LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA
TRANSFIGURACIÓN II
Un
Comentario de Mateo 17:7-13
7,8. “Entonces Jesús se acercó y los tocó, y
dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a
Jesús solo.”
Tan
súbitamente como había surgido, la visión despareció. Los discípulos fueron
despertados de su asombro por Jesús, que los tocó gentilmente y les dijo:
Levántense del suelo y no tengan temor.
Todo
ha vuelto a la normalidad. Moisés y Elías no están allí. Jesús está solo. Pero
la impresión que la visión ha dejado en sus espíritus no ha desparecido. ¿Cómo
podría?
Podemos
decir que al no estar más ahí Moisés y Elías al lado suyo, la ley y los
profetas, que eran sombra de lo que había de venir (Col 2:17), fueron
reemplazados y absorbidos por la luz del Evangelio de Cristo, cediéndole su
lugar. Pero la desaparición de la visión nos muestra además que todo lo de esta
tierra, aún lo más maravilloso, es transitorio y pasajero, mientras que la
gloria del cielo, que está reservada para nosotros, y de la que algún día
gozaremos, será eterna.
Hemos
dicho que Jesús los tocó gentilmente. ¿Conocemos algún caso en que Jesús haya
sacudido a alguien, o no haya tratado gentilmente a una persona, Él, que era
manso y humilde de corazón? Sí, cuando expulsó a los mercaderes del templo con
un látigo, porque habían convertido la casa de su Padre en una cueva de
ladrones, profanándola (Jn 2:13-17). Fue un arrebato de ira santa. Y también
cuando encaró a los fariseos por su hipocresía y los llamó: “Raza de víboras” (Mt 23:33).
Esas
son excepciones plenamente justificadas. Pero nosotros, ¿tratamos siempre
gentilmente a la gente? ¿O nos encolerizamos fácilmente por quítame estas
pajas? ¿No nos dejamos llevar por nuestro temperamento, y humillamos
altaneramente a los que discrepan de nosotros, demostrándoles la pretendida
superioridad de nuestro conocimiento? ¡Cuánto tenemos que aprender de Jesús!
9. “Cuando descendieron del monte, Jesús les
mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre
resucite de los muertos.” (Nota)
Al llegar
al pie del monte, del cual descendieron posiblemente en silencio, por lo
abrumados que estaban los tres discípulos por la visión (horama en griego) que les había sido dado contemplar, Jesús les
advierte: No comentéis con nadie lo que habéis visto y experimentado. Guardadlo
para vosotros hasta que yo haya resucitado.
¿Por
qué no quería Jesús que le dijeran a nadie lo que habían visto? ¿Por qué no
quería que lo compartieran ni siquiera con sus compañeros, los otros nueve
apóstoles? Porque Jesús no quería suscitar revuelo, ni deseaba que hubiera
habladurías, como ocurriría si el hecho se divulgaba. Incluso podría surgir un
sentimiento de pena, o de envidia, entre los nueve por haber sido excluidos de
esa experiencia. Por todas esas razones debían guardar silencio al respecto
hasta que resucitara.
Pero
ocurrida esa manifestación extraordinaria de su divinidad, sí podrían hacerlo,
así como podrían hablar libremente de lo que Él había hecho, de su predicación
y milagros, de todo lo que sabían, de todo lo que sirviera para la proclamación
de la Buena Nueva, porque una vez resucitado, la transfiguración no sería
difícil de creer. En cierta manera la transfiguración fue un anuncio, o un
adelanto, de la gloria de su resurrección.
Algún
día nosotros también veremos a Jesús así como ellos lo vieron en el monte, y
aun más resplandeciente, porque en esa ocasión, por consideración a la frágil
condición humana, Jesús no les descubrió más de su gloria que lo que podían soportar.
Pero cuando venga en el último día, en el poder y la gloria de su Padre,
escoltado por el ejército de sus ángeles, cubierto ya no por una nube, sino
bajo el firmamento luminoso entero, toda la humanidad que pobló la tierra a lo
largo de los siglos se presentará para juicio delante de Él, y lo verá sentado
en su trono, listo para dictar sentencia.
