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lunes, 7 de abril de 2014

INFIDELIDAD DE JERUSALÉN IV

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
INFIDELIDAD DE JERUSALÉN IV
Un Comentario de Ezequiel 16:53-63
53. “Yo, pues, haré volver a sus cautivos, los cautivos de Sodoma y de sus hijas, y los cautivos de Samaria y de sus hijas, y haré volver los cautivos de tus cautiverios entre ellas,”
Este versículo está estrechamente ligado al vers. 55 y debe ser leído o comentado junto con él:
55. “Y tus hermanas, Sodoma con sus hijas y Samaria con sus hijas, volverán a su primer estado; tú también y tus hijas volveréis a vuestro primer estado.”
La King James Version traduce la frase inicial del vers. 53 de la siguiente manera: “Cuando yo haga volver a sus cautivos, etc…” (O “si yo hiciera volver…”). Es decir, convierte lo que es un anuncio profético explícito en uno condicional que tiene el carácter de una amenaza temporalmente indeterminada.
De cualquiera de las dos maneras este versículo suscita un problema pues, condiciona el retorno de los exiliados de Judá al regreso previo de los deportados de Edom y Moab (representados por Sodoma y sus hijas) y del reino de Samaria.
No existe información alguna de que los edomitas y moabitas que pudieran haber sido llevados de su tierra sea por los asirios, o por los babilonios, hubieran regresado a su lugar de origen. Eso no debería sorprendernos pues los libros de Reyes sólo hablan de la historia de de los reinos de Judá y Samaria, y no mencionan para nada a los pueblos vecinos, salvo cuando los enfrentan en el curso de sus guerras.
Pero tampoco existe información de que los deportados del reino de Israel, es decir de las diez tribus que lo componían, alguna vez retornaran a su tierra, y menos que lo hicieran antes que los de Judá.
Sin embargo, no se debe excluir la posibilidad de que algunos miembros de esas tribus retornaran a su tierra individualmente por su cuenta.
Pero hay otra interpretación más probable de los vers. 53 y 55: Si yo hiciere volver a los habitantes de Edom y Moab, (o a los habitantes de Sodoma) y a los del reino de Samaria, al estado de poder y renombre que alguna vez tuvieron, entonces yo haré también retornar a los judíos de Babilonia para restaurar su grandeza pasada. Es decir, si lo primero llegara a ocurrir, lo segundo también ocurriría, pero como lo primero nunca ocurrió, lo segundo tampoco ocurrirá.
La amenaza se cumplió de hecho, porque la historia nos muestra que cuando los judíos retornaron de Babilonia, después de setenta años de cautiverio, según la profecía de Jeremías (25:11; 29:10; 32:37,38; 33:7,8; 2Cr 36:21; Es 1:1-4), lo hicieron humillados y sin gloria. Pese a todas las expectativas de restauración de la dinastía davídica que el pueblo mantenía, el reino de Judá nunca fue restaurado a su gloria pasada, y su territorio permaneció hasta tiempos de Jesús bajo el dominio extranjero, persa, griego o romano, salvo durante el corto período de independencia de que gozaron, entre los años 160 y 63 AC, gracias a la rebelión macabea que puso a uno de su familia (los hasmoneos) durante unos cien años como rey en el trono de Jerusalén.
54. “para que lleves tu confusión, y te avergüences de todo lo que has hecho, siendo tú motivo de consuelo para ellas.”
De esa manera tú llevarás tu vergüenza pues nunca recuperarás tu prestigio y riqueza pasada, y tu humillación servirá de consuelo a los otros pueblos conquistados vecinos que tampoco recuperaron su independencia. Al ver la decadencia en que has caído tus antiguos rivales se consolarán de la propia. ¡Triste condición la humana que se consuela del mal que lo aflige contemplando la desgracia ajena!
56,57. “No era tu hermana Sodoma digna de mención en tu boca en el tiempo de tus soberbias, antes que tu maldad fuese descubierta, como también ahora llevas tú la afrenta de las hijas de Siria y de todas las hijas de los filisteos, las cuales por todos lados te desprecian.”
