LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE
IGLESIAS II
A LA IGLESIA DE ÉFESO
II
Un Comentario de Apocalipsis 2:5-7
En el versículo 4 Jesús ha
reprochado al ángel de la iglesia de Éfeso que su primer amor se haya enfriado.
Continúa diciéndole en tono admonitorio:
5. "Recuerda, por tanto,
de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no,
vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres
arrepentido."
Jesús exhorta a la iglesia de
Éfeso –y con ella a nosotros- a revivir en su memoria cómo era su vida y su
relación con Dios antes de que se enfriara, y que trate de recuperar lo que ha
perdido. Recuerda la frescura, el entusiasmo de tu primer amor, y la felicidad
que te proporcionaba. Recuerda la alegría que sentías cuando acunaba tu alma en
mis brazos y murmuraba en tu oído palabras dulces. La admonición es triple:
recuerda, arrepiéntete y haz.
La tibieza es un pecado de
omisión. Es un proceso que empieza a anquilosar nuestra alma cuando comenzamos
a tolerar en nosotros ciertas debilidades, ciertos pequeños pecados "sin
importancia" como, por ejemplo, detenernos un instante en imágenes
atrevidas, por no decir directamente pornográficas, consintiendo en nosotros
momentáneamente los pensamientos que provocan esas imágenes; o por dejarnos
llevar por la gula, comiendo demasiado. (No es posible orar ni meditar bien con
el estómago lleno); o dejando que
pensamientos de rivalidad, o rencor, se infiltren en nuestra mente. Ese
tipo de pensamientos consentidos inevitablemente excitan en nosotros
sentimientos de antipatía y de rechazo. Si no miramos caritativamente, es decir
amorosamente, a todas las personas que nos rodean y, en particular, a nuestros
hermanos en Cristo, no podemos tener una relación fluida e íntima con Dios.
Debemos detestar el mal, sí, pero no podemos a la vez amar a Dios y sentir
antipatía por el hermano. El aborrecimiento del hermano -que es pecado-
congelará nuestro amor a Dios. Por eso se suele decir que Dios detesta el
pecado, pero ama al pecador.
Recordemos el mandato de Jesús: "Amad
a vuestros enemigos." (Mt 5:44). Entre los enemigos que debemos amar
debemos incluir a nuestros rivales, y a los que nos critican. Los que nos
critican son, en verdad, nuestros mejores amigos, porque nos humillan, y si
estamos dispuestos a escucharlos, tienen mucho que enseñarnos. Pero nosotros,
amurallándonos en nuestro orgullo, rechazamos toda crítica como manifestación
de envidia. Aunque hubiera algo de cierto en eso, amemos al envidioso que nos critica,
y considerémoslo como un enviado de Dios para disciplinarnos y corregirnos.
"Haz las primeras
obras", fruto del primer amor,
cuando te lanzabas entusiasta a dar testimonio de lo que la gracia ha hecho en
ti, de cómo te transformó y te sacó de la vida de pecado en que te arrastrabas,
e hizo de ti una criatura nueva. Recuerda cuántos te escuchaban maravillados, a
los que luego guiaste a poner su vida a los pies de su Salvador.
Si no haces como te digo, dice
Jesús, esto es, si no vuelves a encender en tu corazón el fuego de tu primer
amor, alimentado por el aceite del Espíritu Santo, quitaré tu candelero, es
decir, te quitaré tu ministerio, lo removeré, y pondré a otro en tu lugar, que
esté dispuesto a hacer las primeras obras que tú has olvidado.
Si se tratara de una iglesia, o de
una comunidad, o de una célula, pueden cerrarse o cambiar de pastor. No hay
nada más inestable que las circunstancias humanas. Hoy están ahí, y parecen
sólidas como la roca, pero pueden cambiar, o desaparecer en un día. Arrepiéntete,
pues, y teme a Dios, porque ése es el principio de la sabiduría (Pr 1:7). Dios
no te debe nada, pero tú sí le debes todo a Él.
6. "Pero tienes esto,
que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también
aborrezco."
Para atemperar la amenaza que
acaba de proferir si no se arrepiente, el Señor pasa ahora bondadosamente a
aprobar lo que de bueno conserva la iglesia y el que la preside: que detesta la
obra de los nicolaítas, es decir, no a ellos mismos, sino lo que hacen y
promueven.
