Por José Belaunde M.
UN COMENTARIO DEL SALMO 27:7-14
7. “Oye, Oh Jehová, mi voz con que a ti clamo; ten misericordia de mí y respóndeme."
Con este versículo comienza la segunda parte de este salmo que, contrariamente a la primera, que es un canto de victoria, consiste en una sucesión de súplicas pidiendo la protección de Dios.
Sus primeras palabras son: “Oye, oh Jehová, mi voz con que a ti clamo…” ¿Tiene necesidad Dios de que le pidamos que escuche nuestras peticiones? De ninguna manera, pues El conoce nuestras palabras antes de que movamos los labios, pero la petición que el salmista dirige a Dios expresa la ansiedad que le embarga en ese momento. (Nota 1)
Enseguida el salmista no sólo le pide a Dios que tenga misericordia de él (Nota 2) –una petición que toda persona en angustia alguna vez ha hecho- sino le suplica además que le responda. “Esto es: “Dame una señal de que me has oído y de que vas a acudir en mi ayuda”. Cuando estamos angustiados necesitamos un signo de que Dios no nos abandona. ¿Qué cristiano –o que hombre al fin, aun incrédulo- no se ha encontrado alguna vez en una situación semejante, teniendo necesidad urgente de que Dios le escuche y le socorre?
Sin embargo, Dios siempre escucha nuestras peticiones y siempre responde, aunque nosotros no veamos siempre su respuesta con nuestros ojos, o no la escuchemos con nuestros oídos, o no la entendamos.
¿Por qué queremos escuchar la voz de Dios? Porque ella nos da la seguridad de que Él no está lejos de nosotros. Sin embargo, nosotros sabemos por fe que Él está más cerca de nosotros que nuestro propio aliento. Lo sabemos, pero nuestra fe es débil y necesita de una confirmación explícita. Si nuestra fe fuera como un grano de mostaza, dijo Jesús, es decir, si sólo fuera tan pequeña como esa minúscula semilla (Mt 17:20), podríamos hacer milagros y nunca dudaríamos de que Él está dentro nuestro.
8. “Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Jehová.”
“Mi corazón ha dicho de ti…” Estas palabras no figuran en el original sino fueron insertadas por el traductor como una transición a lo sigue. “Buscad mi rostro”. El salmista le ha pedido a Dios en el verso anterior que le responda. Dios irrumpe en el texto para contestar directamente a su súplica; pero no sólo se dirige a él, sino lo hace en plural a todos los creyentes, diciéndonos: “Buscad mi rostro.”
Si esa voz fuera la de mi espíritu y no la de Dios, diría: Buscad su rostro. Pero dice: Buscad mi rostro.
¿Qué quiere decir “buscar el rostro de Dios”? Tratar fervientemente de tener comunión con Él, de tocar su corazón, como cuando uno busca en la calle, en medio de la multitud que trajina apurada, el rostro de la persona que ama, o que necesita ver para calmar su angustia, o que necesita encontrar para que la ayude. Uno se concentra entonces en el aspecto de la persona, en los rasgos de su cara que la identifican, tratando de reconocerla.
Cuando buscamos el rostro de Dios nos concentramos en lo que Dios es, en las experiencias que hemos tenido antes con Él, que nos hablan de su fidelidad y de su bondad. En los antiguos veleros, cuando estaban abofeteados por las ráfagas de viento de la tempestad con la que luchaban, los marineros se amarraban a los mástiles del barco para no ser arrastrados al mar por las olas que barrían la cubierta. “Tu rostro buscaré”. Oh Señor, así tan desesperadamente como los marineros que se aferraban a una tabla para salvar su vida, voy a buscar tu rostro para sentir tu presencia y tu mano protectora. Mucho tiempo he estado indiferente, lo confieso, como si no te conociera y he dejado que mi amor se enfríe. Pero ahora arrepentido me vuelvo a ti y te suplico:
9. “No escondas tu rostro de mí. No apartes con ira a tu siervo (si aún puedo llamarme tal); mi ayuda has sido. No me dejes ni me desampares, Dios de mi salvación.”
