viernes, 15 de marzo de 2013

LA SIERVA DE NAAMÁN II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA SIERVA DE NAAMÁN II
Un Comentario de 2 Reyes 5:1-8
4-6. “Entrando Naamán a su señor, le relató diciendo: Así y así ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel. Y le dijo el rey de Siria: Anda, vé, y yo enviaré cartas al rey de Israel. Salió, pues, él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos. Tomó también cartas para el rey de Israel, que decían así: Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra.”
El rey de Siria era un ignorante. Él pensó: así como yo le doy órdenes a mi general, o a mis siervos, para que hagan tal o cual cosa, seguramente el rey de Israel dará órdenes a su profeta para que sane a Naamán. Con ese fin, y para ganarse su buena voluntad, le envió con el enfermo un regio regalo. (Nota 1)
Los mundanos entienden las cosas en términos mundanos. Él cree que el profeta hace milagros a pedido. Esto nos recuerda un episodio de la pasión de Jesucristo que consigna Lucas, cuando Pilatos envió a Jesús donde Herodes Antipas -personaje turbio a quien conocemos porque mandó matar a Juan Bautista. Herodes se alegró mucho de la inesperada visita porque esperaba que Jesús hiciera en su presencia algún milagro: “A ver pues, lúcete; hazte un milagrito para que veamos tus poderes”. Pero Jesús no le respondió palabra (Lc.23:6-12).
7. “Luego que el rey de Israel leyó las cartas, rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida (2), para que éste envíe a mí a que sane a un hombre de su lepra? Considerad ahora, y ved cómo busca ocasión contra mí.”
I. El rey de Israel (3) se aflige al leer la carta del rey de Siria porque él también es un ignorante. Él se imagina que su colega le está pidiendo que él sane a Naamán, y como eso es algo imposible piensa que el rey sirio está buscando un pretexto para hacerle la guerra. No recuerda que hay un profeta en su reino a quien Dios ha dado el poder de hacer milagros. Las personas encumbradas, o las que desempeñan un papel importante, suelen tomar todas las cosas personalmente. Todo lo refieren a sí mismas, como si fueran el centro del mundo. Es una distorsión de su visión de las cosas provocada por la posición que ocupan.
Pero también podemos pensar que si el rey de Israel no pensó inmediatamente que Eliseo podía curar al general sirio –como sí lo pensó una simple muchacha- fue porque él no le había dado la debida importancia a la presencia del profeta en su tierra, o quizá porque le temía.
II. Observemos lo siguiente: El reino de Israel era una nación idólatra. Su fundador, Jeroboam, para evitar que sus súbditos fueran a adorar al Dios verdadero a Jerusalén, hizo fundir dos becerros de oro que colocó en sendos santuarios, uno en Betel, al Sur; y otro en Dan, al Norte de su reino. Expulsó a los sacerdotes de la tribu de Aarón y nombró a nuevos sacerdotes según su capricho (1R 12:28-31).
No obstante, en este reino idólatra colocó Dios a dos de los más grandes profetas del Antiguo Testamento: a Elías, primero, y a su discípulo Eliseo, después. No envió al reino de Judá, que sin embargo le permaneció fiel, profetas que se equipararan a estos gigantes en milagros. Pero ellos no fueron los únicos que profetizaron en Israel. También lo hicieron Oseas y Amós.
Nosotros solemos despreciar a los que no rinden culto a Dios como nosotros. ¡Ah, esos son unos idólatras! Pero ¿qué sabemos de lo que Dios piensa de ellos y de lo que hace con ellos? Los caminos de Dios no son nuestros caminos (Is 55:8). Quizá haya entre ellos mayores profetas y mayores santos que entre nosotros.
Pero, sobretodo, Él envió a esos dos grandes profetas a las tribus del reino apóstata porque también eran parte del pueblo elegido y quería darles oportunidad de que se arrepintieran. De hecho, aún después de la expulsión de las diez tribus idólatras por los asirios (2R 17:1-23) quedó en Israel un remanente fiel que acudió a la invitación que les hizo Exequias para que participaran en la renovada fiesta de la Pascua en Jerusalén (2Cro 30:5,10,11).
8. “Cuando Eliseo, el varón de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel.”
Al enterarse el profeta de la angustia del rey lo tranquiliza haciéndole ver lo innecesario que es su temor. Hace llamar a Naamán y, por lo que se narra enseguida, sabemos cómo lo sanó haciéndolo sumergirse siete veces en las aguas del Jordán. ¿Por qué siete veces? Siete es un número que tiene un significado especial en la Biblia. Siete días tiene la semana, y en siete días creó Dios al mundo, incluyendo el día de descanso (Gn 2:2,3); siete días duraban la fiesta de los Panes sin Levadura (Ex 12:14,15; Lv 23:5-8) y la de los Tabernáculos (Lv 23:33,34). Siete veces dio vuelta la congregación de Israel alrededor de la ciudad de Jericó para que caigan sus murallas (Jos 6:3-5). Siete fueron las últimas palabras que pronunció Jesús en su pasión; y siete las iglesias de Asia que se nombran en Apocalipsis (1:11), por mencionar sólo algunos ejemplos. Siete en este caso es una prueba de perseverancia en hacer lo que Dios había ordenado a través del profeta, tal como Jacob sirvió siete años para obtener la mano de Raquel (Gn 29:18-20).
A mí me sorprende la seguridad en sí mismo que muestra Eliseo, que casi parece presunción. Pero no lo era. Eliseo no confiaba en sí mismo, sino en el poder de Dios que obraba a través de él.
