miércoles, 1 de febrero de 2017

CON MI VOZ CLAMARÉ A JEHOVÁ

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
CON MI VOZ CLAMARÉ A JEHOVÁ
Un Comentario del Salmo 142
“Masquil de David. Oración que hizo cuando estaba en la cueva.”

“Masquil” quiere decir enseñanza. Según la inscripción que figura en el encabezamiento, este salmo habría sido compuesto cuando David se encontraba escondido en una cueva, huyendo de Saúl, en lo que fue quizá el momento más bajo de su carrera. Él se encontró dos veces en ese trance. Una, cuando se escondió en la cueva de Adulam (1Sm 22:1,2), y sus hermanos y una turba de afligidos vino a juntársele; y otra, cuando se escondió en una cueva en el desierto de En-Gadi, cerca del Mar Muerto, en que pudo haber matado a Saúl, que se encontró en un momento a su merced, pero renunció a atentar contra el ungido de Dios (1Sm 24:1-7). Nos es difícil imaginar que un hombre, que iba a ocupar un lugar tan prominente en su país, pudo haber pasado por situaciones tan desesperadas, huyendo de un hombre que se había propuesto matarlo. Pero quizá esa prueba sirvió de preparación para la misión que después le tocaría desempeñar.
El salmo habría sido escrito en una de esas dos ocasiones, o quizá algún tiempo después recordando esas penosas experiencias. Pero debe tenerse en cuenta que las inscripciones como éstas, que figuran en muchos salmos, fueron añadidas mucho tiempo después de su composición por personas que querían vincularlos con incidentes, o circunstancias determinadas de la vida del rey poeta. No forman parte del texto inspirado y, por tanto, la información que proporcionan no es necesariamente infalible.
Podemos notar que, pese a su tono angustiado, el salmo termina con una nota de esperanza. Los dos primeros versículos son ejemplos de paralelismo sinónimo.
1. “Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz pediré a Jehová misericordia.”
El salmista angustiado eleva su voz a Dios, pidiendo auxilio, apelando a su misericordia. Esto es imagen de lo que todos nosotros hacemos cuando nos encontramos desesperados. ¿A quién recurrir en esa situación sino a Dios? ¿Quién puede apiadarse más de uno que Él, y quién tiene el poder de socorrernos sino Él?
El salmista dice que clamará y pedirá con su voz a Dios misericordia, esto es, que se apiade de él y lo ayude.
¿Por qué insiste tanto en que lo hará “con su voz”? ¿Hay alguna manera de pedir ayuda sin hacerlo en voz alta? Levantamos la voz cuando nos encontramos en peligro y estamos angustiados. En ese tipo de situaciones no basta con orar mentalmente, aunque Dios escuche nuestros pensamientos. Es necesario clamar a voz en cuello, que todos los que estén alrededor escuchen, que todos estén enterados, aunque no hagan nada para ayudarnos, para vergüenza suya.
Quizá la actitud de no atender al clamor del angustiado esté dominada por el pensamiento: ¿Para qué me voy a meter en problemas? Esa es una actitud cobarde muy prevaleciente.
Cuando nuestra oración desesperada ha sido escuchada, nos conforta recordar las circunstancias en que lo fue, y volver a sentir ese alivio y ese agradecimiento a Dios que nos conforta con la seguridad de que si volvemos a pasar por una situación angustiosa, nuestra oración volverá a ser escuchada. David recuerda que fue a Dios a quien acudió. No buscó otro defensor, otro abogado, porque Él bastaba.
2. “Delante de Él expondré mi queja; delante de Él manifestaré mi angustia.”
Este versículo es la continuación del versículo anterior y es también un ejemplo de paralelismo sinónimo.
Felizmente cuando el hijo de Dios se encuentra en dificultades, no está desamparado. Puede acudir a su Padre para exponerle su situación y pedirle ayuda, seguro de que no será rechazado. Puede presentarse delante de Él, pues tiene acceso a su cámara privada.
Cuando nos encontramos en un peligro angustioso, o simplemente en necesidad, podemos recibir diversos tipos de respuesta a nuestro pedido de ayuda. Habrá algunos orgullosos que, satisfechos de su poder, creen no necesitar de nadie, y que miran con desprecio al que clama por ayuda. Habrá quienes respondan con frialdad, porque la necesidad ajena los deja indiferentes. Habrá también la falsa simpatía de los hipócritas que no mueven un dedo para ayudar a otro.
Spurgeon dice que podemos quejarnos a Dios, pero no de Dios. Con Él podemos ser completamente francos, describiendo nuestra situación sin reservas ni timidez, algo que no podríamos hacer con la mayoría de nuestros semejantes, pues podrían aprovecharse más tarde de nuestra franqueza, y echarnos en cara lo que imprudentemente revelamos.
Él dice también que nosotros le mostramos nuestra situación a Dios, no para que Él la vea, sino para que nosotros lo veamos a Él, para alivio nuestro; no para informarle de lo que Él ya conoce, sino para que estemos seguros de que Él nos escucha y tiene el poder para ayudarnos. Al describirle nuestra situación Él nos iluminará para que veamos cómo la situación peligrosa puede desvanecerse, o en qué medida no es tan grave como nosotros lo imaginamos. Pero si el peligro en verdad fuera grande, más grande es su poder para salvarnos de él.
