A TODOS LOS LECTORES DE LA VIDA Y LA PALABRA LES DESEO QUE EL RECUERDO DEL NACIMIENTO DEL SALVADOR ESTA NAVIDAD LOS LLENE DE ALEGRÍA E ILUMINE SU ESPÍRITU DE NUEVAS LUCES Y METAS PARA EL AÑO ENTRANTE
Por José Belaunde M.
Por José Belaunde M.
Lucas narra el nacimiento de Jesús en escasos siete versículos que hablan principalmente del hecho de que José tenía que ir de su pueblo de residencia, Nazaret, a Belén, la ciudad de David, debido a la promulgación de un censo en el Imperio romano (Lc 2:1-7).
De no haber sido por ese motivo de orden político, que coincidía con su nacimiento, Jesús habría nacido posiblemente no en Belén sino en Nazaret.
Dios se había propuesto que se cumpliera la profecía proferida por Miqueas unos 800 años atrás: "Porque tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti saldrá el que será Señor en Israel" (Mq 5:2).
De esa manera la criatura que llevaba María en el seno sería también por el lugar de nacimiento, hijo de David. Así como en esa ciudad había nacido el fundador de la grandeza del reino de Israel, en esa ciudad debía nacer el que cumpliría las promesas hechas a David y a su pueblo.
Es interesante ver cómo Dios obra. Necesitando que los esposos José y María se desplacen a Belén, Él interviene en la política del Imperio impulsando al emperador a ordenar un censo en todo el territorio de sus dominios con el fin de empadronar a todos los contribuyentes para hacer con mayor eficacia una nueva y masiva recaudación de impuestos.
Ahora bien, cabría preguntarse por qué José y María, debiendo ella dar a luz, no fueron por propia iniciativa a Belén para que ahí naciera su hijo. ¿Acaso no conocían ellos la profecía de Miqueas? Sabemos que era conocida de los sacerdotes y escribas (Mt 2:4-6) y si José era un hombre piadoso debía haberla leído él mismo o haberla escuchado en la sinagoga. Quizá no habían captado plenamente su significado y fue necesaria la promulgación del censo para que comprendieran que guardaba relación con el hijo que ella esperaba. Ellos, y en especial María, fueron aprendiendo poco a poco lo que Jesús iba a ser y cuál sería su destino.
El episodio subraya este aspecto del obrar soberano de Dios: Los actores de la epopeya divina no suelen ser concientes del papel que desempeñan. Así era entonces y así sigue siendo ahora. Ni tú ni yo, amigo lector, con todos nuestros planes y proyectos, sabemos qué papel jugamos realmente en los planes de Dios. Pero somos parte de ellos aunque no nos demos cuenta, pues nadie ha nacido de casualidad (desde el punto de vista de Dios); nadie ha nacido sin tener parte en un propósito específico suyo.
Es interesante notar que José obedeció sin protestar a la orden imperial. Aunque él era un judío piadoso, él era a la vez un fiel súbdito del emperador. Sabemos que los censos provocaban graves protestas en Israel por la forma abusiva en que se llevaban a cabo, y que contribuyeron a atizar el odio que los judíos tenían a los romanos, así como al surgimiento del movimiento rebelde de los zelotes. ¡Cuántas perturbaciones e incomodidades debe haber causado el movimiento de la gente que se trasladaba de un lugar a otro para empadronarse!
La resistencia de los zelotes al ocupante romano se manifestará más adelante negándose a acudir al censo. Pero José aparentemente obedeció sin chistar. Esto sugiere que él no participaba de los sentimientos que agitaban a los círculos del mesianismo patriótico, que eran especialmente activos en Galilea. El rechazo de Jesús a encarnar esas esperanzas y ese ideario político, y su palabra de dar “al César lo que es del César” (Mt 22:21) tenía sus antecedentes en la actitud de su padre adoptivo.
Dada la efervescencia de las expectativas mesiánicas de un sector del pueblo judío entonces, eso es muy significativo. Nos muestra cuán alejadas del pensamiento de Dios son las interpretaciones políticas basadas en las profecías. El hecho de que Dios use los acontecimientos humanos, incluso los políticos, para su "agenda", para su "programa" providencial, no debe inducirnos a confundir sus planes con nuestras agendas y programas.
Jesús nació en un momento culminante de la historia romana. Al comenzar el relato de Lucas está, de un lado, el gran César Augusto, el fundador del Imperio, que reinó soberanamente de 27 AC a 14 DC desde su palacio en Roma, la gran capital del orbe civilizado. Del otro está el Rey del Universo, el verdadero salvador del mundo, naciendo en humildad bajo la autoridad imperial, en una pequeña ciudad de sus dominios, desconocido de los hombres, y no en un palacio, sino en una cueva que servía de refugio a los pastores y sus animales. ¡Qué contraste! El que manda como autócrata y el que se humilla. Muy pocos recuerdan hoy al primero, ¡pero cuántos recuerdan, festejan y aman al segundo, especialmente en estos días!
