LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA
TRANSFIGURACIÓN I
Un
Comentario de Mateo 17:1-6
En vista
de la terrible prueba por la que Jesús iba a tener que pasar en Jerusalén, que
podría conmover la fe de sus discípulos, Él se propone fortalecer esa fe, que
ha sido expresada en la confesión de Pedro, mediante una experiencia
extraordinaria que no deje ninguna duda en su espíritu acerca de quién es Él, y
de su deidad.
Mt 17:1,2.
“Seis días
después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a
un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como
el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.”
Seis días
después del anuncio que había hecho de
su muerte (Mt 16:21) (Nota 1)
Jesús tomó consigo a los tres discípulos con los cuales tenía una relación más
íntima (cf Mr 5:37; Mt 26:37). Y los llevó a un monte que no es nombrado, pero
que la tradición antigua identificó con el monte Tabor, situado al norte de
Galilea, aunque algunos estudiosos recientes se inclinan a pensar que era el
monte Hermón. (2)
Sea
como fuere, estando en la cima, y teniéndolos a ellos como únicos testigos,
dice el texto que “se transfiguró”.
Metamorfóo es
un verbo que figura tres veces en el Nuevo Testamento, y que parece que hubiera
sido creado a propósito, “ad hoc”, para designar este acontecimiento (3).
Quiere decir que su aspecto cambió: Todo él, su rostro y los vestidos que
cubrían su cuerpo, brillaban con una luz extraordinaria, al punto que su rostro
resplandecía como el sol.
¿Qué
significa eso? Yo creo que ése es el aspecto que tienen los cuerpos gloriosos
en el cielo. A los tres discípulos se les concedió ver qué aspecto tiene Jesús
actualmente, y tienen los salvos, en la gloria. En el caso concreto de Jesús el
aspecto visible que tomó Él es una revelación de su divinidad. “La gloria
eterna de Dios brilló a través del velo de su carne” dice Ironside. En ese
momento Él manifestó hacia afuera lo que Él era por dentro.
El
rostro de Jesús que resplandecía nos recuerda que cuando Moisés descendió del
monte Sinaí, después de hablar con Dios, la piel de su rostro brillaba de tal
modo que los hijos de Israel tuvieron temor de acercársele, y él tuvo que
cubrir su rostro con un velo para hablar con ellos (Ex 34:29-35). El brillo del
rostro de Jesús nos recuerda también al varón que se le apareció a Daniel
cuando estaba a orillas del río Hidekel, cuyo rostro brillaba como un relámpago
(Dn 10:6).
¿Por
qué escogió a esos tres? De Pedro sabemos que desde el inicio él tenía por su
temperamento una posición destacada entre los doce; y de Juan sabemos que tenía
una relación de afecto especial con Jesús. Pero de su hermano Jacobo (Santiago
en el habla usual) no sabemos que hubiera destacado en nada. Jesús, sin
embargo, lo escoge, pienso yo, porque habiendo escogido a Juan, no convenía que
su hermano no perteneciera al mismo círculo íntimo. Pero este hecho, a la
vez, nos muestra que no es necesario
haber destacado en algo para que Dios nos escoja para tener una experiencia
especial con Él. ¡Cuántos de sus
preferidos viven desconocidos entre nosotros! Jacobo, sin embargo, se
unió a su hermano Juan al responder que sí estaban dispuestos a beber la copa
que Él iba a beber, y a ser bautizado con el bautismo con que Él iba a ser
bautizado (Mr 10:38,39). Y lo probó cuando, algún tiempo después, fue
ajusticiado por Herodes Agripa I (Hch 12:1,2).
3. “Y he aquí, les aparecieron Moisés y Elías,
hablando con Él.”
Poco
después aparecieron junto a Jesús dos personajes muy conocidos hablando con Él:
Moisés y Elías. ¿Por qué ellos y no otros, como los tres primeros patriarcas,
Abraham, Isaac y Jacob? ¿Y por qué no Eliseo, que hizo más milagros que Elías?