¿Quiénes eran esas personas? No
existen indicios suficientes en la historia de la iglesia como para identificar
cuál era su doctrina, en qué consistían aquellas obras que el Señor afirma
detestar, y porqué recibieron ese nombre. Lo que sí sabemos es que Dios aborrece
el desviarse del recto camino, y alaba a los que albergan el mismo sentimiento.
La iglesia ha estado siempre
amenazada por quienes pretenden traer una interpretación novedosa, una doctrina
osada con la que persiguen ganar adeptos. Lo nuevo tiene siempre un especial
atractivo para los inconstantes. Pero el Señor es siempre el mismo. Él no
cambia: "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos." (Hb
13:8) Al mismo tiempo "nuevas son sus misericordias cada mañana" (cf
Lam 3:22,23; Sal 90:14; 92:2; 143:8). No necesitamos buscar fuera de Él el
frescor de la novedad porque para quien lo ama realmente, y se entrega por
entero a Él, Él es siempre nuevo.
Se ha pensado que se trataba de
una secta fundada por Nicolás, uno de los siete diáconos que se mencionan en
Hechos 6, que se habría desviado de la fe. Eso afirma Irineo, pero es una
hipótesis que se ha descartado. También se ha buscado el origen del nombre en
la etimología. "Niké" significa "victoria", y "laos",
"pueblo". Se trataría de personas que trataban de adueñarse del
pueblo. Pero ése parece un intento un poco traído por los cabellos. Lo más
probable es que se tratara de seguidores de alguien que se llamaba Nicolás, o
que habría adoptado ese nombre. Pero no tenemos ningún indicio firme para
definir en qué consistía su doctrina o qué pretendían, a pesar de que se les
menciona nuevamente en la carta a la iglesia de Pérgamo (Ap 2:15). La hipótesis
que cuenta con más apoyo es que se trataba de un grupo que propugnaba una moral
laxa, y cierta tolerancia frente a la idolatría.
7. "El que tiene oído,
oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer
del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios."
La frase "el que tenga oídos"
se repite en las siete cartas. En las tres primeras, al comenzar el último
versículo de cada una de ellas, antes de la frase que empieza "Al que
venciere..." En las cuatro últimas, después de esta frase.
Es una advertencia solemne.
Naturalmente no se trata del oído físico, sino del oído espiritual, porque es
éste el que puede oír lo que dice el Espíritu, y que sólo Dios puede despertar
(Is 50:4). Se trata del mismo oído al que se refirió Jesús al final de la
parábola del Sembrador: "El que tenga oídos para oír, oiga." (Mt
13:9), porque sólo teniendo ese oído podrá entenderse el sentido de la
parábola. Como también dijo el profeta de algunos que "tienen oídos
para oír, pero no oyen."(Ez 12:2; cf Jr 5:21). Es decir, tienen oídos
físicos, pero no los oídos que permiten entender el mensaje de Dios.
El Espíritu de Dios nos habla a
todos, pero depende de nosotros que escuchemos. ¿De qué depende? De que
tengamos nuestros sentidos espirituales despiertos, de que vivamos para las
cosas del Espíritu, de que estemos ansiosos de escuchar su voz. Los que viven
para las cosas materiales están sordos a la voz del Espíritu, ni les interesa.
¡Qué importante es saber para qué
vivimos! ¡En función de qué! Todos nosotros tenemos las antenas bien paradas
para percibir aquellas cosas que nos interesan. Lo vemos en todos los aspectos
de la existencia. El ladrón que vive para robar descubre inmediatamente las
oportunidades que se presentan para apropiarse de lo ajeno, que para el honesto
pasan desapercibidas. El hombre que vive para hacer dinero, ve oportunidades de
negocio que a los demás mortales escapan. El hombre que vive para Dios
constantemente descubre oportunidades para servirlo.
Pero aquí se trata de una
advertencia grave a causa de la frase que sigue, y que también se encuentra en
todas las siete cartas: "Al que venciere" ¿Por qué al que
venciere?
En primer lugar, porque cuando se
escribió este libro los cristianos vivían en medio de grandes dificultades,
cuando no eran directamente perseguidos. Ser cristiano entonces no era
"negocio", sino todo lo contrario, había que ser muy valiente para
serlo porque se corría grandes riesgos.
