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lunes, 7 de abril de 2014

INFIDELIDAD DE JERUSALÉN IV

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
INFIDELIDAD DE JERUSALÉN IV
Un Comentario de Ezequiel 16:53-63
53. “Yo, pues, haré volver a sus cautivos, los cautivos de Sodoma y de sus hijas, y los cautivos de Samaria y de sus hijas, y haré volver los cautivos de tus cautiverios entre ellas,”
Este versículo está estrechamente ligado al vers. 55 y debe ser leído o comentado junto con él:
55. “Y tus hermanas, Sodoma con sus hijas y Samaria con sus hijas, volverán a su primer estado; tú también y tus hijas volveréis a vuestro primer estado.”
La King James Version traduce la frase inicial del vers. 53 de la siguiente manera: “Cuando yo haga volver a sus cautivos, etc…” (O “si yo hiciera volver…”). Es decir, convierte lo que es un anuncio profético explícito en uno condicional que tiene el carácter de una amenaza temporalmente indeterminada.
De cualquiera de las dos maneras este versículo suscita un problema pues, condiciona el retorno de los exiliados de Judá al regreso previo de los deportados de Edom y Moab (representados por Sodoma y sus hijas) y del reino de Samaria.
No existe información alguna de que los edomitas y moabitas que pudieran haber sido llevados de su tierra sea por los asirios, o por los babilonios, hubieran regresado a su lugar de origen. Eso no debería sorprendernos pues los libros de Reyes sólo hablan de la historia de de los reinos de Judá y Samaria, y no mencionan para nada a los pueblos vecinos, salvo cuando los enfrentan en el curso de sus guerras.
Pero tampoco existe información de que los deportados del reino de Israel, es decir de las diez tribus que lo componían, alguna vez retornaran a su tierra, y menos que lo hicieran antes que los de Judá.
Sin embargo, no se debe excluir la posibilidad de que algunos miembros de esas tribus retornaran a su tierra individualmente por su cuenta.
Pero hay otra interpretación más probable de los vers. 53 y 55: Si yo hiciere volver a los habitantes de Edom y Moab, (o a los habitantes de Sodoma) y a los del reino de Samaria, al estado de poder y renombre que alguna vez tuvieron, entonces yo haré también retornar a los judíos de Babilonia para restaurar su grandeza pasada. Es decir, si lo primero llegara a ocurrir, lo segundo también ocurriría, pero como lo primero nunca ocurrió, lo segundo tampoco ocurrirá.
La amenaza se cumplió de hecho, porque la historia nos muestra que cuando los judíos retornaron de Babilonia, después de setenta años de cautiverio, según la profecía de Jeremías (25:11; 29:10; 32:37,38; 33:7,8; 2Cr 36:21; Es 1:1-4), lo hicieron humillados y sin gloria. Pese a todas las expectativas de restauración de la dinastía davídica que el pueblo mantenía, el reino de Judá nunca fue restaurado a su gloria pasada, y su territorio permaneció hasta tiempos de Jesús bajo el dominio extranjero, persa, griego o romano, salvo durante el corto período de independencia de que gozaron, entre los años 160 y 63 AC, gracias a la rebelión macabea que puso a uno de su familia (los hasmoneos) durante unos cien años como rey en el trono de Jerusalén.
54. “para que lleves tu confusión, y te avergüences de todo lo que has hecho, siendo tú motivo de consuelo para ellas.”
De esa manera tú llevarás tu vergüenza pues nunca recuperarás tu prestigio y riqueza pasada, y tu humillación servirá de consuelo a los otros pueblos conquistados vecinos que tampoco recuperaron su independencia. Al ver la decadencia en que has caído tus antiguos rivales se consolarán de la propia. ¡Triste condición la humana que se consuela del mal que lo aflige contemplando la desgracia ajena!
56,57. “No era tu hermana Sodoma digna de mención en tu boca en el tiempo de tus soberbias, antes que tu maldad fuese descubierta, como también ahora llevas tú la afrenta de las hijas de Siria y de todas las hijas de los filisteos, las cuales por todos lados te desprecian.”
Cuando tu poder era grande, en los tiempos de tu grandeza, no te dignabas pronunciar el nombre de las ciudades de Moab y de Edom sino con desprecio. Ahora que has sido humillada y ha caído tu poder en justo castigo por tus pecados, las ciudades de tus antiguos rivales, Siria y Filistea, se burlan de ti y te desprecian. Tal como tú trataste a otros, así eres tú tratada.
