LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL JUICIO DE LAS NACIONES
II
Un Comentario en dos partes
de Mateo 25:31-46
En esta escena grandiosa al final de los tiempos hemos
visto que Jesús reivindica para sí el papel de Juez Supremo. Él se propone a sí
mismo a todos los hombres como el factor clave de su destino eterno: Ellos se
salvarán, o se condenarán, según cuál haya sido su actitud frente a Él. Si habiendo
creído en Él, y habiéndose arrepentido, (lo cual está implícito) le amaron y le
socorrieron en la persona del prójimo, se salvarán; si no lo hicieron, sino que
despreciaron y maltrataron a su prójimo, se condenarán.
En este contexto el valor moral de la
persona y su dicha eterna dependen del amor demostrado en el servicio al
prójimo en el cual Él vive: “Todo lo que hicisteis al menor de mis hermanos, a
mí lo hicisteis”, acaba Él de decir (Mt 25:40). Esta palabra será para todos,
justos compasivos e impíos inmisericordes, una revelación inesperada: el Hijo
del Hombre resume en sí mismo a la humanidad entera, y el factor clave es el
amor. Amar al prójimo, incluso al enemigo (Mt 5:44), es amarlo a Él, porque Él
está en unos y otros. El amor a Dios y el amor al prójimo están estrechamente
ligados, y no es posible amar al primero si no se ama al segundo, como lo dijo bien
claro el apóstol Juan en un pasaje que ya hemos citado en el artículo anterior:
“El que no ama a su prójimo a quien ha
visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1Jn 4:20).
41. “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos,
al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles.”
¡Qué terrible será escuchar esas palabras dirigidas a
uno, dichas por el que es el Juez Supremo, el Rey de la creación, Aquel de
quién cuando estábamos en la tierra nos burlábamos, de cuyo nombre y de cuya
figura histórica hicimos mofa! Nos reíamos no sólo de Él, sino también de los que
hablaban de Él, y de quienes lo representaban. Y he aquí que ahora Él pronuncia
sobre nosotros una sentencia inapelable.
La historia de su vida fue para muchos un
botín del que se apoderaron para inventar ficciones que lo deshonraban y
caricaturizaban. Despreciaron su nombre, e incluso negaron que hubiera
existido, colocando la historia de su vida en el grupo de las fábulas piadosas,
hechas para engañar a la gente ingenua.
O si llegaron a reconocer que sí existió,
afirmaron que fue un maestro de sabiduría como los ha habido varios ilustres en
la historia, que merecen todo nuestro respeto, pero negaron en absoluto que
fuera Dios hecho hombre, porque Dios no existe. ¿No merecerán los hombres que
así actuaron, y engañaron a tantos, que se les diga: Apartaos de mí malditos?
Terribles palabras, en verdad, porque en
ese momento, cuando se le contemple en toda su majestad y belleza, estarán
llenos de asombro e irresistiblemente atraídos por ese ser maravilloso que
encarna todo lo que el hombre admira, ama y desea, y junto a quien desearían
estar para siempre.
Pero en ese momento Él los rechazará,
porque lo rechazaron cuando estaban en vida, y hasta lo odiaron, porque su
enseñanza removía su conciencia. Ahora será tarde para dar marcha atrás y
rectificar el error cometido.
Todos los que le negaron en vida, tendrán
que reconocer su soberanía ahora a la fuerza, pero será ya tarde. A esos
desdichados se les dirá: “Id al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” Se trata de un fuego que
quema el cuerpo y el alma, y que arde eternamente, pero sin consumir.
Notemos que el infierno a donde los impíos
son enviados, no fue preparado para los seres humanos, sino para el diablo y
sus ángeles. La voluntad de Dios es que “todos
los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad” (1Tm 2:4), y a todos se les dio oportunidad de
seguir el camino que conduce a la vida, pero muchísimos escogieron neciamente
seguir el camino que lleva a la muerte eterna, que es la privación de Dios por
toda la eternidad. ¿Por qué lo hicieron? Porque no reconocieron ni supieron
apreciar lo que era para su bien. Porque tenían la mente extraviada, atrapada
por el espejismo de las apariencias, y por la vanagloria de la vida (1Jn 2:16).
No hay sufrimiento que se compare a la privación de Dios, ni fuego ardiente que
se le iguale. A ese tormento se añadirá la compañía atroz y eterna de los
malos, del demonio y sus ángeles, llenos de odio, el recuerdo atormentador de
todas las oportunidades que no supieron aprovechar para seguir el camino de la
salvación, y la certidumbre de que su tormento no tendrá fin. ¡Qué horror
tendrán entonces de la decisión equivocada que tomaron en su momento, y de las
consecuencias irreversibles que ahora tienen que afrontar! (Nota 1)
42,43. “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me
disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no
me visitasteis.”
