viernes, 27 de octubre de 2017

EL DESEO DE LOS JUSTOS ES SOLAMENTE EL BIEN

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL DESEO DE LOS JUSTOS ES SOLAMENTE EL BIEN
Un Comentario de Proverbios 11:23-26
23. “El deseo de los justos es solamente el bien; mas la esperanza de los impíos es el enojo.”
En este proverbio el deseo y la esperanza están contrastados. ¿En qué forma están ambos conectados? En que el deseo, una vez concebido en el alma, se convierte en esperanza de alcanzar lo deseado. Parafraseando a un autor del pasado diríamos que los deseos son las alas del alma que la llevan hacia aquello que ama, y no descansará hasta que lo consiga.
Los deseos del justo sólo pueden ser buenos porque todo su ser está orientado hacia el bien, y es Dios quien los inspira (Sal 37:4). El justo sólo desea el bien para otros, y no se resiente de lo que otros y no él recibe, porque sabe que en todo Dios es justo. Él no desea el mal a nadie, ni siquiera a sus enemigos. Si un pensamiento malo le cruza la mente inmediatamente lo aleja de sí, mientras que con el impío sucede lo contrario. Él se deleita en pensar y desear el mal para otros, sin saber que al desear el mal, lo atrae a sí, y que puede sobrevenirle lo que él deseó para otros.
Como desea sólo el bien, el justo puede decir que el Señor es la porción de la herencia que le ha tocado, y que, en verdad, es más deleitosa que ninguna otra, y que nada se compara con ella. Por eso el salmista exclamó: “El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa… Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos (1) y es hermosa la heredad que me ha tocado.” (Sal 16:5,6; cf Sal 73:25).
El desear sólo el bien trae consigo una gran recompensa: poseer y ser poseído por Dios, de modo que sólo se viva para Él (Rm 14:8).
En cambio, la esperanza (algunas versiones dicen la expectativa) del impío es enojo, esto es, disgusto, molestia, fastidio, porque al oponerse siempre a los planes y deseos de Dios, eso es lo que recibe.
Hay un episodio en el libro de Números que ilustra muy bien el mensaje de este proverbio. Durante su marcha por el desierto llegó un momento en que el pueblo hebreo se hartó de comer sólo el maná que caía del cielo cada mañana, y deseó comer carne. Entonces se quejaron a Dios de mala manera, diciendo que mejor les iba cuando vivían como esclavos en Egipto y podían comer de todo (Nm 11:4-6). En respuesta a su queja malagradecida Dios les dijo que puesto que tanto la deseaban ellos comerían carne hasta hartarse (11:18-20). Mandó entonces Dios un viento que trajo codornices del mar en gran número. No bien había comenzado el pueblo a comerlas cuando vino sobre ellos una plaga que causó la muerte de muchísimos de ellos (11:31-33; cf Sal 105:40).
No obstante, F. Delitzsch sugiere que la palabra hebrea ebra debe traducirse no como “enojo”, como hace nuestra versión, sino como “presunción”, de modo que mientras que el deseo de los justos es sólo el bien, la esperanza de los impíos está basada en las sugerencias de su presunción y es, por tanto, vano auto engaño.
            El versículo entero puede también interpretarse en el sentido de las consecuencias: el justo cosechará el bien como fruto de sus aspiraciones, mientras que la recompensa que el impío espera se frustrará, porque incluso cuando trata de hacer el bien, no lo hace rectamente.
Los tres proverbios siguientes (11:24,25,26) contraponen la generosidad con el egoísmo. El que reparte generosamente (v. 24) es el que se inspira en el carácter de Dios, que es generoso por naturaleza, y se goza en bendecir a sus criaturas. El que sacia las necesidades ajenas (v. 25) –que pueden ser muchas y de diversa índole- verá que las suyas son saciadas por canales de provisión inesperados.
