miércoles, 14 de junio de 2017

LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA VENIDA DEL  HIJO DEL HOMBRE II
Un Comentario de Lucas 21:28-38

28. “Cuando estas cosas empiecen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca.”
Las cosas a que se refiere el texto son las descritas en los v. 25 y 26 que preceden a la venida del Hijo del Hombre, que hemos comentado en el artículo precedente.
“Erguíos y levantad vuestra cabeza” porque los acontecimientos del cielo y del mar harán que los hombres se agachen y se escondan temerosos. Pero los creyentes no tendrán nada que temer. Al contrario, deberán alegrarse porque la redención anunciada para el final de los tiempos estará a la puerta. (Rm.8:20-23)
¿En qué sentido los acontecimientos del año 70 fueron una liberación para los discípulos de Jesús? Porque a partir de la destrucción del templo los discípulos dejaron de ser perseguidos por las autoridades judías, tal como ocurría, según el libro de los Hechos, en los años anteriores a la destrucción de Jerusalén. Esta catástrofe significó el final de su poder y autoridad.
Es cierto, de otro lado, que la persecución de los cristianos por parte de los judíos fue sustituida, a partir del año 64, por la persecución desencadenada en Roma por el emperador Nerón, con el pretexto de que ellos habían sido los causantes del incendio de Roma ocurrido ese año que él había provocado. A partir de esa fecha los cristianos sufrieron crueles períodos de persecución por parte de los romanos hasta que, en el año 313, Constantino promulgó el Edicto de Milán declarando que, el cristianismo era una religión lícita, es decir, permitida.
Para los que adoptan una interpretación futurista la palabra “redención” debe interpretarse a la luz de Romanos 8:23: “también nosotros  mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.” La profecía se refiere entonces a los últimos tiempos, cuando se produzca la resurrección de los muertos y la transformación instantánea de los cuerpos de los que en ese momento estén en vida, según lo que dice Pablo en 1Cor 15:51,52 (cf Hch 3:19-21; 1Ts 4:17). Esos son los tiempos que anunció Isaías, en que Dios crearía “nuevos cielos y nueva tierra” (Is 65:17; 66:22; 2P3:13; Ap 21:1).
29,30. “También les dijo una parábola: Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está cerca.”
Aquí Lucas presenta un ejemplo tomado de la naturaleza, con el cual toda la gente en una cultura primordialmente agrícola, como la de Israel, estaba perfectamente familiarizada. Los árboles pierden sus hojas en invierno y quedan completamente desnudos. Pero, terminando la estación fría, empiezan a aparecer los brotes de donde surgirán las hojas y las nuevas ramas. El que observa la naturaleza puede concluir fácilmente que esos brotes son anuncio del próximo verano: “está cerca”, no ha aparecido ya, pero ya está a la puerta.
31. “Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.”
Eso mismo deben concluir los discípulos de Jesús cuando aparezcan las señales mencionadas, cuando lo anunciado se cierna sobre el panorama: la venida del reino está cercana.
¡En cuántas ocasiones y cuántas veces nosotros vemos en la vida diaria las señales de acontecimientos, o de mudanzas, que están por suceder, y no nos damos cuenta! Y cuando suceden nos lamentamos de que estuvimos ciegos, o distraídos, y no percibimos lo que se anunciaba claramente. Eso sucede en tantos campos de la vida ordinaria: el enfriamiento de los sentimientos, o lo contrario; o la ira acumulada y el resentimiento, que llevan a rupturas o a infidelidades. Los seres humanos emitimos signos de lo que se cocina interiormente, pero las personas que están cerca muchas veces no lo advierten. Pero ¡ojo! miradas, gestos, silencios, son a veces más elocuentes que las palabras.
32. “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca.” (Mt 24:34; Mr 13:30)
Enseguida Jesús pronuncia una profecía cuya interpretación ha dado lugar a muchas discusiones, porque sus palabras, tomadas literalmente, excluyen toda posibilidad de que los acontecimientos predichos ocurran en tiempos todavía lejanos.
¿Qué quiere decir aquí “generación”? Generalmente se entiende que las generaciones están constituidas por hornadas de seres humanos que se suceden en períodos de 40 años. Si éste es el caso, debe entenderse que lo anunciado por Jesús ocurrió en un lapso no mayor de 40 años. Si Él está hablando ahí del fin de los tiempos, de los últimos acontecimientos de la historia, las señales ominosas en los cielos que causarían pavor en las gentes, el bramido del mar y, la venida del Hijo del Hombre en las nubes, esas cosas anunciadas no han ocurrido aún, aunque han pasado desde entonces 50 veces 40 años, es decir, 50 generaciones. ¿Tiene la palabra de Jesús vigencia alguna? ¿O son sus anuncios sueños de un lunático?
