LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA PRÁCTICA
DEL PECADO Y EL NUEVO NACIMIENTO
En su primera epístola
el apóstol Juan escribió: "Todo el que es nacido de Dios no practica el
pecado..." (1Jn 3:9). ¿Qué quiere decir este "no practica el
pecado"?. En realidad la frase "no practica el pecado" es un
expediente usado por los traductores de la Reina-Valera 60 para traducir la
frase griega "no hace pecado" que no tiene un equivalente exacto en
español, y que significa aproximadamente "no peca continuamente", o
"repetidamente". (Nota 1)
En buenas cuentas lo
que el apóstol quiere decir es que la persona que se ha vuelto a Dios, que se
ha convertido con todo su corazón, no peca de manera habitual, aunque
ocasionalmente pueda hacerlo. Aquí reside la gran diferencia, lo que define al
cristiano verdadero y lo distingue del que no lo es, o lo es sólo de nombre. El
no creyente, el no convertido, vive habitualmente en pecado; pecar es su
elemento natural, aunque a veces pueda sentirse mal, porque su conciencia lo
acusa.
Ser cristiano no
consiste en poder exhibir una partida de bautismo, no consiste en cumplir
determinadas prácticas piadosas, aunque en sí sean buenas; o en adoptar
determinadas actitudes, o en hablar de determinada manera.
Ser cristiano es haber
nacido de nuevo y haber recibido el Espíritu de Cristo que nos capacita para
vivir como Él vivió y ser sus discípulos. San Pablo dijo que "si alguno
no tiene el espíritu de Cristo no es de Él" (Rm 8:9). Es decir, que lo
que lo hace a uno cristiano es tener el Espíritu de Cristo viviendo en uno. Y
si tiene el Espíritu de Cristo dentro de sí ¿cómo podría hacer aquellas cosas
que repugnan a Cristo, aquellas cosas que Cristo condena?
Por eso es que el
cristiano no practica el pecado. No puede, aunque lo quisiera, a menos que
renuncie concientemente a pertenecer a Cristo. Pero el que no es cristiano, el
que no pertenece a Cristo, esto es, la gente del mundo, la mayoría de la gente
que camina por la calle, sí practica el pecado. Pecar es su vida y no pueden en
verdad hacer otra cosa que pecar de mil maneras porque viven bajo "la
ley del pecado y de la muerte." (Rm 8:1,2). Por eso practican toda la
gama de pecados del repertorio, que es muy amplio y se sienten a gusto en ello, hasta se jactan de
sus pecados como si fueran hazañas. Y hay muchos que los admiran y quieren
emularlos.
El acontecer cotidiano
de mucha gente es una trabazón irrompible e inacabable de violaciones continuas
de los mandamientos del Decálogo en todas las áreas de su vida. Pecan de
pensamiento, sentimiento, palabra y obra. Pecan contra Dios, contra sí mismos y
contra el prójimo. Y aun los mejores se hacen continuamente daño a sí mismos y a los demás.
Cualquier persona que
hojee alguno de los diarios populares que circulan en nuestra capital no podrá
menos que reconocer que lo que tiene delante suyo es una crónica de pecado.
Porque ¿de qué cosa si no de pecado hablan esos periódicos?
Leemos en sus páginas
acerca de asaltos a mano armada, de asesinatos, de tráfico de drogas, de
soborno, de corrupción de autoridades, de contrabando. Nos enteramos de
adulterios, que, a veces conducen a crímenes pasionales, de casas de cita, de
bares de homosexuales; de borracheras que concluyen en hechos de sangre; de
niños abandonados por sus padres, de violaciones de menores... En fin, de
cuánta cosa nuestros abuelos no osaban ni hablar. De eso está hecha la crónica
diaria de nuestra población, si bien es cierto que los medios de comunicación
viven del escándalo y de las malas noticias que exageran, y no de las buenas
que no son "noticia" y que, por tanto, no venden.
De otro lado vemos
anuncios de películas que son una invitación abierta al libertinaje sexual y a
la infidelidad; hay programas de
televisión que exhiben el pecado como si fuera una gran cosa... Tanta miseria
humana...
El contenido de la
mayor parte de las páginas de los periódicos populares parece hacer eco de las
palabras del apóstol Pablo en Romanos: "Porque todos pecaron y están
destituidos de la gloria de Dios" (Rm 3:23) Al dar a conocer con todo
lujo de detalles esos hechos, indirectamente los promueven.