“No escondas tu rostro de mí.” No me rechaces cuando trato de comunicarme contigo, aunque yo sea indigno de tu amistad y cuidado. Si tú mismo me ordenas que busque tu rostro, que me acerque a ti, ¿cómo puedes esconder tu rostro cuando lo hago? ¡Oh Señor, no juegues a las escondidas conmigo! (Sal 13:1).
“No apartes con ira a tu siervo”, aunque yo lo merezca. No te fijes en mis pecados; no interpongas un abismo entre tú y yo que yo no pueda salvar. “Mi ayuda has sido” en tantas ocasiones en que la he necesitado. Ahora no la necesito menos. No dejes de socorrerme como otras veces lo has hecho. “No me dejes ni me desampares…” ¿Qué sería de mí sin ti, “Dios de mi salvación…”? ¿Qué podría yo hacer si me viera privado de tu socorro? ¿A quién podría acudir si tú no vienes en mi ayuda? ¿Qué puede hacer el brazo humano si tú no lo sostienes? Si yo fuera rechazado por ti, me sentiría peor que un niño pequeño a quien su madre ha abandonado. Pero el salmista fortalece su esperanza pensando que:
10. “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo Jehová me recogerá.”
Jesús clamó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27:46) Él pudo sentirse abandonado, aunque ahí estaba su Padre, mirándolo desde el cielo, ahí estaban los brazos eternos sosteniéndolo. Si Jesús se sintió abandonado sin serlo, no es extraño que nosotros podamos sentirnos abandonados sin estarlo, pues aunque el mundo entero nos dé la espalda Dios nunca nos abandonará.
Esa es una verdad que las Escrituras continuamente enseñan: Dios es fiel, sobre todo cuando pasamos por momentos difíciles y todos nos vuelven la espalda. Pero Él nunca abandona a los que a Él se aferran. Su amor por nosotros es más grande que el amor de padre y madre, más grande que el amor de esposo o esposa, más grande que el amor de amigo o amiga, porque su amor es infinito y es completo. No hay nadie que ame como Dios, ni puede haberlo, porque si lo hubiera, sería igual a Dios, lo que es imposible porque Él es único. “Yo soy Dios y no hay otro.” (Is 45:5). Por eso es que Él nunca puede abandonar a ninguno de sus hijos (Sal 103:13). Si lo hiciera, negaría su naturaleza, y dejaría de ser Dios. ¿Cómo no ha de ser firme nuestra confianza en Dios?
Pensemos un momento: ¿Qué significaría para un niño que su padre o su madre lo abandonen? Que se sienta completamente desamparado. Pero ¿puede un padre o una madre abandonar a su hijo pequeño? Sólo si fueran padres desnaturalizados. Pues el salmista se pone en ese caso. Pero Dios ha contestado en otro lugar a ese temor: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” dice Dios (Is 49:15).
11. “Enséñame, oh Jehová, tu camino, y guíame por senda de rectitud a causa de mis enemigos.”
El salmista eleva una petición a Dios que es capital para la vida de todo creyente. “Enséñame tu camino”, es decir, dime cómo debo comportarme para vivir de acuerdo a tu voluntad; enséñamelo como se enseña a un niño las letras, paso a paso. Es una petición que encontramos en varios salmos, como en el salmo 25:4 “Muéstrame, oh Señor, tus caminos; enséñame tus sendas.” (cf 143:10), petición a la que Dios responde: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar.” (Sal 32:8ª; cf Sal 25:8,9,12; 23:3; Pr 8:20).
Enseguida repite en paralelismo sinónimo: “Guíame por senda de rectitud.” Senda y camino en el lenguaje bíblico son figuras de la conducta que uno muestra. “Senda de rectitud” es la que uno sigue cuando vive de acuerdo a los mandamientos y normas dados por Dios.
