LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA
GENEROSIDAD II
¿Quieres
probarle a Dios que lo amas realmente? Da al necesitado. Eso es lo que nos dice
1ª Juan 3:17 y 18: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener
necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?”. Claro,
¿cómo puede tener amor de Dios en su corazón el que ve a un necesitado y no le
da nada? El amor, si es verdadero, debe impulsarle a dar. El apóstol concluye: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de
lengua,” que es un amor falso, mentiroso, una apariencia
de amor, “sino
en hechos y en verdad”.
El amor verdadero se traduce en actos, sobre todo en actos de
generosidad. Si lo hacemos así Dios sabrá que le amamos realmente, porque si le
amamos a Él, dice Juan, amaremos también a aquellos a quienes llama hijos.
¿Puede uno amar a una pareja de esposos y no amar a sus hijos? Si amamos a los
padres amaremos a sus hijos. De igual manera, si amamos a Dios, amaremos también
a los hijos de Dios, amaremos a sus criaturas.
Santiago lo pone en términos ligeramente diferentes: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno
dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o
una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y
alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais
las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (St 2:14-16) ¿Van a comer tus palabras?
¿Son acaso tus palabras pan como las palabras de Dios? “Así también la fe si no tiene obras está
muerta en sí misma.” (v. 17) Santiago vincula aquí la
realidad de la fe con el compartir, con la generosidad. El dar es no solamente
prueba de amor, sino también de fe.
En otro lugar, hablando del diezmo, Dios nos dice algo extraordinario:
“Probadme ahora en esto… si no os abriré
las ventanas de los cielos.” (Mal 3:10) Ya no solamente le probamos, sino que
Él nos pide que lo pongamos a prueba. Prueba a ver si mi palabra es verdadera. Si
eres generoso, da, a ver si yo no te voy a dar en abundancia mucho más de lo
que tú me das.
Nosotros probamos lo que somos dando, y Dios nos prueba su amor y su
fidelidad, dándonos. Nosotros podemos descansar mucho más en la generosidad de
Dios que en nuestra habilidad, que en nuestro talento, Él siempre nos dará lo
necesario, si actuamos como actúa Él, dando de lo nuestro. Como dije al
comienzo, el que es generoso en lo poco, será generoso en lo mucho, y Dios lo
va a prosperar para que pueda seguir dando. Dios tiene un especial cuidado del
generoso. Él no hace acepción de personas, es cierto, pero su palabra se
cumple.
Entonces no seamos tacaños, no solamente con el dinero. Los padres,
dicho sea de paso, tienen algo muy valioso que regalarles a sus hijos, algo que
no cuesta nada. ¿Saben qué es? Tiempo, su tiempo. Nada aprecian más los niños
que el tiempo que sus padres pasan con ellos. La madre especialmente. El amor
que liga al hijo, o a la hija, con su madre es el tiempo y el cuidado que la
madre le regala y le dedica.
Dice así el comienzo del Salmo 41: “Bienaventurado el que piensa en el
pobre.” (El
que tiene en cuenta, o se preocupa por el pobre) “En el día malo lo librará Jehová. Jehová
lo guardará y le dará vida; será bienaventurado en la tierra, y no lo entregará
a la voluntad de sus enemigos. Jehová lo sustentará sobre el lecho del dolor;
mullirá toda su cama en su enfermedad.” (Vers.
1-3)
¡Cuántas promesas para el generoso, para el que da! Él se va a ocupar
de ti, Él va a ser tu enfermero, si acaso necesitas cuidado; o si acaso
enfermas, o pasas por un mal momento, Él se acordará de ti, te alargará la mano
en el instante preciso en el que lo necesites. Serás bienaventurado en la
tierra durante los años de vida que Dios te dé.
En cierta manera el que da al pobre asegura su futuro. El Salmo 112:5
dice: “El hombre de bien tiene
misericordia y presta;” al que pueda necesitar ayuda, y perdona la deuda si
es necesario. Luego en el vers. 9 dice: “Reparte,
da a los pobres; su justicia permanece para siempre.” ¿De qué justicia
habla ahí? En el sentido del Antiguo Testamento, de sus acciones, de la bondad
y justicia de sus actos, porque el bien que hizo permanecerá para siempre en la
memoria de Dios.
