Por
José Belaunde M.
Un
Comentario de 2 Reyes 5:1-8
4-6. “Entrando Naamán a su señor, le relató
diciendo: Así y así ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel. Y le
dijo el rey de Siria: Anda, vé, y yo enviaré cartas al rey de Israel. Salió,
pues, él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y
diez mudas de vestidos. Tomó también cartas para el rey de Israel, que decían
así: Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi
siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra.”
El
rey de Siria era un ignorante. Él pensó: así como yo le doy órdenes a mi
general, o a mis siervos, para que hagan tal o cual cosa, seguramente el rey de
Israel dará órdenes a su profeta para que sane a Naamán. Con ese fin, y para
ganarse su buena voluntad, le envió con el enfermo un regio regalo. (Nota 1)
Los
mundanos entienden las cosas en términos mundanos. Él cree que el profeta hace
milagros a pedido. Esto nos recuerda un episodio de la pasión de Jesucristo que
consigna Lucas, cuando Pilatos envió a Jesús donde Herodes Antipas -personaje
turbio a quien conocemos porque mandó matar a Juan Bautista. Herodes se alegró
mucho de la inesperada visita porque esperaba que Jesús hiciera en su presencia
algún milagro: “A ver pues, lúcete; hazte un milagrito para que veamos tus
poderes”. Pero Jesús no le respondió palabra (Lc.23:6-12).
7. “Luego que el rey de Israel leyó las
cartas, rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida (2), para que éste envíe a mí a que sane a un
hombre de su lepra? Considerad ahora, y ved cómo busca ocasión contra mí.”
I.
El rey de Israel (3) se aflige al leer la carta del rey de Siria porque
él también es un ignorante. Él se imagina que su colega le está pidiendo que él
sane a Naamán, y como eso es algo imposible piensa que el rey sirio está
buscando un pretexto para hacerle la guerra. No recuerda que hay un profeta en
su reino a quien Dios ha dado el poder de hacer milagros. Las personas
encumbradas, o las que desempeñan un papel importante, suelen tomar todas las
cosas personalmente. Todo lo refieren a sí mismas, como si fueran el centro del
mundo. Es una distorsión de su visión de las cosas provocada por la posición
que ocupan.
Pero
también podemos pensar que si el rey de Israel no pensó inmediatamente que
Eliseo podía curar al general sirio –como sí lo pensó una simple muchacha- fue
porque él no le había dado la debida importancia a la presencia del profeta en
su tierra, o quizá porque le temía.
II.
Observemos lo siguiente: El reino de Israel era una nación idólatra. Su
fundador, Jeroboam, para evitar que sus súbditos fueran a adorar al Dios
verdadero a Jerusalén, hizo fundir dos becerros de oro que colocó en sendos
santuarios, uno en Betel, al Sur; y otro en Dan, al Norte de su reino. Expulsó
a los sacerdotes de la tribu de Aarón y nombró a nuevos sacerdotes según su
capricho (1R 12:28-31).
No
obstante, en este reino idólatra colocó Dios a dos de los más grandes profetas
del Antiguo Testamento: a Elías, primero, y a su discípulo Eliseo, después. No
envió al reino de Judá, que sin embargo le permaneció fiel, profetas que se
equipararan a estos gigantes en milagros. Pero ellos no fueron los únicos que
profetizaron en Israel. También lo hicieron Oseas y Amós.
Nosotros
solemos despreciar a los que no rinden culto a Dios como nosotros. ¡Ah, esos
son unos idólatras! Pero ¿qué sabemos de lo que Dios piensa de ellos y de lo
que hace con ellos? Los caminos de Dios no son nuestros caminos (Is 55:8).
Quizá haya entre ellos mayores profetas y mayores santos que entre nosotros.
