LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
CON MI VOZ CLAMARÉ A JEHOVÁ
Un Comentario del Salmo 142
“Masquil de David. Oración que hizo cuando estaba en la cueva.”
“Masquil” quiere
decir enseñanza. Según la inscripción que figura en el encabezamiento, este
salmo habría sido compuesto cuando David se encontraba escondido en una cueva,
huyendo de Saúl, en lo que fue quizá el momento más bajo de su carrera. Él se encontró
dos veces en ese trance. Una, cuando se escondió en la cueva de Adulam (1Sm
22:1,2), y sus hermanos y una turba de afligidos vino a juntársele; y otra,
cuando se escondió en una cueva en el desierto de En-Gadi, cerca del Mar
Muerto, en que pudo haber matado a Saúl, que se encontró en un momento a su
merced, pero renunció a atentar contra el ungido de Dios (1Sm 24:1-7). Nos es
difícil imaginar que un hombre, que iba a ocupar un lugar tan prominente en su
país, pudo haber pasado por situaciones tan desesperadas, huyendo de un hombre
que se había propuesto matarlo. Pero quizá esa prueba sirvió de preparación
para la misión que después le tocaría desempeñar.
El salmo habría sido
escrito en una de esas dos ocasiones, o quizá algún tiempo después recordando
esas penosas experiencias. Pero debe tenerse en cuenta que las inscripciones
como éstas, que figuran en muchos salmos, fueron añadidas mucho tiempo después
de su composición por personas que querían vincularlos con incidentes, o
circunstancias determinadas de la vida del rey poeta. No forman parte del texto
inspirado y, por tanto, la información que proporcionan no es necesariamente
infalible.
Podemos notar que,
pese a su tono angustiado, el salmo termina con una nota de esperanza. Los dos
primeros versículos son ejemplos de paralelismo sinónimo.
1. “Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz pediré a Jehová misericordia.”
El salmista angustiado
eleva su voz a Dios, pidiendo auxilio, apelando a su misericordia. Esto es
imagen de lo que todos nosotros hacemos cuando nos encontramos desesperados. ¿A
quién recurrir en esa situación sino a Dios? ¿Quién puede apiadarse más de uno
que Él, y quién tiene el poder de socorrernos sino Él?
El salmista dice que
clamará y pedirá con su voz a Dios misericordia, esto es, que se apiade de él y
lo ayude.
¿Por qué insiste tanto en
que lo hará “con su voz”? ¿Hay alguna
manera de pedir ayuda sin hacerlo en voz alta? Levantamos la voz cuando nos
encontramos en peligro y estamos angustiados. En ese tipo de situaciones no
basta con orar mentalmente, aunque Dios escuche nuestros pensamientos. Es
necesario clamar a voz en cuello, que todos los que estén alrededor escuchen,
que todos estén enterados, aunque no hagan nada para ayudarnos, para vergüenza
suya.
Quizá la actitud de no
atender al clamor del angustiado esté dominada por el pensamiento: ¿Para qué me
voy a meter en problemas? Esa es una actitud cobarde muy prevaleciente.
Cuando nuestra oración
desesperada ha sido escuchada, nos conforta recordar las circunstancias en que
lo fue, y volver a sentir ese alivio y ese agradecimiento a Dios que nos
conforta con la seguridad de que si volvemos a pasar por una situación
angustiosa, nuestra oración volverá a ser escuchada. David recuerda que fue a
Dios a quien acudió. No buscó otro defensor, otro abogado, porque Él bastaba.
2. “Delante de Él expondré mi queja; delante de Él manifestaré mi
angustia.”
Este versículo es la
continuación del versículo anterior y es también un ejemplo de paralelismo
sinónimo.
Felizmente cuando el hijo
de Dios se encuentra en dificultades, no está desamparado. Puede acudir a su
Padre para exponerle su situación y pedirle ayuda, seguro de que no será
rechazado. Puede presentarse delante de Él, pues tiene acceso a su cámara
privada.
