miércoles, 12 de diciembre de 2012

LA VID VERDADERA III


Por José Belaunde M.
LA VID VERDADERA III
Un Comentario de Juan 15:12-17
En el versículo 10 de este mismo capítulo Jesús les ha dicho a sus discípulos que si quieren permanecer en su amor, deben guardar sus mandamientos (aunque “precepto” sea quizá en este caso la traducción más adecuada de entolé). Ahora Él les precisa qué mandamiento en concreto tenía en mente.
12. “Éste es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.” (Nota 1)
Este mandamiento es el mismo que les dio poco antes al lavarles los pies, mientras cenaban en el Cenáculo (Jn 13:34). Es un mandamiento que es a la vez antiguo -como lo es el de amar al prójimo como a sí mismo (Lv 19:18)- y nuevo, por el elemento personal que Jesús agrega, esto es: “Amaos unos a otros como yo os he amado.” Ya no como uno se ama a sí mismo, que es el amor más fuerte que anida en el corazón de la mayoría de los seres humanos, sino tal como yo os he amado, es decir, hasta la muerte; esto es, con un amor que me llevará a dar la vida por vosotros. Esa es la forma cómo Jesús, en efecto, nos ha amado a todos: más que a su propia vida. Y así es cómo Él y su Padre desean que sus discípulos se amen, hasta estar dispuestos a dar la vida, si fuera necesario, unos por otros.
En su primera epístola el apóstol Juan comentó al respecto: “En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.” (1Jn 3:16) Por eso Jesús añade que no puede haber amor más grande que el de dar la vida por aquellos a quienes uno ama:
13. “Nadie tiene mayor amor que éste: que uno ponga su vida por sus amigos.”
Porque uno puede hacer muchas cosas por amor de sus amigos, esforzarse hasta agotarse de cansancio, privarse de toda clase de comodidades, pero nada de eso se compara con dar la vida.
Ciertamente un padre, o una madre, estarían dispuestos a dar la vida por su hijo, y un hijo estaría dispuesto a darla por sus padres, o hasta por sus hermanos de carne. ¿Pero quién estaría dispuesto a dar la vida por un amigo, por mucho que lo ame? Yo creo que la mayoría de nosotros no iría hasta ese extremo, salvo que ame al amigo con un amor extremo, como a un padre, o a un hijo, o a un hermano.
Jesús estaba dispuesto a dar la vida por sus discípulos, a quienes llamará amigos. Más aun, Él estaba dispuesto a dar la vida, y lo hizo, por quienes no eran sus amigos sino sus enemigos; por aquellos a quienes, a pesar de todo, Él consideraba más que amigos, como hermanos –es decir, por toda la humanidad- a pesar de que los hombres no correspondían a su amor, ni se consideraban sus amigos, sino, al contrario, gran número de ellos lo odiaban y lo despreciaban. ¿Quién sería capaz de hacer eso? ¿Dar la vida por quien te desprecia y está dispuesto a matarte?
En la práctica es como si Jesús les reprochara: Yo estoy dispuesto a dar la vida por ustedes, pero ustedes se adelantan y me la quitan. Ése fue el oprobio que sufrió Jesús: que su sacrificio –el sacrificio supremo- no fuera apreciado, sino fuera tenido en menos por aquellos a quienes beneficiaba.
14. “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.”
Jesús llama amigos a los doce que lo han seguido durante los últimos tres años aprendiendo de Él. Al llamarlos así los promueve de la condición de discípulos que hasta ese momento tenían.
Para entender lo que este cambio significa debe recordarse que en Israel de entonces había maestros que tenían en torno suyo a un grupo de hombres con los cuales compartían sus enseñanzas y su vida. Aprendían de su maestro porque escuchaban sus palabras y veían la vida que llevaba. Había una relación de intimidad cercana pero, a la vez, una distancia marcada por el respeto y la obediencia. No obstante a estos discípulos suyos que lo amaban y admiraban más allá del respeto que sentían por Él, Jesús los llama ahora amigos, bajo una condición especial. En el Israel de entonces no era concebible que hubiera una relación de amistad propiamente dicha entre maestro y discípulo, pese a la cercanía de su relación diaria, porque la veneración que el discípulo sentía por su maestro lo impedía. Que Jesús los considerara amigos era un privilegio excepcional y una gracia.
La condición que Jesús les pone para ello no es la de la mera obediencia del que cumple los encargos y mandatos de su maestro como lo hace un siervo, sino la de conducir su vida de acuerdo al modelo que Él les pone por delante con su ejemplo y enseñanzas. Más allá de eso, implícitamente es como si les dijera: Os llamaré amigos si obedecéis a mis menores deseos, aún si fueran sólo sugeridos.
Esto me recuerda el caso de los valientes que arriesgaron su vida para complacer el deseo de David, cuando huía de Saúl, de beber el agua de la fuente que había en Belén. Para complacerlo tres de ellos atravesaron con grave peligro las líneas enemigas y volvieron con el preciado líquido (2Sm 23:15-17).