Cabría preguntarse ¿qué necesidad tiene el hombre de pedirle a Dios que le enseñe su camino si éste está claramente establecido en las Escrituras? Sin embargo, aunque por lo general son muy específicas, los mandamientos de la ley no cubren todos los casos posibles ni podrían, de manera que queda todo un campo inmenso de posibilidades en las que el hombre tiene que decidir según su criterio. Lo que el salmista le pide a Dios es: “Dame pautas precisas cuando esté dubitativo, o perplejo sobre los que debo hacer, o qué decisión debo tomar, o cuál es la conducta justa. No quiero decidir según mi propio criterio, porque podría equivocarme, quiero hacerlo según el tuyo”. No hay mayor bendición para el hombre, en verdad, que andar en los caminos de Dios, como dice Proverbios: “Sus caminos son caminos deleitosos, y todas su veredas paz” (Pr 3:17).
El salmista aclara que hace esta petición “a causa de mis enemigos”, porque el tentador y sus secuaces están tratando de que él ofenda a Dios, al apartarse del camino recto. De esa manera, al encontrarlo en falta tendrán motivo para acusarlo, como están buscando afanosamente hacer. Para enfatizar este propósito David añade:
12. “No me entregues a la voluntad de mis enemigos; porque se han levantado contra mí testigos falsos, y los que respiran crueldad.”
¿Qué cosa peor le puede suceder a un hombre que caer en manos de sus enemigos? David dijo una vez que él prefería caer en manos de Dios que en manos de hombre, porque aunque Dios puede ser severo, Él es también compasivo, mientras que el hombre es cruel (2Sm 24:11-14). Sus enemigos se valen en este caso de testigos que hacen acusaciones falsas y que “respiran crueldad”, que no dejan que se haga justicia sino que quieren cebarse en una víctima inocente.
¿Cuál puede haber sido la voluntad de los enemigos del salmista? Acabar con el poder, o con la vida del acusado, a quien odiaban porque era un hombre de Dios. El conflicto que aquí se desarrolla es entre los amigos de Dios y las huestes del diablo.
Este versículo tiene una connotación profética, pues lo que enuncia se cumplió en Jesús, quien siendo inocente, cuando compareció en juicio ante el Sanedrín, vio cómo se levantaban contra Él falsos testigos que lo acusaban tratando de probar su culpa, pero que también se contradecían entre sí, por lo que su testimonio no pudo ser tomado en cuenta, para frustración de los que lo juzgaban maliciosamente, y que lo habían condenado de antemano en su espíritu sin tener pruebas.
13. “¡Ah, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes!” (Nota 3)
Con esta exclamación el salmista declara su confianza de que, pese a toda la guerra que enfrenta, Dios le permitirá salir bien librado de sus acusadores y le dará la victoria sobre ellos. “Veré la bondad de Dios en la tierra de los vivientes.” Es decir, ahora, en este mundo donde están los vivos; no en el Seol, donde están los que ya partieron a la otra vida. No se trata en verdad de una promesa cuyo cumplimiento va a experimentar en la vida futura, sino de algo muy próximo y actual. Él está convencido de eso, lo cree firmemente. De no ser así habría “desmayado”; se habría desalentado si no creyera que Dios le va a conceder lo que le ha pedido en el verso anterior, si no estuviera convencido de que Dios es la fortaleza de su vida, su luz y su salvación, como afirma en el primer versículo. El creyente no necesita ver para creer, sino ve porque cree, como bien dice Pablo: “Por fe andamos, no por vista.” (Cor 5:7). La fe hacer ver lo que los ojos no perciben. (Nota 4).
14. “Aguarda a Jehová; esfuérzate y aliéntese tu corazón. Sí, espera en Jehová.”
El último versículo es una exhortación final que resume muy bien el mensaje de todo el salmo: 1) Aguarda, es decir, espera la intervención salvadora de Dios a favor tuyo, que se producirá cuando tú menos la esperas; 2) Entretanto pon todo empeño de tu parte por hacer lo que te corresponde en la lucha contra las acechanzas y ataques de tus enemigos; y 3) Levanta tu ánimo pensando que tú no estás solo, sino que Dios está al lado tuyo peleando tus batallas. Como le dijo el profeta Jahaziel al rey Josafat cuando salió a enfrentar en inferioridad numérica al ejército de Moab y Amón: “La guerra no es vuestra sino de Dios.” (2Cro 20:14,15).
