LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS III
A LA IGLESIA DE ESMIRNA I
Un
Comentario de Apocalipsis 2:8,9
8. "Y escribe
al ángel de la iglesia en Esmirna: el primero y el postrero, el que estuvo
muerto y vivió, dice esto:”
La ciudad de Esmirna (que sobrevive actualmente con el nombre
turco de Izmir)
estaba situada a unos 90 Km de Éfeso y rivalizaba con ésta como
puerto de gran actividad comercial. Tenía la forma de un anfiteatro coronado de
flores, y era por ese motivo famosa por su belleza. En ella los romanos habían
construido en tiempos de Tiberio, un templo dedicado al emperador divinizado, como
premio de su fidelidad a Roma en sus guerras contra los seléucidas y, por eso,
disputaba con Éfeso el honor de ser llamada la primera ciudad de la provincia romana
de Asia. De hecho, ya en el siglo segundo antes de Cristo, se había construido
un templo dedicado a Roma como diosa.
No se sabe quién fundó la iglesia en esta ciudad. Es probable
que Pablo la visitara de camino hacia Éfeso (Hch 19:1). En la historia de la
iglesia la ciudad se distingue por la figura de su anciano obispo Policarpo,
que fue martirizado el año 156 DC, por instigación de los judíos, por negarse a
sacrificar al emperador. A pedido del procónsul que lo urgía a negar a Cristo,
el anciano obispo contestó: "¿Cómo podría yo blasfemar del Rey que me
salvó?" Cuando fue llevado al lugar donde sería quemado, Policarpo
agradeció en alta voz a Dios por el privilegio de ser contado digno de
compartir el vaso de Cristo (Mt 20:22) entre el número de los mártires.
Es interesante que esta carta, así como la dirigida a la iglesia
de Filadelfia, no contenga una sola palabra de reproche, sólo tiene elogios. En
el segundo siglo muchos cristianos murieron como mártires al negarse a abjurar
de su fe. Por ese motivo los intérpretes que atribuyen un significado
histórico-simbólico a las siete iglesias, dicen que esta iglesia representa el
período de las persecuciones bajo los romanos, que terminó cuando el emperador Constantino,
el año 313, otorgó a los cristianos el derecho de practicar su religión
libremente. (Nota).
El nombre de la ciudad, Esmirna, quiere decir "mirra",
resina aromática de sabor amargo, procedente del Oriente, y muy valiosa, que
era usada en la antigüedad para embalsamar los cadáveres. (Jn 19:39). La mirra era
también usada, junto con otros aromas, para confeccionar el aceite de la
unción, con el cual se ungía los utensilios sagrados, el altar, etc., y que
Moisés usó para ungir a Aarón y a sus hijos al consagrarlos como sacerdotes (Ex
30:23-33). Como perfume tenía un uso variado en tiempos del Antiguo Testamento:
para perfumar los vestidos de los reyes (Sal 45:8), y de las novias (Can 3:6), así
como la cama de las mujeres (Pr 7:17). Mirra fue uno de los tres presentes que
los reyes magos le trajeron a Jesús (Mt 2:11), como anunciando el sufrimiento que más tarde le esperaba.
Se recordará que antes de crucificar a Jesús los soldados le
ofrecieron vino mezclado con mirra para atontarlo y que sufriera menos, pero Él
lo rechazó, queriendo apurar el cáliz del sufrimiento hasta el fin (Mr 15:23).
El comentarista J. Seiss escribe: "El nombre (de Esmirna) describe muy
bien a una iglesia perseguida a muerte, postrada y embalsamada en las preciosas
especies de su sufrimiento". Por su lado, H. Lockyer escribe: "Así
como la mirra debe ser molida para que despida su fragancia, el testimonio de esta
iglesia molida por la persecución fue muy agradable para el Señor."
Al empezar el dictado de su carta a la iglesia de Esmirna, la
más corta de las siete, Jesús se identifica a sí mismo con las mismas palabras
con que empezó a hablar a Juan en visión: "El primero y el
postrero" (último, cf 1:17), título que Dios se da a sí mismo por boca
de Isaías (Is 44:6; 48:12). Eso es para nosotros muy importante porque, al
atribuirse Jesús ese título divino, se identifica, es decir, se hace uno con
Dios, y afirma ser Dios. Algunos eruditos y teólogos liberales han sostenido
con argumentos falaces que la iglesia deificó al Jesús de los evangelios por
influencia del pensamiento griego durante el siglo II cuando, apartándose de
sus raíces judías, se llenó de gentiles idólatras. Pero aquí, en un libro
escrito por Juan, discípulo judío de Jesús (a más tardar, según algunos, a fines
del primer siglo o, más probablemente, antes
del año 70) vemos a Jesús, con sus propias palabras, plenamente identificado
con su Padre Dios, como también lo hace en el cuarto evangelio (Jn 10:30).
