LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
DEFENSA DE PABLO ANTE AGRIPA I
Un Comentario de
Hechos 26:1-11
No podemos dejar de
notar que con esta audiencia se estaba cumpliendo lo que el Señor le había
anunciado a Pablo, que daría testimonio ante reyes “en presencia de los gentiles”, pues muchos de los que constituían
la audiencia lo eran; y “de los hijos de
Israel”, pues muchos de ellos estaban presentes; y todos los asistentes en
esta oportunidad eran personas de alto rango (Hch 9:15).
26:1. “Entonces Agripa dijo a Pablo: Se te permite
hablar por ti mismo. Pablo entonces, extendiendo la mano, comenzó así su defensa:”
Después de la
alocución introductoria que Festo dirige al rey Agripa poniéndolo al corriente
de los hechos que convocan la reunión, el rey se dirige a Pablo diciéndole “Se te permite hablar…”. No es un
derecho que tenga Pablo, es una concesión que se le hace de que tenga
oportunidad de exponer su causa. Son palabras que dirige el que está arriba en
autoridad, el que ocupa con soberbia el lugar del juez, al que está abajo, al
acusado, al que se mira con desconfianza, aunque no hay acusación concreta que
hacerle.
Pensemos en el
contraste que ofrecen las personas que lo escuchan, las autoridades romanas y
sus invitados, el rey y su comitiva, todos vestidos de gala para la ocasión, y
Pablo, cuyo aspecto físico no era nada impresionante, calvo y bajo de talla,
sus piernas arqueadas, y llevando puesta una ropa gastada y vieja, como la
gente común.
No obstante, Pablo no
se inmuta, no pierde la seguridad en sí mismo que le da el Espíritu Santo.
Suponemos que estaba de pie, como todo acusado, pero él no baja la cabeza, no
empieza balbuceando, sino extiende su mano en señal de autoridad, pidiendo
silencio, y habla con voz firme. Su sola actitud segura debe haber impresionado
al rey y a Berenice, por no decir a Festo.
Notemos que el
discurso de Pablo que sigue a continuación cubre el mismo terreno que expuso en
su defensa ante el pueblo amotinado cuando estaba de pie en la torre Antonia
(Hech 22:1-21), sólo que ahora, acomodándose a una audiencia diferente, el
lenguaje que emplea es más elegante y pausado, y está especialmente dirigido
para impresionar a Agripa.
Según F.F. Bruce en el
discurso de autodefensa de Pablo, que se extiende hasta el vers. 23, pueden
distinguirse siete partes: 1) El exordio (v. 2 y 3); 2) Su herencia farisea (v.
4-8); 3) Su celo perseguidor contra los nazarenos (v. 9-11); 4) Su visión
camino a Damasco, acontecimiento que cambió radicalmente el curso y sentido de
su vida (v.12-18). Preguntémonos de paso, ¿hay alguna vida que pueda permanecer
siendo la misma, y no ser completamente cambiada si se encuentra súbita e
inesperadamente con Jesús? 5) Su obediencia sin fallas a la visión (v. 19,20);
6) Su arresto en el templo (v.21); y 7) Su enseñanza (v.22,23).
2,3. “Me tengo por dichoso, oh rey Agripa, de que
haya de defenderme hoy delante de ti de todas las cosas de que soy acusado por
los judíos. Mayormente porque tú conoces todas las costumbres y cuestiones que
hay entre los judíos; por lo cual te ruego que me oigas con paciencia.”
Pablo omite las
palabras de halago que suelen dirigirse a los poderosos en ocasiones semejantes
para atraerse su favor, y se limita a decirle que se considera afortunado de
que pueda defenderse ante él de las acusaciones que le han hecho por un motivo
de orden práctico: Por su nacimiento y educación el rey conoce, las Escrituras
del pueblo judío, la ley, los profetas y los escritos, y podrá entender los
argumentos que él esgrima, no como los funcionarios romanos que no entienden de
esas cosas. Él invoca la paciencia del rey para que pueda explayarse con
tranquilidad.