En la epístola a los Gálatas
6:6-10, Pablo nos dice algo semejante: “El
que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo
instruye. No os engañéis; Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará” (tú recibes aquello que das). “Porque el que siembra para su carne, de la
carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu
segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo
segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad (y Dios
nos va a ir dando esas oportunidades a lo largo de la vida), hagamos bien a todos (es decir sin
restricciones), y mayormente a los de la
familia de la fe.” (que somos nosotros, porque nosotros somos una familia).
Así que abre tu mano con generosidad y Dios será generoso contigo.
En 2ª Corintios Pablo habla bastante de esto. Parece que él estuviera
comentando alguno de los versículos de Proverbios que hemos mencionado antes,
así como el salmo 112 que él cita concretamente. 2ªCorintios 9:6 comienza
diciendo: “Pero esto digo”, es decir,
tengan esto bien en cuenta, noten lo que voy a decir: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que
siembra generosamente, generosamente también segará.”
Jesús lo dijo de otra manera: “Según
la medida que uses, serás tú a su vez medido.” (Lc 6:38b) Si usas una
medida grande para dar, Dios usará también una medida ancha, grande, profunda,
para darte a ti. Si usas una medida pequeña, tú recibirás tu pequeña cuota de
la generosidad divina. Si tú eres abundantemente generoso, Dios será
abundantemente generoso contigo; porque la cosecha es según lo que se siembra.
El agricultor que siembra poco, que fuera tacaño con la tierra, tacaño con la
semilla y que sembrara poco maíz ¿va a tener una cosecha abundante de maíz? La
cosecha que reciba y vea brotar de la tierra será en función de la abundancia
de la semilla.
Y luego sigue diciendo Pablo en el versículo siguiente: “Cada uno dé como propuso en su corazón; no
con tristeza, ni por necesidad (es decir, no obligado), porque Dios ama al dador alegre.” (2Cor
9:7) Bueno, Dios ama a todos, pero ama más, se complace más, en el dador
alegre. Así que si das, da con alegría. A veces no es fácil, a veces nos cuesta
dar, sobre todo cuando sentimos que el Señor quiere que demos algo nuestro, ya
no dinero, sino algo que uno, sea mujer, u hombre necesita. De repente es un
abrigo, de repente es una chompa, de repente es un par de zapatos.
Hace tiempo, cuando vivía en una calle muy concurrida, venía a tocar
la puerta de mi casa un mendigo, un viejo pesado, insistente y desagradable, que
te hacía sentir culpable de su pobreza. Venía con unos zapatos viejísimos y destartalados.
Se quejaba: Mire los zapatos que tengo, señor. Y me insistía para que le
comprara unos nuevos. Con tanto lagrimear me dio pena el hombre. Así que tomé unos
zapatos nuevos que había traído de un viaje, que eran sumamente cómodos, y en
un arranque de generosidad, se los dí mis lindos zapatos elegantes. Cuando a la
semana siguiente regresó le miré los pies, y vi que no llevaba puestos los
zapatos que le había regalado. Le pregunté: ¿Y mis zapatos? Los vendí, me dijo.
¡Qué cólera! Me desprendí de ellos para que los usara, no para que los
vendiera. Pero él me dijo: ¿Yo para qué quiero esos zapatos finos? Y se compró
unos zapatos viejos, usados. Fíjense, a veces las personas prefieren lo que
está en mal estado, a lo que está bien.
Después tuve que arrepentirme de haberme arrepentido de ser generoso,
de haberme molestado porque vendió mis zapatos en vez de usarlos, ya que sin
querer me estaba robando a mí mismo la bendición de haber sido generoso.
A veces nos cuesta más dar los objetos o prendas que usamos, porque
estamos acostumbrados a ellos, que los que ya no usamos, aunque sean de mayor
valor. La costumbre los hace valiosos para nosotros y nos cuesta desprendernos
de ellos. Pero Dios seguramente lo tendrá en cuenta. Si somos generosos con
esas cosas, Dios también lo será por su lado.
Pero ahí se nos dice también, que demos alegremente, porque Dios es un
dador alegre. ¿O será de repente que cuando Dios nos da algo Él se dice a sí
mismo: Cómo me cuesta darle esto a éste? ¿Ustedes los creen? Al contrario. Él nos
da siempre con un ánimo generoso, gozoso de hacernos el bien. Luego sigue
diciendo Pablo: “Y poderoso es Dios para
hacer que abunde en vosotros toda gracia (y esto es muy importante), a fin de que, teniendo siempre en todas las
cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra.” Así que si tú
eres un dador alegre y das oportunamente, Dios va a pensar de ti que eres un
buen mayordomo, al que le puede encargar el reparto de sus bienes. Así que le
voy a dar más, se dirá, para que pueda dar más.
