LA
VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA OBRA DEL JUSTO ES PARA VIDA
Un Comentario de Proverbios 10:16-19
La NVI traduce más correctamente: “El
salario del justo le trae vida, pero el ingreso del impío le trae castigo.”
En este proverbio de
paralelismo antitético no se opone “vida” a “muerte” sino a “pecado”, pero eso
no disminuye el contraste entre ambos esticos, ya que el pecado lleva a la
muerte. Sin embargo, el hecho de que el autor use esa palabra y no la que
pareciera más natural, señala la sutileza de su pensamiento. El fruto, es
decir, la obra, o la consecuencia de las acciones del impío, conducen a que él
mismo peque aún más, o a que otro peque, estimulado por su mal ejemplo, o por
el deseo de venganza que los actos violentos del impío provocan.
En suma, el impío es
un foco que irradia maldad y contagia de su maldad a otros. Pensemos solamente
en los escritos perversos y desmoralizantes, en las incitaciones al pecado de
mucha literatura moderna que es premiada y elogiada por la crítica, y por
instituciones de prestigio, por ser “transgresora”, esto es, de la moral
tradicional que, a su vez, es vilipendiada tildándola de atrasada y retrógrada.
O pensemos en el cinema llamado artístico, con sus escenas crudamente pornográficas
que contaminan el alma. En cambio, la obra buena del justo no sólo atrae la
recompensa de Dios, sino que también estimula a otros a seguir el mismo camino
que los bendecirá también a ellos. (Pr.11:18a)
Todo lo que el justo
hace, todo lo que él emprende, incluyendo su oficio o profesión, sea cual
fuere, pero también sus oraciones, conduce a la vida propia y ajena, mientras
que las consecuencias del obrar del impío, y las palabras que él pronuncia, conducen
al pecado, cuya paga es muerte (Rm 6:23).
La actuación del justo tiene ese feliz resultado porque él lo hace
todo para la gloria de Dios (1Cor 10:31), que trabaja con el justo y a través
de él (Is 26:12). Como dice Pablo: “Él es
quien produce en nosotros así el querer como el hacer.” (Flp 2:13). Sería
bueno que comprendamos bien y que interioricemos las palabras de Jesús: “Sin mí nada podéis hacer.” (Jn 15:5)
Según I.H. Ironside este proverbio es una manera de decir en
términos del Antiguo Testamento lo que Pablo dice en Romanos 8:6: “Porque el ocuparse de la carne es muerte,
pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.”
Aunque el salario que recibe el justo por su labor honesta no haga
de él un hombre rico “mejor es lo poco
del justo, que las riquezas de muchos pecadores.” (Sal 37:16)
Por su lado, el impío sólo vive en función de su ego, de sus
intereses personales. Como se enriquece obrando sin escrúpulos, vive en pecado,
y al fin cosechará muerte (Pr 21:4).
Franz Delitzsch (Nota 1) anota que el ingreso del impío no es necesariamente el fruto de su
propio trabajo. Pudiera ser fruto del trabajo ajeno, que él explota para su
propio beneficio. Eso es un grave pecado que Dios condena, y lleva a la muerte
eterna al que no se arrepiente de él.
17. “Camino a la vida es guardar la instrucción; pero quien desecha la
reprensión, yerra.”
Lo que este proverbio dice
puede ser considerado superficialmente una perogrullada: hacer caso de los
consejos, o de las reprimendas de los mayores, y de las personas experimentadas
produce buenos resultados, pero el que ignora los buenos consejos, sobre todo
si son desinteresados, está equivocado y cosechará los frutos de su soberbia y
ligereza. Porque ¿qué verdad más evidente que ésta? No se requiere de la Biblia
para reconocer su acierto.
Sin embargo, si se mira más hondamente se puede percibir que ese
dicho que pareciera de Pero Grullo, esconde verdades no tan evidentes a primera
vista. ¿A qué llama el proverbista “camino
de vida”? Sin duda a la conducta sabia que asegura nuestra prosperidad, o
nuestro éxito, o que procura nuestra salvación –aunque es probable que el
proverbista no tuviera en mente esto último.
El que escucha dócilmente las
reprensiones sin rebelarse encontrará el camino de la sabiduría, y su
recompensa será grande: “Bienaventurado
el hombre que me escucha, velando a mis puertas cada día…” (Pr 8:34), dice
la sabiduría. Y tanto más será premiado cuanto más aprecie los consejos que
recibe. Pero la sabiduría sigue diciendo: “Porque
el que me halle, hallará la vida, y alcanzará el favor de Jehová.” (8:35).
Ya nos hemos encontrado en capítulos anteriores advertencias semejantes: “Porque el
mandamiento es lámpara, y la enseñanza es luz, y camino de vida las
reprensiones que te instruyen.” (6:23). Si somos asiduos lectores del libro
de Proverbios, deberíamos tenerlas bien grabadas en nuestra mente. La sabiduría
además advierte: “Mas el que peca contra
mí, defrauda su alma; todos los que me aborrecen aman la muerte.” (8:36). Y
en otro lugar señala que “el que aborrece
la reprensión es ignorante” (12:1b) del fin trágico al que puede llevarlo
su terquedad.