Enseguida dice Jesús de sí mismo: "El que estuvo muerto
v vivió", es decir, resucitó, aludiendo a las palabras con que hace
unos instantes se dirigió a Juan: "el que vivió y estuvo muerto". (Ap
1:18). Aquí Jesús afirma dos hechos fundamentales de su vida en la tierra: su
muerte y su resurrección. Con la primera nos redimió; con la segunda proclamó
al mundo que es Dios, porque sólo un Dios encarnado puede resucitar por sí
mismo (Rm 1:4).
Al recordarles su muerte y resurrección a los cristianos perseguidos
de Esmirna, Jesús los anima haciéndoles comprender que los que mueren con Él
resucitarán con Él; que la vida no termina con la muerte, sino que así como Él
estuvo muerto y resucitó, si ellos son llamados a ofrendar sus vidas por su fe,
resucitarán algún día para vivir para siempre con Él. Si toda vida comienza con
Él, pues es su Creador, toda vida también culmina en Él, porque Él es el fin
hacia el cual nos dirigimos. A este respecto conviene recordar las palabras tan
ciertas de Pablo: "Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno
muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el
Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos."
(Rm 14:7,8).
Otro aspecto que merece ser destacado en el título que Jesús se adjudica
al iniciar esta carta dirigida a una iglesia mártir, "el primero y el postrero",
es que Él es el primero de todos los mártires, porque Él fue "destinado
desde antes de la fundación del mundo" a ser sacrificado como víctima
propiciatoria a favor nuestro (1P 1:19,20), como también afirma el Apocalipsis,
que Él fue "el cordero inmolado desde el principio del mundo" (Ap
13:8); y es también el último porque, en su momento, Él es quien ha de juzgar a
los que acusan a los creyentes de Esmirna.
9. 'Yo conozco tus
obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de
los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás."
Como le dijo al ángel de la iglesia de Éfeso, Jesús también le
dice al ángel de la iglesia der Esmirna, como le dirá también a los ángeles de
las otras cinco iglesias: 'Yo conozco tus obras". Es decir, yo
conozco todo lo que haces, tus luchas y tu comportamiento. Eso es algo que
Jesús puede decirnos también a todos nosotros, porque nada de lo que hacemos y
pensamos escapa a su mirada escrutadora.
Luego añade: "tu tribulación", porque Jesús
sabía muy bien cómo esa iglesia sufría y sufriría en manos de sus
perseguidores. "Y tu pobreza", porque la iglesia y su pastor
eran pobres materialmente, posiblemente a causa de la misma persecución que los
despojaba de sus bienes. Es posible también que, al negarse a rendir culto al
emperador, ellos fueran excluidos de los gremios de artesanos, y por eso no
tenían trabajo. Y si así fuera "¿No ha elegido Dios a los pobres de
este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a
los que le aman?" (St 2:5).
"Pero eres rico" porque, en
contraste con su pobreza material, la iglesia de Esmirna era rica en bienes espirituales,
que son los que finalmente cuentan, ya que son los que Dios más ama y aprecia
(1Tm 6:18). Lo que Jesús dijo acerca de los tesoros celestiales es muy
pertinente en este respecto (Mt 6:19,20). En cambio, a la iglesia de Laodicea
se le reprocha el creerse rica, cuando en realidad era pobre (Ap 3:17,18). Pobreza
material y riqueza espiritual suelen ir juntas, porque las riquezas materiales
suelen distraemos de los bienes espirituales. Por ese motivo, los que poseen
las primeras, carecen con frecuencia de las segundas. Jesús lo dijo: "Porque
donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón." (Mt
6:21). Si para nosotros nuestro tesoro son los bienes materiales, muchos o
pocos, que poseamos, todos nuestros esfuerzos estarán dirigidos a acrecentarlos,
y no nos preocuparemos en adquirir los bienes espirituales. ¡Cuán miope y
trágica puede ser esta actitud! Porque las riquezas materiales no son duraderas,
sino que terminan con la muerte (Lc 12:20,21). En cambio, los bienes
espirituales son eternos.