Pero también en nuestro tiempo y
en nuestro medio, si bien los cristianos no somos perseguidos como ocurre en
otros países, nosotros vivimos en una lucha constante contra tentaciones de
todo tipo. Entre ellas la de ser víctimas de la incomprensión de nuestros
familiares, o de las personas de nuestro entorno. Con frecuencia somos víctimas
del ridículo, de cierto ostracismo, porque la gente nos evita a causa de
nuestra fe comprometida.
Pero, sobre todo, estamos en lucha
contra las tentaciones de la carne. Ésta es una lucha que no cesará sino el día
de nuestra muerte. Entonces ¡cuan importante es que se nos diga y lo escuchemos
bien claro: "Al que venciere yo le daré de comer del árbol de la
vida" ! Jesús bien puede
animarnos a vencer los obstáculos que se oponen a nuestro caminar, porque Él
nos ha dado ejemplo de victoria: "En el mundo tendréis aflicción, pero
confiad, yo he vencido al mundo." (Jn 16:33). Para el apóstol Juan el
secreto de nuestra victoria está en nuestra adhesión a Cristo por la fe: "Porque
todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.
¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de
Dios?" (1 Jn 5:4,5) Él nos puede decir: Tú tienes todo lo necesario
para vencer, pues te ha sido dado cuando recibiste el don de la gracia y de la
fe. También el apóstol Pablo nos asegura nuestra victoria: "Somos más
que vencedores por medio de Aquel que nos amó." (Rm 8:37; cf 1Cor 15:57; 2Cor2:14)
"Al que venciere yo le
daré de comer del árbol de la vida." ¿Qué es el árbol de la vida que está en medio del paraíso? Es la
presencia de Dios, de cuya compañía esperamos gozar un día para siempre. En
otros términos, es la fuente de la vida eterna.
El árbol de la vida contrasta con
el árbol "de la ciencia del bien y del mal", que estaba
también en el paraíso, y del que Dios prohibió a Adán y Eva comer para que no
mueran (Gn 2:17). Este era al mismo tiempo un árbol de muerte espiritual,
porque comerlo era desobedecer a Dios. El árbol que se menciona en Apocalipsis
es un árbol de vida; que figura también al final de este libro, cuyo fruto
produce vida eterna en los que lo comen, y cuyas hojas proporcionan sanidad a
las naciones (Ap 22:14).
Podría llamarse también
"árbol de vida" a la cruz en la que murió Jesús en el Calvario, de
cuyo fruto hemos comido todos, esto es, la salvación.
Nosotros podemos gozar de un
adelanto de ese alimento en Aquel que dijo de sí mismo: "Yo soy el pan
de vida." (Jn 6:35,48), y "si alguno comiere de este pan,
vivirá para siempre."(6:51) Podemos gozar de Él
cuando queramos porque está en
medio nuestro.
Sabemos que el autor del
Apocalipsis es el mismo Juan que escribió el cuarto evangelio. Es normal que él
use en este libro las mismas expresiones que le oyó decir a Jesús, porque el
que habla en uno y otro libro es el mismo Hijo Unigénito de Dios, nuestro Salvador;
el mismo que Juan conoció en vida, el mismo que se le presentó en toda su
gloria para hablarle y ordenarle que escriba a las siete iglesias.
Notemos de paso que el primer Adán
fue expulsado del paraíso en la tierra a causa de su desobediencia. En cambio,
a los que le son fieles, el segundo Adán los invita a entrar en el paraíso del
cielo. Al primer Adán se le prohibió comer del árbol "de la ciencia del
bien y del mal"; a los que siguen al segundo Adán se les invita a comer del "árbol de la vida".
Para los que siguen la corriente
de interpretación historicista del libro de Apocalipsis, las siete iglesias
representan siete épocas sucesivas de la historia de la iglesia. La carta a la
iglesia de Éfeso correspondería a la época apostólica, que fue de poca
duración, y que terminó al empezar la primera persecución desatada por Nerón el
año 64; a la cual sucedió la etapa de las persecuciones que terminaron el año
305, simbolizada por la iglesia de Esmirna.
Amado lector: Jesús dijo:
"¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" Si
tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de
Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle
perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste
al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres,
incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas
veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero
recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que
he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu
sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para t
i y servirte."
#898 (13.09.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde
M . Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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