Porque, si prescindimos de Abraham, ellos son los dos personajes más grandes e
importantes del Antiguo Testamento.
Moisés,
el hombre que hablaba con Dios cara a cara, y que Dios usó para sacar con mano
fuerte al pueblo escogido de Egipto, y darles las leyes y normas que iban a
regir su conducta. Y Elías, el profeta más poderoso en obras y el más osado
después de Moisés. Notemos de paso, que ambos representan a las dos grandes
secciones en que los judíos dividían las Escrituras: la ley y los profetas;
donde constaban las profecías a las que Jesús vino a dar cumplimiento (Mt
5:17). Notemos además que ambos personajes recibieron revelaciones de Dios en
el monte Sinaí (Véanse Exodo capítulos 19, 33 y 34 en el caso de Moisés, cuando
Dios le reveló los mandamientos y ordenanzas que el pueblo debía cumplir; y 1R
19:9-13, en el caso de Elías, en el episodio en el que al monte se le llama
Horeb, cuando él huye de la reina Jezabel que quería asesinarlo) (4).
Existe
un notable paralelismo que no es casual entre la transfiguración y el episodio
en que Moisés subió al Sinaí, y una nube de gloria reposó sobre el monte,
cubriéndolo durante cuarenta días y cuarenta noches, mientras Jehová Dios
hablaba con Moisés (Ex 24:15-18).
Dice
que se les aparecieron a ellos, los discípulos, pero que conversaban con Jesús.
Notemos que el hecho de que Moisés y Elías aparecieran en sus cuerpos gloriosos
es una prueba de que estaban vivos en una dimensión gloriosa a la que también
nosotros estamos destinados.
4. “Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno
es para nosotros que estemos aquí; si quieres hagamos aquí tres enramadas (5): una para ti, otra para Moisés, y otra para
Elías.”.
No
cabiendo dentro de sí por el asombro y la alegría que les producía lo que
contemplaban (Imagínense: es como si ellos hubieran sido trasladados
momentáneamente al cielo), Pedro le sugirió a Jesús quedarse ahí, no sabemos
por cuánto tiempo, pero tiene que haber pensado en un tiempo largo, porque
propone construir con la maleza del lugar, tres enramadas o chozas
improvisadas, donde puedan guarecerse Jesús, Moisés y Elías. Marcos agrega que
no sabía lo que decía porque estaban espantados (Mr 9:6). La visión los había
dejado fuera de sí, como ebrios.
Pero
notemos que Pedro piensa sólo en la comodidad de Jesús y de sus dos
acompañantes para pasar la noche; él y sus dos compañeros podían dormir en el
descampado.
Lucas,
por su lado, agrega que los tres hablaban de la próxima partida de Jesús (éxodo es el verbo griego que emplean),
la cual debía cumplirse próximamente en Jerusalén (Lc 9:31), y que incluía,
como sabemos, su muerte, resurrección y ascensión, con los cuales Jesús iba a
redimir a su pueblo, tal como siglos atrás, Moisés, guiado por Dios, había
redimido a su pueblo de la esclavitud en Egipto.
El
deseo de Pedro de permanecer allí largo tiempo se explica por la dicha, el
gozo, que se experimenta cuando se está en la presencia de Dios. ¡Quién no
desearía quedarse allí eternamente!
5. “Mientras él aún hablaba, una nube de luz
los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado,
en quien tengo complacencia; a Él oíd.”
No había
terminado Pedro de hablar cuando una nube de gloria los cubrió, y desde el
interior de la nube, tronó una voz diciendo palabras que recuerdan las palabras
que se oyeron cuando Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo
complacencia.” (Mt 3:17).