Es muy sugestivo que Lucas diga: "a la ciudad de David, que se llama Belén", porque la Biblia habla de otra ciudad de David, mucho más importante, Jerusalén, la ciudadela que él conquistó de los jebuseos, y que se convirtió en la capital de su reino. Belén es la ciudad de los comienzos humildes de David; Jerusalén, la de su final glorioso, que se convertiría en Sión, símbolo de su pueblo. El evangelio relaciona a Jesús en su nacimiento con lo primero, no con lo segundo. Jesús nació como David en la humilde Belén, pero murió crucificado, en desgracia y oprobio, en la ciudad donde David fue coronado.
Sea como fuere José y María viajaron a Judea, pero antes de realizado el viaje había ocurrido un pequeño drama del que fue protagonista José. Cuando ocurrió ella y José estaban ya prometidos en matrimonio, según la costumbre de su pueblo, en la que generalmente los padres de los contrayentes celebraban un contrato ante testigos y se hacía un pago en dinero al padre de la novia. Pero aún no vivían juntos, dice Mateo (Mt 1:18-24), aunque ella era ya legalmente su mujer.
Entretanto María había estado de visita donde su parienta Isabel (Lc 1:39-56). Podemos suponer que había ido con autorización de su prometido, pues estaba bajo su autoridad, y había regresado a los tres meses. Pero he aquí que a su regreso era visible que ella estaba en cinta.
¿Qué puede haber pensado y sentido el sorprendido José? Desconcierto, cólera, rabia, celos, vergüenza. Algo inconfesable había ocurrido con su novia durante esa ausencia. María le había sido infiel o había sido violada. Pero si había sido violada habría denunciado el hecho para salvar su honor. Además había estado donde parientes de toda confianza. Ellos la habrían cuidado con esmero y ellos le habrían puesto a él en conocimiento del hecho temido, de haber ocurrido. Naturalmente, de haber sido ella violada el contrato de matrimonio sería rescindido y ella quedaría como una doncella mancillada. Pero si ella no había sido violada, como era lo más probable, ella era culpable de adulterio según la ley judía.
¿Pensaría José que ella había querido ocultarle la violación -de la que nadie se habría enterado porque ella de vergüenza se habría callado- esperando que no tuviera consecuencias? Imposible, porque la virginidad de la novia podría ser verificada según la costumbre antigua (Dt.22:13-21) y no le convenía silenciar el hecho. Además habría sido un ocultamiento que sólo a una muchacha insensata, taimada e hipócrita se le habría ocurrido, y eso no iba con el carácter que él conocía de María. Él no se casaba a ciegas.
Entonces María había pecado y no se atrevía a confesarlo. Su obligación como novio era denunciarla, no tanto para salvar su honor de novio, como para verse libre de toda obligación frente a ella.
Pero a José ese acto -que cualquiera otro habría realizado sin escrúpulos- le repugnaba. Antes que salvar su honor a él le interesaba salvaguardar el honor de María o, al menos, librarla de un escándalo público si él la denunciaba (Mt 1:19).
Las dudas que envolvían a José nos dan una idea del calibre de su alma. "(Él) era justo" dice Mateo. No quería infamarla. Es decir, no quería cubrirla de vergüenza, aunque le correspondiera sufrirla y estuviera plenamente justificado. Otro lo habría hecho en venganza. Pero José era compasivo.
Entonces pensó dejarla en secreto, esto es, irse sin anunciar su viaje y no regresar. Al principio la gente pensaría mal de él. Pensarían que él no era un hombre de palabra. ¡Qué vergüenza! Pero luego, cuando todos se enteraran del embarazo de María, comprenderían su conducta y lo excusarían. La acusada sería ella, no él.
La ley mosaica mandaba apedrear a las adúlteras y María era culpable en sentido pleno, según las leyes judías (Dt 22:23,24). Pero no es seguro que en esa época el severo mandato de Moisés se cumpliera al pie de la letra. Si deben entenderse literalmente la palabras que pronunció Jesús más tarde, (Mt 12:39;16:4;Mr 8:38), había demasiadas adúlteras y adúlteros en Israel para que se cumpliera la ley estrictamente.
El deshonor, el repudio público, la murmuración, eran suficiente castigo. La doncella infiel quedaba marcada de por vida. Ya nadie querría casarse con ella. Estaba condenada, si no quería quedar sola, a juntarse con un hombre que no la trataría como esposa, como fue el caso de la samaritana, después del quinto marido.