Sabemos que no
solamente se trata de lo que hablan los medios de comunicación, sino que esos
hechos son moneda corriente en la vida cotidiana de la mayoría de la gente,
aunque no aparezcan en los diarios y no se publiquen. Vemos, por ejemplo, cómo
han proliferado en Lima esos que llaman hostales, pero que no son realmente
hoteles en el sentido usual de la palabra, sino que son locales que alquilan
por horas cuartos a parejas, en su mayoría de solteros, que acuden ahí para
tener relaciones sexuales sin estar casados. Ahí tenemos algo que hoy día se
admite como normal, aún sano, pero que es, en realidad, lo que la Escritura
llama sin ambages pecado.
"Porque
todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios". En verdad este "todos"
nos incluye también a nosotros -también al autor de estas líneas- porque
¿quién es el que, mirando a su propia vida, no puede menos que reconocer que él
también ha practicado el pecado? ¿Quién puede afirmar que nunca ha hecho mal,
que nunca ha hecho daño a nadie?
Es conocido el
episodio en que Jesús, cuando le trajeron a una pecadora para que la juzgara,
invitó al que no tuviera pecado que tirara la primera piedra para apedrearla
según la ley mosaica (Lv 20:10). Y no se encontró uno solo entre sus acusadores
que pudiera hacerlo (Jn 8:7-9). Si tú, amigo lector, y yo hubiéramos estado
allí presentes en esa escena, ciertamente también nos hubiéramos tenido que
retirar avergonzados.
Cabe entonces
preguntarnos ¿De dónde viene tanta maldad y podredumbre humana? Los sociólogos,
los psicólogos y los filósofos proponen diversas soluciones al enigma del
origen del mal. Se han escrito incontables libros sobre este tema desde el
punto de vista de la historia, de la filosofía, de la psicología, de la
sociología, de la antropología, etc, pero ninguno de ellos da en el clavo,
porque la verdadera explicación la encontramos en la Biblia, y es al mismo
tiempo muy profunda y muy simple. Todas las maldades del hombre vienen de que
su corazón se torció desde el momento en que la serpiente lo engañó y lo hizo
rebelarse contra Dios, adquiriendo por experiencia el conocimiento del bien y
del mal (Gn 3:1-7).
Esto es lo que expone
el tercer capítulo del Génesis. Sea que consideremos ese relato como una alegoría
de hechos ocurridos en un pasado primigenio, o como un acontecimiento histórico
concreto, ahí está el origen del mal en el mundo. Haciendo mal uso de la
libertad que Dios le dio, el primer hombre desobedeció a Dios, y al hacerlo, la
tendencia innata de su corazón se desvió del bien para inclinarse al mal. A eso
lo llama la teología "el pecado original": La inclinación invencible
hacia el mal que desde entonces vive en el corazón del hombre y que lo empuja a
odiar en vez de amar y a cometer actos condenables.
A partir de entonces,
puesto en la alternativa de escoger entre el bien el mal, como ha perdido la
comunión con Dios que Adán antes tenía, el hombre suele preferir el mal al
bien, dejándose arrastrar por las pasiones
de la carne: Pablo lo describe con estas palabras inolvidables: "Porque
lo que hago no lo entiendo; pues no hago
lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, eso
hago, apruebo que la ley es buena. De
manera que ya no soy yo el que hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Así
que, queriendo yo hacer el bien, hallo
esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior me deleito en
la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley
de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis
miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rm
7:15-24).
Esta inclinación del
corazón humano, que es una verdadera esclavitud, se corrige, se endereza,
cuando Cristo entra en el corazón del hombre por la fe, y el hombre nace de
nuevo espiritualmente.
Dios anunció la
salvación del género humano en el Paraíso: El linaje de la mujer (es decir,
Cristo) aplastará un día la cabeza de la serpiente, de Satanás, para que el
hombre sea reconciliado con Dios (Gn 3:15). Esto es lo que se cumple, según las
palabras de Juan Bautista, cuando Jesús inició su vida pública: "He
aquí el cordero de Dios que quita el pecado
del mundo." (Jn 1:29).
El cordero inocente, inmolado desde antes de los siglos, que con su sacrificio
en la cruz expió todos los pecados del mundo, y que arranca el pecado del
corazón de todos los hombres y mujeres que creen en Él.
En efecto, cuando el
hombre se arrepiente de sus pecados y pide perdón a Dios creyendo en Jesús,
todo deseo perentorio de volver a hacer lo que una hora antes, o unos minutos
antes, lo atraía irresistiblemente, es arrancado de su corazón. El pecado ya no
le atrae invenciblemente. Ha sido libertado de esa esclavitud (Rm 6:17,18). Un
cambio se ha producido en su interior que le permite actuar de una manera
diferente y lo aparta de su anterior conducta.
