LA VIDA Y LA
PALABRA
Por José Belaunde M.
DIFICULTADES
Y DUDAS EN LA ORACIÓN
Para muchas personas,
incluso piadosas, la oración es un problema, un hueso duro de roer. Saben que
es bueno orar y muchas veces lo han intentado, pero se desaniman.
Son dos los obstáculos más
comunes que enfrentan muchas personas. De un lado la oración les aburre, les
parece una rutina vacía. De otro, piensan que es inútil, que no vale la pena,
porque han pedido muchas veces con insistencia a Dios, pero no han obtenido lo
que solicitaban.
Vamos a examinar esos dos
obstáculos y ver cuánto de verdad hay en ellos. En primer lugar, es cierto que
con frecuencia orar nos resulta difícil. No creo que haya nadie que no haya
experimentado algunas veces una resistencia interna, un desgano cuando se pone
a orar, sobre todo en la mañana temprano.
Uno se siente cansado, le
cuesta trabajo concentrarse, le asalta una multitud de pensamientos que lo
distraen y desvían su atención. O puede ser un libro que está a la mano y versa
sobre un tema que nos interesa; o algo urgente que se presenta y que pensamos
es necesario atender en el momento.
Todas esas resistencias y
obstáculos provienen del enemigo que trata por todos los medios de impedir que
oremos. Él sabe muy bien que el cristiano que ora es un peligro para el reino
de las tinieblas. El cristiano que no ora lo tiene sin cuidado.
Sabe también que la oración
nos fortalece contra las tentaciones, como dijo Jesús: "Velad y orad
para que no caigáis en tentación" (Mt 26:41). El cristiano que no ora
cae fácilmente cuando es tentado.
La armadura de Dios, de que
habla Pablo en Efesios, no consiste en aditamentos artificiales que de alguna
manera nos ponemos, sino en una fuerza de la que nos revestimos orando, como lo
muestra la frase con que concluye ese famoso pasaje: "orando en todo
tiempo..." (Ef 6:13-18).
El demonio sabe también que
la oración es el canal por el que fluyen las bendiciones que Dios quiere
derramar sobre sus hijos. Si el creyente deja de orar, pues simplemente deja de
recibir lo que Dios desea darle. Pero si
ora puede obtener muchas cosas de Dios: iluminación, fuerza, sabiduría, etc.
Por todos esos motivos, a
los que se podría añadir otros más, nuestro enemigo trata por todos los medios
de apartarnos de la oración para apartarnos de Dios, para enfriarnos, para
paralizarnos.
La mejor manera de luchar
contra ese obstáculo es simplemente desestimarlo. Esto es, empezar a alabar a
Dios y seguir orando hasta que llegue un momento en que nuestro corazón se
inflame y nuestra oración fluya como de costumbre. Pero aunque no ocurriera eso
y siguiéramos sintiéndonos secos y vacíos, no debemos desanimarnos. El valor de
nuestra oración no depende de lo que sintamos cuando oramos, sino en el hecho
de que de todas maneras Dios nos escucha. Nuestra oración será tanto más
valiosa para Él cuanto más nos cueste perseverar en ella.
Pero hay muchas personas
para las que la oración es aburrida porque creen, y así lo aprendieron, que
orar consiste en recitar oraciones o fórmulas hechas, distraídamente y sin poner
el pensamiento en lo que dicen.
No es sorprendente que para
ellos la oración sea un rito vacío y aburrido, pues lo hacen aburridamente.
Intuyen que, dicha de esa manera, su oración no pasa del techo, ni llega al
cielo. El que se aburre orando, me temo que aburra también a Dios.
A esas personas se les
podría decir que la esencia de la oración no consiste en recitar frases
mecánicamente, por muy bellas que sean, sino en hablarle a Dios con naturalidad
y con nuestras propias palabras, como le hablaríamos a un amigo. Dios quiere
que le hablemos con confianza y sencillez. No es necesario pronunciar discursos
pomposos y solemnes al orar; no es necesario usar un lenguaje refinado y
bonito. Le basta que usemos las palabras que brotan espontáneamente de nuestro
interior y que las digamos sin afectación alguna y sinceramente.
Eso no quiere decir que no
puedan usarse oraciones hechas, escritas de antemano, o tomadas de un libro,
para orar. He escuchado decir que el Padre Nuestro no es una oración para ser
recitada; que esa no fue la intención de Jesús al enseñársela a sus discípulos,
sino que es una pauta, un modelo para ordenar nuestros pensamientos al orar.