¿Cómo saber cuál podría ser la suerte de esta muchacha campesina que se encontraba en este aprieto? Toda especulación aquí es inútil, porque un ángel intervino de parte de Dios y le comunicó a José en sueños lo que ocurría: Ella no le había sido infiel ni había sido violada. Se trataba de una intervención sobrenatural de Dios en los destinos humanos. Ella había concebido por obra del Espíritu Santo sin dejar de ser virgen, y el ser que crecía en su seno sería el Salvador de Israel. Él podía traerla sin temor a su casa.
Otro hombre que no fuera José se habría dicho al despertar: "¡Qué extraño sueño he tenido! ¡Las fantasías que se le ocurren a uno soñando! ¡Que una muchacha esté en cinta por obra del Espíritu Santo! ¿Quién había escuchado antes semejante cosa?" Había que ser un necio para creerlo.
¡José era ese necio! ¡El le creyó al ángel! Era un justo necio.
Pero no. No había sido un sueño, ni era él un necio. Él sabía bien que las palabras que él había oído eran más que un sueño. Su alma justa reconoció la voz de Dios en el anuncio. Un ángel se le había aparecido en sueños, como ya había ocurrido anteriormente en la historia de Israel (Gn 31:10-13), le había hablado y le había dicho cosas inefables. El niño que su novia llevaba en su seno era el Mesías prometido, el Salvador que Israel había esperado durante siglos.
José debe haberse quedado anonadado. Preocupado seguramente, pero también con una sensación de paz en su alma que le confirmaba que lo anunciado era en verdad un mensaje de Dios. ¿Por qué me habrá escogido Dios a mí como guardián de ese niño? Pese a su sorpresa la paz -"que sobrepasa todo entendimiento"- que él sentía le daba la seguridad necesaria para aceptarlo y obrar en consecuencia.
Entonces la recibió en su casa, que era la forma usual como el matrimonio se concretaba. El traslado de la novia a la casa del novio era acompañado de una fiesta (como puede verse en la parábola de las diez vírgenes, Mt 25:1-13) ¿La hubo en este caso? No lo sabemos. El evangelio de Mateo guarda silencio sobre este punto y eso nos intriga. Lo más probable es que no hubiera tal fiesta y el cambio de residencia de María se hiciera discretamente, dadas las circunstancias.
Podemos también pensar que en el plan de Dios estaba incluida la conveniencia de que María se alejara prudentemente de su pueblo para dar a luz, de manera que no hubieran habladurías acerca de los meses transcurridos desde que José la trajera a su casa y el nacimiento de su hijo. Aquí podemos ver cómo la Providencia de Dios actúa conjugando varios propósitos simultáneamente: Sin duda al llevar a María a Belén, Dios quería no sólo que Jesús naciera en la ciudad de David, sino también guardarla de las murmuraciones de sus paisanos. Como la pareja de esposos no regresó a Nazaret sino después de cierto tiempo, a menos que la noticia del nacimiento hubiera llegado rápidamente al pueblo, ellos no tenían medios de hacer especulaciones al respecto. Todo esto nos hace pensar que el viaje a Judea se llevó a cabo con cierta anticipación al nacimiento y no cuando María estaba a punto de dar a luz, como lo describen las escenificaciones populares del acontecimiento.
Es muy interesante y sugestivo que Lucas diga que José subió a Belén, acompañado por su "prometida esposa" o “desposada”, que estaba en cinta. No dice con su "mujer" como hubiera sido lógico, pues ya vivían juntos. Pero usa esa expresión para subrayar el hecho de que no mantenían relaciones íntimas. Ella seguía siendo virgen y lo sería al dar a luz, para que se cumpliera la profecía de Isaías que cita Mateo: "He aquí la virgen concebirá y dará a luz un hijo. y será su nombre Emmanuel." (Is 7:14).
Pero Dios no le ahorró a María el cansancio y las molestias de un viaje de 150 kilómetros estando en cinta, viaje de 4 ó 5 días que debieron haber hecho a pie. Si hubieran tenido un burro, según algunas leyendas, en el animal hubieran cargado sus pertenencias, pero a María no le habría convenido, en vista de su estado, montarlo, porque los tumbos de su cabalgadura hubieran podido provocar un parto prematuro.
Lucas escribe "Estando ellos allí se cumplieron los días de su alumbramiento..." (2:6). No dice: "llegando allí...", lo cual sugiere que el parto no se produjo apenas llegados, sino cuando ya estaban allí cierto tiempo. ¿Había llevado José consigo algunas herramientas de su oficio? Es posible. Ellos no eran ricos y José tenía que ganarse el pan durante el tiempo de su permanencia en Belén, que pudo haber durado varios meses, o más de un año, pues la visita de los reyes magos se produjo cuando todavía estaban en Belén.