3. “Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda.”
“En el camino en que andaba me escondieron lazo.”
Cuando enfrentamos un grave peligro, o una situación difícil, es natural que nos angustiemos, que tengamos temor ante el posible desenlace contrario. El salmista le dice a Dios: Cuando yo estaba en esa situación, tú eras consciente de lo que me ocurría, y acudiste en mi ayuda en el momento oportuno. Tú viste cómo mis enemigos sin escrúpulo alguno me tendieron una trampa para hacerme caer. Estaba enteramente a su merced.
David, que era un héroe, dice Spurgeon, pudo derribar a un gigante, pero no pudo en este aprieto mantenerse espiritualmente de pie. Entonces, después de haber descrito la condición en que se hallaba, dejó de mirarla, y elevó su pensamiento a Dios que todo lo ve y todo lo puede.
Dejó de mirar su propia impotencia, para ver al Omnipotente. Él entendíó  que Dios ve lo que nosotros no vemos,  que Él puede lo que nosotros no podemos; que Dios nunca ignora nuestra situación, porque si bien nosotros todos los días nos echamos a dormir para descansar, el que guarda a Israel nunca se cansa ni se duerme (Sal 121:4).
Nosotros muchas veces no sabemos qué podemos hacer, o qué camino tomar, pero Dios siempre sabe qué es lo que se puede hacer, sabe cuál es la solución, qué medio usar.
¡Oh, sí, confiemos en Él! Cuanto más difícil y peligrosa sea la situación, más debemos confiar en Él, porque para Él no hay nada imposible (Lc 1:37).
4. “Mira  a mi diestra y observa, pues no hay quien me quiera conocer.”
“No tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida.”
El salmista clama a Dios para que vea la situación en que se encuentra como si Él no la conociera. Pero es una manera de expresar su angustia, y también una forma de describirla para beneficio de los lectores del salmo que no la conocen.
“Mira a mi diestra” es una manera convencional de decir: Mira la situación en que me hallo. No encuentro a nadie que me acoja, o con quien pueda hablar. Soy un indeseable para todos. Me encuentro desamparado. Si tú no cuidas de mí, nadie lo hará.
Una de las situaciones más difíciles en que se pueda encontrar una persona es cuando se encuentra en un lugar inhóspito, donde no conoce a nadie y nadie lo conoce. Es un extraño y todos lo miran con desconfianza, si no es con desagrado, o antipatía, o directamente rechazo, sobre todo si su aspecto es diferente, sea por el color de su piel, u otra característica física, sea por su indumentaria. Cuanto más pequeño es el pueblo o lugar, cuanto más apartado del tráfico de la gente, mayor será la reacción negativa frente al forastero.
¡Qué triste es cuando necesitamos que se nos ayude, y no encontramos a nadie que esté dispuesto a hacerlo! Todos nos dan la espalda y nos abandonan a nuestra suerte. Ésa fue la experiencia por la que pasó Jesús según Él mismo había predicho que ocurriría cuando los esbirros enviados por los sacerdotes del templo vinieran a apresarlo, según lo profetizado por Zacarías: “Hiere al pastor y serán dispersadas las ovejas.” (Zc 13:7; cf Mt 26:31)
David había conocido a muchos que le debían tanto, pero ahora que él necesitaba ayuda nadie lo conocía, todos lo habían olvidado. Eso sucede a menudo en el mundo: Cuando estás arriba todos alegan conocerte desde la cuna; cuando estás abajo, todos te desconocen, no recuerdan tu nombre ni tu cara. Nadie se interesa por tu suerte.
5. “Clamé a ti, oh Jehová; Dije: tú eres mi esperanza, Y mi porción en la tierra de los vivientes.”
Pero yo sé que puedo confiar en ti; tú eres la roca firme en que puedo apoyar mis pies, y mi escudo que me protege de mis enemigos. En verdad, tú eres el único en quien puedo confiar, porque eres el único que no falla, el único que me ama con amor eterno. Desde antes de que naciera, desde antes de que me cargara mi madre, tú me has tenido en tu regazo.
“La tierra de los vivientes” es una expresión que designa a los habitantes que pueblan la tierra, en oposición a los que ya descendieron al Seol, a la tumba. Es una manera de decir: en este mundo.
La expresión “mi porción” nos remite al salmo 16 en que David dice que Jehová es la porción, o parte, que le ha tocado como herencia; esto es, algo que es realmente suyo, una propiedad que nada ni nadie le puede discutir. Y así es realmente. Aunque somos sus criaturas y le pertenecemos, Dios a su vez, nos pertenece.
Notemos que en este versículo David clamó primero, y que después habló. Su grito fue angustioso, pero las palabras que salieron de su boca rebosaban confianza: “Tú eres mi esperanza”. Yo sé que no estoy solo, que tú no me has abandonado. Yo estaba huyendo de los enemigos que me persiguen, y encontré refugio en esta cueva, pero mi verdadero refugio eres tú, el inconmovible, el que nunca cambia.
