viernes, 14 de julio de 2017

EL JUICIO DE LAS NACIONES I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL JUICIO DE LAS NACIONES I
Un Comentario en dos partes de Mateo 25:31-46
Hay quienes llaman a este episodio de Mateo “parábola”, como si aludiera en
términos de semejanza, pero no realistas a un acontecimiento futuro de envergadura cósmica. Pero, aunque contiene elementos de parábola, no es una parábola propiamente dicha, sino una descripción profética que usa un vocabulario pastoril fácilmente comprensible de lo que será ese acontecimiento extraordinario del juicio final en la consumación de nuestra era al final de los tiempos. (Nota 1) En ese momento, en que todos los seres humanos, después de haber resucitado, compareceremos, ya no individualmente como una vez lo hicimos, (o haremos, tratándose de los que aún estamos vivos) sino colectivamente como raza, ante nuestro Creador, para escuchar la sentencia definitiva y confirmatoria que selle nuestro destino eterno.
El lugar donde figura este pasaje en Mateo es muy apropiado, pues viene después del anuncio de la venida de Jesús, y del fin de una era que llegará inesperadamente (cap. 24), y de las dos parábolas en el siguiente capítulo, que nos hablan de la necesidad de estar preparados para su regreso.
Él ha venido hablando a sus discípulos en diversas oportunidades de su regreso en gloria para juicio (Mt 16:27); y Pablo mismo ha aludido a ese acontecimiento en más de una ocasión (1Cor 15:51,52; 1Ts 4:16,17).
31. “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con Él, entonces se sentará en su trono de gloria.”
La expresión “Hijo del Hombre” que Jesús usa para referirse a sí mismo, viene de la visión que tuvo el profeta Daniel sobre el final de los tiempos, cuando vio que con las nubes venía uno como “hijo de hombre”, que se acercó “al Anciano de días”, esto es, al Padre eterno, “y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino, un reino que no será destruido jamás.” (Dn 7:13,14). El hecho de que Él hable de sí mismo usando ese título mesiánico, indica la conciencia que Él tenía de su misión y de cómo Él estaba cumpliendo el papel que le asignaban las profecías antiguas.
Él viene en su gloria, la gloria que tuvo con el Padre “antes de que el mundo fuese.” (Jn 17:5), es decir, desde toda la eternidad, en aquella gloria esplendorosa que caracteriza su naturaleza divina, y que es inimaginable para los ojos humanos. Viene acompañado por un cortejo triunfal de miríadas de ángeles que son su corte celestial, y se sienta en el trono majestuoso que le corresponde como Rey del universo, a quien el Padre ha dado el poder de juzgar (Jn 5:22,23).
32,33. “y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.”
Todos los pueblos (etné plural de etnós) de la tierra, esto es, judíos y gentiles, cristianos y paganos sin distinción (2), todos los que alguna vez vivieron sobre la tierra, se juntarán delante de Él, como están los acusados de pie ante el juez para escuchar la sentencia (2Cor 5:10). Todos estarán delante de Él, los que le reconocieron y los que le negaron. Todos sin excepción, y los que no lo reconocieron tendrán que hacerlo en ese momento aunque no quieran. Todos tendrán que doblar la rodilla delante de Él, quiéranlo o no (Rm 14:11; cf Is 45:23).
Entonces Él separará a los buenos de los malos, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. A unos los pondrá a su derecha, y a los otros, a su izquierda, como los segadores separan el trigo de la cizaña después de la siega (Mt 13:30).
A los buenos se les llama ovejas, porque son mansas, dóciles y humildes, y dan abundante lana blanca que sirve de abrigo; mientras que los díscolos cabritos, que representan a los malos, tienen el cuero cubierto de un pelo negro y tosco que sólo sirve para ser pisado como alfombra.
La diestra es la mano del poder, del honor, de la dignidad y del triunfo: “Como dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” (Sal 110:1; cf 1R 2:19; Sal 45:9; Rm 8:34). La izquierda –llamada también siniestra, palabra que tiene un significado ominoso- simboliza desdicha, desgracia, servidumbre, deshonra.
¿Quiénes son los enemigos de Jesús en esta escena de juicio? Los cabritos. No por nada en la ley de Moisés se escoge a un “macho cabrío” para que sirva de chivo expiatorio, y se le cubre con los pecados del pueblo; para que los cargue sobre sí, y sea enviado al desierto a Azazel, que es  figura del diablo (Lv 16:7-11, 20-22).

34. “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.”