Ésa es la clase de fidelidad que Jesús esperaba de sus discípulos, y la que espera de nosotros, que aspiramos a ser considerados sus amigos. ¿Deseas tú que Jesús te considere y te llame amigo? Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Primero, compenétrate de todas sus enseñanzas, como hace un discípulo con las de su maestro; y segundo, llévalas a la práctica con la fidelidad y la decisión del que obra impulsado por el amor.
15. “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque  todas las cosas que oí de mi Padre, os he dado a conocer.”
El siervo, en efecto, obedece a los mandatos de su señor sin conocer los motivos de las órdenes que recibe, y que su señor no se dignaría darle a conocer. El siervo tiene que obedecer sin pretender conocer las razones de lo que se le ordena, ni podría reclamar que se le informe antes de obedecer.
Pero Jesús ha compartido con sus discípulos los motivos por los cuales Él obraba como lo hacía porque, aunque no fueran capaces de comprenderlo del todo, les ha revelado todo lo que su Padre le ha dicho acerca de la misión que Él había venido a cumplir a la tierra.
Más que discípulos ellos se han convertido en los últimos días en sus confidentes. Han aprendido de Él cosas secretas que no es dado normalmente al discípulo conocer. (2) Las palabras de Jesús nos recuerdan la comunicación constante que Él mantenía con su Padre, a la que Él se refería cuando dijo que Él no hacía nada que su Padre no le hubiera mostrado (Jn 5:19). Sin embargo, es de notar que Jesús en ningún momento de su caminar juntos los ha llamado “siervos”. Quizá eran ellos los que se sentían tales frente a su Maestro. Notemos, de paso, que en el mundo natural con frecuencia el siervo (el empleado) se convierte en amigo de su amo (su empleador) por la intimidad y confianza de su relación, y por la fidelidad con que le sirve.
16ª. “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros…”
¿Podrían los discípulos pensar que ellos habían elegido a su Maestro? Cuando fueron llamados cada uno de ellos estaba abocado a la tarea diaria con la que se ganaba su sustento y no tenían, que sepamos, la menor intención de dejarla para convertirse en seguidores de un Rabí. ¿Cómo podían ellos haber elegido a alguien a quien no conocían? Pero Jesús sí los conocía, aunque nunca los había visto con los ojos de la carne. Con los ojos del espíritu sí los había visto desde la eternidad y los tenía marcados para cuando llegara el momento. (3)
De acuerdo a qué criterios los escogió Jesús no sabemos, pero ciertamente no eran los comunes del mundo. Al contrario, según los parámetros mundanos, ellos eran las personas menos apropiadas para la misión que más tarde les iba a confiar.
 Pero notemos que así como Él llamó a sus discípulos a seguirle, de igual manera Él nos ha escogido a nosotros desde la eternidad para que le sirvamos, y nos ha llamado a seguirle. No fuimos nosotros quienes lo escogimos, sino fue Él quien nos escogió a nosotros. Por qué lo hizo no sabemos, pero es un gran privilegio. ¿Qué pudo haber visto en nosotros sino nuestra indignidad?
Pablo escribe al respecto con palabras que nos caen a pelo: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mucho escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mucho escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.” (1Cor 1:26-29).
Pero así como Él transformó a sus discípulos durante el tiempo en que estuvo con ellos, de manera semejante nos ha transformado a nosotros, y nos ha capacitado para la tarea a la que nos ha llamado. (4)
Ellos asintieron al llamado inesperado de Jesús, pero pudieron haberlo rechazado pues eran libres. Sin embargo, había algo en Él que los atraía de una manera irresistible. Al aceptar y seguir su llamado, ellos aceptaron la vida como discípulos a la que Él los invitaba, sin adivinar a dónde los llevaría, y qué extremos de devoción y sacrificio iba a demandar de ellos. Igualmente nosotros no sabemos hasta dónde nos quiere llevar Jesús, y cuánto puede demandar de nosotros. Pero no será poco.
16b. “Y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca…”
En esta frase hay una profecía. Al decirles Jesús “para que vayáis” está anticipando la orden que les dará al despedirse antes de irse al cielo: “Id y haced discípulos a todas las naciones…” (Mt. 28:19)
Ir supone moverse, salir de la propia comodidad y de aquello a lo que está uno acostumbrado, y asumir riesgos.
Llevar fruto es la obra que iniciarán saliendo de Jerusalén, para ir a predicar el Evangelio y hacer discípulos por el mundo entero. Esta tarea ha sido realizada a cabalidad por los apóstoles y sus sucesores a lo largo de los siglos, pues el Evangelio ha sido predicado en todo el orbe, proclamando el nombre de Cristo a las multitudes. Es un fruto muy rico y abundante que ha brotado de la vid verdadera transformando la vida de un número ingente de individuos y de innumerables pueblos, y que ha hecho surgir una civilización moldeada por el cristianismo –la más avanzada de todos los tiempos- que se ha impuesto en el mundo entero.