Cuando tu poder era grande, en los tiempos de tu grandeza, no te dignabas pronunciar el nombre de las ciudades de Moab y de Edom sino con desprecio. Ahora que has sido humillada y ha caído tu poder en justo castigo por tus pecados, las ciudades de tus antiguos rivales, Siria y Filistea, se burlan de ti y te desprecian. Tal como tú trataste a otros, así eres tú tratada.
Esta es una ley de la vida: No hagas a los demás lo que no quisieras que hagan contigo. No lo hagas por tu propio bien, porque algún día tú experimentarás en tu propia carne lo que hiciste sufrir a otros. Más bien, haz lo contrario, como dijo Jesús: “Trata a los demás como tú quisieras ser tratado” (Mt 7:12), es decir, con la misma consideración y el respeto que tú deseas para ti, a fin de que otros te traten de la misma manera, y tú coseches lo que sembraste.
58. “Sufre tú el castigo de tu lujuria y de tus abominaciones, dice Jehová.”
Este versículo cierra todas las consideraciones de los versículos que precedieron. Puesto que tú te apartaste de Dios yendo detrás de ídolos y corrompiste tus costumbres de manera abominable, es justo que ahora sufras el castigo que por todo ello te mereces, “dice Jehová”. Es Dios mismo quien pronuncia esa sentencia en tu contra.
59. “Pues así dice el Señor Jehová: Yo haré contigo como tú hiciste, que menospreciaste el juramento al invalidar el pacto.”
Es natural que el pueblo de Judá sufra las consecuencias de su infidelidad y que Dios les repague su traición con la misma moneda, pues ellos renegaron del pacto con el Altísimo que juraron en el Sinaí (Ex 19:3-8); y renovaron en Moab, antes de entrar a la tierra prometida (Dt 29:10-15).
Pero las palabras de este vers. pueden interpretarse diferentemente, y así lo hacen algunos, como si fueran una pregunta que se hace Dios: ¿Me comportaré yo contigo de la manera como tú lo has hecho conmigo, despreciando el pacto de fidelidad que me juraste, haciéndolo inválido? Esa pregunta equivale a una declaración negativa: No lo haré, aunque tendría sobradas razones para hacerlo puesto que tú despreciaste mi pacto contigo. Efectivamente, por lo que sigue, esa parece ser la interpretación correcta.
60. “No obstante, yo tendré memoria de mi pacto que concerté contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo un pacto sempiterno.”
Yo no me portaré contigo como lo has hecho tú conmigo, porque yo soy Dios. Si tú invalidaste tu pacto con tu mala conducta e infidelidad (Jos 24:14-28; Jr 11:10), yo mantendré el pacto que hace tiempo juré a tus padres (Gn 15:18-21; 17:1-9), y que hice contigo en los días de tu juventud (vers. 43) cuando te saqué de Egipto (Ex 34:1-10); y lo renovaré porque yo soy fiel a mi palabra, ahora y para siempre. Por eso el pacto que ahora renuevo contigo, pese a tu infidelidad, será un pacto eterno. (Jr 32:37-40).
En el momento más triste del descalabro sufrido por el pueblo escogido por su propia culpa, Dios le recuerda que sus promesas son irrevocables (Rm 11:29).
“Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta”. (Nm 23:19). Dios es alguien en quien podemos confiar. Si nos volvemos a Él arrepentidos, Él siempre nos acogerá. Si nosotros somos infieles, Él es siempre fiel (2Tm 2:13).
61,62. “Entonces te acordarás de tus caminos y te avergonzarás, cuando recibas a tus hermanas, las mayores que tú y las menores que tú, las cuales yo te daré por hijas, mas no por tu pacto. Yo estableceré mi pacto contigo; y sabrás que yo soy Jehová”
Estos dos versículos y el siguiente pueden entenderse de dos maneras: Una como una profecía referida a los tiempos cercanos al profeta, y a los acontecimientos descritos en los versículos anteriores; y otra, como refiriéndose a tiempos futuros, ya no al Israel en la carne sino al Israel en el espíritu, esto es, a la iglesia, que es la interpretación preferida por la mayoría de intérpretes.