Cada vez que enfrentamos un trance difícil o angustioso, debemos pensar que esa situación ha sido prevista por Dios desde el comienzo del mundo, y que, por tanto, no es una sorpresa para Él, sino que está dentro de su plan, que Él sabe a dónde va a llevar, y que el resultado será para nuestro bien (Rm 8:28). Si sabemos eso, ¿cómo no hemos de estar tranquilos confiando que todo, nuestra vida y nuestro bienestar, está en sus manos? De otro lado, respecto de la inevitable batalla que tenemos que emprender para superar el mal momento, debemos recordar que no estamos solos, sino que Dios está a nuestro lado, peleando como un guerrero por nuestra causa; que todo lo que nos concierne, le concierne a Él primero, y aún más que a nosotros; porque Él está más interesado en nuestro bien que nosotros mismos, como un padre se interesa y vela por sus hijos.
Notas: 1. Spurgeon comenta: “La voz puede ser usada con provecho en la oración privada porque, aunque es innecesaria, ayuda a prevenir las distracciones”.
2. Spurgeon anota: “La misericordia es la esperanza de los pecadores y el refugio de los santos”.
3. Las palabras “hubiera yo desmayado” no figuran en el original y han sido añadidas por el traductor para completar el sentido.
4. Sin embargo Spurgeon y algunos otros autores han interpretado la expresión “la tierra de los vivientes” como referida al cielo, donde están los que verdaderamente están vivos porque gozan de la presencia de Dios, en contraste con esta tierra donde muchos están muertos en sus delitos y pecados. Richard Baker (un autor del siglo XVII) escribe: “¿Qué clase de tierra es esta donde hay más muertos que vivos, más los que yacen bajo la tierra que los que caminan sobre ella; donde la tierra está más llena de tumbas que de casas…y donde la muerte se enseñorea de la vida?”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#695 (02.10.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
7. “Oye, Oh Jehová, mi voz con que a ti clamo; ten misericordia de mí y respóndeme."
Con este versículo comienza la segunda parte de este salmo que, contrariamente a la primera, que es un canto de victoria, consiste en una sucesión de súplicas pidiendo la protección de Dios.
Sus primeras palabras son: “Oye, oh Jehová, mi voz con que a ti clamo…” ¿Tiene necesidad Dios de que le pidamos que escuche nuestras peticiones? De ninguna manera, pues El conoce nuestras palabras antes de que movamos los labios, pero la petición que el salmista dirige a Dios expresa la ansiedad que le embarga en ese momento. (Nota 1)
Enseguida el salmista no sólo le pide a Dios que tenga misericordia de él (Nota 2) –una petición que toda persona en angustia alguna vez ha hecho- sino le suplica además que le responda. “Esto es: “Dame una señal de que me has oído y de que vas a acudir en mi ayuda”. Cuando estamos angustiados necesitamos un signo de que Dios no nos abandona. ¿Qué cristiano –o que hombre al fin, aun incrédulo- no se ha encontrado alguna vez en una situación semejante, teniendo necesidad urgente de que Dios le escuche y le socorre?
Sin embargo, Dios siempre escucha nuestras peticiones y siempre responde, aunque nosotros no veamos siempre su respuesta con nuestros ojos, o no la escuchemos con nuestros oídos, o no la entendamos.
¿Por qué queremos escuchar la voz de Dios? Porque ella nos da la seguridad de que Él no está lejos de nosotros. Sin embargo, nosotros sabemos por fe que Él está más cerca de nosotros que nuestro propio aliento. Lo sabemos, pero nuestra fe es débil y necesita de una confirmación explícita. Si nuestra fe fuera como un grano de mostaza, dijo Jesús, es decir, si sólo fuera tan pequeña como esa minúscula semilla (Mt 17:20), podríamos hacer milagros y nunca dudaríamos de que Él está dentro nuestro.
