jueves, 28 de junio de 2018

ARRESTO DE PABLO EN EL TEMPLO II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ARRESTO DE PABLO EN EL TEMPLO II
Un Comentario de Hechos 21:26-36
Pablo accedió a la bien intencionada propuesta de Santiago y los ancianos de la iglesia de acompañar a los cuatro hombres que debían cumplir un voto de purificación en el templo,  para dejar en claro ante la multitud que él andaba ordenadamente cumpliendo la ley de Moisés, y desvirtuar de esa manera las acusaciones mal intencionadas que se le hacían en sentido contrario.
26. “Entonces Pablo tomó consigo a aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose purificado con ellos, entró en el templo, para anunciar el cumplimiento de los días de la purificación, cuando había de presentarse la ofrenda por cada uno de ellos.”
Pablo se reunió entonces con esos hombres a quienes no conocía, y podemos suponer que se pondría a orar con ellos pidiendo perdón por sus pecados, y pidiendo a Dios que les concediera el motivo, o la petición, por la cual habían hecho voto de consagración.
Al día siguiente juntos se sumergirían en el pequeño estanque de purificación que había en el templo y en el cual se bañaban todos los que querían ofrecer sacrificios en el altar; hecho lo cual debían presentarse al sacerdote encargado de recibir ese día a los que tenían ofrendas o sacrificios que presentar al templo, y le informarían del próximo cumplimiento de los días de purificación. No tenemos información de fuente cristiana acerca de los detalles del rito de culminación del voto de nazareato, e ignoro si el Talmud consigna información al respecto.
¿Fue sabia la decisión de Pablo de seguir el consejo de Santiago y los ancianos? Lo menos que se puede decir es que fue imprudente, pues se recordará que, años atrás, él había tenido que huir de la ciudad pues los judíos griegos querían matarlo (Hch 9:29,30). De otro lado, por lo que sabemos, ninguno de los creyentes judíos que había en la ciudad asumió su defensa cuando fue acusado ante la multitud de profanar el templo. Pero el hecho es que, aunque bien intencionado, haber dado este paso le trajo pronto gravísimas consecuencias que cambiaron el rumbo de su ministerio y alteraron sus planes. ¿Podemos dudar, sin embargo, de que a través de todo ello, la mano de Dios seguía estando sobre él, protegiéndolo y conduciéndolo para cumplir el propósito para el cual él había sido llamado? En todo caso, el hecho es que en este punto empezaron las tribulaciones que Agabo había anunciado que Pablo enfrentaría en Jerusalén (Hch 21:10,11). 
27, 28. “Pero cuando estaban para cumplirse los siete días, unos judíos de Asia, al verlo en el templo, alborotaron a toda la multitud y le echaron mano, dando voces: ¡Varones israelitas, ayudad! Éste es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, la ley y este lugar; y además de esto, ha metido a griegos en el templo, y ha profanado este santo lugar.”
Para mala suerte de Pablo con él coincidieron en el templo –en el llamado atrio de Israel, al cual podían entrar todos los varones israelitas, aunque no fueran sacerdotes o levitas, pero no los gentiles- unos judíos de la provincia de Asia, de esos que sabemos que se la tenían jurada a Pablo. Ellos, al verlo, se abalanzaron sobre él, y comenzaron a gritar a la multitud que se encontraba en ese momento en el templo, y que debe haber sido numerosa, porque se estaba celebrando la Fiesta de las Semanas, o Pentecostés (Shavuot), que convocaba a mucha gente: ¡Vengan, vengan! Y lanzaron contra él la terrible acusación de que él enseñaba a los judíos de la diáspora a abandonar la ley de Moisés y las costumbres ancestrales.
Ya hemos visto en el artículo anterior que esta acusación era falsa. Lo que Pablo enseñaba era que los gentiles que se convertían a Cristo no tenían necesidad de guardar la ley de Moisés, como sostenían los judaizantes. Es decir, no tenían necesidad de circuncidarse y hacerse judíos. Pero él no enseñaba a los judíos convertidos que abandonaran la ley de Moisés con sus normas y sus prácticas.
Para agravar las cosas, lo acusaron de haber profanado el templo introduciendo en el atrio de Israel a griegos (Nota 1), es decir, a no judíos, cuyo acceso a ese recinto interior les estaba estrictamente prohibido.
Para comprender la gravedad de esas acusaciones debe tenerse en cuenta que en las entradas de ese atrio había trece estelas, o placas de piedra, que llevaban grabada la siguiente advertencia en griego o en latín: “Ningún gentil puede entrar en la balaustrada y en el recinto que rodea el santuario. Quien quiera que sea sorprendido violando esta disposición será responsable de su propia muerte”.
