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miércoles, 2 de julio de 2014

¿QUÉ ES EL HOMBRE PARA QUE DE ÉL TE ACUERDES? III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿QUÉ ES EL HOMBRE PARA QUE DE ÉL TE ACUERDES? III
Un Comentario del Salmo 8:6-9
Continuamos con el comentario del versículo 6 de nuestro salmo, pero extendemos la
exposición a los dos versículos siguientes, el 7 y el 8, que junto con el primer nombrado, dicen así:
“Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies; ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar.”
Es comprensible que al hablar de los animales sobre los cuales Dios le dio al hombre dominio, el salmo mencione en primer lugar a las ovejas y a los bueyes, puesto que David, su autor, era pastor y esos animales eran los que tenía más cerca. Luego menciona a las bestias del campo, por lo que podemos entender que alude a otros animales de los que el hombre se sirve –y se servía con más intensidad en otras épocas- como el asno, la mula y los camellos, que están sujetos al hombre.
Menciona asimismo las aves del cielo, algunas de las cuales caza y convierte en alimento, así como también los peces del mar, que los hombres pescan con anzuelos y redes, y ahora incluso, con grandes embarcaciones. La pesca, como bien sabemos, es una actividad inmemorial que proporciona alimento a una buena parte de la humanidad. Recordemos que algunos de los discípulos de Jesús eran de profesión pescadores. Por eso Él pudo decirles al llamarlos: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt 4:19).
¿Qué comprende la frase: “todo cuanto pasa por los senderos del mar.”? ¿Los tiburones, las ballenas, y otros peces grandes como el delfín? ¿Por qué no? El hombre ha aprendido a pescarlos y a utilizar la grasa y otros elementos de su cuerpo, además de su carne. Hay también quienes interpretan esa frase como aludiendo a las embarcaciones de todo tipo que el ingenio del hombre ha inventado, y que surcan los mares, e incluso, navegan sumergidos.
Entre las bestias del campo pueden estar incluidos también las fieras salvajes, como el tigre y el león, de los que él ha aprendido a defenderse para que no le hagan daño, y a los que en una ocasión el poder de Dios cerró la boca (Dn 6:22).
Los tres versículos que hemos citado describen la posición que Dios le dio al hombre al crearlo, dándole dominio sobre la creación. Con ello Dios le estaba mostrando el gran amor que le tenía. Todas las riquezas de la tierra han sido reservadas para su uso y su beneficio. Es por la Providencia de Dios que los caballos y los bueyes y otros animales le prestan su fuerza; que las ovejas, y los camélidos producen lana para que se vista y se abrigue; que los ganados le proporcionen carne y leche; que los campos producen alimento forraje; y que las fuerzas de la naturaleza, como la electricidad, las ondas electromagnéticas y la luz, estén a su servicio, le ahorran esfuerzo y le permitan comunicarse con quienes están a miles de kilómetros de distancia. ¡Con cuánto amor y gratitud debe el hombre corresponder a estas muestras de la benevolencia de Dios!
Sin embargo Hebreos 2:8 al citar el versículo 6 de este salmo, ha dicho que no todas las cosas están sujetas al hombre, lo cual es muy cierto, porque el viento y el mar no le obedecen. ¿Quién es el hombre, o la mujer, en efecto, que pueda pararse en la playa y ordenarle al mar: “Oye, ya basta, ya no tengas olas; quiero que te estés quieto. ¿Has oído?” ¿Le obedecerá el mar? Y si hay un viento muy fuerte, ¿dónde está el hombre que se ponga de pie y le diga: “Oye viento, ya para, detente. Me estás dando frío. Deja ya de soplar?” ¿Le obedecerá el viento? No existe. No hay ser humano que pueda hacer eso.
Sin embargo hay uno a quien el mar y los vientos sí le están sujetos. Por eso en una ocasión ordenó que se calmaran y le obedecieron. ¿Recuerdan ese episodio? El Maestro y sus discípulos estaban en una barca atravesando el lago de Genesaret, y Jesús se había quedado dormido. Como era un lago grande y soplaba un fuerte viento, las olas amenazaban hundir la barca. Entonces los discípulos asustados lo despertaron diciéndole: “¡Jesús nos hundimos, nos hundimos! ¿No te preocupa?” Jesús se levantó entonces y mandó a los vientos y al mar que se calmen. Y enseguida sobrevino una gran calma. Sus discípulos se quedaron asombrados, diciéndose: “¿Quién es éste a quien los vientos y el mar obedecen?” (Mt 8:23-27; Mr 4:35-41; Lc 8:22-25).