Es como si Jesús le dijera a cada uno: Tuve hambre, sí,
de que creyeras en mí; de que reconocieras lo que yo hice por ti al morir en la
cruz. Tuve sed, sí, de tu amor, de tu agradecimiento, de tu amistad.
Fui como un extraño en tu mundo. No tenías
en cuenta mis enseñanzas para nada. Pisoteabas mis consejos y mi doctrina como
si fueran de un charlatán y yo no hubiera enseñado la doctrina más sublime,
aquella única que es capaz de cambiar el corazón del hombre y hacer de él una
nueva criatura.
Fui perseguido en las calles de tu ciudad,
se negaba a los míos el derecho de rendirme culto, y hasta de pronunciar mi
nombre. Me expulsaron de tus calles y plazas, burlándose de los que creían en
mí, y se les asesinaba por confesarlo.
44,45. “Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te
vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te
servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no
lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.”
Puesto que vivíamos a espaldas de las realidades
espirituales, ignorantes e inconscientes de la presencia de Dios en todas sus
criaturas, no te vimos hambriento, ni desnudo, ni enfermo, ni encarcelado,
cuando uno de nuestros hermanos estuvo hambriento, sediento, desnudo, enfermo o
perseguido, y no hicimos nada por aliviar su condición y su dolor, ni por
ayudarlo, por asistirlo, por consolarlo. Nuestro corazón estaba cerrado a las
necesidades de nuestro prójimo, porque vivíamos encerrados egoístamente en nuestro
mundo personal, en nosotros mismos y en nuestros intereses.
Tú estabas en cada uno de esos seres
miserables y despreciados, y no te reconocimos porque olvidamos que todos
tenemos un mismo Padre, y que, más allá de las diferentes circunstancias de la
vida, todos somos obra de tus manos, todos recibimos el mismo aliento de vida
que viene de ti; que de ti salimos y que a ti con todo el ansia de nuestras
almas queremos volver.
¡Y qué terrible será cuando
desesperadamente deseemos regresar a ti, fuente de nuestra vida y de nuestra
felicidad, como a nuestra verdadera patria, y tú nos rechaces porque cuando la
tuvimos rechazamos la oportunidad de demostrarte nuestro amor!
¡Oh sí, amigo lector, no es a ese pobre a
quien tú rechazas e ignoras, y quizá tratas mal, sino es a tu Creador y al
suyo.
46. “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.”
Éstas ya no son palabras del Rey y Juez Supremo, sino son
las palabras con las que el evangelista concluye su relato, describiendo el
destino que espera a los dos grupos. Los de la izquierda van al castigo eterno,
para ser “atormentados día y noche por
los siglos de los siglos” (Ap 20:10); los justos, que están a la derecha,
van al lugar donde gozarán de la presencia de Dios por toda la eternidad, y en
la compañía de todos los ángeles y de todos los santos, esto es, de los que por
su gracia son salvos.
¿En qué proporción se encontrarán los dos
grupos? ¿Cuál será el más numeroso? ¿El de los salvados, o el de los
condenados? No tenemos idea ni manera de saberlo. Pero lo que realmente importa
es que nosotros estemos en el grupo de los salvados.
Sin embargo, sí nos interesaría saber cuál
es, o será, el destino eterno de los nuestros, de nuestros familiares y amigos
cercanos, de los que conocimos en la tierra. ¡Oh, cómo nos gustaría
encontrarnos con ellos en el cielo gozando de la misma dicha! ¡Y cuánto nos
puede pesar no ver ahí a algunos de los que más amamos! Quizá entonces nos
reprocharemos: ¿Por qué no hicimos más esfuerzos para lograr que se conviertan
a Dios?
¿Qué significado, qué importancia tendrá
entonces para unos y otros la palabra “eterna”? ¿Qué implica esa palabra desde
la perspectiva de la misericordia y de la justicia de Dios?