Según el historiador Josefo los romanos habían concedido a los judíos el derecho de condenar a muerte por esta profanación aun a los que fueran ciudadanos romanos. Es decir, les permitían pasar por encima de la protección automática que el imperio otorgaba a sus ciudadanos.
Es muy interesante constatar este sentido de separación como pueblo elegido que tenían los judíos, una separación que implicaba un sentimiento de superioridad. Es posible que Pablo se refiriera a esa barrera de separación cuando escribió en Efesios: “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación” (2:14). Cristo, en efecto, sostiene Pablo, hace de todos los pueblos uno solo, borrando todas las barreras de separación, o de diferencia, así como igualmente borra las diferencias entre judío y griego, esclavo y libre, varón y mujer (Gal 3:28), incorporando a todos los que creen en Él, sin distinción ni discriminación alguna, en el Israel de Dios (Gal 6:16).
29. “Porque antes habían visto con él en la ciudad a Trófimo, de Éfeso, a quien pensaban que Pablo había metido en el templo.”
El motivo de su acusación era obviamente un malentendido nada inocente, porque el que odia está dispuesto a ver pecados donde no lo hay. Ellos habían visto a su conocido, al griego Trófimo (2), con Pablo en la ciudad, y dedujeron equivocadamente que Pablo lo había llevado consigo al interior del templo con los cuatro nazareos que cumplían el rito de purificación.
30. “Así que toda la ciudad se conmovió, y se agolpó el pueblo; y apoderándose de Pablo, lo arrastraron fuera del templo, e inmediatamente cerraron las puertas.”
Al escuchar los gritos de los acusadores de Pablo una marea de agitación se extendió por la ciudad llena de peregrinos, que acudieron presurosos al templo. La multitud cogió a Pablo y lo arrastró fuera del atrio de Israel, donde no podían matarlo, e inmediatamente cerraron todas las puertas de acceso para impedir que ningún gentil intruso pudiera profanarlo con su presencia, o que Pablo, escabulléndose, pudiera refugiarse ahí.
31, 32. “Y procurando ellos matarlo, se le avisó al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén estaba alborotada. Éste, tomando luego soldados y centuriones, corrió a ellos. Y cuando ellos vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo.”
Los que han leído los capítulos 6 y 7 de este libro recordarán cómo, años atrás, la multitud exaltada y llena de odio se apoderó del diácono Esteban, porque predicaba a Cristo en el templo, y llevándolo fuera de la ciudad, lo mataron apedreándolo, mientras que Pablo, que era entonces un joven fariseo, guardaba las ropas de los que apedreaban, y aprobaba lo que ellos hacían (Hch 7:58-60).
Es curioso que ahora Pablo se encuentre en una situación semejante y, en el mismo lugar: la multitud amenazaba lincharlo. Felizmente alguien avisó al tribuno que comandaba una cohorte de soldados que estaban estacionados en la torre Antonia, que se elevaba a un lado del templo, (3), y él acudió presuroso con los gendarmes que tenía a sus órdenes. Éstos no serían pocos, sino quizá unos 200 o más, porque el texto dice que lo acompañaron centuriones que, podemos pensar, serían por lo menos dos, teniendo cada uno a sus órdenes cien hombres.
Al verlos, la multitud cesó de golpear a Pablo por temor de que pudieran ser acusados de matar a un hombre sin previo juicio.
33-36. “Entonces, llegando el tribuno, lo prendió y lo mandó atar con dos cadenas, y preguntó quién era y qué había hecho. Pero entre la multitud, unos gritaban una cosa, y otros otra; y como no podía entender nada de cierto a causa del alboroto, lo mandó llevar a la fortaleza. Al llegar a las gradas, aconteció que era llevado en peso por los soldados a causa de la violencia de la multitud; porque la muchedumbre del pueblo venía detrás, gritando: ¡Muera!”
El tribuno mandó enmarrocar a Pablo con dos cadenas y trató de averiguar en la multitud quién era este sujeto, y qué era lo que había hecho que justificara la furia desatada contra él.
Pero dado lo exaltado de la gente, en la que unos decían una cosa, y otros, otra, le fue imposible llegar a una conclusión razonable acerca de la ofensa cometida por el prisionero. De modo que ordenó llevarlo a la fortaleza, tarea nada fácil porque la gente se agolpaba y quería arrancar a Pablo de manos de los soldados. Entonces no les quedó otro recurso a éstos que cargar a Pablo sobre sus hombros para protegerlo de los exaltados, e introducirlo en la torre sano y salvo, mientras que la masa furiosa pedía a gritos que Pablo fuese muerto. Él los había herido en lo más profundo de sus sentimientos religiosos y patrióticos al introducir, como pensaban, a un extranjero impuro en el lugar santo que veneraban. Notemos, de paso,  cómo la multitud exaltada pedía la muerte de Pablo, así como años atrás había pedido la muerte de Jesús (Mt 27:22,23).

