viernes, 14 de diciembre de 2012

EL MUNDO OS ABORRECERÁ I


Por José Belaunde M.
EL MUNDO OS ABORRECERÁ I
Un Comentario de Juan 15:18-25
Continuando el discurso iniciado en el Cenáculo, en el que Jesús les habló a sus discípulos de la vid verdadera, y mientras caminaban hacia el huerto de Getsemaní, Él les advierte:
18. “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros.”
Jesús les hace saber a sus discípulos que ellos van a correr la misma suerte que Él: Seguirme a mí implica sufrir las mismas cosas que yo he sufrido. Es bueno que lo sepáis. En otra ocasión ha dicho, expresando en otro contexto la misma idea, que “el discípulo no es más que su maestro” (Mt 10:24). San Agustín, comentando este pasaje, señala: “¿Porqué quiere el miembro exaltarse por encima de la cabeza? Rehúsas ser miembro del cuerpo si no quieres soportar el odio del mundo.” Esto es, si no quieres soportar lo que la cabeza ha sufrido.
En lugar de entristeceros de que el mundo os aborrezca debéis alegraros por ello, porque es una prueba de que me pertenecéis. El mundo os odia porque reconoce vuestra filiación, reconoce que sois míos. Es a mí a quien odian a través vuestro. Es como la pregunta que Jesús le hace a Saulo cuando se le aparece camino a Damasco: “¿Por qué me persigues?” (Hch 9:4). Al perseguir a la iglesia, Saulo perseguía a Jesús.
Téngase en cuenta que en la terminología de Juan la palabra “mundo” no significa la humanidad entera, sino representa a ese sector de la sociedad humana, mayoritario en tiempos de Jesús y quizá también en el nuestro, que vive a espaldas de Dios y se opone a Él, y que, por tanto, se opone necesariamente a sus hijos.
Aquí también un comentario de San Agustín es oportuno. “Si el mundo os aborrece…” ¿Qué mundo? ‘Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo…’ (2Cor 5:19) El mundo condenado persigue; el mundo reconciliado, sufre persecución. El mundo condenado incluye todo lo que está fuera y aparte de la iglesia; el mundo reconciliado es la iglesia.”
19. “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.”
El sentido es bastante obvio: Todos solemos amar a los de nuestro grupo, a aquellos con los cuales nos identificamos, y rechazamos a los que son contrarios a nuestros gustos, hábitos y maneras de vivir.
El odio del mundo por lo que los discípulos de Jesús representan está pues en la naturaleza de las cosas. Ellos representan todo lo contrario a lo que el mundo aspira. Para que el mundo no los odie sería necesario que el mundo se convirtiera a ellos, porque cada cual ama lo que le es afín, ama lo que se le parece, no lo que niega o se opone a lo que uno es.
Por eso Jesús añade: Vosotros pertenecíais al mundo antes de que os encontrarais conmigo, pero yo os saqué del mundo para que me siguierais. Como dejasteis de pertenecer a lo que ellos son, y os alejasteis de ellos para seguirme a mí, es inevitable que os odien.
Ese fenómeno sigue ocurriendo en nuestros días. Todos los que al convertirse dan la espalda a la mentalidad del mundo son odiados, o despreciados, por aquellos de quienes se han separado. El que se convierte a Cristo ya no es uno de ellos, ya no hace lo que ellos hacen, ni vive como ellos viven; persigue ahora ideales que ellos no entienden y rechazan. Como dice Juan Crisóstomo, es una prueba de virtud ser odiado por el mundo, y una prueba de iniquidad ser amado por él. El mundo reconoce instintivamente y ama a los segundos, y detesta a los primeros, porque son un reproche para ellos. Si su conciencia no se ha apagado les recuerdan lo que ellos deberían ser.
Para que dejaran de odiarlos bastaría que abandonaran a Jesús y se volvieran al mundo. Entonces el mundo los acogería gozosos en sus brazos y lo consideraría como un gran trofeo para su causa. Pero si eso hicieran, estarían vendiendo su alma a vil precio, cambiando un gozo eterno, por una satisfacción momentánea. (Nota 1)
20. “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor (Jn 13:16). Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra también guardarán la vuestra.”
El discípulo no goza de privilegios que su maestro no tenga, no goza de una inmunidad que lo proteja del odio del mundo. Si persiguieron a su maestro, lo perseguirán a él también por la misma causa y con igual saña.