Vemos pues que sí hay Uno a quien los vientos y el mar obedecen, Uno que fue hecho durante un tiempo un poco inferior a los ángeles a causa de los padecimientos de la muerte, pero que una vez resucitado, es superior a todos ellos; Uno de quien también se dice que todas las cosas fueron puestas bajo sus pies; y de quien dice además Efesios: “Y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Ef 1:22,23).
¿De quién está hablando? De Jesús. De manera que este salmo que comentamos, como hemos ya visto en el artículo anterior, también es aplicable a Él, a nuestro Redentor, a nuestro hermano mayor, porque, después de haber sido coronado de espinas, Él ha sido realmente y sin exageración, coronado de gloria y de honra en recompensa a los padecimientos a los cuales se sometió voluntariamente para reconciliar al hombre con Dios.
Jesús tiene efectivamente dominio sobre todas las cosas sin excepción, no solamente en la tierra, sino también en el cielo y en el infierno (Flp 2:10), como muy bien explica Pablo en 1Cor 15:24-28.
Por eso mismo podemos también ver cuán grande fue su humildad, porque no solamente se hizo inferior a los ángeles, sino que, sin dejar de ser Dios, tomó apariencia de siervo haciéndose semejante a nosotros al tomar forma humana, como dice Filipenses en el capítulo 2. Y a pesar de que todos los ángeles le adoran, aceptó durante un tiempo ser un poco menos que ellos, y ser como uno de nosotros, y estar sometido a las mismas limitaciones que nosotros.
Dios le dio al hombre dominio sobre todas las cosas y las puso bajo sus pies; es decir, en rigor, sobre casi todas las cosas, porque ciertamente el hombre ha dominado la naturaleza en medio de la cual vive, pero aún le quedan muchos campos por dominar, y a medida que descubre más cosas, constata que todavía le quedan muchas más por descubrir. Ha dominado las fuerzas de la naturaleza y ahora puede volar aunque no tiene alas, y puede remontarse hasta la luna. Puede permanecer debajo del mar durante bastante tiempo, aunque no tiene agallas para respirar como los peces, y puede moverse con facilidad en el agua, aunque no tiene aletas. Puede hacer cosas extraordinarias, antes inimaginables. Sin embargo ese mismo hombre que todo lo domina, se vuelve siervo de las cosas y objetos materiales que él mismo con su ingenio ha creado y produce en masa, y las convierte en ídolos a los cuales adora y detrás de los cuales corre desesperado. Se convierte realmente en su esclavo.
Lo vemos alrededor nuestro. Compran un automóvil que les ha costado bastante dinero. Lo cuidan, lo acariñan, lo quieren como si fuera un ser humano, y ponen todo su cuidado en mantenerlo limpio y en perfecto estado. Y si por casualidad se raspa un poquito buscan todos los medios para limpiar la raspadura. ¡Y ay, ay, ay! no vaya a ser que lo choquen. (No quiero ser hipócrita. Yo también cuido mi carro con esmero. Sobre todo debajo del capó para que dure)
Adoramos las cosas y los objetos que tenemos. Hay personas que tienen colecciones de relojes, o de porcelanas, y los adoran como si fueran la última maravilla. No digo que no tengan valor; son objetos artísticos que adornan la vida y algunos son muy bellos. Pero son cosas finalmente que el hombre ha hecho con sus manos, o con herramientas, como fabricaba antaño ídolos de madera o metal delante de los cuales se inclinaba, meras cosas y objetos inanimados, y por ellos el hombre descuida lo que es importante.
