¿Qué es lo que domina en mí: los apetitos de la
carne -incluso los legítimos- o los deseos del Espíritu? Muchas veces la lucha
no es entre el pecado y la gracia, sino entre lo permisible y lo que es más
útil y conducente al progreso espiritual; esto es, entre lo bueno y lo mejor.
La gracia
infunde en el creyente un dominio propio sobrenatural cualquiera que sean las
tendencias innatas de su temperamento. Ese dominio, aunque provenga de la
acción interna del Espíritu Santo, debe ser no obstante, conscientemente
cultivado.
Entonces, por
encima de todas las cosas, ¿qué es aquello en lo que debemos emplear más
diligencia que en ninguna otra? En buscar al Señor. Eso es lo que dice Jeremías
29 en un párrafo conocido, “Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de
todo vuestro corazón.” (29:13) Hacer las
cosas de todo corazón es hacer las cosas con diligencia. Si tú quieres hallar
al Señor búscalo con diligencia, de todo corazón, asiduamente, no te canses de
buscarle.
¿Qué pasa cuando uno busca al Señor con diligencia?
El Señor se revela a nosotros. Él no regala sus dones a los que no quieren
recibirlos, sino precisamente a aquellos que los desean intensamente. El que
desea realmente algo lo busca con diligencia, insistentemente.
Este es
un principio muy importante para la conducción de nuestra vida: Rodeémonos de
gente que en su capacidad, o en su oficio, y en general, sean mejores que
nosotros, no peores, porque nos servirán de ejemplo de lo que debemos aprender,
nos servirán de estímulo.
También
se dice: El que anda con sabios, finalmente llegará a ser sabio. Es muy conocido
el refrán: “Dime con quién andas y te diré quién eres.” Si andas con personas
serias, exactas, meticulosas, responsables, poco a poco tú te irás contagiando
de esas cualidades y virtudes. Entonces busquemos pues la compañía de esa clase
de personas.
Eso
también es válido en la vida cristiana: Tratemos de vincularnos con personas
que nos enseñen a ser mejores cristianos, aunque sólo fuera por su manera cuidadosa
de vivir, su manera de actuar, su seriedad; así nos podemos estimular unos a
otros y dar gloria a Dios.
El diligente hace las cosas al ritmo adecuado, pero no por terminar
rápido se precipita, porque el que hace las cosas precipitadamente no las está
haciendo con cuidado, no las hace pensando. La diligencia incluye no solamente
la manera de actuar sino también el cuidado de preparar de antemano lo que uno
hace, pensar, usar la cabeza, la inteligencia, para que el resultado sea bueno.
Piensa primero en lo que vas a hacer, piensa en el resultado que
quieres conseguir, piensa en las consecuencias. Eso también es actuar con
diligencia. Es decir, la diligencia incluye actuar con inteligencia.
No
hay pues trabajo malo ni trabajo aburrido, solamente hay trabajo hecho con el
corazón, con diligencia, o hecho de una manera descuidada. Y si es hecho de una
manera descuidada, nos aburre, nos molesta. Nosotros pues tenemos que cambiar
esa mentalidad de “así no más”, porque es motivo de mucha frustración para la
gente.
¿Cómo es posible que ese hombre exhiba las cualidades de
autoridad, de dominio de la partitura, de atención a todos los detalles de la
ejecución, que yo deseaba tener cuando me tocara subir al pódium?
Me enfrenté
entonces a la disyuntiva de envidiar o admirar.