Cuando nos encontramos en
un peligro angustioso, o simplemente en necesidad, podemos recibir diversos
tipos de respuesta a nuestro pedido de ayuda. Habrá algunos orgullosos que,
satisfechos de su poder, creen no necesitar de nadie, y que miran con desprecio
al que clama por ayuda. Habrá quienes respondan con frialdad, porque la
necesidad ajena los deja indiferentes. Habrá también la falsa simpatía de los
hipócritas que no mueven un dedo para ayudar a otro.
Spurgeon dice que podemos
quejarnos a Dios, pero no de Dios. Con Él podemos ser
completamente francos, describiendo nuestra situación sin reservas ni timidez,
algo que no podríamos hacer con la mayoría de nuestros semejantes, pues podrían
aprovecharse más tarde de nuestra franqueza, y echarnos en cara lo que
imprudentemente revelamos.
Él dice también que
nosotros le mostramos nuestra situación a Dios, no para que Él la vea, sino
para que nosotros lo veamos a Él, para alivio nuestro; no para informarle de lo
que Él ya conoce, sino para que estemos seguros de que Él nos escucha y tiene
el poder para ayudarnos. Al describirle nuestra situación Él nos iluminará para
que veamos cómo la situación peligrosa puede desvanecerse, o en qué medida no
es tan grave como nosotros lo imaginamos. Pero si el peligro en verdad fuera
grande, más grande es su poder para salvarnos de él.
3. “Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi
senda.”
“En el camino en que andaba me escondieron lazo.”
Cuando enfrentamos un grave
peligro, o una situación difícil, es natural que nos angustiemos, que tengamos
temor ante el posible desenlace contrario. El salmista le dice a Dios: Cuando
yo estaba en esa situación, tú eras consciente de lo que me ocurría, y acudiste
en mi ayuda en el momento oportuno. Tú viste cómo mis enemigos sin escrúpulo
alguno me tendieron una trampa para hacerme caer. Estaba enteramente a su
merced.
David, que era un héroe,
dice Spurgeon, pudo derribar a un gigante, pero no pudo en este aprieto
mantenerse espiritualmente de pie. Entonces, después de haber descrito la
condición en que se hallaba, dejó de mirarla, y elevó su pensamiento a Dios que
todo lo ve y todo lo puede.
Dejó de mirar su propia
impotencia, para ver al Omnipotente. Él entendíó que Dios ve lo que nosotros no vemos, que Él puede lo que nosotros no podemos; que
Dios nunca ignora nuestra situación, porque si bien nosotros todos los días nos
echamos a dormir para descansar, el que guarda a Israel nunca se cansa ni se
duerme (Sal 121:4).
Nosotros muchas veces no
sabemos qué podemos hacer, o qué camino tomar, pero Dios siempre sabe qué es lo
que se puede hacer, sabe cuál es la solución, qué medio usar.
¡Oh, sí, confiemos en Él!
Cuanto más difícil y peligrosa sea la situación, más debemos confiar en Él,
porque para Él no hay nada imposible (Lc 1:37).
4. “Mira a mi diestra y observa,
pues no hay quien me quiera conocer.”
“No tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida.”
El salmista clama a Dios
para que vea la situación en que se encuentra como si Él no la conociera. Pero
es una manera de expresar su angustia, y también una forma de describirla para
beneficio de los lectores del salmo que no la conocen.
“Mira a mi diestra” es una manera convencional de decir: Mira la situación en que me
hallo. No encuentro a nadie que me acoja, o con quien pueda hablar. Soy un indeseable
para todos. Me encuentro desamparado. Si tú no cuidas de mí, nadie lo hará.
Una de las situaciones más
difíciles en que se pueda encontrar una persona es cuando se encuentra en un
lugar inhóspito, donde no conoce a nadie y nadie lo conoce. Es un extraño y
todos lo miran con desconfianza, si no es con desagrado, o antipatía, o directamente
rechazo, sobre todo si su aspecto es diferente, sea por el color de su piel, u
otra característica física, sea por su indumentaria. Cuanto más pequeño es el
pueblo o lugar, cuanto más apartado del tráfico de la gente, mayor será la
reacción negativa frente al forastero.