En la historia de Judá tenemos el caso
del rey Asa que hizo lo recto delante de Dios durante la mayor parte de su
reinado, pero que en un momento difícil hizo alianza con un rey pagano para
luchar contra su rival, el rey de Israel, en lugar de apoyarse sólo en Dios,
que lo había sostenido en sus guerras anteriores. Disgustado con su conducta,
Dios le mandó al profeta Hanani a reprenderlo, pero Asa, en lugar de aceptar la
corrección del profeta, lo echó en la cárcel. Tres años después, en que no dejó
de tener guerras, Asa enfermó gravemente de los pies, pero no buscó tampoco a
Dios en su enfermedad, sino a los médicos, y murió poco después (2Cro 16:7-13).
En su caso se cumplió lo que advierte Pr 15:10b: “El que aborrece la corrección, morirá.”
En ese pasaje de Crónicas hay una frase
que no puedo dejar de citar porque contiene una gran verdad: “Porque los ojos de Jehová contemplan toda
la tierra para mostrar su poder a favor de los que tienen un corazón perfecto
para con Él.” (v. 9a). Dios nos está mirando constantemente, observando
nuestra conducta, eventualmente, cuando fuere necesario, para intervenir en
defensa nuestra. ¿Tenemos un corazón perfecto para con Él? Si la respuesta es
positiva Él está cien por ciento de nuestra parte.
¿Qué cosa es “guardar la instrucción”?
Primero, escucharla atentamente; segundo, sopesarla con cuidado; y tercero,
ponerla en práctica. Si falta uno de estos tres pasos, sobre todo el tercero,
erramos, porque en realidad, la rechazamos.
Rechaza la corrección no sólo el que se
niega a escucharla, sino también el que evita la compañía de los que pudieran
corregirlo e instruirlo. Ya sabe en el fondo lo que le van a decir, y no quiere
oírlo. El que tal hace inevitablemente se desvía del camino que lleva a la
vida, para errar por senderos que lo conducen a un precipicio. Su caso no sería
tan triste si él no arrastrara en su error a muchos que se extravían al seguir
su ejemplo. Al respecto otro proverbio advierte: “El que hace errar a los rectos por el mal camino, él caerá en su misma
fosa.” (Pr 28:10a)
18. “El que encubre el odio es
de labios mentirosos; y el que propaga calumnias es necio.”
Aquí se habla de dos clases de personas, o de dos formas de comportarse,
que pueden coincidir en la misma persona. El que encubre, o disimula su odio,
finge tener sentimientos contrarios; alaba y adula a la persona que odia,
diciéndole cosas opuestas a lo que siente. No habla verdad sino mentira. Huye
de él porque de ordinario es la envidia lo que motiva su conducta hipócrita, y
tratará por todos los medios de hacerte daño. Proverbios nos advierte
claramente contra esa clase de personas (26:24-26).
Propagar calumnias es una táctica
diferente. No se contenta con calumniar, sino se dedica a difundir esas
falsedades con el objetivo de destruir el buen nombre, o el prestigio del
objeto de su odio. En la política de nuestro medio hemos visto muchos ejemplos
de esta perfidia, que con mucha frecuencia obtiene el fin que persigue. Al que
actúa de esa manera la Escritura lo llama “necio”, porque ignora que algún día
él mismo beberá del vino ponzoñoso que mezcló para otro. Podría también
llamársele “bribón” o “granuja”.
No siempre ocurre que
se den ambas conductas es una misma persona, aunque en el Salmo 41 David
describe a alguien que a la vez finge tenerle simpatía, mientras que por detrás
habla mal de él (vers. 5-8).
Respecto del encubrir
el odio tenemos varios casos en las Escrituras. El primero es el de Caín, que
le tenía cólera a su hermano Abel, porque Dios no miró su ofrenda con el agrado
con que miró la de su hermano. Encubriendo su perversa intención, un día lo
invitó a salir juntos al campo, y allí de improviso lo mató (Gn 4:3-8). Ése fue
el primer homicidio de la historia.
Otros casos son el de
Saúl que, corroído por la envidia, complotó contra la vida de David,
ofreciéndole engañosamente la mano de su hija Mical (1Sm 18:20-29); y el de
Joab, que asesinó arteramente a sus colegas Abner y Amasa, porque no soportaba
tener rivales (2S, 3:27; 20:9,10). Bien conocía David esos corazones falsos que
describe con palabras acertadas (Sal 55:21).