8. “Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Jehová.”
“Mi corazón ha dicho de ti…” Estas palabras no figuran en el original sino fueron insertadas por el traductor como una transición a lo sigue. “Buscad mi rostro”. El salmista le ha pedido a Dios en el verso anterior que le responda. Dios irrumpe en el texto para contestar directamente a su súplica; pero no sólo se dirige a él, sino lo hace en plural a todos los creyentes, diciéndonos: “Buscad mi rostro.”
Si esa voz fuera la de mi espíritu y no la de Dios, diría: Buscad su rostro. Pero dice: Buscad mi rostro.
¿Qué quiere decir “buscar el rostro de Dios”? Tratar fervientemente de tener comunión con Él, de tocar su corazón, como cuando uno busca en la calle, en medio de la multitud que trajina apurada, el rostro de la persona que ama, o que necesita ver para calmar su angustia, o que necesita encontrar para que la ayude. Uno se concentra entonces en el aspecto de la persona, en los rasgos de su cara que la identifican, tratando de reconocerla.
Cuando buscamos el rostro de Dios nos concentramos en lo que Dios es, en las experiencias que hemos tenido antes con Él, que nos hablan de su fidelidad y de su bondad. En los antiguos veleros, cuando estaban abofeteados por las ráfagas de viento de la tempestad con la que luchaban, los marineros se amarraban a los mástiles del barco para no ser arrastrados al mar por las olas que barrían la cubierta. “Tu rostro buscaré”. Oh Señor, así tan desesperadamente como los marineros que se aferraban a una tabla para salvar su vida, voy a buscar tu rostro para sentir tu presencia y tu mano protectora. Mucho tiempo he estado indiferente, lo confieso, como si no te conociera y he dejado que mi amor se enfríe. Pero ahora arrepentido me vuelvo a ti y te suplico:
9. “No escondas tu rostro de mí. No apartes con ira a tu siervo (si aún puedo llamarme tal); mi ayuda has sido. No me dejes ni me desampares, Dios de mi salvación.”
“No escondas tu rostro de mí.” No me rechaces cuando trato de comunicarme contigo, aunque yo sea indigno de tu amistad y cuidado. Si tú mismo me ordenas que busque tu rostro, que me acerque a ti, ¿cómo puedes esconder tu rostro cuando lo hago? ¡Oh Señor, no juegues a las escondidas conmigo! (Sal 13:1).
“No apartes con ira a tu siervo”, aunque yo lo merezca. No te fijes en mis pecados; no interpongas un abismo entre tú y yo que yo no pueda salvar. “Mi ayuda has sido” en tantas ocasiones en que la he necesitado. Ahora no la necesito menos. No dejes de socorrerme como otras veces lo has hecho. “No me dejes ni me desampares…” ¿Qué sería de mí sin ti, “Dios de mi salvación…”? ¿Qué podría yo hacer si me viera privado de tu socorro? ¿A quién podría acudir si tú no vienes en mi ayuda? ¿Qué puede hacer el brazo humano si tú no lo sostienes? Si yo fuera rechazado por ti, me sentiría peor que un niño pequeño a quien su madre ha abandonado. Pero el salmista fortalece su esperanza pensando que:
10. “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo Jehová me recogerá.”
Jesús clamó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27:46) Él pudo sentirse abandonado, aunque ahí estaba su Padre, mirándolo desde el cielo, ahí estaban los brazos eternos sosteniéndolo. Si Jesús se sintió abandonado sin serlo, no es extraño que nosotros podamos sentirnos abandonados sin estarlo, pues aunque el mundo entero nos dé la espalda Dios nunca nos abandonará.