Hay algunos que en su egoísmo todo lo quieren para sí y se apropian de lo que no es suyo –como podría ser de la calle o de la vereda, que son lugares públicos- pero cuya codicia suscita el rechazo de sus vecinos y, por último, de la sociedad entera. Todo lo quieren para sí, pero nadie los quiere tener por amigos. Terminan aislados de todos.
Nosotros vemos con frecuencia que el dadivoso es amado por todos, mientras que el tacaño es odiado. La razón es clara: el primero hace felices a muchos; el segundo es causa de mucho sufrimiento ajeno.
24. “Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza.”
Jesús pudo haberse inspirado en este versículo al decir: “Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosante darán en vuestro regazo.” (Lc.6:38)
            Ser generoso es buen negocio; y malo ser tacaño, porque el amarrete, aunque sea rico, vive como pobre.
            El que reparte participa del espíritu de Dios que es generoso en distribuir sus bendiciones, y en hacer prosperar a los justos (Dt 28:1-14), y por eso cuanto más da, más tiene. La semilla que siembra en los campos de la vida haciendo el bien, le produce un retorno generoso con el cual él llena sus graneros (Gal 6:9). Como se dice en 2Cor 9:6: “El que siembra generosamente, generosamente también segará.”
            El que honra al Señor con sus bienes recibirá con seguridad una cosecha abundante (Pr 3:9,10), pero también el que da a los pobres, porque Dios cuida de ellos (19:17).
            Hay quienes desperdician sus recursos en forma descuidada, y en pecado, amando el deleite, como el hijo pródigo (Lc 15:13,14). El fruto que cosechen será pobreza y necesidad (Pr 21:17).
            El que predica la palabra de Dios y la dispersa por el mundo generosamente, hallará que su conocimiento y entendimiento (que no son lo mismo) espiritual aumentará en la medida en que otros participan de él. En cambio, el que no comparte lo que sabe, pretendiendo reservarlo para sí y obtener una ganancia con lo que recibió por gracia, experimentará una pérdida.
            En el campo de la economía de Dios parece que rigiera una ley paradójica: El que reparte con generosidad verá que sus recursos no disminuyen sino, al contrario, aumentan; mientras que el que retiene para sí todo lo que puede, en lugar de enriquecerse como espera, empobrece. Un epitafio antiguo ilustra lo dicho: “Lo que gastamos, teníamos; lo que ahorramos, lo perdimos; lo que dimos, eso tenemos.”
            El principio enunciado por este proverbio tiene una aplicación práctica en el campo de los impuestos sobre las ventas que retienen las autoridades porque, cuando son excesivos, ahogan la actividad económica y el país empobrece.
            ¿Quién es el que retiene más de lo debido? El que no paga el precio justo por lo que compra, o el que vende usando una pesa falsa (Pr 11:1), o el que niega su ayuda al necesitado pudiendo darla. De esa clase de personas ha dicho el profeta: “Pues así ha dicho el Señor de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos. Sembráis mucho y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis…” (Hag 1:5,6). (2)
25. “El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.”
El original hebreo dice: “el alma de bendición.” Podríamos comentar: el alma que bendice, será a su vez bendecida. Este proverbio de paralelismo sinónimo es un comentario, o elaboración, de la primera línea del proverbio anterior, y confirma el mensaje de Pr 11:17.
            Isaías contiene una promesa maravillosa para el que parte su pan con el hambriento, y alberga en su casa a los pobres errantes, y cubre además la desnudez de su hermano: “Entonces nacerá tu luz como la aurora, y tu salvación se dejará ver pronto, e irá tu justicia delante de ti, y la gloria del Señor será tu retaguardia.” (58:8).  Ya desde el Sinaí Moisés conminó al pueblo a ser generoso (Ex 22:25-27; Lv 25:35-37).
            En una de sus homilías Juan Crisóstomo cita algunos proverbios orientales sobre la mayordomía del dinero que contienen interesantes enseñanzas: “Las riquezas del bueno son como el agua vertida en un campo de arroz.” “Los buenos, como las nubes, reciben sólo para dar.” “Los ríos no beben su propia agua, ni los árboles comen sus propios frutos.”