¡Qué triste es cuando
necesitamos que se nos ayude, y no encontramos a nadie que esté dispuesto a
hacerlo! Todos nos dan la espalda y nos abandonan a nuestra suerte. Ésa fue la
experiencia por la que pasó Jesús según Él mismo había predicho que ocurriría
cuando los esbirros enviados por los sacerdotes del templo vinieran a
apresarlo, según lo profetizado por Zacarías: “Hiere al pastor y serán dispersadas las ovejas.” (Zc 13:7; cf Mt
26:31)
David había conocido a
muchos que le debían tanto, pero ahora que él necesitaba ayuda nadie lo
conocía, todos lo habían olvidado. Eso sucede a menudo en el mundo: Cuando
estás arriba todos alegan conocerte desde la cuna; cuando estás abajo, todos te
desconocen, no recuerdan tu nombre ni tu cara. Nadie se interesa por tu suerte.
5. “Clamé a ti, oh Jehová; Dije: tú eres mi esperanza, Y mi porción en la
tierra de los vivientes.”
Pero yo sé que puedo
confiar en ti; tú eres la roca firme en que puedo apoyar mis pies, y mi escudo
que me protege de mis enemigos. En verdad, tú eres el único en quien puedo
confiar, porque eres el único que no falla, el único que me ama con amor
eterno. Desde antes de que naciera, desde antes de que me cargara mi madre, tú
me has tenido en tu regazo.
“La tierra de los
vivientes” es una expresión que
designa a los habitantes que pueblan la tierra, en oposición a los que ya
descendieron al Seol, a la tumba. Es
una manera de decir: en este mundo.
La expresión “mi porción” nos remite al salmo 16 en
que David dice que Jehová es la porción, o parte, que le ha tocado como
herencia; esto es, algo que es realmente suyo, una propiedad que nada ni nadie
le puede discutir. Y así es realmente. Aunque somos sus criaturas y le
pertenecemos, Dios a su vez, nos pertenece.
Notemos que en este versículo
David clamó primero, y que después habló. Su grito fue angustioso, pero las
palabras que salieron de su boca rebosaban confianza: “Tú eres mi esperanza”. Yo sé que no estoy solo, que tú no me has
abandonado. Yo estaba huyendo de los enemigos que me persiguen, y encontré
refugio en esta cueva, pero mi verdadero refugio eres tú, el inconmovible, el
que nunca cambia.
Dios era la porción que le
quedaba en la tierra de los vivientes porque le habían arrebatado la porción
que en justicia le correspondía en la corte, el sitial que se había ganado con
sus proezas.
6. “Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido. Líbrame de los que me
persiguen, porque son más fuertes que yo.”
Sólo tú, oh Dios, puedes
librarme de esta aflicción. Por eso clamo a ti desesperado. Tú tienes el poder
de librarme de los que me acosan, que son más numerosos y fuertes que yo.
Reconozco mi debilidad en esta situación. No tengo nada de qué jactarme, y sólo
cuento contigo para protegerme.
Cuando nos encontramos en
una situación angustiosa, de grave peligro, sólo Dios es nuestro auxilio. Pero
podemos acudir a Él confiados, sabiendo que Él nos ama y se preocupa por
nosotros. En verdad, a lo largo de toda esa situación apremiante sus ojos no se
han apartado de nosotros y sabe qué es lo que va a hacer. Yo me encuentro en un
hoyo sin salida, según creo, pero Él sabe cómo me va a librar.
David reconoce que los que
le persiguen son más fuertes que él. Él no puede enfrentarlos porque le superan
en número. Pero si ellos son más fuertes que yo, tú, mi Dios, eres más fuerte
que ellos.
Yo he caído muy bajo, pero
no tan bajo que no me puedas rescatar. ¿Habré caído tan bajo que mis oraciones
no lleguen a tus oídos? Aunque estuviere en lo más profundo de la tierra, tú
escucharías mi voz.