La historia tuvo un final feliz. Pero ¿cómo comenzó? Con una tragedia: una banda de bandoleros sirios que capturó a un grupo de mujeres israelitas –entre las que se encontraba nuestro personaje- y las hizo sus esclavas (4).
Una de esas esclavas aceptó su condición como venida de las manos de Dios; no se rebeló contra Él, sino amó a sus captores. El amor de la muchacha por sus patrones llevó a la curación de un general de ese país que era uno de sus paladines, pero era leproso.
El amor puede hacer milagros. Dios usa a los que aman. ¿Quieres que Dios te use? Ama y Él te usará de maneras que no imaginas. Es cierto que Él también usa a los que odian. Los usa para castigar a los que le vuelven las espaldas. Pero seguramente tú no deseas que Dios te use con ese fin. Prefieres que Dios te use para bendecir y no para castigar. Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Ama y Él te usará.
¿Cómo hacer para llenarnos de amor por los demás? Llenándonos del amor de Dios. Sólo hay una fuente de amor verdadero y es Dios mismo. Si el amor de Dios llena tu corazón no podrás refrenar el amor al prójimo que fluya de ti. Para nosotros la fuente de ese amor es Jesús: “Si alguno tiene sed venga a mí y beba.” (Jn 7:37). Busca en oración el costado abierto de Jesús, de donde brotó sangre y agua, y Él saciará tu sed.
Nosotros sabemos que la historia tuvo un final ulterior, aun más feliz que la curación de Naamán, y eso fue el que él reconociera al Dios verdadero, y se propusiera en adelante adorarle sólo a Él. El milagro que el profeta hizo con él, hizo que se convirtiera (2R 5:17). Pero ¿cómo comenzó el proceso? Con la compasión que una muchacha esclava sintió por él. Las acciones más pequeñas tienen a veces consecuencias grandes e inesperadas.
Este capítulo del segundo libro de Reyes presenta a algunos grandes personajes de la historia de ese tiempo: al rey de Siria, al rey de Israel, al famoso general Naamán, al profeta Eliseo. Pero nada hubiera ocurrido sin la intervención de esa muchacha cuyo nombre ignoramos. Ella, siendo esclava, fue el agente del cambio. Un ser humilde fue la clave sin la cual los demás personajes no hubieran hecho nada y esta historia no se hubiera escrito.
Así obra Dios. Cuando, algunos siglos después, buscó una madre para su hijo Él no se fijó en una ilustre princesa de noble cuna que fuera digna de llevar en su seno al Verbo; ni en una mujer guerrera como Débora, que le transmitiera su espíritu aguerrido; ni en una mujer sabia como la reina de Saba, que pudiera discutir con el más sabio de los hombres de su tiempo. “Se fijó en la bajeza (es decir, en la humildad) de su sierva” (Lc 1:48).
La sierva de Naamán es para nosotros un ejemplo, no porque ella fuera sabia, aunque quizá lo era; no porque fuera osada, aunque pudo haberlo sido, sino porque era sierva.
¡Ah, sí, el amor, la humildad y el deseo de servir pueden hacer juntos grandes milagros en los cuerpos y en las almas!
EPÍLOGO: Aunque esté fuera del pasaje que me propuse comentar en este artículo, no puedo dejar de observar que Naamán consideró como una afrenta el hecho de que el profeta no saliera a recibirlo personalmente para imponerle las manos y curarlo con algún gesto imponente, sino que le enviara un recado con un mensajero dándole instrucciones –para él ridículas- sobre lo que debía hacer para ser sanado (vers. 11 y 12). ¿Por qué lo trató así Eliseo? En primer lugar, notemos que los profetas no son propensos a halagar a los poderosos, sino más bien los confrontan, como en el caso de Natán con David (2Sm 12). En segundo lugar, Eliseo lo hace para castigar la soberbia de alguien que estaba muy orgulloso de la posición que ocupaba y de sus hazañas; y en tercer lugar, lo hace para hacerle comprender que el poder de curar no reside en el hombre, sino en Dios que obra a través suyo. Naamán entendió muy bien la lección porque cuando fue curado regresó donde el profeta y le dijo: “He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra sino en Israel.” (2R 5:15).
Notas: 1. En la  antigüedad era costumbre ganarse la buena voluntad de las personas a las que se hacía pedidos haciéndoles regalos de valor, sea en dinero, u objetos, o ganado (Gn 32:13:20).
2. Las Escrituras hebreas dicen bien claro que sólo Dios tiene el poder de dar o quitar la vida: “Yo hago morir y yo hago vivir; yo hiero y yo sano; y no hay quien pueda librar de mi mano.” (Dt 32:39b; cf 1Sm 2:6). Es cierto que el hombre tiene también el poder de matar y de transmitir a un nuevo ser la vida que tiene en su cuerpo mediante la concepción, pero no puede hacer resucitar (es decir, dar vida a un muerto), ni puede quitar la vida a nadie con sólo quererlo.
3. En ese tiempo reinaba en Israel Joram, hijo de Acab, que fue menos impío que su padre (2R 3:1).
4. En esas acciones de guerra generalmente los vencedores mataban a todos los hombres y se quedaban con las mujeres.
NB. Este artículo es la segunda parte de la revisión del artículo que fue publicado hace casi ocho años bajo el número 377.
Agradecimiento: Deseo agradecer a todas las personas que me dirigen mensajes a través de Facebook u otros medios. Aprecio muchísimo sus palabras, si bien no siempre me alcanza el tiempo para contestar a cada uno en particular como quisiera.
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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#766 (17.02.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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