MALTRATO DE LA MUJER
Si
el apóstol Pablo hubiera sabido el uso que en el Perú, y en otros países donde
predomina la mentalidad machista, se haría de sus palabras en Efesios 5:22 (“Las casadas estén sujetas a sus propios
maridos, como al Señor.”) quizá habría dudado en ponerlas, o habría hecho
alguna aclaración, porque él no pretendía condonar el abuso de la mujer.
¿La
mujer casada, (o conviviente) debe someterse al marido aun cuando sea
maltratada, abusada, humillada, explotada, violada por su marido? ¿Eso sería la
voluntad de Dios para ella? Eso es casi lo que en algunas partes se enseña:
¡Sométete a tu marido!
Se olvida
que pocas líneas más abajo el mismo Pablo escribió: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y
se entregó a sí mismo por ella.” (Ef 5:25). La mujer se somete a su marido
porque él la ama como Cristo ama a su iglesia, dando su vida por ella. Es
decir, porque él la cuida, la protege, la levanta, la engríe, y está incluso
dispuesto a morir por ella, si fuera necesario.
Hay
una reciprocidad entre ambos mandatos. La mujer se somete al marido que la ama,
no de palabra, ni de instinto, sino en los hechos. Si él no la trata de esa
manera, si la maltrata, no puede exigirle que se someta. Y ella más bien, si es
posible, debería huir de ese mal marido. A menos que ella, por amor de sus hijos,
en un acto de heroísmo, escoja permanecer y someterse al martirio, esperando
que el esposo sea ganado para Dios considerando como dice el apóstol Pedro “su conducta casta y respetuosa.” (1
Pedro 3:1,2).