            En la New King James Version se lee: “El que riega a otros, será también regado.” El que lleva a otros el agua de la palabra (Ef 5:26) será abundantemente bendecido porque “de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn 7:38). Regar los campos de la viña del Señor es parte del trabajo del ministro del Evangelio, en el cual a cada uno le toca una parte asignada por Dios, tal como escribió Pablo: “Yo planté, Apolos regó…” (1Cor 3:6). Los que lleven a cabo el trabajo de esparcir y cultivar la buena semilla en otros serán a su vez refrescados, confortados, y recompensados generosamente por Dios. Como dice el Targum judío: “El que enseña, él también aprenderá.” El Espíritu Santo será su maestro.
26. “Al que acapara el grano, el pueblo lo maldecirá; pero bendición será sobre la cabeza del que lo vende.”

Este proverbio nos muestra que ya en esos tiempos antiguos había especuladores que aprovechaban la escasez de trigo, o de otros cereales, para enriquecerse, comprando a los campesinos sus cosechas a bajo precio, y reteniéndolas para crear de esa manera una escasez artificial que hacía elevar los precios. Es un principio básico de la economía que cuando la oferta es escasa, la demanda hace que los precios suban.
Como es natural, los que seguían esa política eran odiados por el pueblo (como lo son también ahora) porque explotaban el hambre; mientras que los que obraban de manera contraria, es decir, vendían, eran amados.
En el libro del Génesis tenemos el claro ejemplo de lo segundo en José, que sugirió al faraón que se reservara en depósitos apropiados la quinta parte de la cosecha que se recogiera durante los siete años de abundancia anunciados, para poder vender el trigo almacenado durante los siete años en que las cosechas serían escasas, de modo que no hubiera hambre. Y él mismo, por su sabiduría, fue encargado de llevar a cabo esa política prudente (Gn 41:34-36; 46-49).
Notemos que dice que hay bendición no sobre el que regala el grano, sino sobre el que lo vende, porque es normal que el comerciante tenga una ganancia razonable. Pero el acaparador quiere maximizar su beneficio a todo costo, sin importarle el sacrificio que su actitud impone a otros. El profeta Amós denunció severamente esa política, mencionando de paso a los que achican la medida, suben los precios y falsean la balanzas (8:4-6).
Ch. Bridges señala que la maldición viene del pueblo, pero que la bendición viene de arriba. Y agrega que al que subordina su propio interés al bien común, le vendrán bendiciones sobre su cabeza (Pr 10:6).
¿Pero es el clamor por el pan de vida tan grande como el clamor por el pan que perece? Si el que retiene el segundo es maldito, con mucho mayor motivo debe serlo el que retiene el primero. Y si vienen bendiciones sobre el que vende el grano material ¡con cuánto mayor motivo debe haberlas sobre el que reparte generosamente el grano que da vida al espíritu! Imitando a Isaías proclamaremos: “¡Venid y comprad ese pan sin dinero y sin precio!” (cf 55:1).
¡Cuánto daño hacen los que retienen las palabras que pueden dar vida a los que están muertos en sus delitos y pecados! (Ef 2:5) Con su silencio condenan a muchos al fuego eterno, que podrían ser salvos si se les predicara y nacieran de nuevo. No seamos nosotros de ellos, sino repartamos generosamente en torno nuestro la palabra de vida que hemos recibido.
Notas: 1. Estas palabras son una alusión al método que se empleaba entonces, mediante cuerdas o cordeles, para marcar el límite de las tierras cuando se repartían.
2. Es cierto que esas palabras fueron pronunciadas en una situación diferente –el desgano del pueblo para empezar la reconstrucción del templo de Jerusalén después del retorno del exilio- pero también son aplicables al descuido en hacer lo que sabemos que Dios espera de nosotros.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#951 (13.11.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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