LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ARRESTO DE PABLO EN
EL TEMPLO II
Un Comentario de
Hechos 21:26-36
Pablo accedió a la
bien intencionada propuesta de Santiago y los ancianos de la iglesia de
acompañar a los cuatro hombres que debían cumplir un voto de purificación en el
templo, para dejar en claro ante la
multitud que él andaba ordenadamente cumpliendo la ley de Moisés, y desvirtuar
de esa manera las acusaciones mal intencionadas que se le hacían en sentido
contrario.
26. “Entonces Pablo tomó consigo a aquellos
hombres, y al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el
templo, para anunciar el cumplimiento de los días de la purificación, cuando
había de presentarse la ofrenda por cada uno de ellos.”
Pablo se reunió
entonces con esos hombres a quienes no conocía, y podemos suponer que se
pondría a orar con ellos pidiendo perdón por sus pecados, y pidiendo a Dios que
les concediera el motivo, o la petición, por la cual habían hecho voto de
consagración.
Al día siguiente
juntos se sumergirían en el pequeño estanque de purificación que había en el
templo y en el cual se bañaban todos los que querían ofrecer sacrificios en el
altar; hecho lo cual debían presentarse al sacerdote encargado de recibir ese
día a los que tenían ofrendas o sacrificios que presentar al templo, y le
informarían del próximo cumplimiento de los días de purificación. No tenemos
información de fuente cristiana acerca de los detalles del rito de culminación
del voto de nazareato, e ignoro si el Talmud consigna información al respecto.
¿Fue sabia la
decisión de Pablo de seguir el consejo de Santiago y los ancianos? Lo menos que
se puede decir es que fue imprudente, pues se recordará que, años atrás, él
había tenido que huir de la ciudad pues los judíos griegos querían matarlo (Hch
9:29,30). De otro lado, por lo que sabemos, ninguno de los creyentes judíos que
había en la ciudad asumió su defensa cuando fue acusado ante la multitud de
profanar el templo. Pero el hecho es que, aunque bien intencionado, haber dado
este paso le trajo pronto gravísimas consecuencias que cambiaron el rumbo de su
ministerio y alteraron sus planes. ¿Podemos dudar, sin embargo, de que a través
de todo ello, la mano de Dios seguía estando sobre él, protegiéndolo y
conduciéndolo para cumplir el propósito para el cual él había sido llamado? En
todo caso, el hecho es que en este punto empezaron las tribulaciones que Agabo
había anunciado que Pablo enfrentaría en Jerusalén (Hch 21:10,11).
27, 28. “Pero cuando estaban para cumplirse los
siete días, unos judíos de Asia, al verlo en el templo, alborotaron a toda la
multitud y le echaron mano, dando voces: ¡Varones israelitas, ayudad! Éste es
el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este
lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este
santo lugar.”
Para mala suerte de
Pablo con él coincidieron en el templo –en el llamado atrio de Israel, al cual
podían entrar todos los varones israelitas, aunque no fueran sacerdotes o
levitas, pero no los gentiles- unos judíos de la provincia de Asia, de esos que
sabemos que se la tenían jurada a Pablo. Ellos, al verlo, se abalanzaron sobre él,
y comenzaron a gritar a la multitud que se encontraba en ese momento en el
templo, y que debe haber sido numerosa, porque se estaba celebrando la Fiesta
de las Semanas, o Pentecostés (Shavuot),
que convocaba a mucha gente: ¡Vengan, vengan! Y lanzaron contra él la terrible
acusación de que él enseñaba a los judíos de la diáspora a abandonar la ley de
Moisés y las costumbres ancestrales.
Ya hemos visto en el
artículo anterior que esta acusación era falsa. Lo que Pablo enseñaba era que
los gentiles que se convertían a Cristo no tenían necesidad de guardar la ley
de Moisés, como sostenían los judaizantes. Es decir, no tenían necesidad de
circuncidarse y hacerse judíos. Pero él no enseñaba a los judíos convertidos
que abandonaran la ley de Moisés con sus normas y sus prácticas.
Para agravar las
cosas, lo acusaron de haber profanado el templo introduciendo en el atrio de
Israel a griegos (Nota 1), es decir, a no judíos, cuyo acceso a ese recinto interior les estaba
estrictamente prohibido.
Para comprender la
gravedad de esas acusaciones debe tenerse en cuenta que en las entradas de ese
atrio había trece estelas, o placas de piedra, que llevaban grabada la
siguiente advertencia en griego o en latín: “Ningún gentil puede entrar en la
balaustrada y en el recinto que rodea el santuario. Quien quiera que sea
sorprendido violando esta disposición será responsable de su propia muerte”.