Falsos eran también
los sacerdotes y los escribas que, fingiendo amistad con Jesús, le hicieron una
pregunta capciosa acerca del tributo al César, a fin de tener algo con qué
acusarlo ante los romanos (Lc 20:19-26). Y más falso aún Judas, que vendió a
Jesús por treinta monedas de plata, y lo entregó con un beso a sus captores (Lc
22:1-6, 47,48).
Respecto del propagar
calumnias el Salmo 50 describe esa manera de actuar, pero asegura que Dios reprenderá
al infame para vergüenza suya (v. 19-21). Nosotros haríamos bien en mirar
dentro de nosotros mismos, y preguntarnos si alguna vez no hemos obrado de esta
manera, siendo insinceros en nuestro lenguaje, disimulando con palabras amables
la antipatía que sentimos por alguien, motivada quizá por los celos. Cuando un
colega es promovido en lugar nuestro, ¿nos alegramos sinceramente con él, o
dirigimos contra él nuestros dardos de odio y envidia? Si ése fuera nuestro
caso deberíamos pedirle al Señor que nos perdone y nos purgue de esos malos
sentimientos, y nos dé un corazón limpio como el suyo.
19. “En las muchas palabras no falta pecado, mas
el que refrena sus labios es prudente.”
No falta pecado porque
el que no controla su lengua tampoco controla su alma; en cambio, el que
refrena sus labios también refrena su alma. (ver St. 1:26; 3:2,8).
Alguien dijo: “La palabras ligeras
pesan mucho en la balanza del Dios de justicia.” Por eso clama con razón el
salmista: “Pon guarda a mi boca, oh
Señor; guarda la puerta de mis labios.” (Sal 141:3).
El que habla mucho, y de forma
precipitada, tiende a hablar más rápido de lo que piensa, y por eso pueden
colarse en su discurso ideas y sentimientos que no han pasado por el tamiz de
la reflexión, y de los que después podría arrepentirse.
El que refrena sus labios no deja
que de ellos salga nada brusco, ofensivo, o desconsiderado, nada que dañe el
buen nombre del prójimo, ni propala malas noticias, ni chismes ni murmuraciones.
Tiene cuidado de con quien está hablando, y por eso dice las palabras que
conviene en cada caso, para traer bendición y no perturbación a los que lo
escuchan. Bien dice Salomón en otro lugar: “El
que ahorra sus palabras tiene sabiduría.” (Pr 17:27a). Y “Aun el necio cuando calla, es contado por
sabio.” (28a).
Si la fuente de donde brotan las
palabras, esto es, el corazón, es buena, ellas serán de edificación para los
que escuchen. Pero si es mala, como se dice en Gn 6:5, entonces será mejor que
el hombre calle, para no pecar con sus labios.
¡Con cuánta frecuencia el hombre
peca con sus labios por vanidad, alabándose a sí mismo, y no dejando que otro
sea el que lo haga, como aconseja el proverbista! (Pr 27:2). Olvida lo que dijo
Jesús: “De toda palabra ociosa que hablen
los hombres…darán cuenta en el día del juicio” (Mt 12:36), añadiendo
enseguida: “Porque por tus palabras serás
justificado, y por tus palabras serás condenado.” (vers. 37)
Pero si el corazón del que habla es
no sólo bueno sino santo, debemos hacer una excepción al principio que enuncia
el proverbio que comentamos, porque se narra que Pablo en una ocasión habló
desde la mañana hasta la media noche, al punto que un joven que estaba sentado
en la ventana, se durmió y se cayó desde el tercer piso al pavimento, y todos
le dieron por muerto. Y así hubiera quedado si Pablo no lo hubiera revivido
abrazándolo. Ese incidente no impidió que Pablo siguiera hablando sin parar
hasta el alba (Hch 20:7-12). ¿Habría pecado en las muchas palabras que habló
Pablo durante casi veinticuatro horas? No, sino lo contrario, porque el
Espíritu de Dios hablaba por medio de su boca.
Si el predicador está exento de
vanidad, y sólo habla lo que Dios le inspira, no habrá pecado en la multitud de
palabras que profiera, sino la verdad que alimente el alma de sus oyentes. Si
se mezclara vanidad en sus palabras, pudiera ser que entonces diga cosas que no
conviene (Ecl 5:2).
En verdad, hay muchos que están tan
enamorados de su propia voz, que no saben callar cuando debieran, y terminan
haciéndose odiosos (Sir 20:8). Hablan no porque tengan algo que decir, sino
porque no saben callar. No seamos nosotros de ellos.
Nota 1. Comentarista bíblico y hebraísta del siglo XIX, autor, junto con F.
Keil, de un todavía famoso comentario en diez tomos del AT. Combatió el
naciente sentimiento antijudío que empezaba a manifestarse en Alemania.
Jesús, Yo sé que tú moriste por mí en expiación de mis
pecados y que me ofreces gratuitamente tu perdón. Aunque soy consciente de que
no lo merezco, yo lo acepto y te ruego que laves mis pecados con tu sangre.
Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y
servirte.
#931 (26.06.16). Depósito
Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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