LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL HIJO SABIO ALEGRA
AL PADRE
Un Comentario de
Proverbios 10:1-5
Introducción. Las palabras “Los
proverbios de Salomón” con que se inicia el primer versículo de este
capítulo son en realidad el título de una sección del libro que abarca desde el
vers. 10:1 hasta el vers. 22:16, y que comprende 375 proverbios que,
curiosamente pero no casualmente, es el valor numérico de las letras que
conforman el nombre de Salomón, esto es, slmn.
(Recuérdese que el alfabeto hebreo sólo tiene consonantes).
Esta larga sección
central, que está formada por proverbios de sólo dos líneas, contrasta con los
capítulos 1 al 9, que están conformados mayormente por poemas sapienciales de
cierta extensión (por ejemplo, 4:20-27; o 6:1-5; o todo el cap. 7).
La mayoría de los
proverbios de los capítulos 10 al 15 son de paralelismo antitético (Véase mi
artículo “Para Leer el Libro de Proverbios II, #850 del 12.10.14) donde
predomina el contraste entre el justo (o sabio) y el impío (o necio).
El justo parece ser el
tema principal de este capítulo. Son 13 los proverbios en que aparece la
palabra “justo” (14 si contamos el vers. 29, en que aparece la palabra
“perfecto”, que quiere decir lo mismo). Seis de esos proverbios hablan acerca
de su relación con la lengua, o con el hablar sabiduría. Ellos son los vers.
11, 13, 20, 21, 31, 32.
Hay muchos otros que se
refieren al justo en general, o a su vida en relación con los avatares de la
vida: el v. 3 es una promesa de provisión; el v. 6 es una promesa de bendiciones;
el v.7 promete que el justo será bien recordado. Otros proverbios en que
aparece la palabra “justo” son los vers. 16, 24, 25, 28 y 30.
La perícopa formada por
los vers. 1 al 5 es un ejemplo de inclusio,
recurso literario en que la palabra, o idea, del inicio es repetida al fin
de la unidad, como ocurre también, por ejemplo, en 3:13-18.
1. “Los proverbios de Salomón. El hijo sabio
alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza de su madre.”
Es notable el hecho de
que después de una larga serie de proverbios que empiezan con las palabras “Hijo mío” en los nueve primeros
capítulos, el primer proverbio de este capítulo 10, trate acerca del hijo.
Los padres se alegran por todo lo
bueno que alcanza su hijo, sean logros materiales o intelectuales. Y por
ninguna cualidad se alegran más que por la sabiduría que demuestre tener,
porque la sabiduría allana el camino del éxito (23:15,16,24,25). Dice: hijo
“sabio”, y no “inteligente”, porque la sabiduría es más útil que la
inteligencia. Muchos inteligentes fracasan en la vida si no son a la vez
sabios, y es un hecho que la inteligencia no está siempre acompañada de
sabiduría. En cambio, la sabiduría sí suele estar acompañada de inteligencia,
aunque pueda no estarlo de instrucción. Sin embargo, aun con esa limitación, la
sabiduría se impone en la vida y es mucho más útil.
¿En qué consiste la sabiduría en
términos prácticos? En discernir lo que conviene hacer y lo que conviene
evitar, y en saber tomar buenas decisiones. En cambio ¡cuánta tristeza acarrea
el hijo necio a sus padres y, en especial, a su madre! (15:20). La necedad
anula las mejores disposiciones. Hay necios inteligentes que acumulan fracaso
tras fracaso. El necio se equivoca siempre, o casi siempre, en lo principal. El
sabio acierta. He ahí la gran diferencia.
Aquí la alegría y la tristeza
pertenecen a ambos progenitores: hay un alegrarse en el hijo que es propio del
padre (15:20a; 23:15,16,24; 27:11: 29:3a), y un entristecerse que es propio de
uno u otro progenitor, o de la madre en particular. (17:21,25; 19:13a;
Sir:16:1-5).
Los hijos son, o eran, considerados
como el mayor don de Dios para los esposos, que se alegraban con la fecundidad
de su matrimonio (Gn 5:28,29; 33:5; Sal 127:3). (Nota 1). Pero con mucha frecuencia los hijos son un motivo de
preocupación o de tristeza. Derek Kinder comenta al respecto: “Sin los lazos
(sobre todo los del amor) por los cuales las personas son miembros los unos de
los otros, la vida sería menos dolorosa, pero inconmensurablemente más pobre.”
(“Proverbios”, pag 94).