Entonces uno puede realmente preguntarse: ¿Qué cosa es el hombre para que Dios se acuerde de él? ¿Qué es esta criatura que recibió tantos favores de Dios y que en un momento de locura le da la espalda? ¿Qué es este hombre para que tengas compasión de él cuando sólo merece tu castigo? Porque tú, Señor, te has inclinado hacia el hombre y lo has levantado de la cloaca en que se revolcaba, y lo has limpiado de toda suciedad con tu sangre, y le has infundido tu Espíritu. ¿No se puede decir acaso eso de nosotros, que nos sacó de la cloaca, del muladar en que vivíamos con nuestros pecados? Pero Él nos ha levantado, nos ha sacado de la miseria en que estábamos, de la ignominia, de la vergüenza, de la desesperación y nos ha limpiado con ese líquido, con ese detergente espiritual maravilloso que es la sangre de Jesús, y ahora estamos limpios, inmaculados, libres de toda mancha al habernos justificado. Y algún día nos vamos a presentar delante de Él para ser juzgados.
A.B. Simpson escribió: “La raza humana no ha alcanzado aún la victoria, pero la Cabeza de la raza sí la ha alcanzado, y donde Él está, ahí estaremos nosotros; y como Él es, así seremos nosotros.”
Nuestro salmo termina repitiendo la frase inicial. “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra!” (v. 9). Y es muy justo que lo haga, porque su grandeza es para nosotros insondable, más grande de lo que el hombre pueda concebir. Sin embargo, este Dios inmenso está más cerca de nosotros que nuestro propio aliento, pues lo tenemos dentro de nosotros, y ahí está para escucharnos como Padre amante, para atender a la menor de nuestras súplicas y aliviar la menor de nuestras penas y preocupaciones. Este Dios inmenso que no cabe en el universo entero está en nuestro pecho. ¿Podemos imaginarlo? El Creador de todo lo que existe está dentro de nosotros. Y Él vigila y dirige nuestros pasos, los pasos de todos aquellos que le temen y elevan su pensamiento a Él.
Decir que “elevan su pensamiento a Él” es una manera de hablar, porque sólo necesitamos pensar en Él para contactarlo en nuestro interior. No obstante, la expresión es muy justa, porque al pensar en Dios nuestro pensamiento se eleva, deja lo cotidiano y terreno, y se remonta a las regiones del Espíritu.
¿Qué cosa tenemos que hacer entonces? Adorarle con todo el fervor que Él se merece, con toda la admiración que su majestad reclama, y darle toda la gloria que podamos con nuestra boca, con nuestros labios, rindiéndonos a Él y diciéndole: “Señor, yo soy tuyo, todo lo que soy te pertenece. Tú me has hecho para un destino glorioso, aunque ahora parezca que estoy limitado, porque tengo un cuerpo que tiene sus fallas, sus deficiencias y sus debilidades, debido a la edad. Pero algún día tendré un cuerpo de gloria como el cuerpo de Jesús resucitado, que atravesaba las paredes y era incorruptible. Y no habrá ninguna enfermedad, ninguna dolencia, ningún dolor que me impida gozar de la presencia de Dios para siempre. Amén.
NB. El presente artículo, así como los dos anteriores del mismo título, están basados en la grabación de una charla dada recientemente en el ministerio de la Edad de Oro.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#834 (15.06.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 4 de junio de 2014

¿QUÉ ES EL HOMBRE PARA QUE DE ÉL TE ACUERDES? I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿QUÉ ES EL HOMBRE PARA QUE DE ÉL TE ACUERDES? I
Un Comentario del Salmo 8:1,2
1. “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre sobre la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos.”
El primer versículo es una exclamación de admiración ante la grandeza de Dios (puesto que su nombre lo representa). Es una grandeza que se extiende sobre toda la tierra, sobre toda la naturaleza visible aquí abajo; sobre todo lo que nuestros ojos abarcan.
Pero también el salmista se admira de la gloria de Dios manifiesta en los cielos; esto es, en la luna, en las estrellas, en las nubes y en los colores fulgurantes del crepúsculo. (Nota 1)
Lo que el hombre puede ver ahora con sus propios ojos en la inmensidad del firmamento ha aumentado casi al infinito por los métodos que la tecnología ha creado. El hombre puede penetrar con instrumentos hasta los confines del universo y se han descubierto galaxias, huecos negros, y toda clase de formaciones celestes antes desconocidas.