Es un fruto que ha permanecido vivo durante los veinte siglos transcurridos desde que se impartió esa orden hasta nuestros días. Es cierto que pareciera como si en los últimos tiempos y en algunas regiones, el fruto primigenio se estuviera desvaneciendo, y la sal estuviera perdiendo su sabor, porque las sociedades y las naciones que antes eran cristianas están sucumbiendo al embate del paganismo y han corrompido sus costumbres. Y por ese motivo una severa crisis económica –que es de origen espiritual- se ha abatido sobre ellas y el descontento ha recrudecido.
16c. “Para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, Él os lo dé.”
Esta frase es una reiteración de la promesa dada en otros lugares a los apóstoles, y a nosotros, acerca del pedir al Padre en el nombre de Jesús (Jn 14:13 y 16:23), en la seguridad de que Él nos concederá todo lo que se le pida (Jn  15:7).
Pedir en el nombre de Jesús no consiste en pronunciar la frase: “Padre, yo te pido en nombre de Jesús”, como si fuera una fórmula mágica que siempre produce resultados.
Lo importante no son las palabras que se pronuncien como una fórmula, sino consiste en vivir una vida que sea “conformada” por el carácter de Cristo; una vida que en todos sus aspectos manifieste la influencia del ejemplo y de la personalidad de Jesús. Lo importante es ser uno con Cristo en la práctica, de modo que uno pueda pedirle algo al Padre como si fuera el propio Jesús quien lo pidiera. Pero si no vivimos en unión con Él las palabras que se pronuncien serán una mera fórmula vana carente de vida.
17. “Esto os mando: Que os améis unos a otros.”
¿Puede ordenarse amar? Sí se puede porque amar es una decisión. El amor no es sólo una cuestión de afectos, es también un asunto de la voluntad. ¿Pero por qué insiste Jesús en este mandamiento que ya les ha dado?
Que Jesús repita este mandamiento que ya dio anteriormente a sus discípulos muestra la importancia que Él le daba a su cumplimiento. De hecho –como ha quedado registrado en testimonios antiguos- lo que caracterizaba a los cristianos de los primeros tiempos, y lo que más llamaba la atención en el ambiente pagano en que se movían, era justamente la forma cómo se amaban unos a otros. Les sorprendía cómo cuidaban a sus enfermos en las frecuentes epidemias que asolaban las ciudades, mientras que ellos los expulsaban de sus casas, temerosos del contagio, y dejaban que se murieran en los caminos.
El amor entre los seguidores de Jesús es una obra del Espíritu Santo en sus corazones, (“Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” Rm 5:5), pero también es resultado de su unión personal con Cristo. A los apóstoles no les costaba amarse unos a otros, superando las desavenencias que pudiera haber entre ellos, porque estaban unidos en espíritu a Jesús. Esa unión con Él les hacía sobreponerse a las incompatibilidades mutuas de carácter que hubiera entre ellos, porque la figura y el recuerdo de su Maestro imperaba en su alma.
Puede pues decirse sin temor a equivocarse que el amor verdadero entre los cristianos –no de palabra sino en hechos- es una manifestación y un signo de su unión personal con Cristo. Cuanto más unidos estemos a Jesús, más amaremos a los demás. Si su amor llena nuestros corazones, ese amor se desbordará hacia los que tenemos cerca y a todas las personas con que entremos en contacto. Si su amor no nos llena, poco amor tendremos para dar a otros.
Si tú honestamente constatas que no amas como debieras a tus consiervos y a los que te rodean, no basta que te decidas a hacerlo. Es necesario que examines tu corazón y averigües qué es lo que detiene el amor en ti. Podrían ser frustraciones y resentimientos no superados, u ofensas no perdonadas. Pero, por encima de ello, necesitas voltearte a Aquel que es la fuente del amor y arrojarte en sus brazos. Si no lo haces tus mejores intenciones, y tus más sinceras decisiones de amar, podrían ser vanas.
Notas: 1. El griego es enfático (literalmente): “Este es el mandamiento, el mío.”
2. Recuérdese que Abraham fue llamado “amigo de Dios” en las Escrituras (Is 41:8; 2Cro 20:7; St 2:23), y el Altísimo no rehusó revelarle lo que iba a hacer (Gn 18:17,18).
3. En dos pasajes anteriores de este evangelio Jesús señala que es Él quien ha escogido a sus discípulos, pero que uno de ellos lo traicionaría (Jn 6:70; 13:18). Lo menciona para subrayar el hecho de que la elección del traidor fue hecha concientemente con el fin de que se cumplieran las Escrituras y el propósito de su venida a la tierra.
4. La elección divina es siempre inmerecida. Así como Dios escogió a Israel para que fuera su pueblo especial, no por algún mérito que ellos tuvieran, sino por puro amor (Dt 7:6-8), de igual manera Jesús escogió a sus doce, y nos ha escogido a nosotros, por puro amor inmerecido.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#754 (25.11.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

No hay comentarios: