LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
VIAJE DE PABLO A
JERUSALÉN II
Un Comentario de Hechos
21:10-16
10,11. “Y permaneciendo nosotros allí algunos días,
descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el
cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu
Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le
entregarán en manos de los gentiles.”
Pablo debe haberse
sentido muy bien en la casa de Felipe, porque pese a la prisa que tenía para
llegar a Jerusalén antes de Pentecostés, se quedó allí varios días, gozando sin
duda, de la cálida acogida que le brindaron no sólo a Pablo, sino a los siete o
más que lo acompañaban. ¡Qué agradable es, dicho sea de paso, estar alojado
donde a uno lo reciben con cariño! ¡Y qué desagradable es, en cambio, cuando
uno siente que lo reciben de mala gana, por compromiso! Hospedar a los hermanos
es una de las obras que a Dios más agrada (Hb 13:2).
Mientras estaban Pablo
y los suyos alojados en casa de Felipe, vino de Judea (“descendió” dice el
texto, porque ésa era región montañosa) un profeta a quien ya conocemos,
llamado Agabo.
Estando Pablo años
atrás en Antioquía cuando la iglesia empezaba a ganar adherentes entre los
griegos, vino Agabo junto con otros profetas de Jerusalén, y anunció que
vendría una gran hambruna sobre la tierra, lo cual efectivamente sucedió, dice
Lucas, en tiempos del emperador Claudio, en los años 46 y 47 (Hch 11:28).
En esta ocasión, Agabo
que, sin duda, era enviado por el Espíritu, hizo uso del método profético
gestual que emplearon también en varias ocasiones Eliseo, Isaías, Jeremías y
Ezequiel. (Nota 1)
Tomó el cinto de Pablo
y se ató con él las manos y los pies, declarando por el Espíritu que los judíos
atarían de esa manera al dueño del cinto, para entregarlo en manos de los
gentiles, en este caso, de los romanos, tal como años antes habían hecho con su
Maestro (Mt 20:18,19).
¿Qué propósito cumplía
en esta ocasión la profecía de Agabo? ¿Era acaso una advertencia del Espíritu
Santo para que no fuera a Jerusalén, y que él debía obedecer? Pero Pablo estaba
convencido de que era Dios el que lo impelía a subir a la ciudad santa (Hch
20:22,23). Yo pienso que la profecía de Agabo tenía la finalidad de probar y de
profundizar su determinación de cumplir la voluntad de Dios cualquiera que
fuere el costo para él.
12. “Al oír esto, le rogamos nosotros y los de
aquel lugar, que no subiese a Jerusalén.”
Como es natural todos
los que estaban presentes, incluyendo al propio Lucas, le suplicaron a Pablo,
en los más tiernos términos posibles, que no continuara su viaje a Jerusalén.
Ellos sabían qué es lo que le podía ocurrir y querían a toda costa evitárselo.
Notemos que a veces el
cariño hace que nos opongamos a lo que es la voluntad de Dios manifiesta. Es un
cariño egoísta, porque si fuese desinteresado, pese al dolor que sentían por lo
anunciado, le dirían: Anda confiado a Jerusalén porque, sea lo que fuere lo que
te suceda, Dios estará contigo. ¿Amarían sus discípulos a Pablo más de lo que
Dios le amaba?
13. “Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis
llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser
atado, sino aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.”
Las súplicas
emocionadas de sus amigos no podían dejar de tocar el corazón de Pablo, que les
reprochó que le hicieran más difícil proseguir con su propósito. Ver el dolor
de ellos, sin embargo, no debilitó su decisión, pues agregó las palabras
citadas arriba que muestran su estado de ánimo y su decisión de cumplir aquello
a lo cual él estaba convencido el Espíritu lo llamaba: sufrir prisiones y morir,
si fuera necesario, por proclamar el nombre de su Señor. A Él le pertenecía
totalmente su vida y estaba listo a entregarla sin reserva a sus verdugos. (2)
Esa disposición de
ánimo ya la había expresado claramente en la epístola a los Gálatas cuando
escribió: “Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí.” (2:20).
Él estaba plenamente
poseído por la idea de que si Jesús, el Hijo de Dios, se había entregado a la
muerte para salvarlo, ya su propia vida no le pertenecía, porque había muerto a
sí mismo; su vida estaba crucificada en la cruz con Cristo en el Calvario y no
era suya.