Pero,
sobretodo, Él envió a esos dos grandes profetas a las tribus del reino apóstata
porque también eran parte del pueblo elegido y quería darles oportunidad de que
se arrepintieran. De hecho, aún después de la expulsión de las diez tribus
idólatras por los asirios (2R 17:1-23) quedó en Israel un remanente fiel que
acudió a la invitación que les hizo Exequias para que participaran en la
renovada fiesta de la Pascua
en Jerusalén (2Cro 30:5,10,11).
8. “Cuando Eliseo, el varón de Dios, oyó que
el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has
rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel.”
Al
enterarse el profeta de la angustia del rey lo tranquiliza haciéndole ver lo
innecesario que es su temor. Hace llamar a Naamán y, por lo que se narra
enseguida, sabemos cómo lo sanó haciéndolo sumergirse siete veces en las aguas
del Jordán. ¿Por qué siete veces? Siete es un número que tiene un significado
especial en la Biblia. Siete
días tiene la semana, y en siete días creó Dios al mundo, incluyendo el día de
descanso (Gn 2:2,3); siete días duraban la fiesta de los Panes sin Levadura (Ex
12:14,15; Lv 23:5-8) y la de los Tabernáculos (Lv 23:33,34). Siete veces dio
vuelta la congregación de Israel alrededor de la ciudad de Jericó para que caigan
sus murallas (Jos 6:3-5). Siete fueron las últimas palabras que pronunció Jesús
en su pasión; y siete las iglesias de Asia que se nombran en Apocalipsis (1:11),
por mencionar sólo algunos ejemplos. Siete en este caso es una prueba de
perseverancia en hacer lo que Dios había ordenado a través del profeta, tal
como Jacob sirvió siete años para obtener la mano de Raquel (Gn 29:18-20).
A
mí me sorprende la seguridad en sí mismo que muestra Eliseo, que casi parece
presunción. Pero no lo era. Eliseo no confiaba en sí mismo, sino en el poder de
Dios que obraba a través de él.
La
historia tuvo un final feliz. Pero ¿cómo comenzó? Con una tragedia: una banda
de bandoleros sirios que capturó a un grupo de mujeres israelitas –entre las
que se encontraba nuestro personaje- y las hizo sus esclavas (4).
Una
de esas esclavas aceptó su condición como venida de las manos de Dios; no se
rebeló contra Él, sino amó a sus captores. El amor de la muchacha por sus
patrones llevó a la curación de un general de ese país que era uno de sus
paladines, pero era leproso.
El
amor puede hacer milagros. Dios usa a los que aman. ¿Quieres que Dios te use?
Ama y Él te usará de maneras que no imaginas. Es cierto que Él también usa a
los que odian. Los usa para castigar a los que le vuelven las espaldas. Pero
seguramente tú no deseas que Dios te use con ese fin. Prefieres que Dios te use
para bendecir y no para castigar. Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Ama y
Él te usará.
¿Cómo
hacer para llenarnos de amor por los demás? Llenándonos del amor de Dios. Sólo
hay una fuente de amor verdadero y es Dios mismo. Si el amor de Dios llena tu
corazón no podrás refrenar el amor al prójimo que fluya de ti. Para nosotros la
fuente de ese amor es Jesús: “Si alguno
tiene sed venga a mí y beba.” (Jn 7:37). Busca en oración el costado
abierto de Jesús, de donde brotó sangre y agua, y Él saciará tu sed.
Nosotros
sabemos que la historia tuvo un final ulterior, aun más feliz que la curación
de Naamán, y eso fue el que él reconociera al Dios verdadero, y se propusiera
en adelante adorarle sólo a Él. El milagro que el profeta hizo con él, hizo que
se convirtiera (2R 5:17). Pero ¿cómo comenzó el proceso? Con la compasión que
una muchacha esclava sintió por él. Las acciones más pequeñas tienen a veces consecuencias
grandes e inesperadas.