En el primer sentido el pueblo elegido se avergonzará y arrepentirá de sus pecados pasados cuando los cautivos de Babilonia retornen a su tierra, no porque ellos hubieran cumplido su pacto conmigo, dice Dios, sino porque yo, que nunca fallo, cumplo el pacto que he celebrado contigo. Dentro de esta interpretación es difícil determinar quiénes serían “tus hermanas mayores… y menores que tú” que Dios le dará por hijas. Pudieran ser los grupos de población judía que fueron regresando a Israel a partir de la autorización dada por Ciro, rey de Persia el año 539 AC (2Cro 36:22,23; cf Is 44:28), unos más grandes que otros, que se establecieron en Israel y que serían acogidos como hijas, esto es, amorosamente.
En la otra interpretación de cumplimiento lejano, las hijas mayores y menores son las diversas naciones paganas de diverso tamaño que, en mayor o menor número, se convertirán a Cristo a partir de la predicación del Evangelio iniciada por los apóstoles fuera de Palestina, y que serán acogidas por la iglesia como verdaderas hijas.
Esto ocurrirá no en virtud del antiguo pacto (al que Dios llama “tu pacto”) que fue invalidado por el incumplimiento del pueblo escogido, sino en virtud del nuevo pacto celebrado en la sangre de Cristo (al que Dios llama “mi pacto”). Todos los que se acojan a ese nuevo pacto tendrán la ley escrita en sus corazones, como anunció Jeremías (Jer 31:33), y todos conocerán al Señor “desde el más pequeño hasta el más grande” (Jr 31:34). Es obvio que esta profecía encaja mejor en la era cristiana en la que el evangelio se difundió por todo el mundo civilizado, que en tiempos del Antiguo Testamento.
Entonces el Israel de Dios (formado por todos los que se conviertan a Cristo) sabrán que yo soy Jehová, esto es, me reconocerán como el único Dios vivo y verdadero, que ejerce dominio y gobierno sobre todo lo creado porque todo salió de mis manos.
63. “Para que te acuerdes y te avergüences, y nunca más abras la boca, a causa de tu vergüenza; cuando yo te haya perdonado todo lo que hiciste, dice el Señor Jehová.”
Dios dice, reiterando lo que ya dijo en el v. 61, que lo profetizado sucederá para que cuando ocurra el pueblo que se alejó de Él se acuerde y se avergüence de sus pecados pasados, de su infidelidad e idolatría, y nunca más pretenda justificarse ante Él, porque su vergüenza lo abrumará cuando Dios perdone todo lo que hizo.
Cabe preguntarse, ¿cuándo perdonó Dios a Israel sus infidelidades? Obviamente cuando  retornaron del exilio babilónico, e iniciaron una nueva vida en su tierra bajo la conducción de Esdras y Nehemías (Jr 33:8). Es un hecho que entonces el pueblo de Israel estaba enteramente avergonzado de su idolatría pasada y había escarmentado, porque nunca más volvió a caer en ella.
Sin embargo, cuando cinco siglos después apareció el Mesías esperado, el pueblo no sólo no lo reconoció, sino que lo condenó a muerte y lo entregó a los romanos para que fuera crucificado. Cuarenta años después de ese terrible evento se cumplió el castigo que Jesús había anunciado (Mt 24:1,2): el templo de Jerusalén fue destruido por los romanos, la ciudad fue arrasada y el pueblo diezmado. Sesenta años después, ante la nueva rebelión de los judíos liderados por Bar Kojba, los romanos la destruyeron nuevamente, sin que quedara huella de ella, y desterraron a los judíos de su tierra, prohibiéndoles bajo pena de muerte, retornar. Eso no impidió que los judíos, bajo el liderazgo de los sucesores de los fariseos, reunidos después de la catástrofe en la localidad costera de Yavné, iniciaran una nueva vida y buscaran sinceramente a Dios.
Pero nunca más –salvo contadas excepciones- volvieron a su tierra hasta tiempos recientes en que la fuerte emigración judía a Palestina, iniciada a fines del siglo XIX, culminó con el establecimiento del estado de Israel en 1948. Durante los dieciocho siglos intermedios los judíos vivieron esparcidos por el mundo como huéspedes en tierra ajena, no siempre bien recibidos y, con frecuencia, siendo perseguidos o expulsados.