Enseguida cita Pablo el salmo que ya he mencionado: “Como está escrito: Repartió, dio a los
pobres; su justicia permanece para siempre.” Y en seguida dice: “Y el que da semilla (que no es otro
sino Dios) al que siembra (habla de
bienes espirituales), y pan al que come
(porque todo viene de Él), proveerá y
multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia
(es decir de vuestras buenas obras), para
que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad (que es un sinónimo
de generosidad), la cual produce por
medio de nosotros acción de gracias a Dios.” (v. 10,11) Así que si tú
provees para las necesidades de otros, Dios proveerá a las tuyas, y te dará más
para que sigas proveyendo a las necesidades ajenas y, de paso, te ganes alguito
o algaso, es decir, que tú tengas tu parte en la generosidad de Dios. No
cerremos la mano al pobre, porque si lo hacemos es a Jesús a quien se la
cerramos (Mt 25: 41-45).
Vamos a Deuteronomio 15:7,8: “Cuando haya en medio de ti menesteroso
de alguno de tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que Jehová tu
Dios te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre,
sino abrirás a él tu mano liberalmente, y en efecto le prestarás lo que
necesite.” Le
darás lo que necesite, le prestarás; no estarás pensando en lo que dice a
continuación, si te va a devolver o no, o si tú pierdes al darle. Y continúa: “Guárdate de tener en tu corazón pensamiento
perverso, diciendo: Cerca está el año séptimo, el de la remisión (el año en
que las deudas, lo que uno había dado en garantía, era devuelto automáticamente
al que lo había dado y la deuda se perdonaba), y mires con malos ojos a tu hermano menesteroso para no darle; porque
él podrá clamar contra ti al Señor, y se te contará por pecado.” (v. 8).
Ustedes saben muy bien que Dios escucha la oración del pobre, y
escuchará su clamor contra ti (Jb 34:28; Sal 9:12). Después quizá te quejes:
Señor ¿por qué no me bendices? ¿No sabes la razón? Por tu tacañería Dios no
puede bendecirte. Nuestra tacañería borra con una mano lo que hacemos de bueno con
la otra; así que no seamos tacaños, seamos generosos y Dios nos bendecirá.
Vale la pena preguntarse, ¿por qué dijo una vez Jesús: “Pobres tendréis siempre con vosotros”? (Mt
26:11) Eso suena casi a maldición. ¿Por qué va haber siempre pobres con nosotros?
Yo creo por tres razones: Una, para probar nuestro corazón. Es una ocasión para
que nuestro corazón, nuestra generosidad, (que, como hemos visto, es una
manifestación de nuestro amor a Dios en última instancia) sea probada. En
segundo lugar, para que tengamos ocasión de practicar la generosidad. Es la
manera como nos entrena Dios a dar, para que nos cueste menos al momento de hacerlo,
pues con la práctica las cosas se hacen más fáciles. Y tercero, es una ocasión
que Dios te da para poder bendecirte, porque Él tiene especial cuidado de los
pobres, y tú estás haciendo la función de representante suyo cuando atiendes a
las necesidades del menesteroso. De manera que hay muchas razones, no
acabaríamos de mencionarlas todas, por las cuales debemos ser generosos.
En el Antiguo Testamento la forma como el pueblo manifestaba su amor y
su temor a Dios era el olor suave de los sacrificios. Pero en la nueva
dispensación, ¿qué clase de sacrificios le damos nosotros a Dios? ¿Cuál es el
sacrificio que a Dios le agrada? En Hebreos 13 se habla de dos formas de
sacrificios que podemos ofrecer a Dios. El vers.15 dice: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de
alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre.” Eso es lo que
hacen ustedes cada vez que se reúnen en el templo; le cantan con sus labios, le
adoran. Pueden hacerlo también a solas en sus casas cantando y alabando
simplemente. Luego sigue: “y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales
sacrificios se agrada Dios.” Y
Dios, que no es deudor de nadie, nos lo pagará abundantemente.
¿Y qué sucede si en lugar de dar retenemos nuestra limosna al
necesitado? En primer lugar, nos perdemos la recompensa eterna. Y en segundo, nos
perdemos lo que Dios en su generosidad quería darnos si dábamos.
Amado lector: Jesús dijo: "¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de
que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a
pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en
la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte."
#970 (09.04.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde
M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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