Comparado con esa grandeza inconmensurable ¿qué cosa somos nosotros, seres miserables que caminamos sobre la tierra y que tenemos como máximo dos metros de altura?
¿Qué es el hombre comparado con todo eso para que Dios sea acuerde de él y se incline hacia él, siendo ese ser menos que una partícula de polvo comparado con la grandeza del universo?
Las palabras del salmo acerca del glorioso nombre de Dios bien pueden ser aplicadas a Jesús, cuyo nombre está “por encima de todo nombre” (Flp 2:9), porque no hay nombre que sea más conocido y venerado en la tierra que el suyo; no hay nombre que haya marcado más la historia de la humanidad que el suyo, que es el único “nombre bajo el cielo dado a los hombres por el que podamos ser salvos” (Hch 4:12).
En virtud de ese nombre, escribe Juan Crisóstomo, “la muerte fue disuelta, los demonios fueron apresados en cadenas, los cielos fueron abiertos, sus puertas de par en par, el Espíritu fue enviado, los esclavos fueron liberados, los enemigos se volvieron hijos, y los extranjeros, herederos…”
En nuestro país, donde el amanecer y el atardecer duran poco tiempo, debido a la cercanía del Ecuador, nos hemos acostumbrado a ver el despliegue de colores de esos momentos con indiferencia, sobre todo en Lima, donde las nubes los velan en parte. Pero en las regiones donde ambos fenómenos duran más tiempo, en el Sur del Perú, o en Chile, o en los países del hemisferio Norte, el crepúsculo puede durar tres o cuatro horas. El espectáculo de los cielos encendidos de colores cambiantes es maravilloso. ¡Qué belleza! ¡Qué gloria! No hay pintor que pueda igualarlo. ¡Qué mayor manifestación de la gloria de Dios que ésa!
¡Y qué decir del arco iris que sucede a la lluvia! Aunque es cierto que en Lima casi no lo vemos porque llueve rara vez, pero en la sierra donde llueve con frecuencia… ¡Y qué decir de los truenos, de los rayos y los relámpagos que atraviesan el firmamento durante las tempestades, cuando el mar agitado se encrespa! Ése puede ser un espectáculo pavoroso, sobre todo para quienes se hallan en el mar.
Hace varias décadas, de muchacho, yo viajé a Europa en un trasatlántico, y una tempestad nos cogió en medio del océano. Parecía que el barco se iba a hundir porque unas olas de por lo menos diez metros de altura barrían la cubierta, y la proa se hundía en el agua y se levantaba en un sube y baja terrorífico al enfrentar el oleaje gigante. Desafiando las instrucciones dadas a los pasajeros de permanecer en su camarote, yo subí imprudentemente hasta el puente de mando sin que me vieran, y me quedé escondido fuera de la cabina cubierta donde estaba el capitán empuñando el timón. Yo estaba por lo menos a treinta metros de altura sobre el mar, pero me empapé completamente porque las ráfagas del viento huracanado levantaban chorros de gotas de agua como si fuera lluvia. Era un espectáculo de dar miedo.
Los fenómenos en que se desata la furia de la naturaleza nos hablan de la grandeza de Dios, tal como nos lo recuerda el inicio del salmo 19: “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos.”
¿Y por qué es glorioso singularmente el nombre inefable de Dios? ¿Quién sabe cómo se llama Dios? ¿Alguien conoce su nombre? Es Jehová. ¿De dónde viene ese nombre? ¿Cómo lo conocemos? Porque Dios mismo se lo reveló a Moisés, cuando se le apareció en la zarza ardiente y le dijo que había visto la aflicción y oído el clamor de su pueblo, y que lo iba a enviar donde el faraón para que deje salir al pueblo de Egipto (Ex 3:7). Moisés, asustado, se resiste y, entre otros argumentos, contesta: Si el pueblo me pregunta cuál es tu nombre ¿qué les digo? Dios le responde (en hebreo) “Eh yéh asher Eh yéh” (Yo soy el que Yo soy). Este es un juego de palabras que apunta al nombre de Yahweh (que nosotros escribimos como Jehová, y que probablemente se pronunciaba “iáue”) (2) y que significa “Yo soy el que causa que las cosas sean”. HYH (omitiendo las vocales) es la primera persona del verbo imperfecto “ser”. YHWH (el tetragrama sagrado) es la tercera persona singular masculina del mismo verbo imperfecto, que puede ser tanto presente, como pasado o futuro.