El desarrollo de la religión que emergió como resultado de esa búsqueda ha sido objeto de una serie de ocho artículos míos titulados “¿Qué es el judaísmo?”, publicados entre noviembre 2009 y octubre 2010.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#807 (08.12.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 26 de marzo de 2014

INFIDELIDAD DE JERUSALÉN III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
INFIDELIDAD DE JERUSALÉN III
Un Comentario de Ezequiel 16: 35-52
35-37. “Por tanto, ramera, oye palabra de Jehová. Así ha dicho Jehová el Señor: Por
cuanto han sido descubiertas tus desnudeces en tus fornicaciones, y tu confusión ha sido manifestada a tus enamorados, y a los ídolos de tus abominaciones, y en la sangre de tus hijos, los cuales les diste; por tanto, he aquí que yo reuniré a todos tus enamorados con los cuales tomaste placer, y a todos los que amaste, con todos los que aborreciste; y los reuniré alrededor de ti y les descubriré tu desnudez, y ellos verán toda tu desnudez.”
Como consecuencia de todo lo dicho antes, Dios advierte a Israel del castigo que Él va a inflingirles a causa de sus infidelidades. Como tú has exhibido tu idolatría ante los ojos de los que venían a practicar sus ritos paganos contigo –sabiendo ellos que tú tenías un Dios celoso a quien debías fidelidad y que detestaba los ídolos- toda tu corrupción y todo tu pecado será expuesto ante los ojos de tus vecinos e invitados, amados y odiados por igual; y ellos te despreciarán porque practicaste desvergonzadamente sus idolatrías con ellos, y no querrán tener la amistad contigo que tú esperabas.
Por boca del profeta Dios llama a la infiel Jerusalén ramera, es decir, prostituta, para anunciarle el castigo que viene sobre ella. Toda nación y toda iglesia apóstata es una ramera a los ojos de Dios –dice M. Henry- evocando el pasaje de Apocalipsis que proclama la sentencia que condena a la gran ramera (Ap 17:1,2).
38. “Y yo te juzgaré por las leyes de las adúlteras, y de las que derraman sangre; y traeré sobre ti sangre de ira y de celos.”
Yo te juzgaré como he juzgado a otros pueblos idólatras, y te aplicaré el mismo castigo que a ellos, y haré que toda la sangre inocente que derramaste en tus ritos horribles caiga sobre tu cabeza para condenarte.
“Las leyes de las adúlteras” que aquí se mencionan –puesto que idolatría equivale a adulterio, como ya hemos dicho- son las que en la ley de Moisés condenan a muerte a ambos culpables, al hombre y a la mujer (Lv 20:10 y Dt 22:22). La ley básica acerca del homicidio está en Gn 9:6: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada.” Es una ley que, a mi juicio, sigue vigente: El asesino debe pagar su crimen con su vida.
39. “Y te entregaré en manos de ellos; y destruirán tus lugares altos, y derribarán tus altares, y te despojarán de tus ropas, se llevarán tus hermosas alhajas, y te dejarán desnuda y descubierta.”
Ellos vendrán sobre ti, ya no como amigos y cómplices, sino como enemigos para despojarte de tus riquezas y saquear tu tierra. Ellos destruirán tus altares y tus ídolos, y se llevarán las joyas con que los engalanabas (esto es, las vasijas de oro y plata usadas en el culto idólatra), dejándote empobrecida.
“Te despojarán de tus ropas” como solía hacerse antaño con los que eran tomados prisioneros.
40,41. “Y harán subir contra ti muchedumbre de gente, y te apedrearán, y te atravesarán con sus espadas. Quemarán tus casas a fuego, y harán en ti juicios en presencia de muchas mujeres; y así haré que dejes de ser ramera, y que ceses de prodigar tus dones.”
Cuando estés desprevenida, despreocupada y alegre vendrán tus enemigos sobre ti para atacarte con la multitud de sus ejércitos, y destruirán tus ciudades, incendiándolas –como hizo Nabucodonosor con Jerusalén, su templo y sus palacios (Jr 52:13)- destruyendo todo lo que tienes, y te matarán cruelmente por calles y plazas. No tendrán compasión de tus mujeres ni de tus niños. Atravesarán con sus espadas el vientre de tus mujeres embarazadas y estrellarán contra las paredes a tus pequeñuelos (2R 8:12). A todos matarán por igual con sus lanzas y espadas, o a pedradas. De esa manera haré que te arrepientas y dejes de ser idólatra.