A
algunos les dirá: “Venid benditos de mi
Padre…porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de
beber…”. Y le preguntaremos ¿cuándo tuviste hambre y te dimos de comer, y
cuándo estabas sediento y te dimos de beber? Y Él nos contestará que: “en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis
hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mt 25:34-40). Y nos acordaremos
de las veces que nos compadecimos del hambriento y guarecimos del frío al
miserable. O de lo contrario, recordaremos las veces en que endurecimos nuestro
corazón contra el prójimo y no quisimos aliviar su necesidad, o su pena,
satisfechos de que nosotros no la sufríamos. ¡Cómo nos pesará entonces nuestra
avaricia, o nuestra soberbia, y no haber tenido entrañas de misericordia!
Porque ¡Dios no quiera! podríamos oír la sentencia: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles” “donde será el llanto y el crujir de dientes.” (Mt 25:41;
24:51).
Ese
día los justos, entre los cuales esperamos encontrarnos nosotros, brillarán
como el sol (Mt 13:43), y mucho más aun, porque el resplandor de ese astro será
poca cosa comparado con la luz de los santos en el cielo.
Pero
¿entendieron cabalmente sus discípulos eso de que Jesús resucitaría? Ya Jesús
se lo venía diciendo, aparejado con el anuncio de su muerte. Pero hasta que no
sucediera, no comprenderían plenamente sus palabras.
Lápide
dice que al hacer público el reproche de la cruz y ocultar la gloria de la
transfiguración, Jesús nos enseña a esconder los dones y favores que Dios nos otorga,
hasta el día en que muramos, tal como Pablo ocultó las revelaciones que había
recibido de Dios para no ser tentado a enorgullecerse de ellas, y perdiera su
fruto (2Cor 12:3-9).
10. “Entonces sus discípulos le preguntaron,
diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga
primero?
La
pregunta de los discípulos estaba motivada por el hecho de que ellos habían
visto a Elías glorificado, junto a Jesús, y se acordaron del anuncio del
profeta Malaquías que dice que, antes de que venga el día de Jehová, grande y
terrible, Dios va a mandar a Elías para hacer volver el corazón de los padres a
los hijos, y el de los hijos a los padres (Mal 4:5,6), acontecimiento que está
ligado a la venida del Mesías esperado. Pero es interesante que ellos no
mencionaran a Malaquías, sino a los escribas. Seguramente porque ese anuncio
les había llegado a través de los dichos de los escribas que circulaban entonces
en Israel.
La
pregunta que se hacen los discípulos en ese contexto es obvia: Si tú ya has
venido, ¿cómo es que no se ha cumplido el anuncio de la venida previa de Elías?
11,12. “Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad,
Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya
vino, y no lo conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así
también el Hijo del Hombre padecerá de ellos.”
La
respuesta de Jesús es a la vez esclarecedora e intrigante, porque afirma la
verdad del anuncio: Elías tenía que venir para restaurar todas las cosas, como
estaba anunciado. Pero, en verdad, ya vino, y aunque el pueblo salió a
escucharlo y muchos se arrepintieron de sus pecados, haciéndose bautizar por
él, las autoridades no lo reconocieron, sino lo mataron, tal como van a hacer
conmigo.
¿Cómo
y cuándo ya vino? Jesús ya lo había dicho, pero esa vez no comprendieron sus
palabras. Él lo había dicho al hacer el elogio de Juan Bautista, cuando
vinieron mensajeros de parte suya a preguntarle si Él era el Mesías esperado, o
si debían esperar a otro (Mt 11:2,3). Cuando los mensajeros de Juan se fueron,
Jesús dijo: “Porque éste es de quien está
escrito: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu
camino delante de ti.” (Mt 11:10; cf Mal
3:1 ). Y enseguida reafirmó: “Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir.” (Mt
11:14). Más claro ni el agua.
Pero
¿cómo podría Juan Bautista ser el profeta Elías anunciado? ¿Acaso se reencarnó
Elías en Juan Bautista, como algunos, influenciados por el hinduismo,
sostienen? No, no es necesario revivir esas teorías falsas. Se recordará que
años atrás un ángel se había aparecido al anciano sacerdote Zacarías, y le
había anunciado que en respuesta a sus oraciones, su mujer Isabel iba a tener
un hijo que iría delante del Señor “con
el espíritu y poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a
los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al
Señor un pueblo bien dispuesto.” (Lc 1:13,17; cf Mal 4:5,6 ).