Esa
nube nos recuerda, como ya se ha dicho, la nube de gloria que cubrió el monte
Sinaí durante seis días cuando Moisés subió a hablar con Dios (Ex 24:13-16),
así como también la nube que cubrió el tabernáculo de reunión cuando fue
terminado, al punto que Moisés no podía entrar en él (Ex 40:34,35); así como la
nube que cubrió el templo de Jerusalén recién concluido por Salomón, y los
sacerdotes no podían permanecer en él para ministrar, porque la gloria de
Jehová había llenado la casa (1R 8:10,11).
Las
palabras surgidas de la nube contienen tres elementos en los que vale la pena
fijarse: 1) El Padre señala claramente que Jesús es su Hijo amado; 2) Afirma
que en Él se complace; y 3) Nos exhorta a escuchar lo que Él diga e,
implícitamente, a obedecerle. Jesús es, en efecto, el profeta que Moisés
anunció que Dios levantaría algún día, y a quien su pueblo debía oír como a un
nuevo Moisés, porque “pondré mis palabras
en su boca, y Él les hablará todo lo que yo le mandare.” (Dt 18:15,18; cf Jn 17:8 ;
Hch 3:22,23).
Es
una declaración definitiva y consagratoria de la identidad y misión de Jesús en
la tierra. Ellas nos recuerdan las pronunciadas proféticamente siglos atrás por
Isaías: “He aquí mi siervo, yo le
sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre
Él mi espíritu; Él traerá justicia a las naciones.” (Is 42:1).
En
ese pasaje, todo él aplicable a Jesús, Isaías añade: “Diré al norte: Da acá; y al sur: No detengas; trae de lejos a mis
hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, todos los llamados de mi
nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice.” (Is 42:6,7;
cf Is 61:1-3).
Moisés
había sido el canal usado por Dios para comunicar al pueblo elegido su
voluntad. Pero ahora el Padre no dice: “Oíd (esto es, obedeced) a Moisés”,
sino: “Prestad atención y obedeced a mi Hijo”. La ley proclamada por Moisés fue
preparación para la revelación definitiva en Jesús.
Notemos,
de paso, que en el segundo pasaje citado de Isaías Dios dice que nos ha creado
y formado para su gloria. ¡Qué privilegio! Dios nos ha creado no porque sí, así
no más; sino nos ha creado para su gloria. Es decir, para que nuestra
existencia le dé gloria a Él. ¿Le estamos dando realmente gloria con nuestra
vida, o lo decepcionamos? Es una pregunta que conviene que todos nos hagamos en
privado, y que contestemos lo más sinceramente posible: ¿Le doy yo gloria a
Dios con todo lo que hago?
Años
después, Pedro, en su segunda epístola, recordará esta experiencia inolvidable,
escribiendo: “No os hemos dado a conocer
el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas
artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad.” Y
subrayo: con nuestros propios ojos.
“Pues cuando Él recibió de Dios Padre
honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía:
Este es mi Hijo amado en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz
enviada del cielo, cuando estábamos con Él en el monte santo.” (2P
1:16-18). Sí, ellos oyeron esa voz del cielo, y no lo olvidarán nunca.
Lo
mismo hará Juan cuando afirme en el prólogo de su evangelio: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó
entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre),
lleno de gracia y verdad.” (Jn 1:14). Juan tampoco olvidaría esa
experiencia.
6. “Al oír esto los discípulos, se postraron
sobre sus rostros, y tuvieron gran temor.”
Abrumados
por lo que vieron y por el sonido de la voz, se llenaron de santo temor y se
postraron en adoración por tierra. ¿Qué otra actitud cabe cuando se recibe la
gracia de una semejante revelación de la grandeza de Dios y de sus propósitos?
¡Ah, felices los que la recibieron! ¡Quién no desearía haber estado allí, y
haber sido partícipe de ella!