Yo no puedo librarme de los
que me persiguen, pero tú sí puedes librarme, tú que estás siempre a favor de
los oprimidos y en contra de los opresores. Yo soy ahora uno que es oprimido y
perseguido. Tengo derecho a recibir tu ayuda, y sé que no me la negarás, porque
tú eres fiel a tu palabra.
Si hay alguien que ha
estado una vez afligido, ése ha sido Jesús. Él pudo gritar desde la cruz: “Padre, ¿por qué me has abandonado?” (Mt
27:46) porque Él estaba rodeado de enemigos que eran más numerosos y fuertes
que Él. Habían ensañado su odio contra Él, golpeándolo cruelmente y clavándolo
a una cruz, y su aspecto llegó a ser miserable y de dar pena. Pero
la victoria de sus enemigos no duró mucho, porque Dios lo levantó de entre los
muertos, y ya no pueden hacer nada contra Él.
7. “Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre; Me rodearán los
justos, porque tú me serás propicio.”
Si tú me sacas de esta
situación desesperada yo me dedicaré a alabarte para que todos sepan que tú, y
sólo tú, eres mi salvación.
Todos los que te aman, los
que conocen por propia experiencia cuán grande es tu fidelidad y tu
misericordia, vendrán para escuchar de mi boca cómo tú me has ayudado y unirán
sus voces a las mías para alabarte y agradecerte.
No hay prisionero que no
agradezca al que lo sacó de la cárcel. Pero la liberación más gloriosa es la
espiritual, la liberación de la desesperanza, de la soledad, del asedio de las
tentaciones, del envilecimiento que produce el pecado, … Sólo Dios puede
llevarla a cabo, pero cuando lo hace todos quieren oír el testimonio del que
fue liberado de las cadenas que oprimían su alma, y puso una nueva canción en
sus labios.
¡Qué tremendo contraste
entre la caverna en que se consumía el ánimo de David, y el júbilo de las doce
tribus que más adelante se unirán para proclamarlo rey de Israel (2Sm 5:1-3).
Ese día en verdad Dios le fue propicio y lo bendijo abundantemente. Él había
empezado este salmo llorando y clamando. Lo terminó proclamando proféticamente victoria.
P.H. Reardon (“Christ in
the Salms”) dice que son varios los personajes de la Biblia que hubieran tenido
motivo para recitar porciones de este salmo, comenzando por Jacob cuando huía
de Esaú: “Clamé a ti oh Jehová; Tú eres
mi esperanza y mi porción en la tierra de los vivientes. Escucha mi clamor
porque estoy muy afligido.” O José, cuando fue vendido por sus hermanos
como esclavo y fue acusado falsamente y echado en una cárcel: “Mira a mi diestra y observa, pues no hay
quien me quiera conocer; no tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida.”
O Elías, cuando huía de la perversa reina Jezabel, y fue a encontrarse con Dios
en una cueva: “Cuando mi espíritu se
angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda. En el camino en que andaba me
escondieron lazo.” O Jeremías, cuando fue echado en un pozo profundo, y
después fue encerrado en un calabozo: “Saca
mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre; me rodearán los justos porque
tú me serás propicio.” O Job, cuando
estaba sentado sobre un montón de ceniza, huérfano de todo consuelo humano: “Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz
pediré a Jehová misericordia. Delante de Él expondré mi queja; delante de Él
manifestaré mi angustia.”
Pero ninguno con mayor
motivo que Jesús, “varón de dolores,
experimentado en quebranto” (Is 53:3), que fue abandonado por sus amigos,
traicionado por uno de ellos, negado públicamente por otro, acosado por
enemigos que eran más fuertes que Él, que fue “crucificado, muerto y sepultado,
y descendió” a la cárcel del infierno, de donde salió para resucitar triunfante,
y dar vida todos los que creen en Él.
Amado lector: Si tú
no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios
por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, y te invito a
arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón a Dios por
ellos.
#933(10.07.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde
M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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