4,5. “Mi vida, pues, desde mi juventud, la cual
desde el principio pasé en mi nación, en Jerusalén, la conocen todos los
judíos; los cuales también saben que yo desde el principio, si quieren
testificarlo, conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión, viví
fariseo.”
Lo que yo he hecho y
cómo he vivido lo conocen todos los judíos, dice él, porque desde joven ha
vivido en Jerusalén (dando con ello a entender que él no nació ahí) y
pertenecía a la secta de los fariseos que es la más estricta y exigente de
nuestra religión. De eso pueden dar fe todos los que me acusan, si quieren
decir la verdad.
6,7. “Y ahora, por la esperanza de la promesa que
hizo Dios a nuestros padres soy llamado a juicio; promesa cuyo cumplimiento
esperan que han de alcanzar nuestras doce tribus, sirviendo constantemente a
Dios de día y de noche. Por esta esperanza, oh rey Agripa, soy acusado por los
judíos.”
Pablo ahora muy
astutamente sitúa la acusación que se le dirige, que en realidad era de haber
introducido a un no judío en el área del templo vedada a los gentiles, al campo
de las discrepancias entre fariseos y saduceos sobre la esperanza de la
resurrección de los muertos, que los segundos niegan, pero que los primeros
afirman vehementemente como parte esencial de las promesas de Dios a Israel. (Nota). Es como si dijera, yo
estoy aquí ante este tribunal por una cuestión de doctrina, tema que no tiene
nada de criminal, sino que algunos del partido de los saduceos han tomado
demasiado a pecho que yo defienda el punto de vista fariseo. Pablo asume que
Agripa cree en la resurrección o, al menos, no lo considera imposible, si no
está plenamente convencido de ella. Pablo es sin duda consciente de que el rey
es un hombre frívolo, que no tiene convicciones religiosas profundas y que, por
tanto, no está dispuesto a condenar a nadie por diferencias de opiniones en
esos temas. Pablo incide en este tema porque le va a permitir hablar más
delante de Jesús resucitado.
8. “¡Qué! ¿Se juzga entre vosotros cosa
increíble que Dios resucite a los muertos?”
En este momento Pablo
lanza una pregunta en forma de reto no sólo al rey Agripa y a su hermana, sino
a todos los que le escuchan: ¿Es cosa increíble que Dios pueda resucitar a los
muertos? Como si dijera: Siendo Él todopoderoso, ¿no sería Él capaz de hacerlo?
¿Lo creen ustedes? ¿O hay algo imposible para Dios? Si Jesús, viviendo entre
nosotros como hombre, resucitó a un difunto más de una vez, ¿el Dios
omnipotente no podría hacer lo que anuncian las Escrituras? (Véase Sal 16:9,19;
cf Hch 2:26,27).
En este momento Lucas
empieza a narrar por tercera vez la historia de la conversión de Pablo. Ya lo
ha hecho al relatar lo ocurrido cuando Pablo iba camino a Damasco (Hch 9:1-19),
y cuando Pablo se defiende ante el pueblo (22:6-16). ¿Para qué lo hace de nuevo?
Según el abogado John W. Mauck, autor del interesante libro “Paul on Trial”,
que hace un análisis desde el punto de vista legal de éste y otros pasajes del
libro de Hechos, Lucas lo hace: a) para introducir nuevos argumentos legales
que sirvan a Pablo cuando sea juzgado por el tribunal del César en Roma; b)
para dar un énfasis especial a determinados argumentos; c) con propósitos de
evangelización al narrar su extraordinario encuentro con Jesús; y d) para
recurrir eventualmente a la influencia política, teniendo en cuenta la cercanía
de Agripa con Nerón. En el desarrollo de este artículo y de los dos
subsiguientes de este mismo título se va a incidir en estos temas.