Esa es una verdad que las Escrituras continuamente enseñan: Dios es fiel, sobre todo cuando pasamos por momentos difíciles y todos nos vuelven la espalda. Pero Él nunca abandona a los que a Él se aferran. Su amor por nosotros es más grande que el amor de padre y madre, más grande que el amor de esposo o esposa, más grande que el amor de amigo o amiga, porque su amor es infinito y es completo. No hay nadie que ame como Dios, ni puede haberlo, porque si lo hubiera, sería igual a Dios, lo que es imposible porque Él es único. “Yo soy Dios y no hay otro.” (Is 45:5). Por eso es que Él nunca puede abandonar a ninguno de sus hijos (Sal 103:13). Si lo hiciera, negaría su naturaleza, y dejaría de ser Dios. ¿Cómo no ha de ser firme nuestra confianza en Dios?
Pensemos un momento: ¿Qué significaría para un niño que su padre o su madre lo abandonen? Que se sienta completamente desamparado. Pero ¿puede un padre o una madre abandonar a su hijo pequeño? Sólo si fueran padres desnaturalizados. Pues el salmista se pone en ese caso. Pero Dios ha contestado en otro lugar a ese temor: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” dice Dios (Is 49:15).
11. “Enséñame, oh Jehová, tu camino, y guíame por senda de rectitud a causa de mis enemigos.”
El salmista eleva una petición a Dios que es capital para la vida de todo creyente. “Enséñame tu camino”, es decir, dime cómo debo comportarme para vivir de acuerdo a tu voluntad; enséñamelo como se enseña a un niño las letras, paso a paso. Es una petición que encontramos en varios salmos, como en el salmo 25:4 “Muéstrame, oh Señor, tus caminos; enséñame tus sendas.” (cf 143:10), petición a la que Dios responde: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar.” (Sal 32:8ª; cf Sal 25:8,9,12; 23:3; Pr 8:20).
Enseguida repite en paralelismo sinónimo: “Guíame por senda de rectitud.” Senda y camino en el lenguaje bíblico son figuras de la conducta que uno muestra. “Senda de rectitud” es la que uno sigue cuando vive de acuerdo a los mandamientos y normas dados por Dios.
Cabría preguntarse ¿qué necesidad tiene el hombre de pedirle a Dios que le enseñe su camino si éste está claramente establecido en las Escrituras? Sin embargo, aunque por lo general son muy específicas, los mandamientos de la ley no cubren todos los casos posibles ni podrían, de manera que queda todo un campo inmenso de posibilidades en las que el hombre tiene que decidir según su criterio. Lo que el salmista le pide a Dios es: “Dame pautas precisas cuando esté dubitativo, o perplejo sobre los que debo hacer, o qué decisión debo tomar, o cuál es la conducta justa. No quiero decidir según mi propio criterio, porque podría equivocarme, quiero hacerlo según el tuyo”. No hay mayor bendición para el hombre, en verdad, que andar en los caminos de Dios, como dice Proverbios: “Sus caminos son caminos deleitosos, y todas su veredas paz” (Pr 3:17).
El salmista aclara que hace esta petición “a causa de mis enemigos”, porque el tentador y sus secuaces están tratando de que él ofenda a Dios, al apartarse del camino recto. De esa manera, al encontrarlo en falta tendrán motivo para acusarlo, como están buscando afanosamente hacer. Para enfatizar este propósito David añade:
12. “No me entregues a la voluntad de mis enemigos; porque se han levantado contra mí testigos falsos, y los que respiran crueldad.”
¿Qué cosa peor le puede suceder a un hombre que caer en manos de sus enemigos? David dijo una vez que él prefería caer en manos de Dios que en manos de hombre, porque aunque Dios puede ser severo, Él es también compasivo, mientras que el hombre es cruel (2Sm 24:11-14). Sus enemigos se valen en este caso de testigos que hacen acusaciones falsas y que “respiran crueldad”, que no dejan que se haga justicia sino que quieren cebarse en una víctima inocente.
¿Cuál puede haber sido la voluntad de los enemigos del salmista? Acabar con el poder, o con la vida del acusado, a quien odiaban porque era un hombre de Dios. El conflicto que aquí se desarrolla es entre los amigos de Dios y las huestes del diablo.