Dios era la porción que le quedaba en la tierra de los vivientes porque le habían arrebatado la porción que en justicia le correspondía en la corte, el sitial que se había ganado con sus proezas.
6. “Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido. Líbrame de los que me persiguen, porque son más fuertes que yo.”
Sólo tú, oh Dios, puedes librarme de esta aflicción. Por eso clamo a ti desesperado. Tú tienes el poder de librarme de los que me acosan, que son más numerosos y fuertes que yo. Reconozco mi debilidad en esta situación. No tengo nada de qué jactarme, y sólo cuento contigo para protegerme.
Cuando nos encontramos en una situación angustiosa, de grave peligro, sólo Dios es nuestro auxilio. Pero podemos acudir a Él confiados, sabiendo que Él nos ama y se preocupa por nosotros. En verdad, a lo largo de toda esa situación apremiante sus ojos no se han apartado de nosotros y sabe qué es lo que va a hacer. Yo me encuentro en un hoyo sin salida, según creo, pero Él sabe cómo me va a librar.
David reconoce que los que le persiguen son más fuertes que él. Él no puede enfrentarlos porque le superan en número. Pero si ellos son más fuertes que yo, tú, mi Dios, eres más fuerte que ellos.
Yo he caído muy bajo, pero no tan bajo que no me puedas rescatar. ¿Habré caído tan bajo que mis oraciones no lleguen a tus oídos? Aunque estuviere en lo más profundo de la tierra, tú escucharías mi voz.
Yo no puedo librarme de los que me persiguen, pero tú sí puedes librarme, tú que estás siempre a favor de los oprimidos y en contra de los opresores. Yo soy ahora uno que es oprimido y perseguido. Tengo derecho a recibir tu ayuda, y sé que no me la negarás, porque tú eres fiel a tu palabra.
Si hay alguien que ha estado una vez afligido, ése ha sido Jesús. Él pudo gritar desde la cruz: “Padre, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27:46) porque Él estaba rodeado de enemigos que eran más numerosos y fuertes que Él. Habían ensañado su odio contra Él, golpeándolo cruelmente y clavándolo a una cruz, y su aspecto llegó a ser miserable y de dar pena.  Pero la victoria de sus enemigos no duró mucho, porque Dios lo levantó de entre los muertos, y ya no pueden hacer nada contra Él.
7. “Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre; Me rodearán los justos, porque tú me serás propicio.” 
Si tú me sacas de esta situación desesperada yo me dedicaré a alabarte para que todos sepan que tú, y sólo tú, eres mi salvación.
Todos los que te aman, los que conocen por propia experiencia cuán grande es tu fidelidad y tu misericordia, vendrán para escuchar de mi boca cómo tú me has ayudado y unirán sus voces a las mías para alabarte y agradecerte.
No hay prisionero que no agradezca al que lo sacó de la cárcel. Pero la liberación más gloriosa es la espiritual, la liberación de la desesperanza, de la soledad, del asedio de las tentaciones, del envilecimiento que produce el pecado, … Sólo Dios puede llevarla a cabo, pero cuando lo hace todos quieren oír el testimonio del que fue liberado de las cadenas que oprimían su alma, y puso una nueva canción en sus labios.
¡Qué tremendo contraste entre la caverna en que se consumía el ánimo de David, y el júbilo de las doce tribus que más adelante se unirán para proclamarlo rey de Israel (2Sm 5:1-3). Ese día en verdad Dios le fue propicio y lo bendijo abundantemente. Él había empezado este salmo llorando y clamando. Lo terminó proclamando proféticamente victoria.
P.H. Reardon (“Christ in the Salms”) dice que son varios los personajes de la Biblia que hubieran tenido motivo para recitar porciones de este salmo, comenzando por Jacob cuando huía de Esaú: “Clamé a ti oh Jehová; Tú eres mi esperanza y mi porción en la tierra de los vivientes. Escucha mi clamor porque estoy muy afligido.” O José, cuando fue vendido por sus hermanos como esclavo y fue acusado falsamente y echado en una cárcel: “Mira a mi diestra y observa, pues no hay quien me quiera conocer; no tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida.” O Elías, cuando huía de la perversa reina Jezabel, y fue a encontrarse con Dios en una cueva: “Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda. En el camino en que andaba me escondieron lazo.” O Jeremías, cuando fue echado en un pozo profundo, y después fue encerrado en un calabozo: “Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre; me rodearán los justos porque tú me serás propicio.”  O Job, cuando estaba sentado sobre un montón de ceniza, huérfano de todo consuelo humano: “Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz pediré a Jehová misericordia. Delante de Él expondré mi queja; delante de Él manifestaré mi angustia.”
Pero ninguno con mayor motivo que Jesús, “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Is 53:3), que fue abandonado por sus amigos, traicionado por uno de ellos, negado públicamente por otro, acosado por enemigos que eran más fuertes que Él, que fue “crucificado, muerto y sepultado, y descendió” a la cárcel del infierno, de donde salió para resucitar triunfante, y dar vida todos los que creen en Él.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, y te invito a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón a Dios por ellos.

#933(10.07.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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