Esta es una ley de la vida: No hagas a los demás lo que no quisieras que hagan contigo. No lo hagas por tu propio bien, porque algún día tú experimentarás en tu propia carne lo que hiciste sufrir a otros. Más bien, haz lo contrario, como dijo Jesús: “Trata a los demás como tú quisieras ser tratado” (Mt 7:12), es decir, con la misma consideración y el respeto que tú deseas para ti, a fin de que otros te traten de la misma manera, y tú coseches lo que sembraste.
58. “Sufre tú el castigo de tu lujuria y de tus abominaciones, dice Jehová.”
Este versículo cierra todas las consideraciones de los versículos que precedieron. Puesto que tú te apartaste de Dios yendo detrás de ídolos y corrompiste tus costumbres de manera abominable, es justo que ahora sufras el castigo que por todo ello te mereces, “dice Jehová”. Es Dios mismo quien pronuncia esa sentencia en tu contra.
59. “Pues así dice el Señor Jehová: Yo haré contigo como tú hiciste, que menospreciaste el juramento al invalidar el pacto.”
Es natural que el pueblo de Judá sufra las consecuencias de su infidelidad y que Dios les repague su traición con la misma moneda, pues ellos renegaron del pacto con el Altísimo que juraron en el Sinaí (Ex 19:3-8); y renovaron en Moab, antes de entrar a la tierra prometida (Dt 29:10-15).
Pero las palabras de este vers. pueden interpretarse diferentemente, y así lo hacen algunos, como si fueran una pregunta que se hace Dios: ¿Me comportaré yo contigo de la manera como tú lo has hecho conmigo, despreciando el pacto de fidelidad que me juraste, haciéndolo inválido? Esa pregunta equivale a una declaración negativa: No lo haré, aunque tendría sobradas razones para hacerlo puesto que tú despreciaste mi pacto contigo. Efectivamente, por lo que sigue, esa parece ser la interpretación correcta.
60. “No obstante, yo tendré memoria de mi pacto que concerté contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo un pacto sempiterno.”
Yo no me portaré contigo como lo has hecho tú conmigo, porque yo soy Dios. Si tú invalidaste tu pacto con tu mala conducta e infidelidad (Jos 24:14-28; Jr 11:10), yo mantendré el pacto que hace tiempo juré a tus padres (Gn 15:18-21; 17:1-9), y que hice contigo en los días de tu juventud (vers. 43) cuando te saqué de Egipto (Ex 34:1-10); y lo renovaré porque yo soy fiel a mi palabra, ahora y para siempre. Por eso el pacto que ahora renuevo contigo, pese a tu infidelidad, será un pacto eterno. (Jr 32:37-40).
En el momento más triste del descalabro sufrido por el pueblo escogido por su propia culpa, Dios le recuerda que sus promesas son irrevocables (Rm 11:29).
“Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta”. (Nm 23:19). Dios es alguien en quien podemos confiar. Si nos volvemos a Él arrepentidos, Él siempre nos acogerá. Si nosotros somos infieles, Él es siempre fiel (2Tm 2:13).
61,62. “Entonces te acordarás de tus caminos y te avergonzarás, cuando recibas a tus hermanas, las mayores que tú y las menores que tú, las cuales yo te daré por hijas, mas no por tu pacto. Yo estableceré mi pacto contigo; y sabrás que yo soy Jehová”
Estos dos versículos y el siguiente pueden entenderse de dos maneras: Una como una profecía referida a los tiempos cercanos al profeta, y a los acontecimientos descritos en los versículos anteriores; y otra, como refiriéndose a tiempos futuros, ya no al Israel en la carne sino al Israel en el espíritu, esto es, a la iglesia, que es la interpretación preferida por la mayoría de intérpretes.