Este versículo tiene una connotación profética, pues lo que enuncia se cumplió en Jesús, quien siendo inocente, cuando compareció en juicio ante el Sanedrín, vio cómo se levantaban contra Él falsos testigos que lo acusaban tratando de probar su culpa, pero que también se contradecían entre sí, por lo que su testimonio no pudo ser tomado en cuenta, para frustración de los que lo juzgaban maliciosamente, y que lo habían condenado de antemano en su espíritu sin tener pruebas.
13. “¡Ah, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes!” (Nota 3)
Con esta exclamación el salmista declara su confianza de que, pese a toda la guerra que enfrenta, Dios le permitirá salir bien librado de sus acusadores y le dará la victoria sobre ellos. “Veré la bondad de Dios en la tierra de los vivientes.” Es decir, ahora, en este mundo donde están los vivos; no en el Seol, donde están los que ya partieron a la otra vida. No se trata en verdad de una promesa cuyo cumplimiento va a experimentar en la vida futura, sino de algo muy próximo y actual. Él está convencido de eso, lo cree firmemente. De no ser así habría “desmayado”; se habría desalentado si no creyera que Dios le va a conceder lo que le ha pedido en el verso anterior, si no estuviera convencido de que Dios es la fortaleza de su vida, su luz y su salvación, como afirma en el primer versículo. El creyente no necesita ver para creer, sino ve porque cree, como bien dice Pablo: “Por fe andamos, no por vista.” (Cor 5:7). La fe hacer ver lo que los ojos no perciben. (Nota 4).
14. “Aguarda a Jehová; esfuérzate y aliéntese tu corazón. Sí, espera en Jehová.”
El último versículo es una exhortación final que resume muy bien el mensaje de todo el salmo: 1) Aguarda, es decir, espera la intervención salvadora de Dios a favor tuyo, que se producirá cuando tú menos la esperas; 2) Entretanto pon todo empeño de tu parte por hacer lo que te corresponde en la lucha contra las acechanzas y ataques de tus enemigos; y 3) Levanta tu ánimo pensando que tú no estás solo, sino que Dios está al lado tuyo peleando tus batallas. Como le dijo el profeta Jahaziel al rey Josafat cuando salió a enfrentar en inferioridad numérica al ejército de Moab y Amón: “La guerra no es vuestra sino de Dios.” (2Cro 20:14,15).
Cada vez que enfrentamos un trance difícil o angustioso, debemos pensar que esa situación ha sido prevista por Dios desde el comienzo del mundo, y que, por tanto, no es una sorpresa para Él, sino que está dentro de su plan, que Él sabe a dónde va a llevar, y que el resultado será para nuestro bien (Rm 8:28). Si sabemos eso, ¿cómo no hemos de estar tranquilos confiando que todo, nuestra vida y nuestro bienestar, está en sus manos? De otro lado, respecto de la inevitable batalla que tenemos que emprender para superar el mal momento, debemos recordar que no estamos solos, sino que Dios está a nuestro lado, peleando como un guerrero por nuestra causa; que todo lo que nos concierne, le concierne a Él primero, y aún más que a nosotros; porque Él está más interesado en nuestro bien que nosotros mismos, como un padre se interesa y vela por sus hijos.
Notas: 1. Spurgeon comenta: “La voz puede ser usada con provecho en la oración privada porque, aunque es innecesaria, ayuda a prevenir las distracciones”.
2. Spurgeon anota: “La misericordia es la esperanza de los pecadores y el refugio de los santos”.
3. Las palabras “hubiera yo desmayado” no figuran en el original y han sido añadidas por el traductor para completar el sentido.
4. Sin embargo Spurgeon y algunos otros autores han interpretado la expresión “la tierra de los vivientes” como referida al cielo, donde están los que verdaderamente están vivos porque gozan de la presencia de Dios, en contraste con esta tierra donde muchos están muertos en sus delitos y pecados. Richard Baker (un autor del siglo XVII) escribe: “¿Qué clase de tierra es esta donde hay más muertos que vivos, más los que yacen bajo la tierra que los que caminan sobre ella; donde la tierra está más llena de tumbas que de casas…y donde la muerte se enseñorea de la vida?”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#695 (02.10.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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