Notas: 1. Herodes el Grande hizo demoler la mayor parte del templo construido por Zorobabel en el siglo VI, para construir, a partir del año 19 AC, uno nuevo cuya grandiosidad asombrara al mundo y, en efecto, logró su propósito, pues el templo de Jerusalén llegó a ser considerado una de las maravillas del mundo.
Consistía en un cuadrilátero semitrapezoidal, en cuya esquina noroeste estaba la fortaleza llamada la Torre Antonia. En el lado este, de 370 m. de largo, según datos proporcionados por Ernesto Trenchard (Comentario a los Hechos de los Apóstoles) –basados, a su vez, en la descripción del templo hecha por Josefo- estaba el Pórtico de Salomón, con su doble columnata de mármol, donde con frecuencia Jesús enseñaba (Jn 10:23), y donde los apóstoles solían reunirse con frecuencia para orar (Hch 5:12). En el lado sur, de 280 m. de largo, estaba el Pórtico Real, aun más lujoso que el anterior. La enorme explanada interior estaba ocupada por el Atrio de los Gentiles, adonde acudía muchísima gente, y que en un momento dado estuvo ocupado por los mercaderes y cambistas que fueron expulsados por Jesús (Mt 21:12,13). Hacia el lado norte estaba el tabernáculo propiamente dicho, de forma rectangular, que estaba orientado de este a oeste, y cuyos lados medían respectivamente 250 m. y 115 m. Al Atrio de las Mujeres se ingresaba por la puerta llamada La Hermosa, o de Nicanor (porque fue donada por un judío rico de Alejandría que se llamaba así), a la que se accedía por una escalinata de 14 escalones. Otra escalinata de 15 escalones semicirculares permitía subir al Atrio de Israel, que circundaba al Atrio de los Sacerdotes, y donde estaba el Santuario con el altar de los sacrificios, el Lugar Santo y el Lugar Santísimo. El templo estaba constituido pues por plataformas sucesivas cada vez más altas. Las paredes del Santuario estaban cubiertas de planchas de mármol blanco y oro, cuyo fulgor al reflejar la luz del sol cegaba la vista.
Sin embargo, no podemos dejar de notar que Herodes el Grande había reconstruido el templo de Jerusalén, no para la gloria de Dios, sino para la suya propia, y para ganarse la buena voluntad de los judíos, que objetaban que él fuera idumeo y no israelita. Por su lado, los sacerdotes que en él oficiaban estaban ciegos a la acción de Dios, pensando más en su propio beneficio que en dar la gloria debida a su Creador.
2. Trófimo era un cristiano gentil de Éfeso, que se unió a Pablo después del alboroto en esa ciudad, y lo acompañó en su viaje a Macedonia y Grecia. Cuando Pablo decidió ir a Siria, Trófimo y Tíquico se le adelantaron y lo esperaron en Troas (Hch 20:4,5). Él era posiblemente uno de los delegados de las iglesias de Asia escogidos para llevar la colecta para los santos de Jerusalén, que Pablo había juntado (1Cor 16:3,4), y por eso andaba con él. En 2Tm 4:20 –que es posiblemente la última carta escrita por Pablo- él dice que dejó a Trófimo enfermo en Mileto. No se tiene otras noticias de él.
3. La Torre Antonia era una fortaleza reconstruida por Herodes el Grande, sobre la antigua torre Baris de los Macabeos. Estaba situada en la esquina noroeste del templo. En ella se alojaba la guarnición romana y, a la vez, servía de residencia al procurador cuando se encontraba en Jerusalén.

Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#960 (29.01.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

1 comentario:

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