En el primer sentido el pueblo elegido se avergonzará y arrepentirá de sus pecados pasados cuando los cautivos de Babilonia retornen a su tierra, no porque ellos hubieran cumplido su pacto conmigo, dice Dios, sino porque yo, que nunca fallo, cumplo el pacto que he celebrado contigo. Dentro de esta interpretación es difícil determinar quiénes serían “tus hermanas mayores… y menores que tú” que Dios le dará por hijas. Pudieran ser los grupos de población judía que fueron regresando a Israel a partir de la autorización dada por Ciro, rey de Persia el año 539 AC (2Cro 36:22,23; cf Is 44:28), unos más grandes que otros, que se establecieron en Israel y que serían acogidos como hijas, esto es, amorosamente.
En la otra interpretación de cumplimiento lejano, las hijas mayores y menores son las diversas naciones paganas de diverso tamaño que, en mayor o menor número, se convertirán a Cristo a partir de la predicación del Evangelio iniciada por los apóstoles fuera de Palestina, y que serán acogidas por la iglesia como verdaderas hijas.
Esto ocurrirá no en virtud del antiguo pacto (al que Dios llama “tu pacto”) que fue invalidado por el incumplimiento del pueblo escogido, sino en virtud del nuevo pacto celebrado en la sangre de Cristo (al que Dios llama “mi pacto”). Todos los que se acojan a ese nuevo pacto tendrán la ley escrita en sus corazones, como anunció Jeremías (Jer 31:33), y todos conocerán al Señor “desde el más pequeño hasta el más grande” (Jr 31:34). Es obvio que esta profecía encaja mejor en la era cristiana en la que el evangelio se difundió por todo el mundo civilizado, que en tiempos del Antiguo Testamento.
Entonces el Israel de Dios (formado por todos los que se conviertan a Cristo) sabrán que yo soy Jehová, esto es, me reconocerán como el único Dios vivo y verdadero, que ejerce dominio y gobierno sobre todo lo creado porque todo salió de mis manos.
63. “Para que te acuerdes y te avergüences, y nunca más abras la boca, a causa de tu vergüenza; cuando yo te haya perdonado todo lo que hiciste, dice el Señor Jehová.”
Dios dice, reiterando lo que ya dijo en el v. 61, que lo profetizado sucederá para que cuando ocurra el pueblo que se alejó de Él se acuerde y se avergüence de sus pecados pasados, de su infidelidad e idolatría, y nunca más pretenda justificarse ante Él, porque su vergüenza lo abrumará cuando Dios perdone todo lo que hizo.
Cabe preguntarse, ¿cuándo perdonó Dios a Israel sus infidelidades? Obviamente cuando  retornaron del exilio babilónico, e iniciaron una nueva vida en su tierra bajo la conducción de Esdras y Nehemías (Jr 33:8). Es un hecho que entonces el pueblo de Israel estaba enteramente avergonzado de su idolatría pasada y había escarmentado, porque nunca más volvió a caer en ella.
Sin embargo, cuando cinco siglos después apareció el Mesías esperado, el pueblo no sólo no lo reconoció, sino que lo condenó a muerte y lo entregó a los romanos para que fuera crucificado. Cuarenta años después de ese terrible evento se cumplió el castigo que Jesús había anunciado (Mt 24:1,2): el templo de Jerusalén fue destruido por los romanos, la ciudad fue arrasada y el pueblo diezmado. Sesenta años después, ante la nueva rebelión de los judíos liderados por Bar Kojba, los romanos la destruyeron nuevamente, sin que quedara huella de ella, y desterraron a los judíos de su tierra, prohibiéndoles bajo pena de muerte, retornar. Eso no impidió que los judíos, bajo el liderazgo de los sucesores de los fariseos, reunidos después de la catástrofe en la localidad costera de Yavné, iniciaran una nueva vida y buscaran sinceramente a Dios.
Pero nunca más –salvo contadas excepciones- volvieron a su tierra hasta tiempos recientes en que la fuerte emigración judía a Palestina, iniciada a fines del siglo XIX, culminó con el establecimiento del estado de Israel en 1948. Durante los dieciocho siglos intermedios los judíos vivieron esparcidos por el mundo como huéspedes en tierra ajena, no siempre bien recibidos y, con frecuencia, siendo perseguidos o expulsados.
