martes, 19 de julio de 2011

EL CÁNTICO DE ANA II

Por José Belaunde M.


Un Comentario del Primer Libro de Samuel 1:20-2:2

En el artículo anterior hemos narrado el comienzo de la historia de Samuel, nacido en el seno de una familia israelita piadosa en la que el marido tenía dos esposas, una fértil y otra estéril. Ana, como se llamaba la segunda, estando en el santuario de Silo donde la familia había ido a adorar al Señor, hace un voto prometiendo a Dios que si Él le concede la dicha de tener un hijo, ella se lo consagrará para que le sirva todos los días de su vida. El sacerdote Elí, que le escuchaba, le asegura que Dios le concederá su petición.

20. “Aconteció que al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, diciendo: Por cuanto lo pedí a Jehová.”
La frase “al cumplirse el tiempo…” me recuerda otra que escribe Pablo en Gálatas: “cuando hubo llegado el cumplimiento del tiempo…” (Gal 4:4). Así como al cumplirse nueve meses de embarazo Ana dio a luz un hijo, de manera semejante cuando llegó a su fin el período, digamos de incubación de los propósitos de Dios para su pueblo y el mundo, Él envió a Su Hijo a la tierra para redimirnos.

Los proyectos que Dios madura en su eterno consejo tienen una etapa oculta de preparación en la que se van cumpliendo las condiciones que Dios requiere. En el seno de Dios lo que Él se ha propuesto hacer adquiere, en el curso del tiempo humano, la forma adecuada para su aparición visible, así como en el seno de la madre el cuerpo de su hijo va siendo modelado por las fuerzas que Dios ha puesto en la naturaleza, y a las que podemos propiamente llamar “las manos de Dios”. (Jb 10:8ª; Sal 139:13).

Ana, sin duda con el consentimiento de su marido, le puso al niño el nombre de Samuel, (que quiere decir “Dios ha oído”), como memorial de que Dios había escuchado su ruego. El futuro profeta había sido pedido a Dios con lágrimas y ruegos, y Dios respondió a ese pedido dándole a Ana un hijo que no sólo satisfaría el deseo de su alma, sino que, además, desempeñaría un papel vital en la historia de su pueblo.

¡Oh, pidámosle con fe a Dios cosas grandes, porque Él responderá superando nuestras expectativas, como dice Pablo: “más allá de lo que podemos pensar”! (Ef 3:20). Dios no sólo colma nuestras expectativas, sino que las supera ampliamente.

Cuando Ana le pidió a Dios que la librara de la maldición de la esterilidad, ¿imaginaría ella qué clase de hijo Dios le daría para satisfacer su anhelo? Así como las grandes obras son el fruto de mucho esfuerzo y tienen un gran costo, de igual manera los hijos que dejan huella suelen ser el fruto de muchas oraciones y lágrimas.

21-23. “Después subió el varón Elcana con toda su familia, para ofrecer a Jehová el sacrificio acostumbrado y su voto. Pero Ana no subió, sino dijo a su marido: Yo no subiré hasta que el niño sea destetado, para que lo lleve y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá para siempre. Y Elcana su marido le respondió: Haz lo que bien te parezca; quédate hasta que lo destetes; solamente que cumpla Jehová su palabra. Y se quedó la mujer, y crió a su hijo hasta que lo destetó.”
Como solían hacer los israelitas cada año, Elcana “subió” a Silo con toda su familia (subió porque esa ciudad se hallaba en las montañas) a ofrecer el sacrificio acostumbrado y su voto. El culto era entonces, -y lo fue durante mucho tiempo- un asunto familiar en el que participaban todos sus miembros, unos claro está, con mayor fervor que otros; pero la peregrinación los mantenía unidos. Los esposos, las familias, los amigos, los grupos que oran y adoran a Dios juntos se mantienen unidos. La oración compartida crea un lazo de unión y da cohesión a los grupos.

No se sabe de qué fiesta se trataba, puesto que está descartado que fuera la Pascua. Es posible que fuera la fiesta de las cosechas (Shavuot), aunque no es seguro. En cuanto al voto de Elcana que ahí se menciona, lo más probable es que se trate de una petición especial en forma de voto, que él tenía por costumbre hacer cada vez que iba al santuario, y que debía cumplir una vez satisfecho su pedido.

Ana no quiere volver a Silo hasta que pueda cumplir con su promesa de consagrar su hijo al servicio de Dios. Para ello debe esperar que el niño alcance la edad necesaria para que pueda privarlo de su cuidado. Por eso dice: “hasta que sea destetado”, lo cual ocurría, alrededor de los tres años, según 2Mac 7:27 . Ella se ocupaba personalmente de su hijo pequeño, no quería confiárselo a nadie. ¡Cuánto fortalece al hombre haber gozado de pequeño del cuidado personal y del cariño de su madre! ¡Ay de los hijos que fueron confiados a empleadas! Muchas debilidades de carácter e inseguridades tienen ese origen. Aunque es cierto que a veces hay nodrizas que cuidan a los pequeños con más cariño con que lo harían sus madres egoístas y frívolas.

