LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA PARÁBOLA DE LAS DIEZ VÍRGENES II
Un Comentario de Mateo 25:1-13
A
las citas de tres comentaristas famosos, presentadas en el artículo anterior
sobre la Parábola de las Diez Vírgenes- quisiera añadir a continuación, por
considerarlas de mucho interés, las observaciones de otros comentaristas
pasados y recientes.
Matthew
Henry (“Commentary on St. Matthew”): La palabra “entonces” liga
la parábola a lo que se ha estado hablando en el capítulo precedente, esto es,
a la segunda venida de Jesús. Las vírgenes son las damas de honor que acompañan
a la novia. Son miembros de la iglesia, que es la novia.
En la iglesia hay
cristianos sinceros y cristianos hipócritas. La virtud es sabiduría, el pecado
es necedad, locura. Los más necios son
los que son “sabios en su propia
opinión.” (Pr 3:7).
Al hablar de cinco
vírgenes prudentes y cinco necias Jesús está expresando el deseo de que el
número de los verdaderos creyentes sea por lo menos igual al de los falsos.
Pero la parábola de la puerta estrecha nos hace pensar que son muchos más los
que prefieren pasar cómodamente por la puerta amplia que lleva a la perdición
(Mt 7:13,14).
El Eclesiastés dice que “la sabiduría supera a la necedad como la
luz a las tinieblas.” (2:13)
Jesús es el novio que se
ha comprometido con la novia en fidelidad (Os 2:19,20), y que ahora viene a
casarse con ella. “Vírgenes irán en pos
de ella” cuando ella sea presentada al rey, su esposo (Sal 45:14).
Nótese que por su pureza
y belleza los creyentes son llamados “vírgenes” en Apocalipsis 14:4, que han
sido desposados con Cristo (“pues os he
desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” dice
2Cor 11:2). El oficio de las vírgenes, es decir, de los creyentes, es ir al
encuentro del esposo y servirlo (Jn 12:26), enalteciendo su nombre. Ellos viven
expectantes de su segunda venida. Nosotros, en efecto, vivimos a la espera de
su retorno glorioso. La expectativa de su segunda venida en gloria es el centro
de nuestra vida cristiana. Por eso es que queremos tener nuestras lámparas
encendidas por la vida que llevamos, para poder honrarlo como se merece cuando
Él venga.
Los cristianos somos
prudentes o necios, según sea nuestra actitud en lo que respecta a nuestras
almas. Vivir para Dios es sabiduría; vivir dándole la espalda y en pecado, es
necedad, locura.
En el tabernáculo de
reunión en el desierto había un candelero cuyas lámparas debían estar siempre
encendidas, por lo que debían estar siempre provistas de aceite (cf Ex 35:14). De
manera semejante nuestras lámparas deben brillar delante de los hombres por la
luz que emiten nuestras buenas obras (Mt 5:16). Para ello debe haber en nuestro
corazón una provisión abundante de fe que se mantenga viva pese a todos los
obstáculos que enfrentemos.
El Señor tarda en venir
porque muchos propósitos suyos, que nosotros ignoramos, deben ser cumplidos.
Nosotros en nuestra impaciencia quisiéramos verlo venir ya en las nubes, tal
como está prometido (Hch 1:11; Mt 24:30; Mr 13:26; 14:62; Lc 21:27; Ap 1:7).
Pero Él tiene motivos para demorar: La plenitud de los elegidos debe haber entrado
(Rm 11:25), la paciencia de Dios debe ser manifestada (Rm 9:22), la paciencia
de los santos debe ser probada (Hb 6:12), los campos de la tierra deben estar
listos para la siega (Jn 4:35b). Aunque el Señor tarde más allá de nuestro
tiempo no tardará más de lo debido, sino lo justo necesario.
Mientras aguardamos su
retorno, muchos de nosotros cabecean y se duermen; dejan de estar preparados
para recibirlo, dejan que su primer amor se enfríe (Ap 2:4). Si para los tres
discípulos de Jesús fue difícil velar durante una hora (Mt 26:40,43), cuánto
más difícil puede ser para nosotros, los cristianos, velar durante siglos.