El desarrollo de la religión que emergió como resultado de esa búsqueda ha sido objeto de una serie de ocho artículos míos titulados “¿Qué es el judaísmo?”, publicados entre noviembre 2009 y octubre 2010.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#807 (08.12.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 27 de febrero de 2014

INFIDELIDAD DE JERUSALÉN I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
INFIDELIDAD DE JERUSALÉN I
Un Comentario de Ezequiel 16: 1-19
El capítulo 16 del libro de Ezequiel es una fábula alegórica en la que Dios hace memoria de la historia del pueblo de Israel y de sus relaciones con ese pueblo, y le reprocha severamente su infidelidad. Siendo una fábula no se puede relacionar directamente tal episodio, o pasaje de ella con un episodio específico de la historia del pueblo elegido, porque lo recuenta en términos generales, pero sí hay algunas alusiones bastante obvias.
Por boca de Ezequiel Dios se dirige a Jerusalén, capital de la nación, como representante de todo el pueblo y en términos de un contrato matrimonial.
Ezequiel estaba con los israelitas cautivos en Babilonia, y escribe a los que permanecieron en Israel para reprocharles su infidelidad; así como Jeremías, que se encontraba en Jerusalén con el remanente que permaneció en esa ciudad, escribía a los deportados en Babilonia para consolarlos.
1-3. “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, notifica a Jerusalén sus abominaciones, y di: Así ha dicho Jehová el Señor sobre Jerusalén: Tu origen, tu nacimiento, es de la tierra de Canaán; tu padre fue amorreo, y tu madre hetea.”
Cuando viene “palabra de Jehová” a un profeta, ella constituye una orden perentoria de comunicar un mensaje a determinada persona, o grupo de personas, o a todo un pueblo.
Por lo que se ve luego, el profeta comienza refiriéndose a la historia del pueblo elegido, no desde sus inicios con el patriarca Abraham, sino cuando Israel estaba establecido en la tierra de Egipto, tiempo durante el cual el clan familiar  de Jacob, compuesto de setenta personas (Gn 46:27), creció hasta convertirse en un pueblo muy numeroso.
Es muy curioso que el profeta diga para comenzar que el padre de Israel fue un amorreo, porque sabemos que no es así. Abraham no era amorreo. Los amorreos eran un pueblo descendiente de Cam, hijo de Noé, establecidos en la tierra de Canaán desde tiempos inmemoriales, y sumamente corruptos. Fueron casi completamente destruidos durante la conquista de la tierra prometida. Si el profeta los llama padres de Israel, es para humillar a los habitantes de Jerusalén. Y lo mismo puede decirse del hecho de atribuir su maternidad a una mujer hetea, es decir, hitita, perteneciente a otro de los pueblos que habitaban esa tierra cuando fueron conquistados por Israel, pero que no fueron destruidos completamente.
Se recordará que las dos mujeres que Esaú tomó por esposas eran heteas, hecho que afligió sobremanera a su madre Rebeca (Gn 27:46). Recuérdese asimismo que Jerusalén estuvo en poder de un pueblo pagano, los jebuseos, hasta que David la conquistó para convertirla en la capital de su reino (Js 15:63; 2Sm 5:6,7).
Lo que el profeta quiere decir a los hebreos es: Tu origen es nada honorable, aunque tú te jactes de descender de Abraham, porque más te pareces a los paganos idólatras que habitaban esta tierra que al patriarca que fue amigo de Dios, y a quien se le prometió que pertenecería a sus descendientes a perpetuidad. (Nota 1).
En otras palabras, tus antepasados cercanos renunciaron a ese derecho, y tú eres aquí un usurpador. Estás pues listo para ser expulsado.
¿A cuántos que se dicen cristianos colocará Jesús a su izquierda en el juicio de las naciones? ¿Y a cuántos que no consideramos de los nuestros colocará a su derecha? (Mt 25:31-33)
4,5. “Y en cuanto a tu nacimiento, el día que naciste no fue cortado tu ombligo, ni fuiste lavada con aguas para limpiarte, ni salada con sal, ni fuiste envuelta con fajas. No hubo ojo que se compadeciese de ti para hacerte algo de esto, teniendo de ti misericordia; sino que fuiste arrojada sobre la faz del campo, con menosprecio de tu vida, en el día que naciste.”