“Así dirás a los hijos de Israel: ‘Yo soy’ me ha enviado a vosotros.” Y enseguida añade: “Yaweh, el Dios de vuestros padres, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Éste es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos.” (v. 14,15).
Los teólogos y los eruditos han estudiado durante siglos el significado profundo de ese nombre, pero ¿quién puede entender lo que el nombre de Dios quiere decir? Sería como descifrar lo que es Dios mismo. Pero ¿hay mente humana que pueda descifrar o entender completamente lo que es Dios? No lo hay.
Hemos visto que el nombre revelado a Moisés quiere decir ‘Yo soy el que Yo soy’. Es decir, ‘Yo soy el Ser que subsiste por sí mismo’, el Ser que no necesita de ningún otro, que no fue creado sino al contrario es el origen creador de todas las cosas que existen. De Él hemos salido y a Él vamos a regresar algún día. Pero ese significado no agota todo su contenido. En realidad el nombre de Dios es tan grande como Él mismo. Por eso es que uno puede comprender la exclamación de admiración del poeta ante algo tan inconmensurable: “¡Oh Jehová Señor nuestro cuán glorioso es tu nombre sobre toda la tierra!” Porque su gloria va mucho más allá de lo que el hombre puede entender; es más grande de lo que la mente humana puede abarcar.
Y prosigue el salmo diciendo:
2. “De la boca de los niños y de los que maman fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo.”
Cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén antes de su pasión, Él citó esta frase para responder a los fariseos que se indignaban de lo que los niños decían de Él. Él usó la versión griega de la Septuaginta, que era, dicho sea de paso, la versión que la iglesia usaba al comienzo, y que sigue siendo la versión de la Biblia que usan las iglesias ortodoxas de habla griega: “De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza” (Mt 21:16).
Leamos el episodio que está en Mateo 21: Jesús entró en el templo de Dios y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y vinieron a él en el templo, ciegos y cojos, y los sanó. Pero los principales sacerdotes y los escribas viendo las maravillas que Él hacía y a los muchachos aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! se indignaron y le dijeron: ¿Oyes lo que éstos dicen? Y Jesús les dijo: Sí, ¿nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?” (v. 12-16). Y les cerró la boca.
Ellos estaban molestos porque al ver los milagros que Jesús hacía, los niños alababan a Dios por las maravillas que Él hacía. Por ese motivo ellos estaban furiosos. A los impíos no les gusta que se alabe a Dios.
Ahora bien, ¿por qué es tan importante la alabanza? Porque la alabanza es un baluarte, una fortaleza, contra la cual el enemigo se estrella impotente. Por eso no la soporta. Donde quiera que haya alabanza el diablo se retira molesto porque no puede hacer nada. Por eso mismo ésa es nuestra arma de elección. Cuando nos veamos acosados por el demonio, no tenemos sino que ponernos a alabar a Dios y él se irá corriendo porque no le gusta oírla. ¿Por qué no le gusta? Recordemos, ¿quién era Lucifer antes de que fuera echado al abismo?  Era el director de la alabanza. Ése era su papel. Por eso él la detesta, porque por soberbia renunció a ella.
Muchas cosas misteriosas y profundas han sido ocultadas a los grandes y a los sabios, a los que se jactan de sus propias fuerzas y conocimientos, pero han sido reveladas a los pequeños que no presumen de nada, dijo Jesús en otra ocasión (Mt 11:25). ¿Y por qué es eso? Porque Él desea ser conocido sobre todo por los que desean sinceramente conocerle y tienen hambre y sed de la justicia que viene de Él (Mt 5:6).
En otra ocasión Jesús dijo también que el reino de los cielos pertenece a los niños y a los que son como ellos (Mt 19:14; Lc 18:16). De modo que si alguna vez alguien te dijera: Pareces un niño. ¡Qué tonto eres! puedes decirle: Gracias a Dios por ello, porque así tengo asegurado un puesto en el reino de los cielos.