Después de este castigo terrible los judíos, en efecto, cuando regresaron de la cautividad babilónica, no volvieron a practicar la idolatría.
42. “Y saciaré mi ira sobre ti, y se apartará de ti mi celo, y descansaré y no me enojaré mas.”
Cuando te hayas arrepentido de tus ídolos, y dejado de rendir culto a dioses ajenos, entonces se apaciguará mi ira y cesará mi castigo. Pero entretanto, mientras llegue ese día mi celo contra ti se mantendrá vigente. Descargaré sobre tu pueblo toda mi ira hasta satisfacer mi justicia. Sólo cuando lo haya hecho me daré por satisfecho y descansaré. Notemos que la ira de Dios de que se habla aquí en términos humanos (o antropomórficos), es un instrumento de su justicia.
43. “Por cuanto no te acordaste de los días de tu juventud, y me provocaste a ira en todo esto, por eso, he aquí yo también traeré tu camino sobre tu cabeza, dice Jehová el Señor; pues ni aún has pensado sobre toda tu lujuria.”
“Los días de tu juventud” son, según el lenguaje de la fábula, los años en que Israel fue fiel a su Dios y Él le hizo la gracia de darle vida cuando estaba a punto de morir (Véase el v. 6). Pero como dejó de serle fiel, para expresar su venganza Dios usa una frase proverbial que conocemos por el relato de la pasión de Jesús cuando el pueblo dijo “sea su sangre sobre nosotros, y sobre nuestros hijos” (Mt 27:25). Aquí Dios airado le dice al pueblo: “haré que tu conducta caiga sobre tu cabeza”, es decir, haré que caigan sobre ti las consecuencias de tu infame comportamiento y pagues por tu desvergüenza, pues rehúsas arrepentirte de tus desvaríos sin tener en cuenta cuánto con ellos me ofendías.
44-46. “He aquí, todo el que usa de refranes te aplicará a ti el refrán que dice: Cual la madre, tal la hija. Hija eres tú de tu madre, que desechó a su marido y a sus hijos; y hermana eres tú de tus hermanas, que desecharon a sus maridos y a sus hijos; vuestra madre fue hetea, y vuestro padre amorreo. Y tu hermana mayor es Samaria, ella y sus hijas, que habitan el norte de ti; y tu hermana menor es Sodoma con sus hijas, la cual habita al sur de ti.”
El profeta sigue acusando en nombre de Dios al pueblo judío. Trae a colación un refrán popular entonces: “Cual la madre, tal la hija”, que refleja la sabiduría popular, y que se parece a un refrán de nuestro idioma: “Al hilo por la trama y a la mujer por la mama.” La conducta de las madres (en este caso, los pobladores originales de la tierra de Canaán) suele tener, en efecto, una enorme influencia sobre la conducta de sus hijas (la congregación de Israel) para las cuales ellas son un ejemplo, quizá en mayor medida en que la conducta de los padres influye sobre la de sus hijos varones.
El pueblo de Judá dejó a Dios (su marido) y a sus profetas leales (a los que llama hijos), así como el pueblo de Samaria (su hermana mayor, porque estaba formado por diez tribus, mientras que Judá sólo por dos) hizo antes lo propio, por cuya causa fue derrotado por sus enemigos y enviado al exilio unos ciento treinta años antes de que se escribieran estas líneas.
Para humillar a Judá repite el reproche que hizo al comienzo del capítulo (Véase el vers. 3), diciéndole que su padre y su madre provenían de los pueblos paganos idólatras que habitaban la tierra de Canaán antes de que los hebreos la conquistaran.
Para aumentar su oprobio le dice que su hermana menor fue la infame Sodoma, la ciudad perversa que fue destruida por una lluvia de fuego siglos atrás, en tiempos de Abraham (Gn 19). En suma, lo que quiere decirles es que ellos, aunque se jacten de adorar al Dios verdadero, son tan pecadores como los habitantes de Sodoma y Gomorra, y de las ciudades vecinas de la llanura que merecieron el terrible castigo que conocemos.