9,10a. “Yo ciertamente había creído mi deber hacer
muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en
Jerusalén.”
Pablo dice que él
consideraba como deber suyo perseguir a los seguidores de Jesús de Nazaret que
había entre su pueblo. Más exactamente dice que consideraba su deber actuar “contra el nombre de Jesús de Nazaret”,
esto es, negando no solamente a la persona y a lo que se contaba acerca de su
vida, obra y milagros, sino también su dignidad y autoridad como enviado de
Dios y Mesías. ¿Por qué lo consideraba su deber? Porque Jesús había sido
condenado por el Sanedrín como un malhechor, blasfemo, falsario e impostor, y
que había sufrido una muerte infame.
Para entender por qué
a un judío como Saulo, plenamente convencido de la verdad de las promesas
hechas por Dios a su pueblo sobre el futuro Mesías que restauraría el poder de
su pueblo y derrotaría a sus enemigos, la prédica acerca de Jesús era absurda,
hay que tener en cuenta que la sola noción de un Mesías que muera era
incoherente, peligrosa y herética. El Mesías esperado por Israel vendría a
triunfar, no a morir en manos de gentiles. Saulo tenía quizá ya entonces la
intuición premonitoria de que la doctrina tradicional del judaísmo y lo
predicado por los nazarenos eran mutuamente incluyentes. No cabía compromiso
entre ambos aunque los segundos siguieran asistiendo a las sinagogas.
10b. “Yo encerré en cárceles a muchos de los
santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los
mataron, yo di mi voto.”
Armado de los poderes
que le habían otorgado las autoridades del templo (que en asuntos de religión
los romanos reconocían) él hacía meter en la cárcel a muchos de los partidarios
de esta execrable herejía, (notemos que Pablo, ya convertido, los llama
“santos” a los creyentes en Jesús). La frase “cuando los mataron, yo di mi voto” puede referirse a la muerte de
Esteban, aunque no es seguro. Podría tratarse de otros nazarenos que fueron
juzgados en las sinagogas, cuyos directivos podían constituir un tribunal menor,
y en cuyos casos él hubiera podido votar, casos que, sin embargo, el libro de
Lucas no registra.
11. “Y muchas veces, castigándolos en todas las
sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los
perseguí hasta en las ciudades extranjeras.”
Ya capítulos atrás el
libro describe cómo “Saulo asolaba la
iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los
entregaba en la cárcel.” (8:3; véase Gal 1:13). En 1 Tm 1:13 Pablo dice que
lo hacía por ignorancia.
Donde dice “les forcé a blasfemar” el texto debería
correctamente decir que “trataba de hacerlos blasfemar” pues en el original el
verbo figura en tiempo perfecto. Es sabido que el testimonio de una carta que
Plinio, el joven, gobernador en Bitinia, dirige al emperador Trajano, que era
imposible hacer que los que son realmente cristianos blasfemen del nombre de
Cristo, aun torturándolos. Esa prueba era usada precisamente para identificar
durante las persecuciones a los que realmente lo eran, y no inculpar a los que
habían sido falsamente usados de serlo.
Saulo afirma que no
limitaba sus acciones a la ciudad de Jerusalén, sino que lo hacía también en
las ciudades vecinas, como él da testimonio en Hch 22:4,5.
Nota: Nótese que todos los escritores del Nuevo Testamento
mencionan a las doce tribus como a una realidad de su tiempo, en particular St
1:1, o Lucas 2:36 al hablar de Ana, la profetisa de la tribu d Aser. Pablo
mismo en Flp 3:5 dice que él era de la tribu de Benjamín. Ninguno de ellos sabe
algo acerca de la ficción de las 10 tribus perdidas de Israel.
Amado lector:
Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt
16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la
presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados
haciendo una sencilla oración:
“Jesús, tú
viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#975 (14.05.17).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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