Si el hijo sale necio, ¿no será porque
los padres, o uno de ellos, descuidaron disciplinarlo de pequeño? Los
proverbios que hablan de la satisfacción, o disgusto que los hijos causan a los
padres tienen como contrapartida la pena medicinal, esto es, la corrección que
los padres deben aplicar a sus hijos. Con frecuencia es la negligencia de los
padres, o del padre específicamente, en educar a su hijo en el respeto de las
leyes de Dios y de la convivencia humana, la causa del desvío del vástago, y de
la tristeza que puede causarles cuando crezca. Eso fue el caso concretamente de
los hijos de Elí, que fueron un motivo de mucho dolor para él (1Sm 2:22-25), y
de la reprensión divina que recibió (1Sm 2:27-36), porque omitió corregirlos
cuando debió hacerlo (1Sm 3:12-14; cf Pr 22:6; 23:13,14; 29:15). Y también es
el caso de dos hijos de David, Amnón y Absalón, que le causaron muchos dolores
de cabeza, especialmente el segundo, a los que él no corrigió cuando debió
hacerlo.
En el Antiguo Testamento tenemos el
caso de un hijo cuya sabiduría fue causa de gran satisfacción para su padre,
esto es, Salomón (1R 2:1-4; 1Cro 22:7-13; 2Cro 1:7-12); y de otro cuya necedad
fue motivo de gran aflicción para su madre, esto es, Esaú (Gn 26:34,35).
Este proverbio nos dice también que es
obligación de los hijos ser un motivo de satisfacción para sus padres por su
conducta recta y sabia. La satisfacción que les produzcan les será algún día
recompensada. Mientras que lo contrario es también cierto: el dolor que por su
inconducta les causen, será algún día causa de desvelos y preocupaciones
propias.
De otro lado, conviene notar que un
hombre inteligente no es necesariamente bueno. Hay malvados que son sumamente
inteligentes, pero no hay sabio que pueda ser malo.
2. “Los tesoros de maldad no serán de provecho;
mas la justicia libra de muerte.” (Pr 21:6,7)
Este proverbio y el
proverbio 11:4 dicen prácticamente lo mismo, siendo la segunda línea en ambos
idéntica. En la segunda línea de 11:4 “riqueza”
reemplaza a “tesoros de maldad”, pero
agrega que las riquezas de maldad no serán de provecho “en el día de la ira”, esto es, en el día del juicio, o de la
muerte, y menos aún si se trata de la segunda muerte (Lc 12:19,20).
Eso nos haría pensar que las riquezas
son necesariamente tesoros de maldad, pero no siempre es ése el caso; no
siempre han sido acumuladas oprimiendo y explotando al prójimo. De otro lado,
la muerte no viene siempre a los hombres en el día de la ira.
Las Escrituras nos enseñan el poco
valor que desde la perspectiva de la eternidad, tienen las riquezas (Pr 23:5;
Mt 6:19), aunque en la vida práctica puedan traer muchos beneficios. Mucho
menor valor y utilidad tienen las riquezas mal adquiridas, porque en el algún
momento se vuelven contra el que las posee, como denuncia Jeremías: “¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y
sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el
salario de su trabajo!” (22:13) (2) ¿De qué le sirvieron a Judas las treinta monedas de plata
que recibió por traicionar a su Señor? Sólo para ser empujado al suicidio
carcomido por los remordimientos (Mt 27:3-5). ¿De qué le sirvió a Acab, rey de
Israel, incitado por su mujer, la perversa Jezabel, haberse apoderado de la
viña de Nabot, después de haberlo hecho matar? Recibir la maldición divina,
proferida por el profeta Elías, de que su linaje desaparecería con él, y de que
el cadáver de su mujer sería comido por perros (1R 21:4-24).
El dinero mal adquirido a la larga no
beneficia a su dueño, pero llevar una vida recta puede librar de peligros
mortales. En este proverbio de paralelismo antitético se contrastan la
honestidad de vida con las prácticas fraudulentas. Además se yuxtaponen dos vicisitudes
contrarias: no ser de gran utilidad, frente al escapar con vida del peligro.
En las Escrituras tenemos un texto que
ilustra la inutilidad de las riquezas mal adquiridas: “Como la perdiz que cubre lo que no puso, es el que injustamente
amontona riquezas; en la mitad de sus días las dejará, y al final mostrará ser
un insensato.” (Jr 17:11). Y tenemos el caso contrario en que la justicia
(o rectitud de vida) libran de una muerte segura: el caso de Noé que no pereció
en el diluvio. En el libro de Ester hay
dos personajes cuyas vidas son un testimonio de cómo se cumple la verdad
enunciada en este proverbio: el impío Amán, quien pese a su riqueza y poder terminó
en el cadalso (Es 7:9,10); y el de Mardoqueo, que por su fidelidad a Dios fue
enaltecido (10:1-3).
Para ilustrar este proverbio A.B.
Faucett menciona los casos que ya hemos visto de Acab y de Judas, y observa
además con razón que los dos talentos de plata que Giezi codiciosamente obtuvo
de Naamán, sólo le sirvió para que la lepra de este último se le pegara (2R
5:20-27). De otro lado, dice él, la justicia, acompañada de misericordia y de
generosidad, atrae la misericordia de Dios (Sal 41:1-3; 112:9; Dn 4:27; 2Cor
9:9). (3)
3.