Pero aunque Cristo se
demore, su retorno es seguro. Él vendrá a medianoche, cuando menos se le espera,
y tomará a muchos por sorpresa. De igual manera la muerte sorprende a muchos
cuando menos preparados están, a veces cuando menos se la desea, y más se quisiera seguir viviendo (Lc
12:19,20). Pero el día de nuestra muerte ha sido fijado por Dios y debemos
estar preparados para ese día.
Cuando Él venga a
buscarnos tendremos que dejar nuestro cuerpo, este mundo, y todas nuestras
cosas, para ir a recibirlo. No podremos llevar nada de lo que poseemos, salvo
nuestras buenas obras, como se dice en Apocalipsis: “Sus buenas obras les siguen…” (Ap 14:13).
Cuando Él venga “todo ojo le verá” (Ap 1:7). Ojalá
entonces seamos hallados en paz con Él, irreprensibles y sin mancha (2P 3:14),
ocupados en las cosas de nuestro Señor (Mt 24:46).
Cuando se anuncia la
llegada del esposo, las vírgenes necias se dan cuenta de que sus lámparas se
apagan (Jb 21:17; 18:5,6; 8:13,14), esto es, de que no están listas para
presentarse a juicio, porque han descuidado su vida cristiana, han vivido para
el mundo y coqueteado con el pecado. Comenzaron en el espíritu y terminaron en
la carne (Gal 3:3).
Cuando venga el Señor
los que están preparados serán admitidos al banquete y la puerta se cerrará
tras ellos. Mientras llega, la puerta es estrecha, pero está abierta. Una vez
cerrada, nadie más podrá entrar, como cuando Dios cerró la puerta del arca que
Noé había construido (Gn 7:16).
Cuando vinieron las
vírgenes necias, a pesar de que Jesús había dicho: “Llamad y se os abrirá” (Mt 7:7), en esta oportunidad fueron solemnemente rechazadas: “De cierto os digo que no os conozco.” (Mt
25:12).
Por eso se dice en otra
parte: “Buscad al Señor mientras pueda
ser hallado.” (Is 55:6), porque habrá tiempo en que no se le podrá
encontrar: “Me buscaréis y no me
hallaréis.” (Jn 7:36).
Alfred
Edersheim (“The Life and Times of Jesus the
Messiah”): En 1Mac 9:37-39 se describe una procesión nupcial en la que conducen
a la novia y al novio con sus hermanos, y sus amigos se unen a ellos.
El novio ha ido a la
casa de la novia para celebrar la ceremonia de la boda. Enseguida, según la
costumbre judía, el novio con su comitiva sale de la casa de la novia para
conducirla a su propia casa, o a la de sus padres, para celebrar el banquete de
bodas.
Según el Shuljan Aruj, código de normas y leyes
compilado por el judío sefardita Josef Caro, en el siglo XVI, era costumbre que
en la procesión nupcial se llevaran diez lámparas en el extremo de un palo. Diez personas hacen el mínimo requerido para realizar
cualquier tipo de ceremonia. Cada virgen es responsable de su lámpara.
El novio viene de lejos
(su morada celestial), en la noche (al final de los tiempos), pero no sabemos en
qué día ni a qué hora.
Sólo cinco vírgenes
traen aceite suficiente para que sus lámparas permanezcan encendidas hasta el
final. (Palabras de Jesús: “Brille así
vuestra luz…” Mt 5:16)
Las vírgenes necias no
traen aceite suficiente por descuido. Es decir, descuidan su vida cristiana, lo
que incluye una conducta recta y santidad de vida. Por tanto, su luz se apaga.
El tiempo de espera fue
más largo de lo pensado y las vírgenes se durmieron. El novio viene de
improviso.
M.J.
Lagrange (“Evangile selon Saint Matthieu”):
Parecería como si las palabras de Jesús: “No
pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mt 24:34) se refirieran
no a su segunda venida para juicio de la humanidad, sino a la destrucción del
templo, que ocurrió, en efecto, en el lapso de una generación. Sin embargo, el
texto en Mateo y Marcos es muy claro. Jesús está hablando del fin de los
tiempos. La parábola de las diez vírgenes tiene el propósito de advertir que su
segunda venida puede tardar.
Vers. 6: Los que gritan
a medianoche que ya viene el novio son posiblemente jóvenes a los que se había
encargado que avisaran cuando llegara el novio.
Las palabras “salid a recibirle” indican que las
vírgenes no dormían al descampado, sino en un recinto junto a la casa del
novio.