Según el historiador
Josefo los romanos habían concedido a los judíos el derecho de condenar a
muerte por esta profanación aun a los que fueran ciudadanos romanos. Es decir,
les permitían pasar por encima de la protección automática que el imperio
otorgaba a sus ciudadanos.
Es muy interesante
constatar este sentido de separación como pueblo elegido que tenían los judíos,
una separación que implicaba un sentimiento de superioridad. Es posible que
Pablo se refiriera a esa barrera de separación cuando escribió en Efesios: “Porque él es nuestra paz, que de ambos
pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación” (2:14).
Cristo, en efecto, sostiene Pablo, hace de todos los pueblos uno solo, borrando
todas las barreras de separación, o de diferencia, así como igualmente borra
las diferencias entre judío y griego, esclavo y libre, varón y mujer (Gal
3:28), incorporando a todos los que creen en Él, sin distinción ni discriminación
alguna, en el Israel de Dios (Gal 6:16).
29. “Porque antes habían visto con él en la
ciudad a Trófimo, de Éfeso, a quien pensaban que Pablo había metido en el
templo.”
El motivo de su
acusación era obviamente un malentendido nada inocente, porque el que odia está
dispuesto a ver pecados donde no lo hay. Ellos habían visto a su conocido, al
griego Trófimo (2), con Pablo en la ciudad, y dedujeron equivocadamente que Pablo lo
había llevado consigo al interior del templo con los cuatro nazareos que
cumplían el rito de purificación.
30. “Así que toda la ciudad se conmovió, y se
agolpó el pueblo; y apoderándose de Pablo, lo arrastraron fuera del templo, e
inmediatamente cerraron las puertas.”
Al escuchar los
gritos de los acusadores de Pablo una marea de agitación se extendió por la
ciudad llena de peregrinos, que acudieron presurosos al templo. La multitud
cogió a Pablo y lo arrastró fuera del atrio de Israel, donde no podían matarlo,
e inmediatamente cerraron todas las puertas de acceso para impedir que ningún
gentil intruso pudiera profanarlo con su presencia, o que Pablo,
escabulléndose, pudiera refugiarse ahí.
31, 32. “Y procurando ellos matarlo, se le avisó al
tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba alborotada.
Éste, tomando luego soldados y centuriones, corrió a ellos. Y cuando ellos
vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo.”
Los que han leído
los capítulos 6 y 7 de este libro recordarán cómo, años atrás, la multitud
exaltada y llena de odio se apoderó del diácono Esteban, porque predicaba a
Cristo en el templo, y llevándolo fuera de la ciudad, lo mataron apedreándolo,
mientras que Pablo, que era entonces un joven fariseo, guardaba las ropas de
los que apedreaban, y aprobaba lo que ellos hacían (Hch 7:58-60).
Es curioso que ahora
Pablo se encuentre en una situación semejante y, en el mismo lugar: la multitud
amenazaba lincharlo. Felizmente alguien avisó al tribuno que comandaba una cohorte
de soldados que estaban estacionados en la torre Antonia, que se elevaba a un
lado del templo, (3), y él acudió presuroso con los gendarmes que tenía a sus órdenes. Éstos
no serían pocos, sino quizá unos 200 o más, porque el texto dice que lo
acompañaron centuriones que, podemos pensar, serían por lo menos dos, teniendo cada
uno a sus órdenes cien hombres.
Al verlos, la
multitud cesó de golpear a Pablo por temor de que pudieran ser acusados de
matar a un hombre sin previo juicio.
33-36. “Entonces, llegando el tribuno, lo prendió y
lo mandó atar con dos cadenas, y preguntó quién era y qué había hecho. Pero
entre la multitud, unos gritaban una cosa, y otros otra; y como no podía
entender nada de cierto a causa del alboroto, lo mandó llevar a la fortaleza.
Al llegar a las gradas, aconteció que era llevado en peso por los soldados a
causa de la violencia de la multitud; porque la muchedumbre del pueblo venía
detrás, gritando: ¡Muera!”
El tribuno mandó
enmarrocar a Pablo con dos cadenas y trató de averiguar en la multitud quién
era este sujeto, y qué era lo que había hecho que justificara la furia desatada
contra él.
Pero dado lo
exaltado de la gente, en la que unos decían una cosa, y otros, otra, le fue
imposible llegar a una conclusión razonable acerca de la ofensa cometida por el
prisionero. De modo que ordenó llevarlo a la fortaleza, tarea nada fácil porque
la gente se agolpaba y quería arrancar a Pablo de manos de los soldados.