Eso no quiere decir
que todos sus defectos hayan desaparecido como por encanto. No. El hombre sigue
teniéndolos -eso es lo que la Biblia llama "el hombre viejo" (Rm
6:6)-, pero ahora los ve como lo que realmente son, restos miserables de su
antigua naturaleza, y que gradualmente irá eliminando por la acción de la
gracia que vive en él. Pero la inclinación básica hacia el mal que antes lo
gobernaba ha sido dominada, cuando no ha desaparecido del todo. De ahí que
podamos decir con San Pablo: "Si alguno está en Cristo es una nueva
criatura; las cosas viejas pasaron; he aquí todas han sido hechas nuevas."
(2Cor5:17).
Para el hombre
convertido ya no hay juergas, ni mujeres de mala vida, ni borracheras, robos,
drogas, vicios, estafas, negocios fraudulentos... Todo lo que antes lo seducía,
y hacía de él un esclavo de sus vicios o de la codicia; todo lo que antes hacía
que él fuera una pesada carga de llevar para sus familiares, para su madre, o
para su mujer y sus hijos, todo eso ha muerto en él.
Igualmente para la
mujer perdida, para la enviciada, para la meretriz, la drogadicta; o
simplemente, para la muchacha "moderna" que llevaba una vida
desprejuiciada, "liberada" como suele decirse; o para la madre de
familia que incumplía sus deberes, atrapada en frivolidades, todo lo que la
cegaba y ataba al mundo ha desaparecido y ha perdido su encanto.
La persona que ha
renacido en Cristo siente en su interior una paz que desconocía, una fortaleza
nueva, un deseo de estar bien con Dios y de apartarse del mal, que lo sostiene cualquiera
que sean las dificultades que tenga que afrontar, o las tentaciones que aún lo
asalten. La dirección básica de su existencia ha cambiado, ha dado un giro de
180 grados.
No es que no pueda
volver a pecar, no que sea incólume a toda tentación. No, no es el caso. Pero
si alguna vez cae, será para volverse a levantar, porque no resiste hallarse en
el estado de separación de Dios. Necesita la paz que sólo Dios ofrece, y si la
pierde necesita urgentemente recuperarla para sentirse bien, y mientras no lo
haga vivirá en ascuas.
El rey David describió
ese estado: "Mientras callé, se
envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de
noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de
verano." (Sal 32:3,4). Felizmente hay una solución a la que David se
aferró. Como dice San Juan: "Si confesamos nuestros pecados, Dios es
fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad."
(1 Jn 1:9).
Todo aquel que lo haya
experimentado sabe cómo el pecado pierde su sabor. Aunque todavía pueda
atraerlo, a la vez, le repugna. Más le cuesta hacer el mal que no hacerlo. Y si
cae, se siente pésimo, indigno. Porque hay ahora una fuerza en él, una nueva
vida que lo capacita, que no viene de él mismo sino de Dios.
Si tú eres esclavo de
algún vicio, o de algún pecado que te degrada y que está destrozando tu vida; o
simplemente, si estás llevando una vida espiritual mediocre, sin brillo, que no
te satisface, sin gozo ni esperanza, y quieres conocer algo mejor, vuélvete a
Dios en lo interno de tu corazón, contemplando la cruz de Cristo que murió por
ti, y pídele que te ayude, que te perdone todo aquello que reconoces que estuvo
mal. Pídele que te dé una nueva vida, como sólo Él puede dar, que entre en tu
corazón como tu Salvador y que nunca salga y que renueve todo tu ser.
Si tú le hablas así
con toda sinceridad, con toda tu alma y toda tu voluntad, Él responderá a tu
llamado y entrará en ti y su espíritu se unirá al tuyo para renovarte
enteramente. Dios hará el milagro de regenerarte y hacer de ti una criatura
nueva.
No hay acontecimiento
más importante en la vida del ser humano que el momento en que nace de nuevo.
Entre el inicio de su vida y su final, el nuevo nacimiento es lo que decide el
curso de su existencia y, en buenas cuentas, el lugar en donde estará por toda
la eternidad. Como dijo Jesús "Si alguno no nace de nuevo... del agua y
del espíritu... no entrará en el reino de Dios." (Jn 3,5).
Nota 1. El presente del indicativo en griego expresa una acción continua, repetida o acostumbrada. En
español el tiempo presente no precisa si se trata de una acción única, o una
acción continua o repetida.
NB: Esta charla radial fue escrita el 16 de abril de 1998, y
publicada por primera vez en setiembre del 2005.
Amado lector: Si tú
no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios,
yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón
a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú
viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte."
#892 (02.08.15).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
No hay comentarios:
Publicar un comentario