Ferdinand
Prat (“Jésus Christ, Sa Vie, Sa Doctrine, Son Oeuvre”): El alma
cristiana debe estar siempre lista para recibir al divino esposo, cualquiera
que sea la hora en que se presente, porque en ese momento se decide nuestro
destino eterno. O sea, debemos vivir siempre como si hoy fuera nuestro último
día,
La demora del esposo
significa que la parusía no es tan
cercana como los primeros cristianos esperaban. El que las vírgenes se duerman
sólo sirve para acentuar el retardo de la parusía.
Se piensa que el aceite
es la gracia santificante que nos abre la puerta del cielo. Pero las vírgenes
necias tenían aceite al comienzo, y pudieron comprarlo al final, y no les
sirvió de nada.
El esposo va a la casa
de la novia para la ceremonia y luego se la lleva a su casa (o a la de sus
padres) para el banquete de bodas. No se menciona a la novia porque no es
necesario, ella está sobrentendida, aunque algunos manuscritos sí la mencionan.
The Interpreter’s
Bible. Las bodas eran una de las fiestas mayores y de más
alegría en las aldeas de Israel, como lo siguen siendo en nuestros días en
todas partes. Los novios y los invitados solían estar dispensados de algunas
obligaciones religiosas, como la de dormir bajo enramadas durante la semana de
la fiesta de los Tabernáculos, por ejemplo (Lv 23:42,43).
Jesús compara con
frecuencia la alegría que prevalece en la fiesta de bodas con la felicidad de
que gozaremos en el reino de Dios. De paso, las fiestas de bodas duraban una
semana en el caso del matrimonio de vírgenes, y tres días en el caso de las
viudas.
El aceite representa la
fe en Cristo, nutrida por la oración, y confirmada por la obediencia a su
palabra. Todas las vírgenes eran
cristianas… en apariencia, pero en algunas la fe era nominal; en otras, estaba
viva y alerta.
La respuesta al llamado
de Cristo es individual. La confianza en Dios de las vírgenes prudentes (de los
verdaderos creyentes) se renueva y fortalece constantemente y no se extingue.
¿Qué representan las
lámparas sin aceite? Religiosidad sin rectitud, moralidad sin devoción y
piedad, entusiasmo sin perseverancia.
Cristo viene a mediana
noche, en la hora más oscura, cuando
menos se le espera, cuando el cansancio es mayor, y nuestras fuerzas
están más agotadas. Pero esas medianoches de la vida no son para perdición,
sino son la hora cuando el cielo viene en nuestro auxilio, si nuestra fe no ha
claudicado.
Cuando el grito resuena
a medianoche el cortejo se mueve hacia la casa del banquete, pero aquellos
cuyas lámparas se han apagado quedan afuera en la oscuridad.
The New Interpreter’s
Bible. El esposo representa a Jesucristo, como es evidente por
el uso de esta imagen en otros pasajes (Mt 9:15; 22:1-3).
En el Antiguo Testamento
Dios es el esposo, Israel es la novia (Os 2:16-20; Is 54:5-8; 62:5; Jr 3:14).
Esa tradición continúa en el Nuevo Testamento con Jesús como el esposo, y la
iglesia como la novia (2Cor 11:2; Ef 5:25-32; Ap 19:7; 21:2,9). Pero en esta
parábola la novia no aparece porque no es necesario. Está sobrentendida.
La llegada del novio es
la parusía (1Ts 4:16,17), la llegada
del reino de Dios que esperamos (Mt 6:10).
El aceite es la gracia
que nos hace obedecer al gran mandamiento del amor misericordioso (Mt
25:31-46).
Si esas obras no se
hicieron en vida, cuando aparezca el Señor será muy tarde para hacerlas. Este
es el tiempo de prueba en que se decide nuestro destino eterno.
Las vírgenes representan
a la iglesia cuya composición es mixta: trigo y cizaña que deben ser separados
al final (Mt 13:36-43).
Al final Jesús le dice a
las vírgenes necias que claman: “¡Señor, Señor, hicimos tales y tales cosas en
tu nombre!”, “No os conozco”, tal como les dirá a todos los que no hicieron la
voluntad de su Padre. Esto quiere decir, en suma, que los actos visibles
extraordinarios, que son manifestación del poder del Espíritu Santo, no
contarán para nada si no se ha hecho la voluntad de Dios (Mt 7:21).