Lo que se dice acerca de su nacimiento es aún más digno de compasión, porque no se hizo con ella lo que suele hacerse con toda criatura amada al nacer, según las prácticas de entonces. No se le prodigó ningún cuidado, sino que se la arrojó al campo, como si su madre desnaturalizada la abominara y no diera importancia a su vida. Y ahí estaba ella lista para morir. (2) Estas palabras humillantes que les dirige Dios sirven para ilustrar el contraste entre el abandono en que se encontraba el pueblo de Israel en Egipto, oprimido y sometido a trabajos forzados (3), y la misericordia que Dios mostró con ellos al recogerlos y llamarlos su pueblo (Véase Dt 32:10).

6. “Y yo pasé junto a ti, y te vi sucia en tus sangres, y cuando estabas en tus sangres te dije: ¡Vive! Sí, te dije, cuando estabas en tus sangres: ¡Vive!
Dios dice que cuando ella estaba en ese estado de abandono, pasó como de casualidad por donde ella se encontraba por tierra y abandonada, y la vio en “sus sangres”, es decir, cubierta de sangre como una criatura que acaba de nacer después de un parto difícil, y que no ha sido lavada ni limpiada; y viéndola en ese estado y pronta a morir, con su palabra le infundió vida para que reviviera.
De manera semejante Dios le dice al pecador que está inmundo en sus pecados y ensangrentado, “¡Vive!” para que recobre la vida del Espíritu que ha perdido, y nazca de nuevo (Jn 3:7).
7. “Te hice multiplicar como la hierba del campo; y creciste y te hiciste grande, y llegaste a ser muy hermosa; tus pechos se habían formado, y tu pelo había crecido; pero estabas desnuda y descubierta.”
El efecto de todo ello fue que la criatura creció y llegó a ser una joven de pechos bien formados y cabellera ondulada, con los rasgos que hacen a la mujer atractiva al hombre. Sin embargo, la criatura, ahora  convertida en una espléndida muchacha, seguía estando desnuda y sin abrigo. Para que no olvidemos que esta parábola se refiere al pueblo de Israel, dice que se multiplicó en número, tal como efectivamente ocurrió cuando el pueblo hebreo estuvo en Egipto: llegaron 70 personas con Jacob y se multiplicaron hasta llegar a ser cientos de miles (Nm 1:46; Ex 1:7,12).
8. “Y pasé yo otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez; y te di juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste mía.”
Estando ella así, dice Dios, que pasó de nuevo de manera fortuita junto a ella (cuando sufría bajo la opresión egipcia) y vio que ya estaba madura para el amor. Extender el manto y cubrir la desnudez es una manera discreta de designar la relación amorosa (Rt 3:9). Pero no quedó allí su cuidado amoroso, sino que Dios contrajo matrimonio con ella con un pacto sellado con un juramento (refiriéndose al pacto solemne celebrado en Sinaí en que Dios adoptó a Israel como pueblo suyo: Ex 19,20).
Llegado “el cumplimiento del tiempo Dios envió a su Hijo…” (Gal 4:4) a expiar en la cruz los pecados de todos los hombres, y Jesús celebró con nosotros un nuevo pacto en su sangre (Lc 22:20), tal como fuera anunciado por el profeta Jeremías (Jr 31:31-34).
9-13. “Te lavé con agua, y lavé tus sangres de encima de ti, y te ungí con aceite; y te vestí de bordado, te calcé de tejón, te ceñí de lino y te cubrí de seda. Te atavié con adornos, y puse brazaletes en tus brazos y collar a tu cuello. Puse joyas en tu nariz, y zarcillos en tus orejas, y una hermosa diadema en tu cabeza. Así fuiste adornada de oro y de plata, y tu vestido era de lino fino, seda y bordado; comiste flor de harina de trigo, miel y aceite; y fuiste hermoseada en extremo, prosperaste hasta llegar a reinar.”
Con diversas imágenes sugestivas el profeta describe cómo Dios se ocupó del pueblo que había escogido, primero limpiándolo, cubriendo sus pecados mediante el sacrificio de animales, ungiéndolo con el aceite de la unción, vistiéndolo con la ropa más fina, de lino y seda; y adornándolo con joyas preciosas (4), estableciendo el culto del tabernáculo en el desierto, y ordenando a los sacerdotes y levitas que habían de oficiar en él; alimentándolo con la comida más costosa, con lo que se muestra que él había prosperado y el pueblo se había enriquecido hasta llegar a convertirse en un reino famoso bajo David y Salomón.