Eso no debe ser motivo de aflicción, sino de alegría para el discípulo, porque Jesús dijo en otro lugar: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” (Mt 5:11,12).
Ser perseguido por causa de Jesús es un privilegio. Así lo estimaban los mártires (esto es, los testigos) de los primeros siglos, que no querían verse privados de la corona del martirio, pese a las terribles torturas a las que se exponían. (2). Ignacio, obispo de Antioquia (35-107 aproximadamente) siendo llevado preso a la capital del imperio para ser juzgado por cristiano, en su Carta a los Romanos les pide a los creyentes de esa ciudad que no aboguen por él en consideración a sus canas, mostrando una benevolencia inoportuna. Él les escribe: “Permitidme ser pasto de las fieras por las que me es dado alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de presentarme como limpio pan de Cristo.”
Al mismo tiempo Jesús les dice a sus discípulos que así como hubo muchos que se dejaron tocar por mis palabras, habrá muchos también que se dejarán tocar por las vuestras, porque a vosotros os anima el mismo Espíritu que vive en mí.
21. “Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.”
Por causa de mi nombre quiere decir por causa mía, es decir, porque sois mis discípulos y porque predicáis acerca de mí. El odio que tienen contra mí lo tendrán también contra vosotros, porque no conocen a Dios que me envió al mundo. Si ellos reconocieran que yo he venido de parte de mi Padre Dios, no me odiarían. Pero como no conocen a Dios, a pesar de que alegan servirlo y juran por Él, no me reconocen a mí por lo que soy.
En este pasaje resuenan como trasfondo las palabras que Jesús dijo en otro lugar: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10:30; 14:10). Si desconocen al primero desconocerán también al segundo, porque ambos están íntimamente unidos al punto de ser uno solo.
Pero ¿cómo es posible que ellos, los maestros de la ley y los sacerdotes del templo, no conozcan a Dios, cuando viven dedicados los unos al estudio de las Escrituras inspiradas por Él, y los otros al oficio del culto en el santuario? ¿No es eso contradictorio? Pero es que aunque se dedican a las cosas de Dios no han recibido su Espíritu y lo hacen hipócritamente. “Son ciegos guías de ciegos” (Mt 15:14). Aunque tienen el nombre de Dios en su boca están alejados de Él. Afirman conocer a Dios pero su conocimiento es sólo intelectual, no los ha transformado interiormente ni modela su conducta, porque no lo aman. ¿Cuántos hay en nuestros días, y cuántos ha habido en la historia, a quienes ocurre y ocurría lo mismo? Decían servir a Dios pero se servían a sí mismos. Dios era y es para muchos sólo un pretexto para hacer avanzar su propia causa, para realizar sus propias metas y ambiciones y para enriquecerse.
¡Cuánta hipocresía ha habido y hay entre muchos que se dicen cristianos! ¡Cuántos a quienes el diablo ha cautivado y ha enrolado en su servicio! ¡Cuántos apóstatas encubiertos! Pero si alguno se cree superior a ellos imaginando que las artimañas del enemigo no pueden tocarlo, recuerde las palabras de Pablo: “El que cree estar firme, mire que no caiga.” (1Cor 10:12)
22. “Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado.”
Si Jesús no se hubiera manifestado, con las grandes demostraciones de poder que Él hizo; si ellos no hubieran oído las palabras de vida eterna que salieron de su boca (Jn 6:68); si Él no hubiera predicado y enseñado abiertamente por calles y plazas a la vista de todos; si no hubiera conversado con ellos; si Él no les hubiera dado a conocer la voluntad de su Padre, no serían culpables del pecado de no reconocer quién era y quién lo ha enviado. Pero como Él ha venido a ellos y ellos han estado con Él, que lo rechacen no tiene excusa alguna pues brota de la entraña de su corazón endurecido.
23. “El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece.”
El que me rechaza a mí, no me rechaza a mí solamente, sino que rechaza al Padre de parte de quién he venido y con quien estoy estrechamente unido. Esta frase es válida en todos los tiempos y circunstancias desde su venida: Todos los que dicen amar a Dios y servirlo, pero al mismo tiempo rechazan a Jesús y se niegan a reconocer que Él es el Hijo único de Dios que vino a salvarlos, rechazan también al Dios que dicen adorar, tal como dice el apóstol Juan en otro lugar: “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre,” (1 Jn 2:23) porque el Padre y el Hijo son uno. (3)
24. “Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre.”