Es cierto que el Padre
Nuestro puede ser usado como un esquema que oriente nuestros pensamientos
cuando oramos, agregando a las palabras originales nuestras propias palabras y
pensamientos. También los salmos pueden tomarse para orar de esa manera
devocional. Pero es ignorar el contexto histórico, negar que Jesús les dió a
sus discípulos una oración hecha para ser recitada cuando les enseñó el Padre
Nuestro.
Por de pronto, el texto de
Mateo lo muestra claramente: Los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a
orar. Jesús les responde primero mostrándoles cómo no deben orar: no
ostentosamente para ser vistos por la gente, sino en privado; no usando de
vanas repeticiones, ni de palabrería (Mt 6:5-8).
Enseguida añade: "Vosotros
pues oraréis así...", que es como si les dijera: 'oraréis con estas
palabras: "Padre Nuestro que estás en los cielos...'" (9-13). (Nota
1)
Hemos de tener en cuenta
que en el culto de las sinagogas y del templo, en tiempos de Jesús, se usaban
oraciones hechas y que el mismo Jesús debe haber recitado algunas de ellas, de
las cuales varias han llegado hasta nosotros y se recitan todavía en las
sinagogas.
Los salmos, que son un
modelo de oración inspirado por el Espíritu Santo, eran sea la letra de
cánticos o himnos, que la congregación cantaba muchas veces en forma antifonal.
(2), sean oraciones
para ser recitadas. Los cristianos de los primeros tiempos compusieron también
oraciones que eran recitadas en el culto, algo de lo que ha quedado huella en
algunas epístolas de Pablo (1Tm 3:16; 2Tm 2:11-13; Ef 5:14).
Se suele decir que
"rezar", o recitar oraciones (3), es usar de vanas
repeticiones y de palabrería. Pero eso no es lo que Jesús tuvo en mente cuando
puso en guardia a sus discípulos contra una forma trillada de orar. Él rechaza
las repeticiones "vanas", no toda repetición. Yo puedo decirle mil
veces seguidas a Dios: 'Señor, te amo', y no porque lo diga muchas veces será
una vana repetición. Si pongo en cada palabra todo mi ser, mi oración le será
grata aunque no conste sino de tres palabras repetidas todo el tiempo.
La vanidad de las
repeticiones no está en las repeticiones mismas, sino en que sean
"vacías" -que es lo que "vana" quiere decir- de contenido.
Por el contrario, es muy
posible que yo me levante a orar y que con voz potente e improvisando diga:
"Señor Dios todopoderoso, Padre Eterno: tu palabra dice que donde están
dos o tres reunidos en tu nombre, ahí estás tú en medio de ellos, y yo lo creo
porque tu palabra no miente, etc. etc." Y pudiera ser que al orar así no
haga otra cosa sino usar de vanas repeticiones y de palabrería, porque estoy
repitiendo fórmulas conocidas y trilladas que se emplean comúnmente en las
iglesias, y que no ponga mi corazón en ellas al decirlas. Los cristianos
sabemos endilgar fórmula tras fórmula sin pensar en lo que decimos, porque las
hemos escuchado hasta la saciedad y las conocemos de memoria.
¿De qué depende pues que
una oración sea o no vana repetición y palabrería? De la atención y de la
sinceridad con que se pronuncie. Dios conoce nuestro corazón, y nuestra oración
le será o no grata, según lo que en él vea. La oración que sube como el
incienso hasta la presencia de Dios (Sal 141:2) es la que brota de un corazón
contrito y humillado y que rendido le adora, sea cuales sean las palabras que
se usen.
A veces nos burlamos de los
que recitan letanías -el tipo acabado, según algunos, de vanas repeticiones –olvidando que hay un modelo
bíblico de letanía: "Alabad al Señor porque Él es bueno; porque para
siempre es su misericordia. Alabad al Dios de los dioses; porque para siempre
es su misericordia. Alabad al Señor de los señores; porque para siempre es su
misericordia..." ¿Lo reconocen? Es el salmo 136, en el que el refrán
se repite 26 veces. ¿Vanas repeticiones? No las habría escrito el Espíritu
Santo si lo fueran. Pero nosotros podemos convertirlas en vanas repeticiones si
las decimos mecánicamente.
A veces se escucha la
pregunta ¿Cómo debemos orar? ¿En voz alta o en silencio? Ciertamente la oración
hablada y en voz alta es muy provechosa. Por de pronto nos ayuda a mantenernos
despiertos cuando nos levantamos a orar temprano y todavía estamos luchando
contra el sueño. En esas ocasiones orar en voz alta es muy efectivo, sobre todo
si lo hacemos de pie o caminando.
