo elegido.
Ana es un tipo de María, la madre de Jesús porque, aunque haya algunas diferencias entre ellas, hay entre ambas significativas semejanzas. Ana concibe un hijo por una intervención milagrosa de Dios que la libra de la esterilidad; María, que no era estéril, concibe milagrosamente a un hijo sin intervención de varón (Lc 1:26-35).
Ana da a luz a un hijo que cumplirá un papel fundamental en la historia de Israel, pues por él las doce tribus se unifican en un estado y alcanzan gran poder al tener a su cabeza a un rey. María da a luz al Ungido, al Mesías, Salvador de la humanidad entera que cambió el rumbo de la historia humana.
Ana pronunció una profecía que tendría un doble cumplimiento. Uno próximo: la unción de un rey para Israel, que se cumplió por la acción de su hijo al ungir primero a Saúl, y luego a David. En efecto, tal como anunció ella, Dios exaltó el poder de ese ungido, el rey David, que fundó la grandeza de Israel.
Pero su profecía apunta al Rey futuro del mismo linaje real, que será el verdadero Ungido, el Mesías enviado por Dios para redimir al mundo del pecado, profecía que se cumplió a través del Hijo que María concibió por obra del Espíritu Santo. Ana es pues, en muchos sentidos, una noble figura de María, así como Samuel lo es de Jesús.
Nota: El salmo 127:4,5 compara a los hijos con las flechas que tiene el hombre en su aljaba.
NB. En la próxima entrega, estudiaremos el Cántico de María, llamado también “Magnificat”, que tiene mucho en común con el de Ana.
#684 (10.07.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
En el artículo anterior, segundo de esta serie, vimos cómo Ana, después de dar a luz a su hijo deseado, dejó de concurrir anualmente con su marido a la fiesta que se celebraba en el santuario de Silo. Pero una vez que lo hubo destetado lo llevó al santuario, junto con generosas ofrendas en animales y harina, y lo puso en manos del sacerdote Elí. Enseguida empezó el famoso cántico de agradecimiento que ha dado su título a estos artículos, y que seguimos analizando a continuación.
3. “No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; porque el Dios de todo saber es Jehová, y a Él toca el pesar las acciones.”
Las palabras de este versículo están dirigidas a los enemigos de Ana dentro de su familia, a su rival Penina, y a los suyos; pero están dirigidas, además, a todos los arrogantes y jactanciosos en general. Nos hacen pensar en cómo podían ser esas disputas familiares. Ella por ser estéril, había sido la víctima de las puyas y burlas de su rival.
Pero Ana dice: Encima nuestro está Dios que todo lo sabe; todo lo que nosotros decimos, pensamos y sentimos; y que pesa, es decir, juzga las acciones y palabras del hombre, como quien las coloca sobre el platillo de la balanza y estima cuánto valen. A cada cual dará la recompensa que se merece, como quien paga el justiprecio de lo que la balanza ha pesado (Pr 24:12).
Él juzga la calidad de los sentimientos que abrigamos respecto del prójimo, nuestros celos, envidias, o nuestros afectos; y más aun, Él juzga todas nuestras acciones, aun las más insignificantes y escondidas porque nada escapa a su mirada.
Los dos versículos siguientes presentan tres pares de contrastes de la forma cómo Dios obra levantando a los caídos, y humillando a los fuertes. Primero toca a los guerreros:
4. “Los arcos de los fuertes fueron quebrados, y los débiles se ciñeron de poder”.
Los arcos y las flechas eran entonces armas de largo alcance y un símbolo del poder del ejército de los reyes. Los flecheros lucían ufanos los arcos en cuyo manejo ellos eran diestros, pero Dios los rompe y los vuelve inútiles. ¿De qué sirve un arco que no puede ser tensado para disparar una flecha? Es un trozo de madera inútil. Eso hace Dios con los que se jactan de su poderío. (Véase Sal 44:6 y 46:9; 37:14,15). En cambio Él ciñe de fuerza a los débiles y a los caídos, haciendo que triunfen sobre enemigos más poderosos que ellos, porque del Señor es la victoria, y Él se la da a quien quiere.
Luego toca el turno a los que se jactan de su riqueza:
5ª. “Los saciados se alquilaron por pan, y los hambrientos dejaron de tener hambre”.
Aquellos que lo tenían todo, cuyas depósitos estaban llenos de grano y de toda clase de alimento, tuvieron necesidad de buscar trabajo y alquilarse para no pasar hambre, porque todo lo que tenían lo perdieron (Pr 23:5). En cambio los que mendigaban pan hallaron lo suficiente para saciarse y no padecer necesidad. ¡Maravillas que Dios obra frustrando los planes del hombre que no se somete a Él!
Por último, toca a los que se jactan de su prole numerosa -y aquí se refiere Ana a su propia experiencia como mujer:
5b. “Hasta la estéril ha dado a luz siete, y la que tenía muchos hijos languidece.”
A la que era objeto de burla porque era estéril Dios le ha dado el concebir siete hijos. (Nota). Siete, el número perfecto, significa en este caso que Dios ha colmado sus anhelos maternales. Aunque aún no los ha concebido, ella está confiada de que Dios le concederá tener otros hijos además de Samuel (1Sm 2:21). En cambio, la que se jactaba de los muchos hijos que ha tenido, (esto es, Penina) está triste porque ha dejado de concebir.
Los dos versículos siguientes expresan cada uno en paralelismo sinónimo, la forma contrastante cómo Dios obra en los seres humanos.
6. “Jehová mata, y Él da vida; Él hace descender al Seol, y hace subir.”
Dios es quien da la vida a todos los seres que pueblan la tierra y el que la quita cuando quiere pues Él es su autor. Nadie vive y muere sin Él. Alguno quizá se asombre: ¿Cómo puede Ana decir que Dios mata? Jesús lo dijo de otra manera: “No cae ningún pajarillo al suelo sin vuestro Padre” (Mt 10:29). Ningún ser viviente, hombre o animal, muere sin que Dios lo sepa o lo permita. Es Dios quien corta el cordón de plata de que habla Eclesiastés (12:6) y hasta que no lo haga, mantiene al hombre en vida. Pero así como Él mata, Él también restaura la vida, es decir, sana o resucita, porque toda vida procede de Él, incluyendo, para comenzar, la de los recién nacidos a quienes Él da el aliento con que respiran cuando salen de la matriz.
El segundo estico expresa la misma idea en otros términos usando la palabra Sheol, con que los hebreos designaban la morada de los muertos.
7. “Jehová empobrece y Él enriquece; abate, y enaltece.”
Es Dios quien hace prosperar al hombre o le hace languidecer, porque todo procede de su mano. Eso no quiere decir que el hombre no prospere y se enriquezca como fruto de su propio esfuerzo, pero la diligencia de nadie fructifica si Dios no bendice su empeño, así como también Él hace que los ricos pierdan su dinero cuando menos lo piensan, o que los que ocupan altas posiciones en el gobierno, o en la sociedad, las pierdan; y, a su vez, que los que no las tenían y vivían en la oscuridad, sean encumbrados.
Estos dos últimos versículos expresan de una manera muy clara y elocuente la soberanía de Dios sobre el mundo y la sociedad humana que Él ha creado. Nada ocurre sin que Él lo ordene o lo permita. Nosotros podemos pues decir que todo se lo debemos a Dios y, por el mismo motivo, que todo lo que deseamos lo podemos obtener de Él, si a Él le place concedérnoslo. Ése es el motivo por el cual oramos y hacemos rogativas y peticiones, porque la oración mueve su mano. Y si demora en concedernos lo que le pedimos es porque Él desea ser rogado, ya que de esa forma aumenta nuestra dependencia de Él, y en el proceso crecemos espiritualmente. Si Él nos concediera sin demora lo que le pedimos, nos volveríamos caprichosos como niños engreídos, y acumularíamos nuestros pedidos a Dios por cosas que no nos convienen. Haciéndose rogar Él hace que los hombres aprecien los dones de Dios en su justo valor y que nos esforcemos por recibirlos, aunque Él todo lo da gratuitamente.
8ª. “Él levanta del polvo al pobre, y del muladar exalta al menesteroso, para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor.” (Este versículo es casi una cita literal del Salmo 113:7,8).
Ana afirma que Dios puede cambiar radicalmente la condición de una persona, la más pobre que hubiere y en la mayor situación de miseria, encumbrándola a la posición más alta y más honrosa. Él puede hacerlo porque si Él creó al mundo e hizo todo lo existente dándole la forma que deseaba, bien puede con igual facilidad cambiar la situación de una persona menesterosa para darle el lugar de mayor honor, porque el destino de los hombres está en su mano (ver Dn 4:17; Lc 1:52). La figura del menesteroso en el muladar nos hace recordar el caso de Job que, después de haber sido muy rico, se encontraba en una posición miserable, siendo su paciencia probada por Dios, hasta que pasada la prueba tuvo a bien levantarlo.
8b. “Porque de Jehová son las columnas de la tierra, y Él afirmó sobre ellas el mundo.”
Según la cosmología hebrea la tierra era una superficie plana asentada sobre columnas, y estaba rodeada del mar, como una casa en medio del lago sostenida por pilares (Jb 9:6; Sal 75:3).