47, 48. “Ni aun anduviste en sus caminos, ni hiciste según sus abominaciones; antes, como si esto fuera poco y muy poco, te corrompiste más que ellas en todos tus caminos. Vivo yo, dice Jehová el Señor, que Sodoma tu hermana y sus hijas no han hecho como hiciste tú y tus hijas.”
Pero si el reino corrupto de Samaria, y las ciudades de Sodoma y Gomorra, merecieron el terrible castigo que registra la historia (2R 18:9-12; Gn 19), tú, Jerusalén y las ciudades que te rodean, lo mereces aun mayor porque tus pecados son peores.
En este pasaje el profeta da a entender que los habitantes de Judá pudieron haber caído en el pecado de la prostitución masculina que practicaban algunos de los pueblos paganos que los rodeaban.
Nótese que la expresión “Vivo yo…” que se encuentra con frecuencia en las Escrituras, y particularmente, en Ezequiel, es una forma de juramento que sólo Dios puede pronunciar, porque Él es el único que tiene vida en sí mismo. No habiendo ninguno otro mayor que Él Dios jura por sí mismo, como se menciona en Hb 6:13. Él confirma su palabra mediante un juramento porque lo que afirma (que los pecados de Judá eran mayores que los de Sodoma y Gomorra) es algo que de no asegurarlo Él, sería increíble.
49, 50. “He aquí que ésta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso. Y se llenaron de soberbia, e hicieron abominación delante de mí, y cuando lo vi las quité.”
¿En qué consistieron los pecados de Sodoma? En que gozando de gran prosperidad gracias al favor divino, se enorgullecieron, se volvieron holgazanes, cometieron pecados abominables en su idolatría, y no pensaron en ayudar a los pobres que había entre ellos. Por eso, dice Dios, que los ha desechado.
Sabemos que la soberbia es fuente de muchos desvaríos. El soberbio se imagina que todo le está permitido, y llega a jactarse de aquello de que debería avergonzarse. La soberbia fue lo que indujo a Lucifer a rebelarse contra Dios (Ez. 28:2,12,17) y es la que hace también que los seres humanos sigan su ejemplo. Ha sido la causa de la ruina de muchos reinos, países, y gobiernos, y de multitud de seres humanos. Es un pecado que Dios odia más que ningún otro, y que, a la vez, hace que el hombre sea odiado por sus semejantes.
La abundancia de sus cosechas y su riqueza llevó a Sodoma a descuidar sus campos y a volverse ociosa, y la ociosidad la indujo a cometer pecados abominables. “El diablo tienta al hombre, pero el ocioso tienta al diablo” escribió un sabio del pasado, y abre la puerta a sus ataques. Mientras el hombre se mantiene ocupado y concentrado en su tarea poco puede hacer Satanás para inducirlo al mal, pero cuando se echa a descansar los malos pensamientos acuden a su mente. El rey David fue atraído por la mujer del fiel Urías cuando, en lugar de ir a la guerra al frente de su ejército, como solía hacer antes, se quedó en su palacio descansando, y una tarde la contempló desde su azotea al levantarse del lecho en que hacía la siesta (2S11:1-4)
51, 52. “Y Samaria no cometió ni la mitad de tus pecados; porque tú multiplicaste tus abominaciones más que ellas, y has justificado a tus hermanas con todas las abominaciones que tú hiciste. Tú también, que juzgaste a tus hermanas, lleva tu vergüenza en los pecados que tú hiciste, más abominables que los de ellas; más justas son que tú; avergüénzate, pues, tú también, y lleva tu confusión, por cuanto has justificado a tus hermanas.”
Tus pecados, Judá, son peores que los de Samaria, de modo que al lado tuyo –es decir comparada contigo- ella parece justa, a pesar de que tú la acusabas de ser peor que tú. Prepárate pues a llevar tu vergüenza y a sufrir un castigo peor que el de ella, puesto que la has superado con tus abominaciones.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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#805 (17.11.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).