Notemos
que una actitud semejante de adoración adoptó el profeta Ezequiel cuando tuvo
una visión de la grandeza de Dios y oyó su voz (Ez 1:28). Por su lado, Juan, al
comienzo del Apocalipsis, dice que cayó como muerto cuando vio en visión a uno
semejante al Hijo del Hombre en medio de siete candeleros (Ap 1:17. Véase
también Gn 17:1-3 ).
Pero nótese que mayor impresión les produjo escuchar la voz de Dios, que
contemplar a Jesús transfigurado y rodeado de Moisés y Elías.
Notas: 1.
Lucas en el pasaje paralelo dice: “Aconteció
como ocho días después de estas palabras…” (9:28). La diferencia
temporal se explica porque Mateo cuenta los días completos que separan los dos
hechos, mientras que Lucas no intenta ser preciso, sino señalar el tiempo
aproximado trascurrido.
2.
La identificación del monte Tabor como el lugar donde se produjo este
acontecimiento es tan antigua que en las iglesias orientales, a la fiesta
litúrgica que recuerda este hecho extraordinario se le llama “Thaborium”. La emperatriz
Helena, madre de Constantino, hizo construir el año 326 DC, un santuario que
recuerda este acontecimiento.
El Tabor
tiene una altura de 562 metros sobre el nivel del mar, y se encuentra al
sudoeste del mar de Galilea, y a 10 Km al este de Nazaret. Tiene una meseta de
más de un kilómetro de largo en la cumbre. Muchos dudan actualmente de que la
transfiguración tuviera lugar en ese monte porque había una guarnición romana
estacionada en la cumbre. De hecho la mayoría de los autores piensan actualmente
que la transfiguración ocurrió en el monte Hermón, debido a que no se encuentra
lejos de Cesarea de Filipo, donde tuvo lugar pocos días antes la confesión de
Pedro. El Hermón se eleva 2800 metros sobre el nivel del mar. Por tanto, la
ascensión hasta la cima era necesariamente larga y fatigosa. Pero la visión
pudo haberse producido en una de sus cumbres intermedias. Se encuentra en una
región que era mayormente pagana en esa época (Véase mi artículo “La Confesión
de Pedro I”). Por ello se objeta que cuando Jesús descendió del monte fue
recibido por una multitud de judíos al pie de la montaña, en la que había
algunos escribas (Mr 9:14). ¿De dónde salía esa multitud de judíos si el Hermón
se encontraba en un paraje pagano? Por lo demás, el contexto en el evangelio de
Marcos sugiere que la liberación del muchacho endemoniado al pie del monte, se
produjo en Galilea (Mr 9:30).
Otra
alternativa que tiene sus méritos es que la montaña fuera la que hoy es llamada
Jebel Jermek, la más alta de Galilea (unos 1200 metros) y que se levanta en el
oeste, frente al Safed, en una zona llena de centros judíos, lo que explicaría
la presencia de escribas en medio de la multitud que recibió a Jesús al bajar.
Los seis días indicados por Mateo sobraban para que Jesús y los suyos
regresaran desde las cercanías de Cesarea de Filipo a pie. No obstante, esta
plausible alternativa, sugerida por W. Ewing, no ha recibido mucha atención.
3.
En 2Cor 3:18 y Rm 12:2 se trata de una transformación interna que se produce
por acción de la gracia, pero con la colaboración voluntaria del individuo a
partir del nuevo nacimiento. De metamorfóo
viene la palabra “metamorfosis”.
4. En cierta
forma Elías es un tipo de los creyentes que estarán vivos cuando el Señor
vuelva, y que, sin pasar por la muerte, serán arrebatados para recibirlo en el
aire (1Ts 4:17), como él fue arrebatado por un carro de fuego (2R 2:11,12).
5.
El griego dice skenás, esto es,
“tabernáculos”.
NB. Este
artículo forma parte de una enseñanza dada recientemente en el ministerio de la
Edad de Oro.
Amado lector: Si tú no
estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo
te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a
Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#871 (08.03.15). Depósito Legal #2004-5581.
Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima,
Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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