Estando pues ellos allí María “dio a luz a su hijo primogénito” (Lc 2:7) (Nota), al que sería “el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8:29); “el primogénito de toda la creación” (Col 1:15); “el primogénito de entre los muertos” (Col 1:18); al “Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad” (Jn 1:14); cuya “luz verdadera alumbra” en medio nuestro “a todo hombre” (Jn 1:9).
¿Cómo pudo haber sido el alumbramiento? Lucas lo narra como si hubiera sucedido de una manera natural, sin esfuerzo o sin dolor. Apenas nacido su hijo, María lo lavó y lo envolvió en pañales, que sin duda había traído consigo.
Jesús, el Hijo de Dios, era una criatura como todas. Su primera señal de vida fue sin duda un grito, un alarido, como exhala toda criatura cuando sus pulmones se hinchan de aire por primera vez, y que enseguida se puso a llorar. ¿Cómo lo miraría María? ¿Con qué asombro y ternura a la vez? Ese niño, el Hijo del Altísimo, que venía a salvar al mundo, había salido de sus entrañas, lo había llevado nueve meses en su seno, había percibido sus suaves movimientos en su vientre, sus pataditas como las de todo bebé antes de nacer; había comulgado con Él en su espíritu, le había hablado, como hacen muchas madres; había orado por Él… ¿Cómo sería? ¡Un nacimiento como tantos otros y a la vez tan distinto!
¿Cuáles pueden haber sido sus sentimientos durante los meses del embarazo y ahora que lo acurrucaba en sus brazos antes de acostarlo en el pesebre, envuelto en humildes lienzos?
¡En un pesebre! Hay quienes nacen en cuna de oro; otros en una de bonita madera pintada. Jesús tuvo como primera cuna una especie de cuenco tosco, hecho de palos, con el fondo cubierto de paja seca, donde se alimentaba el ganado. El que iba a alimentar al mundo con su palabra, nació donde los animales lamen su forraje. ¡Qué paradoja! Nació en verdad, como convenía al que “se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres…” (Flp 2:7).
La madera marcó su destino desde el nacimiento hasta la muerte, porque de madera fue también el lecho en que rindió su espíritu “hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Flp 2:8). Trabajar con madera fue su oficio de adulto.
El lugar donde nació no debió estar agradablemente perfumado, dado el uso que se daba a la cueva que lo cobijó. Pero como gente sencilla que eran sus padres, estaban acostumbrados al olor del estiércol.
La música que lo arrulló fueron los rebuznos del asno y los mugidos del buey cuyo aliento, según una tradición popular, dio calor a su cuna (Is 4:3).
Sus padres se habían refugiado allí “porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lc 2:7). A ellos les cerraron la puerta en las narices: “No hay sitio aquí, váyanse a otra parte.” Eso era anuncio de muchos rechazos futuros. ¿Cuántas veces nosotros le hemos cerrado la puerta a Jesús? “No te queremos aquí; vete a otro sitio; no nos importunes.” Y Jesús se va sin rencor a esperar otro momento más oportuno, a bendecir a otro corazón más acogedor.
Jesús no sería quizá el único niño que nació en Belén ese día, porque entonces los nacimientos eran muy frecuentes. ¿Dónde y cómo nacerían esos niños? Quizá alguno más pobremente, quizá alguno rodeado de lujo. Si nosotros hubiéramos estado de turistas en Belén ese día (como los miles que visitan la ciudad en nuestros días), ¿le habríamos dado importancia? ¿Nos habríamos fijado en ese nacimiento que se produjo en una cueva?
Si alguien nos hubiera dado la noticia le hubiéramos mirado con indiferencia, encogiendo los hombros. No lo hubiéramos ido a visitar, ni a Él ni a la adolescente que le había dado a luz.
Los más grandes acontecimientos de la historia suelen pasar desapercibidos en sus inicios. Nadie se entera. Pero cambian al mundo. El nacimiento de Jesús fue noticia sólo para unos sencillos pastores de los alrededores, y para unos magos que luego vendrían de lejos. No obstante, ese nacimiento es una gran noticia, la más grande noticia de todos los tiempos, la noticia que se anuncia todos los años como si fuera fresca, y que el mundo no se cansa de celebrar de mil maneras todos los años porque alegra los corazones y trae paz. ¡Ojalá traiga también gozo y paz al tuyo!
Nota: Protótokos en griego; “el que abre matriz”, de acuerdo a Éxodo 13:1 y Nm 3:12,13. Es decir, no necesariamente el primer hijo de varios, sino el primero que la mujer da a luz, así sea el único, el hijo que se consagra al Señor. Véase también al respecto mi escrito “Los Hermanos de Jesús III”.
NB. Reproduzco el primer artículo de una serie que fue publicada por primera vez hace siete años, y que he revisado y acortado para esta ocasión.
#707 (25.12.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
No hay comentarios:
Publicar un comentario