Sí,
Elías había venido, tal como estaba anunciado, en la persona del precursor, su
pariente y casi exacto contemporáneo, que encarnó el espíritu de Elías y que
desplegó una elocuencia y un denuedo indómito semejante al del profeta, para
proclamar la palabra de Dios y hacer que los hombres se conviertan.
Pero
la mayoría de los padres de la iglesia –y con ellos también la mayoría de los
intérpretes modernos- entienden que Elías es también uno de los dos testigos
que aparecerán antes de la segunda venida de Cristo, según la profecía de
Malaquías: “He aquí, yo os envío al
profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible.” (Mal
4:5), lo que encaja dentro de la descripción que hace Ap 11:6: “Estos tienen poder para cerrar el cielo, a
fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas
para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas
veces quieran.” (cf Ap 11:3-10).
Pero
¿quién sería el otro? Según la descripción de sus poderes en ese versículo, el
otro sería Moisés. Pero Moisés murió y no se comprende cómo podría morir dos
veces. Por eso se estima que el segundo testigo sería Enoc, que fue trasladado al
cielo –como lo fue Elías- sin haber muerto (Gn 5:21-24), y que es mencionado en
la epístola de Judas 14,15, en una referencia velada a la segunda venida de
Cristo.
Notemos
–dice Spurgeon- que Jesús responde a la pregunta de sus discípulos. Jesús tiene
siempre la respuesta adecuada para todas nuestras inquietudes y preocupaciones.
¿Acudimos nosotros a Él para preguntarle cuando tenemos dudas o conflictos, o
descansamos en nuestra propia limitada sabiduría?
13. “Entonces los discípulos comprendieron que
les había hablado de Juan el Bautista.”
Sólo
entonces a los discípulos se les abrió la mente, y comprendieron que su Maestro
se estaba refiriendo a Juan Bautista, el que lo había bautizado en el Jordán,
después de negarse a hacerlo, porque consideraba que él era indigno incluso de
desatar las correas de sus sandalias.
Hay
una relación estrecha, no sólo familiar, entre Jesús y Juan Bautista, como la
hay, según el espíritu de las profecías, entre Elías y el Salvador que había de
venir para rescatar a su pueblo de sus pecados. Ambos, Jesús y Juan, anunciaron
el juicio de Dios. Pero la hay también en la suerte que cupo a ambos, pues sus
enemigos hicieron con ellos lo que quisieron, después de haberse deleitado
durante un tiempo con sus palabras.
Cabría
preguntar: ¿Cómo podía el Bautista ser el Elías anunciado si, como es sabido,
cuando los sacerdotes y levitas le preguntaron si él era Elías, él contestó
francamente que no lo era? (Jn 1:21) Y decía verdad. Él no era la misma persona
que el profeta, sino que había venido revestido con la misma unción y el poder
de Elías, lo que no es lo mismo.
¿En
qué fecha ocurrió la transfiguración? La primera observación a hacer es que,
como lo muestra el Evangelio de Juan, los grandes acontecimientos de la vida de
Jesús guardan una estrecha relación con el calendario de las fiestas judías, lo
que les da un profundo significado.
Se
han hecho diversos estudios sobre la datación del acontecimiento. Según algunos
eruditos, dado que sólo cinco días separan el Día de Expiación (Yom Kippur) de la fiesta de los
Tabernáculos (Sucot), que dura una
semana, la confesión de Pedro habría tenido lugar en la primera, y la
transfiguración habría ocurrido al comienzo de la segunda. Según otros, la confesión de Pedro y la transfiguración se
enmarcan dentro de la semana de la fiesta de Sucot, lo que explicaría los seis días (u ocho días según cómo se
cuente) que separan ambos acontecimientos.
Nota. El pasaje paralelo de
Lucas dice: “Al día siguiente…” (9:37)
Este detalle, unido al hecho de que Lucas anota que los discípulos estaban
cargados de sueño (9:32), sugiere que la transfiguración se produjo de noche, o
al atardecer.
Amado lector: Si tú no
estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo
te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a
Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#872 (15.03.15).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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