Esas especulaciones son vanas e inútiles. La palabra “generación” tiene aquí un sentido más sencillo: “la gente de este tiempo”, nuestros contemporáneos, semejante al que Jesús le da en otras ocasiones, como en Lc 7:31; 9:41; 11: 29-32, 50,51; 17:25; o el improperio que Juan Bautista dirige a los que vienen a hacerse bautizar por él: “¡Oh generación de víboras!” (Lc 3:7; Véase también Hch 2:40)
33. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.”
Para subrayar su anuncio Él añade una frase concluyente: antes pasarán los cielos y la tierra que mis palabras. Esto es, ustedes consideran a los astros del cielo y a la tierra como lo más estable e inconmovible que existe en el universo. Pues bien, quiero que sepan que mi palabra lo es aún más (Is 40:8; 55:10,11; 1P 1:24,25).
Sin embargo, ¿qué pensar de su afirmación si nada de lo anunciado se ha cumplido después de 20 siglos? Pero si lo que Él anunció ahí es la destrucción de Jerusalén y de su templo (Lc 21:20-24), entonces lo predicho se cumplió efectivamente el año 70, antes de que hubiesen transcurrido 40 años de su muerte.
Nuestra dificultad estriba en que en las palabras de Jesús los acontecimientos próximos y los últimos se confunden en una sola profecía que alude a ambos. Y no hay duda de que este hecho confundió a muchos de su tiempo, y sigue siendo causa de discusiones y de interpretaciones encontradas de la profecía.
34-36. “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar a todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre.”
Estos versículos nos invitan a permanecer preparados para los acontecimientos que sobrevengan al final de los tiempos. Estas palabras guardan relación con las advertencias hechas en algunas de sus parábolas, en especial la de las vírgenes necias.
Nos exhorta a no dejarnos enredar, o seducir, por los atractivos del mundo, y menos por los placeres de la carne, al punto que se adormezca nuestra fe y nuestra conducta se vuelva reprochable, y que de repente nos sorprenda el fin sin estar preparados para recibir al Señor. Su venida será como el lazo que empleaban los pastores para reducir a los animales rebeldes de su rebaño, que no podían escapar cuando eran enlazados. O como el relámpago, que de repente brilla en el firmamento, y carboniza al que se encuentre en campo abierto.
¿Qué es lo que debe hacer el creyente? Estar alerta y en vela, para que no le sorprenda el anuncio de Jesús.
El que permanece vigilante, orando, será tenido por digno de escapar de los males que ocurrirán en el último día. Este versículo proporciona un fuerte apoyo a los que creen que la iglesia escapará a la gran tribulación, si hemos de entenderlo literalmente, en su sentido llano. Pero si se entiende por “gran tribulación” (Mt 24:21) la que afligió a los habitantes de Jerusalén cuando la ciudad fue cercada por los ejércitos romanos, Él está hablando de aquellos que mantuvieron su espíritu despierto y su fe viva, de modo que no dejaron de reconocer la aparición de las señales inequívocas predichas por Jesús y, advertidas por ellas, escaparon a los montes (Lc 21:20,21).
De cualquier modo que se le mire, “dignos de escapar” se refiere a los que no perecerán, sino que escaparán de la muerte a un lugar más seguro.
“Estar en pie delante del Hijo del Hombre” es no avergonzarse cuando Él venga, sino estar erguido como los que, habiendo sido perdonados, se presentarán delante de su Señor para recibir sus órdenes, o su recompensa, en el día del juicio, en contraste con los que se acurrucarán avergonzados y temerosos delante de Él, conscientes de su culpa.
37,38. “Y enseñaba de día en el templo; y de noche, saliendo, se estaba en el monte que se llama de los Olivos. Y todo el pueblo venía a Él por la mañana para oírle en el templo.”
Aparte de sanar y hacer milagros, la tarea principal de Jesús antes de subir a la cruz para expiar nuestros pecados, era enseñar, y la unción y autoridad con que realizaba esta labor hacía que la gente acudiera a escucharle en gran número. Había entonces, como lo sigue habiendo hoy día, una gran ansia por escuchar enseñanzas que nos ayuden a entender y a superar las dificultades por las que atravesamos, que iluminen nuestra inteligencia, y que nos guíen para llevar una vida mejor.
Por las noches Jesús se retiraba a descansar en el Monte de los Olivos, al frente de la ciudad, como haría después de celebrar la cena de la Pascua, y donde sería prendido por los esbirros traídos por el traidor Judas (Lc 22:39).
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#941 (04.09.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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