Una vez más la palabra del profeta apunta simbólicamente al nuevo nacimiento: “Te lavé con agua…” evoca “el lavamiento de la regeneración y la renovación en el Espíritu Santo” (Tt 3:5). “Lavé tus sangres de encima de ti…”: Esto es, la culpa del pecado que fue limpiada con la sangre de Cristo cuando Él murió en la cruz. “Te ungí con aceite…”: Evoca la unción del Espíritu Santo que se derramó en Pentecostés (Hch 2:2-4). “Te ceñí de lino y te cubrí de seda…”: Fuiste revestida con la justicia de Cristo para que pudieras permanecer de pie en la presencia de Dios (Gal 3:27).
14. “Y salió tu renombre entre las naciones a causa de tu hermosura; porque era perfecta, a causa de mi hermosura que yo puse sobre ti, dice Jehová el Señor.”
El profeta le recuerda al pueblo que la prosperidad de que llegó a gozar durante el apogeo de la monarquía, y la hermosura de sus campos y ciudades no era propia, sino le había sido dada por Dios como un regalo, y que le debía todo lo que llegó a tener.
15. “Pero confiaste en tu hermosura, y te prostituiste a causa de tu renombre, y derramaste tus fornicaciones a cuantos pasaron; suya eras.”
Sin embargo, en lugar de serle fiel al Dios que te había engrandecido como un amoroso marido, y guardar para Él toda tu devoción, empezaste a servir a otros dioses, y a rendirles culto, algo que yo te había expresamente prohibido cuando hice pacto contigo (Ex 20:3,4). Como prostituta callejera te ofrecías al primer ídolo que te presentaran.
La prostitución de Israel comenzó cuando Salomón, ya viejo y corrompido, dejó que su corazón se inclinara hacia los dioses de las muchas mujeres que había tomado por esposas y concubinas, y levantó altares a sus ídolos (1R 11:1-8).
Dios tenga compasión de los cristianos que, como Esaú, venden su primogenitura (su herencia eterna) por un plato de lentejas (Gn 25:27-34), esto es, por un instante de placer, o por las satisfacciones de la fama perecedera que proporciona el mundo.
16. “Y tomaste de tus vestidos, y te hiciste diversos lugares altos, y fornicaste sobre ellos; cosa semejante nunca había sucedido, ni sucederá más.”
Tomaste los regalos que yo te había hecho y con ellos adornaste los lugares altos de tu tierra para rendir culto a ídolos que no son dioses, algo que yo te había prohibido estrictamente que hicieras (Ex 20:4,5).
17, 18. “Tomaste asimismo tus hermosas alhajas de oro y de plata que yo te había dado, y te hiciste imágenes de hombre y fornicaste con ellas; y tomaste tus vestidos de diversos colores y las cubriste; y mi aceite y mi incienso pusiste delante de ellas.”
Tomaste los metales preciosos que yo te había dado y con ellos te forjaste estatuas delante de las cuales te postraste en adoración como si esos objetos inanimados fueran dioses, y tomaste el aceite y el incienso que estaban reservados para mí y los usaste para servirlos.
19. “Mi pan también, que yo te había dado, la flor de la harina, el aceite y la miel, con que yo te mantuve, pusiste delante de ellas para olor agradable: y fue así, dice Jehová el Señor.”
Incluso los frutos del campo con que yo te había bendecido los usaste para presentar ofrendas a esos falsos dioses, y los quemaste en tus altares para que subieran como olor agradable a divinidades que no existían, ni podían sentirlo, pero cuyo perfume a mí me ofendía porque no lo ofrecías a mí.
Notas: 1. Nótese, sin embargo, que Abraham tuvo que comprarles a los hijos de Set un terreno para tener dónde enterrar a su mujer Sara (Gn 23)
2. Es un hecho que la criatura humana recién nacida es un ser desamparado, incapaz de valerse por sí mismo, y que no tendría posibilidades de subsistir si no fuera por el amor que Dios ha infundido en sus padres para ocuparse de ella y cuidarla.
3. Para los egipcios los israelitas, siendo pastores de ovejas, eran abominables (Gn 43:32; 46:34). Con mucha frecuencia los escogidos de Dios son abominables para el mundo.
4. Esto puede referirse a las alhajas y vestidos que los hebreos pidieron a los egipcios antes de partir (Ex 12:35,36).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#802 (27.10.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).