“Jehová no dejará padecer hambre al justo;
mas la iniquidad lanzará a los impíos.”
Esta
es una promesa rara vez incumplida que nos asegura la provisión permanente de
Dios, tal como se expresa en el Sal 34:10 y en Pr 13:25a. Los casos en que Dios
ha suplido la mesa de los suyos de una manera milagrosa son tan numerosos que
no es necesario abundar sobre ellos. Pero es una permanente realidad. (4). El bello salmo 37, que es un
compendio de proverbios, en su v. 25 formula una promesa semejante en distintos
términos: “Joven fui, y he envejecido, y
no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Véase
Is 33:15,16). Sin embargo, conviene insistir en el hecho de que los proverbios
no son leyes absolutas que se cumplen siempre indefectiblemente, sino son principios
generales deducidos de la observación de la realidad y de la experiencia, cuyo
cumplimiento conoce excepciones dependiendo del tiempo y las circunstancias.
Esto debe decirse para beneficio de quienes hayan visto a justos y a sus
familiares alguna vez padecer hambre, o necesidad. Habría que añadir, sin
embargo, que para que veamos las promesas de Dios cumplidas en nuestra vida, es
necesario que creamos en ellas sin dudar (St 1:6,7).
Pero si
alguna vez Dios permite que el justo padezca necesidad, lo hace para su bien,
para otorgarle un beneficio mayor, o para que tenga ocasión de ejercitar su fe,
como ocurrió con Pablo, quien en más de una oportunidad padeció hambre y sed,
frío y desnudez (1Cor 4:11; 2Cor 11:27; Dt 8:3). Pudiera ser que el morir literalmente
de hambre libre al justo de experimentar la miseria mayor que puede sobrevenir
sobre la comarca donde vive. Y si así no fuera, ¿qué cosa es el dolor de la
muerte por inanición comparado con la dicha que el justo encuentra en el cielo?
En una
ocasión Jesús alentó a sus discípulos a confiar en la provisión divina puesto
que Él alimenta a las aves del cielo que no siembran ni cosechan, recordándoles
que los hombres valen más que ellas (Mt 6:25,26,31,32). Jesús es nuestro buen
pastor (Jn 10:11) que lleva a sus ovejas a comer donde hay buenos pastos (Ez
34:14)
Para el
segundo estico yo prefiero la versión: “pero
Él desecha el deseo (o la avidez) de los impíos”. Uno padece de hambre, el
otro siente gula. Aunque se parecen son apetencias distintas. El primero tiene
el estómago vacío. El segundo está saciado y desea más. Dios desecha al segundo
porque su necesidad es artificial, y su manera de actuar y su carácter le son
desagradables. Aunque durante un tiempo al impío todo le sonríe y su mesa está
plena, le llegará el día de las vacas flacas y entonces constatará que no tiene
amigos; que los que tuvo, lo eran de su dinero.
4.
“La mano negligente empobrece; mas la
mano de los diligentes enriquece.”
Este
proverbio parece que enunciara una verdad establecida derivada de la
experiencia común, algo archisabido, que no requiere de ninguna iluminación de
lo alto para reconocer. Sin embargo, aquí el Espíritu Santo confirma lo que el
intelecto humano por sí solo puede conocer, para darnos a entender la
importancia que tiene esa verdad, para que la tengamos muy bien en cuenta. El
diligente cosecha los frutos de su trabajo, provisto que lo haga con
inteligencia; el negligente, el que descuida sus obligaciones, el que pierde el
tiempo, o trabaja mal, no progresa, sino empobrece.
Pero esta
verdad se aplica a todos los campos: el que trabaja y estudia con ahínco desarrolla
su intelecto; el artista que constantemente crea, dejará una obra; el
investigador que quema sus pestañas, hará descubrimientos; el que es diligente
en buscar a Dios, será premiado con una familiaridad íntima con Él, etc.
Mientras que el que deja de hacer lo que debe y lo descuida, no obtiene ningún
resultado. En toda actividad humana, la diligencia es condición para el éxito.
Pablo lo pone así: el hombre cosecha lo que siembra (Gal 6:7).
Son varios los
proverbios que en variados términos confirman este mensaje: 19:15; 20:4: 23:21.
La pequeña perícopa 24:30-34 explica cómo la holgazanería se manifiesta en el
descuido del campo y trae como consecuencia inevitable la pobreza (cf Ecl
10:18). Pr 13:4 opone el deseo frustrado del perezoso, a la prosperidad que
alcanza el diligente, cuyos pensamientos persiguen esa meta (21:15a). La
parábola de los talentos opone también a dos siervos diligentes que multiplican
el dinero que se les confía, y son por eso premiados, a la pereza del siervo
infiel que no obtiene para su señor ningún provecho, y es por eso condenado (Mt
25:14-30).