Pero si Dios es el autor del mundo y quien lo guarda y sostiene en un sentido material, y el que da vida a todos los seres que lo pueblan, Él lo hace también en un sentido societario y político, aunque sea menos evidente, pues todas las autoridades de la tierra dependen de Él (Rm 13:1,2). Él quita y pone gobernantes y reyes en la tierra, así como suscita a las autoridades espirituales y profetas que han influido en la evolución y desarrollo de los pueblos. (Dn 2:21)
Por último Él es quien ha dado curiosidad al hombre para descifrar los misterios y desentrañar los secretos de la naturaleza, a fin de que, mediante el desarrollo de la ciencia y de la tecnología, pueda sojuzgar la tierra, según le ordenó a Adán (Gn 1:28). Él es pues en realidad el Creador, por intermedio del hombre, de todas la maravillas del mundo moderno con las asombrosos inventos que lo pueblan, y todos los recursos tecnológicos que facilitan la vida y permiten la intercomunicación entre las personas a través de distancias que antes eran infranqueables.
9. “Él guarda los pies de sus santos, mas los impíos perecen en tinieblas; porque nadie será fuerte por su propia fuerza.”
Los guarda en un sentido figurado, de tropezar o de caer en una trampa. En otras palabras, cuida la vida de sus fieles, como sabemos que hace con todos aquellos que, no obstante sus fallas, tratan de vivir de acuerdo a su voluntad guardando su palabra (Sal 91:11). Es una manera de decir: Dios defiende a los que en Él confían. Él cuida su camino y bendice sus entradas y sus salidas.
Pero ¿qué hay de aquellos que algún día se arrepentirán? ¿No lo sabe acaso Dios? Sí, por cierto, Él cuida la vida de aquellos a quienes Él ha elegido aunque no lo sepan, para que algún día sean suyos, y sean contados entre los santos.
En realidad, Dios está constantemente llamando al arrepentimiento a los hombres y mujeres que andan descarriados y alejados de Él, cometiendo torpezas. No sabemos por qué unos responden pronto y otros tarde, ni sabemos por qué algunos permanecen impenitentes hasta la muerte.
Pero ¡ay de los que no responden! ¡Ay de los que se niegan a escuchar la voz de Dios, pese a los muchos que intercedieron por ellos, porque nadie será fuerte contra la calamidad en sus propias fuerzas!
Quizá la calamidad les venga para doblegar su dura cerviz y que inclinen su cabeza ante el Señor. Pero si no lo hicieran, si desafiaran a Dios negando su existencia; o pecando y siendo ocasión de tropiezo para otros, pese al éxito en el mundo que obtengan, ¡cuán triste será su final! Ningún placer gozado en esta vida compensará por los sufrimientos que se padezca en la otra. “¿De qué sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿Valdrá la pena gozar en la tierra de todas las satisfacciones que uno pueda desear y que el mundo ofrece, si ha de pasar la eternidad lejos de Dios, en el infierno? Si los hombres supieran lo que eso significa, no se arriesgarían a pasar ni un segundo de sus vidas en él.
Ana agrega aquí una frase que contiene una verdad muchas veces repetida en la vida cristiana -y que se halla formulada en Flp 4:13 en otros términos: “Nadie será fuerte por su propia fuerza”. Pablo lo dijo así: “Todo lo puedo en Aquel que me fortalece”. Todo lo que el hombre quiera hacer lo logra por las fuerzas y la inteligencia que Dios le presta, aunque él ignore la fuente. El ser humano se cree mucho y se ensoberbece cuando la suerte (esto es, las circunstancias que Dios permite, o que el diablo agencia) le favorecen. En su vana esperanza imagina de que el éxito le sonreirá sin falla siempre, pero ignora que todo lo que tiene y llama suyo le es prestado, y que tiene un término fijado de antemano por Dios. Y que, llegado ese día, tendrá que dar cuenta de todo lo que hizo y del uso que dio a los dones de diversa naturaleza que Dios puso en sus manos.
¡Oh mortal! Si llegas al final de tu vida sin Dios, todo lo perdiste. Pero si cuando llegue ese día estás con Él, para ti el morir será ganancia. (Flp 1:21)
10ª. “Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios, y sobre ellos tronará desde los cielos”
No hay nadie que puede oponerse al poder de Dios. Por eso Ana proclama que sus enemigos –esto es, los que le contradicen y predican lo contrario a su ley- serán quebrantados en su presencia. ¿Quiénes son los adversarios de Dios? En primer lugar, los que conociendo su voluntad se niegan a cumplirla, y enseñan a otros a hacer lo mismo, difundiendo doctrinas contrarias a la suya. En tiempos de Israel esos eran los adoradores de dioses ajenos, cuyos cultos idólatras corrompían las costumbres, porque estaban acompañados de orgías y de prostitución sagrada. Pero también eran enemigos de Dios los enemigos del pueblo escogido, aunque Dios a veces los usara para disciplinar a Israel. En fin, eran enemigos de Dios todos los que violaban su ley en sus vidas privadas, y muy en particular, los que abusaban de su prójimo y lo oprimían (Is 58:3-6); los que olvidaban que Dios había ordenado amar al prójimo con el mismo amor con que uno se ama a sí mismo.