Este
capítulo del segundo libro de Reyes presenta a algunos grandes personajes de la
historia de ese tiempo: al rey de Siria, al rey de Israel, al famoso general
Naamán, al profeta Eliseo. Pero nada hubiera ocurrido sin la intervención de
esa muchacha cuyo nombre ignoramos. Ella, siendo esclava, fue el agente del
cambio. Un ser humilde fue la clave sin la cual los demás personajes no hubieran
hecho nada y esta historia no se hubiera escrito.
Así
obra Dios. Cuando, algunos siglos después, buscó una madre para su hijo Él no
se fijó en una ilustre princesa de noble cuna que fuera digna de llevar en su
seno al Verbo; ni en una mujer guerrera como Débora, que le transmitiera su
espíritu aguerrido; ni en una mujer sabia como la reina de Saba, que pudiera
discutir con el más sabio de los hombres de su tiempo. “Se fijó en la bajeza (es decir, en la humildad) de su sierva” (Lc 1:48).
La
sierva de Naamán es para nosotros un ejemplo, no porque ella fuera sabia,
aunque quizá lo era; no porque fuera osada, aunque pudo haberlo sido, sino
porque era sierva.
¡Ah,
sí, el amor, la humildad y el deseo de servir pueden hacer juntos grandes
milagros en los cuerpos y en las almas!
EPÍLOGO: Aunque esté fuera del pasaje que me propuse
comentar en este artículo, no puedo dejar de observar que Naamán consideró como
una afrenta el hecho de que el profeta no saliera a recibirlo personalmente
para imponerle las manos y curarlo con algún gesto imponente, sino que le enviara
un recado con un mensajero dándole instrucciones –para él ridículas- sobre lo
que debía hacer para ser sanado (vers. 11 y 12). ¿Por qué lo trató así Eliseo?
En primer lugar, notemos que los profetas no son propensos a halagar a los
poderosos, sino más bien los confrontan, como en el caso de Natán con David
(2Sm 12). En segundo lugar, Eliseo lo hace para castigar la soberbia de alguien
que estaba muy orgulloso de la posición que ocupaba y de sus hazañas; y en
tercer lugar, lo hace para hacerle comprender que el poder de curar no reside
en el hombre, sino en Dios que obra a través suyo. Naamán entendió muy bien la
lección porque cuando fue curado regresó donde el profeta y le dijo: “He aquí ahora conozco que no hay Dios en
toda la tierra sino en Israel.” (2R 5:15).
Notas: 1. En la antigüedad
era costumbre ganarse la buena voluntad de las personas a las que se hacía
pedidos haciéndoles regalos de valor, sea en dinero, u objetos, o ganado (Gn 32:13:20).
2. Las Escrituras hebreas dicen bien claro que sólo
Dios tiene el poder de dar o quitar la vida: “Yo hago morir y yo hago vivir; yo hiero y yo sano; y no hay quien
pueda librar de mi mano.” (Dt 32:39b; cf 1Sm 2:6). Es cierto que el hombre
tiene también el poder de matar y de transmitir a un nuevo ser la vida que
tiene en su cuerpo mediante la concepción, pero no puede hacer resucitar (es
decir, dar vida a un muerto), ni puede quitar la vida a nadie con sólo quererlo.
3. En ese tiempo reinaba en Israel Joram, hijo de
Acab, que fue menos impío que su padre (2R 3:1).
4. En esas acciones de guerra generalmente los
vencedores mataban a todos los hombres y se quedaban con las mujeres.
NB.
Este artículo es la segunda parte de la revisión del artículo que fue publicado
hace casi ocho años bajo el número 377.
Agradecimiento: Deseo
agradecer a todas las personas que me dirigen mensajes a través de Facebook u
otros medios. Aprecio muchísimo sus palabras, si bien no siempre me alcanza el
tiempo para contestar a cada uno en particular como quisiera.
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Amado lector: Si tú no estás seguro
de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy
importante que adquieras esa seguridad,
porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria.
Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente
oración:
“Jesús, tú viniste al
mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres,
incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido
conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#766 (17.02.13).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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