Entonces no les quedó otro recurso a éstos que cargar a Pablo sobre sus hombros
para protegerlo de los exaltados, e introducirlo en la torre sano y salvo,
mientras que la masa furiosa pedía a gritos que Pablo fuese muerto. Él los
había herido en lo más profundo de sus sentimientos religiosos y patrióticos al
introducir, como pensaban, a un extranjero impuro en el lugar santo que
veneraban. Notemos, de paso, cómo la
multitud exaltada pedía la muerte de Pablo, así como años atrás había pedido la
muerte de Jesús (Mt 27:22,23).
Notas: 1. Herodes el Grande hizo demoler la mayor parte del templo construido
por Zorobabel en el siglo VI, para construir, a partir del año 19 AC, uno nuevo
cuya grandiosidad asombrara al mundo y, en efecto, logró su propósito, pues el
templo de Jerusalén llegó a ser considerado una de las maravillas del mundo.
Consistía en un
cuadrilátero semitrapezoidal, en cuya esquina noroeste estaba la fortaleza
llamada la Torre Antonia. En el lado este, de 370 m. de largo, según datos proporcionados
por Ernesto Trenchard (Comentario a los Hechos de los Apóstoles) –basados, a su
vez, en la descripción del templo hecha por Josefo- estaba el Pórtico de
Salomón, con su doble columnata de mármol, donde con frecuencia Jesús enseñaba
(Jn 10:23), y donde los apóstoles solían reunirse con frecuencia para orar (Hch
5:12). En el lado sur, de 280 m. de largo, estaba el Pórtico Real, aun más
lujoso que el anterior. La enorme explanada interior estaba ocupada por el
Atrio de los Gentiles, adonde acudía muchísima gente, y que en un momento dado
estuvo ocupado por los mercaderes y cambistas que fueron expulsados por Jesús (Mt
21:12,13). Hacia el lado norte estaba el tabernáculo propiamente dicho, de
forma rectangular, que estaba orientado de este a oeste, y cuyos lados medían
respectivamente 250 m. y 115 m. Al Atrio de las Mujeres se ingresaba por la
puerta llamada La Hermosa, o de Nicanor (porque fue donada por un judío rico de
Alejandría que se llamaba así), a la que se accedía por una escalinata de 14
escalones. Otra escalinata de 15 escalones semicirculares permitía subir al Atrio
de Israel, que circundaba al Atrio de los Sacerdotes, y donde estaba el
Santuario con el altar de los sacrificios, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo.
El templo estaba constituido pues por plataformas sucesivas cada vez más altas.
Las paredes del Santuario estaban cubiertas de planchas de mármol blanco y oro,
cuyo fulgor al reflejar la luz del sol cegaba la vista.
Sin embargo, no
podemos dejar de notar que Herodes el Grande había reconstruido el templo de
Jerusalén, no para la gloria de Dios, sino para la suya propia, y para ganarse
la buena voluntad de los judíos, que objetaban que él fuera idumeo y no
israelita. Por su lado, los sacerdotes que en él oficiaban estaban ciegos a la
acción de Dios, pensando más en su propio beneficio que en dar la gloria debida
a su Creador.
2. Trófimo era un cristiano gentil de Éfeso, que se unió a Pablo
después del alboroto en esa ciudad, y lo acompañó en su viaje a Macedonia y
Grecia. Cuando Pablo decidió ir a Siria, Trófimo y Tíquico se le adelantaron y
lo esperaron en Troas (Hch 20:4,5). Él era posiblemente uno de los delegados de
las iglesias de Asia escogidos para llevar la colecta para los santos de
Jerusalén, que Pablo había juntado (1Cor 16:3,4), y por eso andaba con él. En
2Tm 4:20 –que es posiblemente la última carta escrita por Pablo- él dice que
dejó a Trófimo enfermo en Mileto. No se tiene otras noticias de él.
3. La Torre Antonia era una fortaleza reconstruida por Herodes el
Grande, sobre la antigua torre Baris de los Macabeos. Estaba situada en la
esquina noroeste del templo. En ella se alojaba la guarnición romana y, a la
vez, servía de residencia al procurador cuando se encontraba en Jerusalén.
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar
el mundo si pierde su alma?” (Mt
16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la
presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados
haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados
cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu
perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces,
pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me
arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido
hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra
en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y
servirte."
#960 (29.01.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde
M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
1 comentario:
Easy "water hack" burns 2 lbs OVERNIGHT
At least 160000 men and women are hacking their diet with a easy and secret "water hack" to lose 2 lbs each and every night in their sleep.
It's simple and works with everybody.
This is how to do it yourself:
1) Get a glass and fill it up with water half glass
2) And then do this weight losing hack
and you'll be 2 lbs lighter the very next day!
Publicar un comentario