Pablo cumplía de una
manera perfecta el dicho de Jesús: “Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo (que es lo que él
estaba haciendo en ese momento), y tome su cruz (la cruz de padecimientos
que Jesús le estaba ofreciendo), y sígame
(hasta la muerte).” (Mt 16:24)
¿Somos nosotros, que
nos preciamos de ser discípulos de Cristo, y de amarlo con todo nuestro
corazón, capaces de un sacrificio semejante? Es cierto que no a todos les pide
Dios una inmolación semejante, pero notemos que es esa clase de entrega
absoluta, lo que permitió que el Evangelio se difundiera rápidamente por el
mundo entero entonces conocido. Y es esa clase entrega la que hace posible que
el Evangelio sea proclamado hoy día en países donde está prohibido hacerlo.
De hecho, el ejemplo de Pablo, de Pedro y de
los otros apóstoles que dieron su vida por Cristo, fue seguido por miles de
hombres y mujeres cristianos que ofrendaron sus vidas como testigos de la fe
que vivía en ellos. Bien pudo decirse un siglo y medio después de los hechos
narrados aquí que la sangre de los mártires es la semilla de la iglesia
(Notemos que “mártir” –del griego martur-
quiere decir “testigo”).
Nosotros somos
llamados a ser testigos ante el mundo (esto es, ante la gente que nos rodea) de
la fe que vive en nosotros. Podemos, y serlo, con nuestras palabras pero, sobre
todo, con las vidas que llevamos, es decir, con nuestra conducta. Si lo hacemos,
seremos en verdad “mártires” en un doble sentido: de testigos y de víctimas del
odio de Satanás que actúa a través de los enemigos de Cristo.
14. “Y como no le pudimos persuadir, desistimos,
diciendo: Hágase la voluntad del Señor.”
En vista pues de que
no había manera de hacerle cambiar su propósito de enfrentar su destino,
dejaron de tratar de hacerlo. Notemos aquí que Lucas se incluye entre los que
trataron de persuadirlo, pues escribe “no
le pudimos” y “desistimos”. Lucas
tan cercano a Pablo, no comprendía plenamente el espíritu que lo animaba. En
cierta manera, podemos decir que su amor por Pablo pesaba más en su alma que
los designios de Dios para su siervo. Nosotros solemos ser egoístas: nuestro
cariño, nuestro afecto por algunas personas que amamos es mayor que la obra que
Dios quiere hacer a través de ellos si esa obra significa dolor y sacrificio.
Quisiéramos evitárselos. Sin darnos cuenta, pretendemos ser más sabios y
compasivos que Dios.
No obstante, ellos
reconocieron que más importantes que sus deseos eran los planes y proyectos de
Dios, diciendo: “Hágase la voluntad del
Señor”. Reconocieron, aunque no podían comprenderlo del todo, que todas
nuestras vidas, incluyendo la de Pablo, están bajo el control de la buena voluntad
de Dios, que sabemos es “agradable
(aunque pueda ser ocasionalmente amarga a nuestro gusto) y perfecta.” (Rm 12:2)
Someterse a la
voluntad de Dios, aunque nos sea desagradable y contrario a nuestro
egocentrismo, es la clave del éxito en la vida, no quizá a los ojos del mundo,
de los hombres, sino a los ojos de Dios que está por encima nuestro, y que ve
lo que nosotros no podemos ver. Pablo expresó una vez una idea semejante cuando
escribió: “¿Quién entendió la mente del
Señor? ¿O quién fue su consejero?”. (Rm 11:34) Y agrego yo: ¿Hay alguien
que haya podido enseñarle algo a Dios? No obstante, hay necios que lo
pretenden.
Notemos que existe un sugestivo
paralelismo entre la actitud de Jesús, de quien Lucas dice que “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc
9:51), sabiendo que ahí le esperaba la muerte más horrible, y la actitud de
Pablo, decidido a ir a Jerusalén a pesar de que era consciente de los peligros
que ahí le acechaban. Y así como Pedro trató sin éxito de disuadir a Jesús de
que se entregara en manos de sus enemigos (Mt 16:21,22), de igual manera los
amigos de Pablo trataron, asimismo sin éxito, de disuadirlo de que hiciera ese
viaje tan riesgoso para él.
15,16. “Después de esos días, hechos ya los
preparativos, subimos a Jerusalén. Y vinieron también con nosotros de Cesarea
algunos de los discípulos, trayendo consigo a uno llamado Mnasón, de Chipre,
discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos.”
“Después de esos días” son los días que Pablo y su comitiva pasaron en casa de
Felipe gozando de su hospitalidad y de la “koinonía”
que los unía estrechamente.