En los primeros siglos de la iglesia se
discutió mucho acerca del significado de esa palabra en este pasaje, y en otros
que hablan de la salvación o condenación. ¿Se trata de un período muy dilatado
de tiempo, pero con un límite fijado por Dios, al término del cual Dios
restaurará todas las cosas, como algunos, en especial los origenistas, han
sostenido? ¿O se trata, más bien, de una eternidad en sentido estricto, en la que
ya no existe el tiempo, y por tanto, no existe límite alguno en duración? Esto
es lo que la iglesia siempre ha afirmado, condenando a los defensores de la
primera tesis como una herejía. Sin embargo, hay algunos grupos que siguen
sosteniendo esa posibilidad, en especial, los universalistas, que creen que al
final todos se salvan.
Quizá valga la pena explorar cuáles eran
las ideas que prevalecían entre los judíos en tiempos de Jesús, pues a ellos les
hablaba Él en primer lugar (2).
Poco tiempo antes de que naciera Jesús
enseñaron en Israel dos maestros cuya doctrina influyó decididamente en el
pensamiento teológico de los judíos del primer siglo de nuestra era: Hillel y
Shamaí. Las ideas más liberales del primero influyeron poderosamente en la
doctrina del judaísmo rabínico que surgió después de la catástrofe del año 70. Las
ideas del segundo, más estrictas, al menos en lo que se refiere al tema del
divorcio, no subsistieron a los cambios revolucionarios que se produjeron en la
sociedad judía al final del siglo.
No obstante, ambos enseñaron en principio la
eternidad sin fin de la salvación y de la condenación, aunque Hillel limita el
número de los condenados por toda la eternidad, pues enseña que el mayor número
de los pecadores, tanto gentiles como judíos, después de ser atormentados
durante doce meses, son aniquilados y las cenizas de sus cuerpos y almas son
dispersadas a los pies de los justos. Pero exceptúa de su número a un grupo de mayores
transgresores que descienden a la gehena (3) para ser atormentados por los siglos de los siglos.
La escuela de Shamaí enseñaba que después de
la resurrección que menciona Daniel 12:2, la humanidad será dividida en tres
clases. La primera, la de los perfectamente justos, serán inscritos y sellados
para la vida eterna; la segunda, la de los perfectamente impíos, que inmediatamente
después de muertos serán inscritos y sellados para la gehena, esto es, el infierno; y una tercera clase intermedia, formada
por los que irán al gehinom y que
después de ser atormentados durante un tiempo, regresarán para ir al cielo,
pero sin haber sido inscritos ni sellados al morir.
Notas: 1. Comentando
este versículo Hipólito, mártir, pone en boca de Cristo las siguientes
palabras: “Fui yo quien te formé, pero tú te adheriste a otro. Yo creé la
tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellas por tu causa, pero tú las has
usado para deshonrarme…Yo formé tus oídos para que oyeras las Escrituras, pero
los has usado para oír canciones del diablo y de cortesanas. Te di ojos para
que vieras la luz de mis mandamientos y los siguieras, pero tú los has usado
para el adulterio y la inmodestia. Ordené tu boca para que alabaras y
glorificaras a Dios y para cantar salmos e himnos espirituales…pero tú la has
usado para proferir perjurios y blasfemias, y para difamar a tu prójimo. Hice
tus manos para que las levantaras en oración y súplica, pero tú las has
estirado para robar, matar y destruir.”
2. Véase el apéndice 19 en Alfred Edersheim, “The Life and Times of Jesus
the Messiah”.
3. La
palabra gehena, que Jesús usa varias
veces (Mt 5:29,30; 10:28; 23:33; Lc 12:5, etc.), deriva de gehinom, “valle de los hijos de Hinom”, (Js 15:8; 18:16), situado
al sur de las murallas de Jerusalén, que era usado para quemar los cadáveres de
criminales y animales, y la basura, por lo que se le asoció al infierno. El
impío rey Acaz hizo pasar por el fuego a su hijo en ese valle maldito (2Cro
28:3), algo que estaba prohibido por Lv 18:21. Manasés hizo lo mismo (2Cr
33:6). El piadoso rey Josías profanó Tofet,
santuario en donde se ofrecían esos repugnantes sacrificios a Moloc (práctica
muy extendida en el mundo antiguo)
situado en Gehinom, para que
ninguno pueda pasar a su hijo por fuego (2R 23:10). Jeremías dijo que ese valle
se llamaría “valle de la matanza” (Jr
7:30-34; 19:6; 32:35).
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt
16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la
presencia de Dios, yo te exhorto a adquirir esa seguridad reconciliándote con
Dios, pues no hay seguridad en la tierra que se le compare y que valga tanto.
Para ello yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios
por ellos, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz
los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no
merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente
muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y extravíos.
Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi
corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#943 (18.09.16). Depósito Legal #2004-5581. Director:
José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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