En nuestro tiempo son enemigos de Dios los que obran de una manera contraria a la caridad cristiana. Pero también los que con argumentos falaces niegan la existencia de Dios, y peor aún, los que usando los medios que la tecnología moderna pone a su alcance (radio, TV, Internet), corrompen la moral de la gente y, en especial, de los jóvenes.
Si bien Dios tiene paciencia, todos ellos en su momento, -y ése será un momento particular para cada uno- serán quebrantados por el poder de Dios; algunos públicamente –aunque pocos reconozcan la mano de Dios cuando interviene- otros, de forma privada. De una u otra forma, Dios llamará a cuentas a todos los que se le opusieron y arrastraron a otros por el mismo camino de perdición que ellos siguieron. Por eso Ana añade:
10b. “Jehová juzgará los confines de la tierra”
Él es juez del mundo entero. Ante Su tribunal comparecerán todos, cristianos y paganos, agnósticos y ateos, buenos y malos. Todos comparecerán ante el tribunal de Dios para recibir la sentencia que sus hechos merecen (Rm 14:10; 2Cor 5:10). Algunos alcanzarán misericordia; otros, los endurecidos, serán objeto de su justa ira. “¡Tremenda cosa es caer en manos del Dios viviente!” (Hb 10:31)
10c. “Dará poder a su Rey, y exaltará el poderío de su Ungido”
Las últimas palabras de Ana –puesto que todavía no había rey en Israel- constituyen una profecía doble: una inmediata acerca del rey David, al que su hijo Samuel en un día no lejano ungiría; otra futura sobre el descendiente de David que sería el Mesías, que vendría a salvar a su pueblo y al mundo entero del pecado.
11. “Y Elcana se volvió a su casa en Ramá; y el niño ministraba a Jehová delante del sacerdote Elí.”
Terminado su cántico, que Elcana debe haber escuchado asombrado, él se llevó a los suyos de regreso a su casa, dejando al niño con el sacerdote Elí. Hemos de pensar, como ya se ha dicho, que esa entrega se produjo no a la tierna edad en que el niño fue destetado del seno materno, en que cuidarlo hubiera sido una carga para Elí, sino a la edad en que el niño no tendría necesidad del cuidado constante de su madre –quizá a los 5 ó 6 años- y estaba ya en condiciones de poder ministrar al Señor, según las posibilidades infantiles, cantando o tocando algún instrumento, o ayudando en el altar. No obstante, cualquiera que fuera su edad ¿podemos imaginar cuánto debe haber llorado el niño cuando su madre se separó de él dejándolo en manos de Elí, y cuánto debe haber partido el alma de Ana su llanto?
El futuro profeta y juez de Israel creció desde temprana edad en el santuario de Dios, participando en las ceremonias sagradas y en los solemnes sacrificios, llenando su mente y su imaginación de la grandeza del poder de Dios, y de la reverencia debida a su Nombre. Él recibió en el consejo de Dios la mejor preparación posible para el papel que posteriormente iba a desempeñar en la historia del pueblo elegido.
Ana es un tipo de María, la madre de Jesús porque, aunque haya algunas diferencias entre ellas, hay entre ambas significativas semejanzas. Ana concibe un hijo por una intervención milagrosa de Dios que la libra de la esterilidad; María, que no era estéril, concibe milagrosamente a un hijo sin intervención de varón (Lc 1:26-35).
Ana da a luz a un hijo que cumplirá un papel fundamental en la historia de Israel, pues por él las doce tribus se unifican en un estado y alcanzan gran poder al tener a su cabeza a un rey. María da a luz al Ungido, al Mesías, Salvador de la humanidad entera que cambió el rumbo de la historia humana.
Ana pronunció una profecía que tendría un doble cumplimiento. Uno próximo: la unción de un rey para Israel, que se cumplió por la acción de su hijo al ungir primero a Saúl, y luego a David. En efecto, tal como anunció ella, Dios exaltó el poder de ese ungido, el rey David, que fundó la grandeza de Israel.
Pero su profecía apunta al Rey futuro del mismo linaje real, que será el verdadero Ungido, el Mesías enviado por Dios para redimir al mundo del pecado, profecía que se cumplió a través del Hijo que María concibió por obra del Espíritu Santo. Ana es pues, en muchos sentidos, una noble figura de María, así como Samuel lo es de Jesús.
Nota: El salmo 127:4,5 compara a los hijos con las flechas que tiene el hombre en su aljaba.
NB. En la próxima entrega, estudiaremos el Cántico de María, llamado también “Magnificat”, que tiene mucho en común con el de Ana.
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