Su marido consiente. Elcana amaba a Ana no sólo porque ella era una mujer bella, sino también porque era una mujer de sentimientos profundos, y por eso al amor añadía el respeto. Hay veces en que la belleza del rostro refleja la belleza del alma. ¿Habrá tales mujeres en nuestro tiempo? Ésa es la clase de esposas que debemos desear para nuestros hijos. Ésa es la clase de mujeres, como la de Proverbios 31, que hacen la felicidad de sus familias y que todos aprecian. La diferencia entre Penina y Ana radicaba en la calidad de sus sentimientos: ordinarios los de una, refinados los de la otra.

¿Qué quiere decir la frase de Elcana: “solamente que Jehová cumpla su palabra”? Aunque el texto no lo consigna, pues esas omisiones son frecuentes en la Biblia, es posible que los esposos hubieran recibido una palabra de confirmación de parte de Dios respecto del niño que le habían consagrado. Si ése fuera el caso, Elcana expresa su esperanza de que esa palabra se cumpla.

24. “Después que lo hubo destetado, lo llevó consigo, con tres becerros, un efa de harina, y una vasija de vino, y lo trajo a la casa de Jehová en Silo; y el niño era pequeño.”
¿Qué quiere decir que el niño había sido destetado? Que ya podía comer de todo (dentro de ciertos límites), no sólo la lecha materna, y que ya no dependía completamente de su madre. Es la etapa a partir de los tres años en que la criatura empieza a independizarse del regazo materno. Sin embargo, es poco probable que Ana entregara a su hijo al templo a esa edad tan temprana, pues no estaba todavía en condiciones de prestar servicio alguno (como se ve que hace en 1Sm 2:11,18), sino más bien demandaba todavía cuidados y hubiera sido una carga para Elí. Debe haberlo llevado más tarde, quizá a los cinco años, cuando ya había sido “destetado” no sólo del pecho, sino también “de las rodillas y del cuidado materno” (como dice M. Poole).

Llegado el momento en que Ana podía cumplir su voto de consagrarlo al Señor ella tomó consigo tres becerros y sendas cantidades de harina y de vino para írselas a ofrecer a Dios en Silo llevando al niño. ¿Podemos imaginar a la comitiva familiar, acompañada por parientes y domésticos, conducidos por Elcana, arriando las bestias por los caminos? (Nota 1).

El texto dice que ella tomó los animales y lo demás de la ofrenda, pero no menciona al marido. Fue su iniciativa y una acción suya que, claro está, contaba con la aprobación de su marido, pues por la frase en 2:11: “Y Elcana se volvió a su casa en Ramá…”, sabemos que él la acompañó. No hubiera podido consagrar a su hijo si su marido no estaba de acuerdo (Nm 30:6-8).

25-28. “Y matando el becerro, trajeron el niño a Elí. Y ella dijo: ¡Oh, señor mío! Vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti orando a Jehová. Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová. Y adoró allí a Jehová.”
Lo primero que hicieron al llegar a Silo fue matar un becerro y llevar las piezas diversas de la carne sacrificada al sacerdote Elí, una parte como una ofrenda para él, otra para comerlo todos juntos, al mismo tiempo que le entregaban al niño.

“Y ella dijo”. Notemos no fue su marido sino ella, su madre, la que entregó al niño, porque fue ella la que se lo ofreció al Señor.

Ana le recuerda a Elí la escena, que quizá él había olvidado, en la que ella estuvo orando y llorando junto a él, cuando él la reprendió pensando que estaba ebria. “¿Te acuerdas Elí lo duramente que me trataste tildándome de borracha? Yo clamaba al Señor que me diera un hijo, pues era estéril, y tú pensaste mal de mí, como suelen hacer los hombres tan fácilmente de las mujeres. Pero cuando escuchaste mi defensa y mi explicación, me bendijiste augurando que el Señor me concedería lo que le pedía. Y he aquí al niño que Dios me dio en respuesta a mi oración bendecida por ti. Conforme a la promesa que yo hice entonces, yo se lo dedico hoy al Señor para que le sirva todos los días de su vida. Él me lo dio, de Él es.” Y se postró en adoración delante del Señor.

¿Sería consciente Ana de la trascendencia de lo que estaba haciendo? ¿Y de cómo usaría Dios más tarde a ese niño que ella le estaba ofreciendo? Samuel es un personaje clave en un momento histórico crucial del desarrollo del pueblo elegido.