Jesús echa en cara a sus enemigos un nuevo motivo para declarar su pecado, que consiste no solamente en el hecho de que Él les hubiera hablado y estado con ellos y, no obstante, no lo reconocieron, sino en que Él hubiera hecho tantas obras extraordinarias, señales y prodigios a la vista de todos, obras que nadie había hecho antes de Él. Pero ellos se negaron a reconocer el testimonio de esas obras como prueba de que Él venía de parte de Dios, y más bien las atribuyeron al poder de Belzebú que, según ellos, obraba en Él (Mt 10:24-28, Lc 11:15).
Puesto que eran una prueba irrefutable de su divinidad, las obras que Él hizo delante de ellos fueron motivo para que arreciara su odio contra Él y su Padre, tan cerrado estaba su corazón a la verdad. (4)
25. “Pero esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron.”
Jesús añade, sin embargo, que ese rechazo había sido anunciado en un pasaje que Él cita: “Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza los que me aborrecen sin causa”. (Sal 69:4; 38:19). Su rechazo estaba pues previsto, pero eso no los hace menos culpables. Ellos cumplían sin querer el plan de Dios, pero eso no justificaba su odio. (5)
Todo lo que Jesús experimentó en la tierra, todo lo que Él padeció en su pasión, estaba previsto en la mente de Dios, nada fue una sorpresa; todo había sido planeado minuciosamente con un propósito determinado, el de nuestra redención y la constitución de un nuevo pueblo de Dios que siguiera los pasos de Jesús.
Notas: 1. San Agustín anota que también los mundanos odian a los mundanos. Odian a aquellos que se oponen a sus designios, o que compiten con ellos por las recompensas del mundo.
2. Estas torturas están documentadas en las “Actas de los Mártires” del siglo II, que si bien contienen algunos elementos legendarios, en su mayor parte contienen el registro de procesos judiciales seguidos ante los tribunales romanos contra los cristianos.
3. Aquí se plantea un serio problema teológico que no podemos soslayar. Las frases del Evangelio y epístola de Juan que hemos citado estaban obviamente dirigidas a las autoridades judías de ese tiempo que se negaron a recibir a Jesús y lo rechazaron, por cuyo motivo la ciudad y el templo de Jerusalén fueron destruidos hasta no quedar piedra sobre piedra el año 70, tal como Jesús había anunciado (Lc 21:5,6; Mt 24:1,2). El judaísmo rabínico que se desarrolló después de esa catástrofe a partir de la reunión de los sucesores de los fariseos en Yavné, con el auspicio de los romanos, hacia el final de ese siglo, consolidó ese rechazo. ¿Pero puede decirse que los judíos de los siglos posteriores que demostraron un gran amor por Dios y llevaban una vida devota, aborrecían a Dios porque continuaban rechazando a Jesús? ¿Puede decirse eso en particular de los judíos que residían en Europa durante la Edad Media, marginados y discriminados, y con frecuencia perseguidos por los cristianos? ¿O de los que residían en la Rusia zarista en el siglo XIX, que fueron víctimas de sucesivos “progroms” despiadados? ¿Puede reprochárseles que se negaran a creer en Aquel en cuyo nombre eran perseguidos? ¿Los había Dios enteramente abandonado?
4. Es de notar que el judaísmo rabínico, como reacción, y para desvirtuar estas palabras de Jesús, afirma que los milagros que hace una persona no son prueba de su divinidad, y mencionan en abono de esa tesis, los casos de algunos sabios judíos del pasado que vivieron poco antes que Jesús, y que hicieron prodigios semejantes a los suyos, pero que nunca se atrevieron a declararse hijos de Dios por ese motivo; y añaden que tampoco lo hicieron Elías y Eliseo que, sin embargo, hicieron milagros semejantes a los de Jesús.
Pero si bien es cierto que el poder de Dios se manifestó a través de ambos profetas de manera extraordinaria, y es posible que los milagros atribuidos a los santos judíos que menciona la literatura rabínica, no sean legendarios, las señales y prodigios hechos por Jesús asumen por su cantidad y frecuencia, una dimensión incomparablemente superior, y fueron además coronados por su resurrección en un cuerpo glorioso que aparecía y desaparecía a voluntad (Rm 1:4).
5. En el lenguaje de esa época, la palabra “ley” (nomos en griego, torá en hebreo) puede designar tanto la ley de Moisés, es decir, el Pentateuco, como el conjunto de las Escrituras del Antiguo Testamento.


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   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#755 (02.12.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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