El Hijo del Hombre que caminó en la tierra como un ser humano cualquiera es ahora el Rey, que está sentado en su trono majestuoso para juzgar. Y Él dirá a los que están a su derecha: “Venid benditos de mi Padre”. ¿Quién no quisiera escuchar esas palabras dirigidas a él, estando a la derecha del Rey? ¡Bendecido de mi Padre! Sobre ti reposarán no sólo las bendiciones de Abraham, Isaac y Jacob, sino muchas más, que ellos no conocieron, que vienen de haber sido redimidos por el Cordero, que ahora se sienta como Rey en el trono, y que apuntan a un gozo y a una dicha gloriosa que nunca termina (Ef 1:3).
“Heredad el reino”. Heredar es recibir un bien por el cual uno no ha trabajado, que uno no ha ganado con el sudor de su frente, sino que otro ganó para uno. Jesús, nuestro hermano mayor, lo ganó para nosotros en la cruz. Se hereda por filiación. Heredamos el reino porque somos hijos de Dios en virtud de la fe (Rm 8:17). Los que no son hijos, los que no creyeron sino que rechazaron a Jesús, y por tanto, son hijos del diablo, no heredan el reino celestial, sino otro horrible lleno de tinieblas.
Se nos dice: “Venid heredad…” porque un día acudimos al llamado de Jesús: “Venid a mí los que estáis cansados y fatigados, que yo os haré descansar.” (Mt 11:28); los que acudimos a su llamado cuando nos dijo: “Ven y sígueme.” (Lc 18:22).
Ese reino ha sido preparado para nosotros desde antes de la creación del mundo (o desde la eternidad). Ya estaba entonces en la mente de Dios. Ese reino es el cielo, la dicha eterna de que gozaremos algún día contemplando a Dios, en que lo veremos tal cual es, sin velos ni sombras que nublen nuestra mirada. Pero hay más: El reino de Dios, que comprende los cielos y la tierra, el universo entero, fue creado para nosotros, por nuestra causa, para que fuese nuestra morada eterna.
35,36. “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.”
Aquí el Rey empieza a enumerar las obras de misericordia que Dios desea y espera que el cristiano haga, comenzando por lo más elemental, la de satisfacer las necesidades de alimento de los que carecen de él, y sin el cual nadie puede subsistir. Hay pocos sufrimientos más agudos que los que produce el hambre, que puede llevar a los hombres a la desesperación.
Aún más aguda es la necesidad de agua, sin la cual la vida del cuerpo no se mantiene. Más días se puede estar sin comer que sin beber, porque el agua es esencial para las funciones vitales del organismo.
Estos dos actos de misericordia tienen que hacer con el sostenimiento de la vida corporal. El siguiente tiene que hacer con las relaciones humanas, con la necesidad de compañía, de fraternidad. Llegar a un lugar que no es el nuestro, donde nadie nos conoce, ni conocemos a nadie, nos produce una sensación de desamparo y de peligro porque, por lo general, el poblador mira con desconfianza, si no con hostilidad, al extranjero. Acogerlo satisface una necesidad básica de relación humana, de amistad, de protección y seguridad. Esta es una necesidad que padecen con frecuencia los más pobres, los que no tienen techo, pero también los emigrantes y los refugiados.
Al respecto Basilio de Cesarea (329-379) comenta: “El pan que retenemos le pertenece al hambriento, el desnudo reclama la ropa que guardas en tu armario, el zapato que enmohece en tu alcoba le pertenece al que anda descalzo, al necesitado le pertenece el dinero que tienes escondido…” Todo lo que tienes y no necesitas se lo has robado al que podría usarlo. Nada podrá disculpar a quien el pobre hambriento acuse de despedirlo con las manos vacías. Por algo dice Salomón: “El que da al pobre, le presta a Dios.” (Pr 19:17)
El siguiente acto de misericordia tiene que hacer nuevamente con el cuerpo: la necesidad de abrigo para protegerse del frío y de la intemperie.
Sabemos que el cuerpo puede fácilmente enfermarse y su salud quebrantarse. El enfermo tiene no sólo necesidad de medicamentos para curarse, sino también de apoyo humano y de compasión, pues sufre a veces de grandes dolores, y se ve impotente debido a las graves limitaciones físicas y al malestar que la enfermedad le impone.
Por último, si el justo está preso, puede ser sólo a causa de una injusticia, o porque es perseguido. ¡Con cuánta razón necesita que se le visite, que se le ayude y se le muestre solidaridad con su situación! Todas estas cosas debemos hacer por el prójimo, y Jesús espera que nosotros, como discípulos suyos, las hagamos. Si no las hacemos, le fallamos no sólo al prójimo, sino sobre todo a Jesús.
¿Por qué aprecia tanto Dios estas obras, puesto que las menciona como fundamento de su sentencia? Porque ellas son manifestación del amor al prójimo que nos ha ordenado tener y que, a su vez, es expresión del amor que le tenemos a Él. Como dice Juan: “El que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1Jn 4:20).
37-40. “Entonces los justos responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.”
Sorprendidos por las palabras del Rey, los justos le preguntarán: ¿Cuándo hicimos nosotros esas cosas por ti? ¿Cuándo te vimos en esas condiciones, si nunca tuvimos el privilegio de verte? Y Él les contestará: Cuando las hicisteis al menor de vuestros hermanos, al más pequeño, al más ignorado y despreciado, a mí las hicisteis, porque yo estaba en él, y sufría lo que él padecía pues, tenedlo bien en cuenta, era yo quien estaba en esas condiciones. Todos los seres humanos han sido creados por mí, son mis criaturas y yo me identifico personalmente con cada uno de ellos, porque salieron de mis manos. Si el padre, o la madre, sufren lo que padecen sus hijos, ¿no ocurrirá eso conmigo en una mayor proporción, pues soy su Creador que obró a través de los padres humanos? Por eso, todo lo que se haga al menor de ellos, a mí es hecho, porque yo amo a cada uno de ellos en una forma que ningún ser humano puede comprender.
Aquí se nos revela pues cuál debe ser la motivación central de nuestra vida y de todos nuestros actos: el amor. Si nosotros le pertenecemos, debemos estar llenos de ese sentimiento hacia nuestro prójimo, sea él nuestro amigo o nuestro enemigo.
Sí, también nuestro enemigo, como Jesús recalcó una vez (Mt 5:44). Se nos juzgará pues, no exactamente por nuestras obras, como algunos sorprendidos podrían concluir, sino por cuán llenos hayamos estado del amor que proviene de Dios, por cuán unidos hayamos estado a Él y hayamos reflejado su carácter; por cuán verdadera y sinceramente hayamos sido sus discípulos.
Porque si veo a uno que tiene hambre ¿permaneceré indiferente a su necesidad? ¿Podré sentarme a la mesa tranquilo? ¿O no me apresuraré a alcanzarle un plato de comida? Y si alguno tiene sed, ¿no le alcanzaré un vaso de agua? O si está enfermo, o en la cárcel, ¿no me interesaré por su suerte, e iré a visitarlo?
Algún día pues, seremos juzgados por cuán unidos estuvimos a Jesús en vida, en nuestros hechos y nuestra conducta, por cuánto nos esforzamos en ser como Él, en imitarlo, por cuánto lo amamos en suma.
En verdad, si lo pensamos bien, Jesús tuvo hambre durante las horas de su pasión, pues no se le dio un ápice de comida; tuvo una sed terrible en la cruz, porque se había desangrado y, por consiguiente, su cuerpo había perdido una gran cantidad de agua. Estuvo desnudo cuando lo despojaron de su ropa, y al verlo así, hubiéramos querido, de haber sido posible, cubrirlo de besos y caricias. Estuvo enfermo después de que lo hubieran torturado y azotado, y hubiéramos querido lavarlo y curarlo; estuvo preso y en cadenas, y no pudimos ir a visitarlo.
Puesto que no lo hicimos cuando Él se hallaba en esas condiciones, ahora se nos da la oportunidad de hacerlo, haciéndolo con el más miserable de nuestros hermanos, como si lo hiciéramos a Él, porque Él está en cada uno de ellos.
Cuanto más humilde y miserable sea una persona, más cerca está Jesús de ella, porque ella es como Él, que se humilló a sí mismo al despojarse de su forma de Dios, tomando forma de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2:6-8), como si fuera un malhechor, Él, que nunca pecó y fue el más grande benefactor de la humanidad.
Cuán a pecho toma Jesús la condición de los hombres, que lo que se haga al menor de ellos, se le hace a Él, como ya dijimos; le duele o le agrada lo que se le haga, como si a Él mismo en persona se le hiciera.
Cuando tú pues le cierras la puerta a un pobre, o le niegas una limosna al que te extiende la mano, a Él le estás dando un portazo, a Él le estás negando tu ayuda; a Él, sí a Él le duele como si a Él mismo se lo hicieras.
Ten pues cuidado de cómo tratas, de cómo hablas, de cómo te comportas con tu prójimo, pues Jesús está en él.
Notas: 1. Nótese que cuando al comienzo del gran discurso del capítulo anterior, los discípulos le preguntan a Jesús cuál será la señal de su venida, y del final de todo, ellos no emplean la palabra kósmos (mundo), sino aionos (siglo, era). Igualmente en el pasaje de la Gran Comisión (Mt 28:116-20) Jesús les promete que estará con ellos no hasta el fin del kósmos, sino hasta la consumación del aiónos, aunque la versión castellana ponga en ese lugar “mundo”.
2. Hay quienes sostienen que quienes serán convocados a juicio en esta escena serán sólo los judíos; otros piensan que serán sólo los cristianos. Pero lo serán todos los seres humanos, porque la palabra “naciones” no excluye a nadie.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#942 (11.09.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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