El comentarista británico del siglo XVII Mathew Poole escribe que en los niños se puede ver mucho de la gloria de Dios, desde su concepción hasta su crecimiento en lo oculto del seno materno (Sal 139:13,15,16), así como en su alumbramiento y en su crianza; en su alimentación que provee el pecho materno; y por la forma cómo los niños son con frecuencia guardados de peligros de los que ellos no son concientes, por las personas que los rodean. Dios, en efecto, ha puesto en las criaturas pequeñas un  encanto que subyuga los corazones y que hace que de una manera instintiva tendamos a protegerlos y a acariñarlos. Por eso es que hay pocos crímenes tan odiosos y terribles como el de pervertir la inocencia de los niños, como ahora se hace con frecuencia.
¡Qué cosa tan extraordinaria es que una nueva vida humana pueda surgir cuando se unen una célula femenina y una célula masculina! ¡Qué misterio extraordinario! Son dos células, una provista por el hombre, la otra por la mujer. De su unión surge el embrión; que es algo más que una simple célula, porque es una nueva vida, un ser humano. ¿Qué tiene el embrión que lo hace diferente de una mera célula? Tiene un alma y un espíritu.
¿Saben ustedes por qué los aliados del diablo promueven el aborto? Porque odian ese fenómeno, odian el surgimiento de la vida. Odian ese misterio que se produce cada vez que un hombre y una mujer se unen. ¡Y qué maravilla es también cuando la criatura se va formando y crece en el seno materno; y luego irrumpe al exterior y nace!
Yo he estado presente en el nacimiento de la mayoría de mis hijos, y como son nueve, tengo bastante experiencia. Hasta casi podría hacer de partero. Yo he visto qué cosa extraordinaria es un parto. Claro que yo no quisiera ser el que lo sufre dando a luz. Pero en ese trance yo le daba la mano a mi mujer para darle coraje cuando ella pujaba. Al final ella se volvió tan experta que una vez la criatura nació antes de que regresara el médico que la había examinado media hora antes, y dijo que todavía había para rato.
A continuación dice el salmo: “De la boca de los niños fundaste la fortaleza (o perfeccionaste la alabanza) a causa de tus enemigos.“ Yo me pregunto ¿de qué manera la alabanza que brota de los párvulos, de los niños, hace callar a los enemigos de Dios? De hecho, en el episodio de Mateo 21 que hemos leído, en que Jesús expulsa a los mercaderes del templo, y sana a cojos y ciegos, provocando los gritos de júbilo de los muchachos, y en que los escribas y los fariseos estaban molestos, ¿qué fue lo que pasó? Que los gritos de alabanza de los niños los hicieron callar, les taparon la boca y no pudieron decir nada más. Ver la manifestación gloriosa del poder de Dios enfurecía a los enemigos de Jesús, que ya complotaban para matarlo.
¿No es cierto que a veces los niños dicen  cosas sabias y que nos asombran? Pero no solamente ellos. Nosotros también podemos hacerlo. Cuando nuestra boca ungida por el Espíritu Santo proclama la verdad, los enemigos de Dios, los bribones y los críticos, no tienen nada que responder. No es nuestra inteligencia o nuestra elocuencia, sino la palabra de Dios en nuestra boca la que tiene ese poder. Llenémonos, pues de esa palabra, y limpiémonos de toda vanagloria para que Él pueda usarnos. Seamos como niños en nuestra franqueza y en nuestra inocencia para que podamos confundir a los que se oponen a la obra que Dios hace en la tierra.
Notas: 1. El hecho de que el autor en el vers. 3 no mencione al sol hace pensar que este salmo fue compuesto de noche.
2. La palabra “Jehová” que solemos usar viene de una lectura equivocada de los signos de las vocales que se colocan debajo de las consonantes en la escritura hebrea, hecha en el siglo XIII, y que la costumbre ha consagrado.
NB. El presente artículo y los siguientes del mismo título, están basados en la grabación de una charla dada en el ministerio de la Edad de Oro.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que sea tan necesaria. Con ese fin te invito a pedirle sinceramente perdón a Dios por tus pecados diciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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#832 (01.06.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).