Ésta consiste en llevar
a la práctica el amor al prójimo, y en hacerlo todo por amor. Así como Jesús
vino a la tierra por amor, es el amor lo que da valor a lo que hacemos, no las
acciones en sí mismas (1Cor 13:3).
Notemos que por las
apariencias nadie podría distinguir entre las vírgenes necias y las prudentes.
Todas, podemos suponer, estaban vestidas de gala, como para la ocasión; todas
tenían sus lámparas encendidas. Lo que las distinguía no era algo visible, sino
algo interno. Algo que se revela con el tiempo: estar preparadas internamente,
vivir en gracia, o no estarlo.
Cornelius
a Lapide (“The Holy
Gospel According to Saint Matthew”):
Vers 4: Todas las
vírgenes son creyentes. Las prudentes tienen fe con obras; las necias tienen fe,
pero sin buenas obras. Por eso sus lámparas se apagan, porque “la fe sin obras está muerta” (St 2:26).
Vers. 6. Cristo viene a
juzgar cuando todas están durmiendo, en sentido figurado. Que el Señor venga a
media noche quiere decir que viene cuando menos se le espera, como ocurrió en
tiempos de Noé.
Es entonces cuando
sonará la trompeta y la voz del arcángel, y se producirá la resurrección
general. (1Ts 4:16,17).
Vers. 8. El tiempo para
hacer méritos es antes de morir. Una vez muertos, las cuentas se cierran.
Vers. 13. Dios te ha
prometido que el día en que te arrepientas Él perdonará todos tus pecados, pero
no te ha prometido que si no lo haces ahora, es decir, hoy, tendrás otro día
para hacerlo. Hoy es el día de tu salvación, no mañana.
San Juan Crisóstomo (“Homilías
sobre San Mateo”): La parábola de las diez vírgenes y la de los talentos se
parecen a la parábola anterior que trata del siervo fiel (Mt 24:45-51).
Él llama aceite a la
misericordia y a la limosna, es decir, a las buenas obras. El sueño que las
sorprende en la espera es la muerte.
Unas vírgenes son necias
porque se dedican a hacer dinero, y se van desnudas al otro mundo sin obras de
caridad, sin haber acumulado en el cielo un tesoro incorruptible que les
hubiera podido ayudar (Mt 6:19-21). Pero las buenas obras ajenas no les sirven
de nada, porque son intransferibles.
¿Quiénes son los que
venden aceite? Los pobres que están en esta tierra. Pero venido el esposo para
juicio, ya no se puede regresar a la tierra. Ya es tarde para comprar aceite.
Los pobres nos son
útiles para ejercer la caridad. Este es el tiempo de hacer buenas obras. No
malgastemos pues nuestro dinero en divertirnos, sino gastémoslo en hacer
caridad.
De nada sirve en la
muerte ser compasivo, querer ser caritativos. Ya el tiempo pasó, en el más allá no hay pobres que vendan aceite. Este
es el tiempo en que se decide nuestro destino eterno.
P.R. Bernard (“Le
Mistère de Jésus”): La parábola invita a todos los cristianos a reavivar constantemente
la llama de su amor por Dios, a no dejar que su piedad se adormezca, y que
caiga en la tibieza, a que la rutina no se apodere de su vida.
Invita además a todos
sus discípulos a no perder la fe en su regreso debido a la demora tan larga. Él
vendrá de todas maneras y cuando menos se le espera.
Las vírgenes prudentes
no se niegan a compartir su aceite porque sean egoístas, sino precisamente
porque son prudentes. No vaya a ser que su aceite no alcance para todas.
Todo esfuerzo es inútil
si no se está listo en el momento preciso. Entonces, como no se sabe cuándo
llegará ese momento, hay que estar listo en todo momento.
Amado
lector: Jesús dijo: “¿De qué sirve al
hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 8:36).
Si tú no
estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es
muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la
tierra que se la compare, y que sea tan necesaria, porque de ella depende nuestro
destino eterno. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y
a pedirle perdón a Dios por ellos, diciendo:
Jesús, tú
viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados de todos los hombres,
incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento de todos mis
pecados y de todo el mal que he hecho hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego.
Lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En
adelante quiero vivir para ti y servirte.
#926 (15.05.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José
Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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