La palabra griega “aposkéhuaso”, que nuestro texto traduce
como “hechos los preparativos”, quiere decir: “habiendo empacado”. También
puede significar “habiendo preparado las cabalgaduras”. Si este último fuera el
sentido en que Lucas emplea esa palabra habría que concluir que los discípulos
contaban con cómodos medios económicos, porque el caballo era un medio de
transporte caro. Pero eso es improbable.
Al grupo que había
venido con Pablo se unieron varios discípulos de Cesarea, incluyendo a uno
llamado Mnasón, chipriota, que los alojaría a todos en Jerusalén. Este Mnasón
era uno de los primeros discípulos que se unieron a los apóstoles en Jerusalén
al comienzo de la vida de la iglesia, y se supone que fue una de las
principales fuentes de información sobre esos tiempos con que contó Lucas para
escribir su evangelio y el libro de los Hechos.
¿A cuántos hospedaría
Mnasón en Jerusalén? Además de los siete que acompañaban a Pablo, a los que habría
que agregar a Lucas y quizá a Tito (3), vendrían otros tantos de Cesarea. Es decir fácilmente
unas quince personas.
Podemos suponer que
Mnasón era un hombre de medios, y que contaba en Jerusalén con una casa
espaciosa en cuyo tercer piso habría un “aposento alto”, es decir, una
habitación grande, destinada, entre otros fines, a alojar a los transeúntes.
Sus huéspedes se acostarían simplemente en el suelo en un petate, o pequeña
alfombra adecuada, que traerían consigo, y que se abrigarían con su propio
manto. No imaginemos que les ofrecería camas con sábanas y frazadas. Las
costumbres de la gente común entonces eran sencillas, y no se andaban con lujos
o comodidades que sólo los muy ricos se podían permitir.
Notas: 1. Por mandato de Dios Jeremías compró una vasija de barro y la
llevó al valle de Hinnom. Allí delante de todos denunció los pecados que el
pueblo estaba cometiendo y, a la vista de todos, rompió la vasija diciendo: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Así
quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de
barro que no se puede restaurar más.” (19:11). Ezequiel se rapó un día la
cabeza y la barba, y conforme a las instrucciones recibidas de Dios, quemó una
parte de los cabellos en medio de la ciudad, cortó otra parte con espada
alrededor de la ciudad, y esparció al viento una tercera parte, como símbolo de
lo que iba a suceder al pueblo de Israel: una parte sería quemada, la otra
cortada, y otra esparcida en países que no conocían. (Ez 5:1-12. Véase Leon
Wood “Los Profetas de Israel” pag 72) Puede verse otros ejemplos de profecía
gestual en Is 20:2-4, Jr 13;1-10 y 2R 13:15-19.
2. En esta escena, dice Mathew Henry, hay un choque de
afectos, ambos justificados y sinceros. Ellos aman tiernamente a Pablo, y por
eso se oponen a su decisión de ir a Jerusalén; él los ama tiernamente, y por eso les reprocha que se
opongan a su decisión: Yo sé que estoy destinado a sufrir, y ustedes deberían
animarme y fortalecerme en ese propósito. En cambio, ustedes con sus lágrimas
debilitan mi decisión.
3. Tito fue, junto con Timoteo, uno de los discípulos más
cercanos y más amados por Pablo, a quien él llama “hijo en la fe común” (Tt 1:4). Él era de origen pagano y formó
parte de la delegación antioqueña que acompañó a Pablo y Bernabé en su viaje a
Jerusalén para resolver la polémica en torno a la circuncisión de los gentiles,
que por ese tiempo agitaba a la iglesia (Hch 15: 1,2). En esa ocasión los
judaizantes exigieron que Tito fuera circuncidado, pero Pablo se opuso a ello,
según su tesis de que, venido Cristo, la circuncisión nada era (Gal 2:1-5). La
reunión llevada a cabo allí –el llamado “Concilio de Jerusalén”- le dio la
razón a Pablo, pues la circuncisión no figura entre los cuatro requisitos
impuestos a los gentiles que se convirtieran (Hch 15:28,29).
Más adelante Tito fue
enviado por Pablo a Corinto para reprimir los abusos que se estaban dando en la
iglesia allí (2Cor 2:13). Ésa era una tarea delicada, por lo que Pablo esperaba
anhelantemente su retorno, que se produciría recién cuando Pablo estaba en
Macedonia. Él recibió también el encargo de organizar la iglesia en Creta (Tt
1:5).
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar
el mundo si pierde su alma? (Mt
16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir
a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus
pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados
cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu
perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces,
pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me
arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido
hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra
en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y
servirte."
#958 (15.01.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.
Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
1 comentario:
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