¡Ah, si todas las madres consagraran a Dios todos los hijos que Dios les diera! ¡Cómo podría usarlos Dios para la extensión de su reino y para su gloria! Ellas los concibieron y dieron a luz, pero son de Él. Si eso hicieran estarían sólo reconociendo que de Dios vienen todos nuestros bienes, y estarían devolviéndole, como es justo, lo que Él les habría dado. ¡Pero cómo serían ellas bendecidas junto con sus familias! No sólo ellas, sino también su entorno, su barrio, su ciudad, su nación, porque la mano de Dios reposaría de una manera especial sobre esos hijos, bendiciendo y prosperando –como ocurrió con José en Egipto- todo lo que hicieran.

2:1a “Y Ana oró y dijo: Mi corazón se regocija en Jehová, mi poder se exalta en Jehová”
Ana, bajo el poder del Espíritu Santo, entona un cántico de carácter profético y mesiánico expresando la alegría que ella siente de poder estar delante del altar de su Dios, que se había apiadado de ella concediéndole el deseo intenso que albergaba su corazón. Ella se regocija en su poder como mujer (es decir, en su fecundidad) porque el Señor le ha dado la gracia de concebir un hijo y de ser madre, a ella que era antes estéril y era, por tanto, despreciada por su rival.
(2)

1b. “Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos”.
Su boca se llena de palabras de alabanza y agradecimiento a Dios. ¿Quiénes eran los enemigos a los que Ana alude? Sin duda, Penina, la otra esposa de Elcana, y posiblemente también sus hijos y parientes que hacían causa común con ella burlándose de la esterilidad de Ana.

Aquí podemos ver una vez más los inconvenientes que ocasionaba la poligamia, propia de paganos, que Dios permitía en Israel a causa de la dureza de sus corazones: rivalidades entre las mujeres y entre los hijos de ellas –como vemos en otros episodios del Antiguo Testamento, tales como en las familias de Abraham, Isaac y Jacob.

1c. “Por cuanto me alegré en tu salvación.”
De la situación de mujer despreciada –aunque amada por su marido- la salvó Dios al darle un primer hijo, al cual después siguieron varios más (Véase 2Sm 2:21). La palabra “salvación” tiene en el Antiguo Testamento el sentido de liberación de cualquier situación enojosa, desagradable, o contraria por la que uno esté atravesando, tal como lo tiene actualmente también en el habla cotidiana.

2. “No hay santo como el Señor; porque no hay ninguno fuera de ti, y no hay refugio como el Dios nuestro.”
Dios dice en Levítico: “Sed santos, porque yo soy santo” (Lv 19:2). Ana se hace eco de ese mandato al cantar: “No hay nadie que sea tan santo como Dios, nadie que lo sea tan perfecta y constantemente como Él. Tú eres santo, Señor, es decir, fiel, misericordioso y bueno en todas tus acciones y tratos con el hombre, y ningún ser se compara contigo, ni podría haber ningún ser humano en la tierra que pudiera ser santo sin tu influencia y tu gracia”.

La palabra hebrea que Reina Valera traduce como refugio quiere decir “roca”, como cuando se dice “Tú eres la roca de mi salvación” (Sal 89:26). Es decir, la roca alta, fuerte e inaccesible en la que el guerrero se refugia cuando lo persiguen sus enemigos. En ese sentido se emplea esa palabra numerosas veces en el Antiguo Testamento (2Sm 22:2,3,47; Sal 18:2; 95:1).

La palabra “roca” expresa además la noción de solidez, de estabilidad, de confiabilidad. Jesús elogia al que construye su casa sobre la roca de sus enseñanzas porque no será conmovido por las tempestades que puedan sobrevenirle (Mt 7:24,25). Pablo dice que Jesús era la roca espiritual que seguía a los israelitas en el desierto y de la que todos bebían (1Cor 10:4; cf Ex 17:6; Nm 20:11).

Ana canta que aunque los pueblos paganos tengan cada uno su propio dios, ninguno de esos pretendidos dioses se compara con el Dios de Israel en santidad y poder. En verdad, no hay ningún Dios fuera del Dios verdadero. Él es el único Dios que hay. (Continuará).

Notas: 1. Tratándose de una cultura agraria y ganadera, Elcana y su mujer llevan al santuario como ofrenda los bienes en los que su fortuna consistía, pero Ana lleva más de lo que la ley requería en el caso de cumplimiento de votos (Nm 15:8-10). Nótese que en ese tiempo era rico el hombre que tenía mucho ganado, como sabemos por el caso de Abraham.
2. El original hebreo dice: “Mi cuerno se exalta…” El cuerno (kerén) es símbolo de poder y fuerza (Dt 33:17). Cuando los israelitas alcanzaban victoria tocaban el shofar, un cuerno hueco de venado que usaban como trompeta, y cuyo sonido agudo era anuncio de triunfo o de peligro inminente, o clarinada para convocar a sus guerreros. De otro lado, es sabido que las mujeres solían llevar como adorno sobre la cabeza un pequeño cuerno de plata o estaño, que ponían en posición vertical cuando tenían un hijo, y es posible que Ana se refiera a esta costumbre.

#683 (03.07.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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