Pero esa no es la única
ventaja de la diligencia. Por medio de ella el hombre prospera socialmente,
adquiere propiedades (Pr 12:24) y se codea con los grandes (22:29). Trabajar la
tierra fue la orden que se dio a Adán en el paraíso, no que sólo se alimentara
cogiendo los frutos de los árboles del jardín (Gn 2:15,16). Como consecuencia
del pecado el trabajo que demanda esfuerzo se convirtió en una ley de la vida
(Gn 3:19).
Dios usa a los hombres
que tienen las manos ocupadas, no a los ociosos: Moisés y David pastoreaban su
ganado cuando fueron llamados (Ex 3:1,2; 1Sm 16:11,12). Gedeón estaba
sacudiendo el trigo en el lagar (Jc 6:11). La fe y la pereza no suelen ir
juntas; al contrario, la diligencia es compañera de la fe y de la confianza en
Dios. Rut, la moabita, no le hizo ascos a recoger espigas con los segadores y
terminó casándose con el dueño del campo (Rt 2:3; 4:13). Ella es contada entre
las cuatro antepasadas de Jesús que menciona la genealogía con que se inicia el
evangelio de Mateo (Mt 1:3,5,6).
Pero no solamente se
debe trabajar por los bienes de la tierra; también debe hacerse por los del
cielo con energía y perseverancia (Jn 6:27). Como dice Ch. Bridges, los
negocios del mundo son inciertos, pero los espirituales son seguros. En el cielo
no hay bancarrotas. El siervo diligente es honrado con un aumento de gracia y
de confianza (Mt 25:21,29). La palabra hebrea jarutzim –que se traduce como diligente- designa a los que actúan
con decisión y prontamente, a los que economizan su tiempo y los medios que
emplean.
5. “El que recoge en el verano es hombre
entendido; el que duerme en el tiempo de la siega es hijo que avergüenza.”
El hombre que recoge en
el verano de su vida (de los 30 a 45 años) es hombre entendido. Es el tiempo en
el cual se forja el bienestar de la edad madura, del otoño y del invierno. El
que no lo aprovecha tendrá más tarde mucho que lamentar.
En el proverbio anterior
se comparó la negligencia con la diligencia; en éste se opone la previsión a la
imprevisión (Véase Pr 6:6-8). El libro del Eclesiastés subraya la importancia
del tiempo oportuno para cada cosa (cap. 3). Un ejemplo claro de lo que afirma
este proverbio es el caso de José en Egipto, que almacenó el grano cosechado en
los años de abundancia para usarlo en los años de escasez (Gn 41:46-56).
¡Cuán importante es
acumular conocimientos cuando la mente está fresca, aprende y asimila rápido!
Ese bagaje adquirido temprano será muy útil más adelante en la vida
profesional. ¡Y qué lamentable es, en cambio, desperdiciar ese tiempo valioso
en que pudo haberse instruido! El que obró de esa manera tendrá mucho de qué
avergonzarse en la edad madura cuando no tenga logros que exhibir.
Ahora es el tiempo
aceptable (2Cor 6:2). Mañana será quizá tarde para hacer el bien que no hicimos
cuanto tuvimos oportunidad (Gal 6:10). Cuanto mejor aprovechamos el tiempo que
Dios nos da, más tiempo tendremos a nuestra disposición para servirlo (Ef
5:16). El apóstol Pablo es un buen ejemplo de alguien que trabajó con
diligencia en la viña del Señor sin omitir esfuerzos; Demas, en cambio, es uno
que desaprovechó la oportunidad que se le presentaba y perdió su recompensa
(2Tm 4:10).
Notas: 1. Digo “eran” porque muchos esposos en nuestros días evitan tenerlos,
o los consideran una carga, o una limitación, y no hay duda que, de hecho, en
muchos casos lo son.
2. Esta es una denuncia que alcanza a todos los empresarios y
hombres de negocios que en nuestros días construyen sus fortunas sobre la base
de la explotación de sus trabajadores, o del público, cobrando por sus
productos precios exagerados. Algún día ese dinero mal ganado les arderá más
que una plancha caliente en los lomos.
3. Con el tiempo la palabra “justicia” adquirió el sentido de
limosna (Tb 4:7-11), lo que explica que en algunas versiones, la segunda línea
diga: “pero la limosna libra de la
muerte.”
4. Puede
recordarse la ocasión en que David y los que le seguían fueron alimentados por
quienes eran en verdad sus enemigos (2Sm 17:27-29).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a
pedirle perdón a Dios por ellos diciendo: Jesús, yo te ruego que laves mis
pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.
#927 (22.05.16).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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