¿A qué se refiere la blasfemia de los que "dicen ser
judíos y no lo son"? La palabra griega blasfemían, dado que el
objeto de las invectivas no era Dios, sino seres humanos, debería traducirse en
este caso como "calumnias". Debe haber habido en Esmirna, como en
casi todas las ciudades del imperio romano, una sinagoga semejante a las que
había en Tierra Santa, donde los judíos se congregaban el día sábado. Nosotros sabemos
que cuando Pablo llegaba a una ciudad, lo primero que hacía era dirigirse a la
sinagoga del lugar para presentar su mensaje (Hch 13:2,14). Y posiblemente los
otros apóstoles, cuando salieron a predicar por el mundo, seguían la misma
estrategia. ¿Por qué lo hacían? Porque en la sinagoga encontraban un público
que sabía de qué ellos y Pablo hablaban, un público que conocía las sagradas escrituras
en las que Pablo y los apóstoles basaban su predicación, un público formado
mayoritariamente por judíos, como lo eran también ellos, aunque posiblemente
también hubiera algunos prosélitos de origen gentil.
Ocurría con frecuencia , sin embargo, como vemos en Hechos, que
la mayoría de los asistentes a la sinagoga rechazaban el evangelio, y generalmente
expulsaban a Pablo, y le impedían volver a predicar, de manera que sólo los
pocos que habían creído en su mensaje lo seguían (Hch 13:44,45,48. Véase también
14:1,15,19 y 17:5). Cuando finalmente Pablo regresó a Jerusalén, los judíos
estuvieron a punto de matarlo, y lo hubieran hecho si el centurión no lo
arrancaba de sus manos (Hch 21:27-36. Cf 23:12; 24:3- 9).
Pues bien, esas calumnias eran expresión del rechazo de los que decían
ser judíos (y que lo eran de raza y religión), pero que no lo eran en realidad,
como dice Pablo: "Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la
circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que
lo es en lo interior; y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en
letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios." (Rm
2:28,29. Véase además los vers. 17-23).
En el pasaje que comentamos Jesús hace una distinción semejante
entre el Israel de Dios, los que lo reconocieron como Mesías e Hijo de Dios; y
el Israel en la carne que se negó a reconocerlo y a recibir su mensaje.
Es muy probable, como ocurría en otros lugares (Hch 13:50), que
la persecución que sufrían los cristianos en Esmirna fuera desatada a instigación
de los miembros de la sinagoga que rechazaban el Evangelio y rechazaban a
Cristo, a la cual, por ese motivo, Jesús en su carta llama "sinagoga de
Satanás". Recuérdese que el mensaje del Evangelio estuvo dirigido en
primer lugar a los judíos (Rm 1:16), y que fue a ellos casi exclusivamente a quienes
Jesús predicó en vida (Mt 15:24), y a quienes Él envió a sus discípulos
inicialmente a predicar (Mt 10:6). Si rechazaban el Evangelio era porque Satanás
había puesto un velo delante de sus mentes que les impedía ver la verdad (2Cor
3:14,15). Jesús en vida no tuvo reparos en decir que ellos no eran hijos de Abraham,
como pretendían, sino "hijos del diablo", cuyos deseos malvados
querían cumplir (Jn 8:44).
Nota: Se suele decir, incluso
en libros eruditos de historia, que Constantino, por el llamado Edicto de Milán
del año 313, hizo del cristianismo la religión oficial del imperio. Eso no es
cierto. Lo que él hizo mediante ese edicto fue declarar al cristianismo como
“religión lícita”, con lo cual se dio término a las persecuciones. Es verdad
que él favoreció en muchos otros aspectos al cristianismo, como, por ejemplo,
al convocar el año 325 al Concilio de Nicea, para lidiar con la herejía
arriana; y que apoyó a su madre Elena, en la búsqueda del madero de la cruz. Pero
fue recién Teodosio el Grande, el año 381, quien, bajo la influencia del obispo
Ambrosio de Milán, oficializó al cristianismo como religión del estado.
Amado lector: Si tú
no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios
te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú
viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de
todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor,
te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi
vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#899
(20.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección:
Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-iNDECOPI).
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