Orar en voz alta nos ayuda
también a concretar nuestros pensamientos y deseos, a
"objetivizarlos". A medida que hablamos van saliendo de nuestro
interior ideas y aspiraciones de las que quizá no éramos concientes, o que el
Espíritu Santo nos pone en ese momento.
En otras ocasiones ese
mismo Espíritu puede hacernos prorrumpir en gemidos indecibles, cuyo
significado ignoramos, pero que Él sí conoce (Rm 8:26,27).
Pero también la oración en
silencio tiene su lugar. Hay ocasiones en las que sería inoportuno levantar la
voz y en que es mejor orar con el pensamiento. Sabemos que Dios escucha
nuestros más fugaces pensamientos tan claramente como nuestras palabras.
Cuando Ana, la madre de
Samuel, derramó delante del Señor su alma acongojada, ella "hablaba en
su corazón y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía..." (1Sam
1:13). ¡Y cómo le concedió Dios lo que pedía!
El salmo 16 menciona una de
las formas de oración más poderosas que yo conozca: "Al Señor he puesto
siempre delante de mi" (v. 8). Eso es algo que se hace con el
pensamiento, no de palabra: ser conciente de que siempre estamos en la
presencia de Dios. Si siempre lo recordáramos, difícilmente pecaríamos.
Cuando alabamos y exaltamos
a Dios es apropiado hacerlo en voz alta; pero hay ocasiones en que, como a la
persona amada, le susurramos al oído.
El otro gran obstáculo que
he mencionado al comienzo es lo que piensan algunas personas: que Dios no oye
sus oraciones porque nunca les concede lo que piden. Si eso es así ¿para qué
orar?
Pero Jesús dijo: "Pedid
y se os dará", y "todo el que pide, recibe" (Lc
11:9,10). ¿Habrá mentido Jesús? ¿O no hablaba en serio?
Sabemos que hay muchas
razones por las que Dios no nos concede lo que le pedimos. De un lado, porque
oramos mal, egoístamente, para satisfacer nuestros deleites (St 4:3). O porque
pedimos sin fe (St 1:6,7), que es como si le dijéramos a Dios: "Te pido
que me concedas este favor. Pero yo sé que no me lo vas a dar". La falta
de confianza al orar ofende a Dios.
O porque pedimos cosas que
no son conformes a su voluntad (Un 5:14,15). O porque no guardamos sus
mandamientos (IJn 3:22).
Pero supongamos que Dios
nunca nos concediera lo que le pedimos, y no por alguna de las razones
enumeradas, sino por algún motivo desconocido para nosotros. ¿Serían inútiles
nuestras oraciones? ¿Una pérdida de tiempo?
¿Por qué quiere Dios que oremos?
¿Sólo para poder darnos lo que le solicitamos? ¿Para conocer nuestros deseos?
No necesita que se los digamos (Mt 6:8).
Yo creo que la razón
principal es porque, como todo buen padre que ama a sus hijos, Él quiere, no,
desea ardientemente, que le hablemos. A Dios le gusta escucharnos. ¿No nos
basta, como incentivo para orar, con saber que le agradamos cuando oramos? Dice
su palabra "que la oración de los rectos es su gozo" (Pr 15:8).
Dios se goza teniendo
comunión con nosotros. Y ¿cómo la tendríamos si no le hablamos, si no dirigimos
a Él nuestro pensamiento?
"Mis delicias son
estar con los hijos de los hombres" dice la Sabiduría (Pr
8:31b). Dios se deleita en nuestra compañía y en nuestras palabras. ¿No
queremos deleitarlo orando aunque no nos conceda lo que le pedimos?
Aunque nunca recibamos lo
que le pedimos siempre "el que pide recibe". Recibe algo mucho
más valioso que lo que ha pedido: Lo recibe a Él mismo, recibe su amor que todo
lo transforma, recibe su gracia.
No hay oraciones inútiles;
no hay oraciones perdidas. Aun la oración del gentil, del pagano, la oración
del que no lo conoce plenamente (Hch 10:4), del que le busca como a tientas,
llega hasta sus oídos, y Él la contesta.
Notas.
1. Hay muy buenas
iglesias evangélicas que recitan el Padre Nuestro en algún momento durante el servicio.
La iglesia del pastor Yongui Cho, en Seúl, Corea, empieza sus cultos -como
describe un libro sobre ella escrito por Karen Hurston recitando el Credo de
los Apóstoles, que es una confesión de fe elaborada en los primeros siglos y
que resume lo que los primeros cristianos creían.
2. Hay canto antifonal cuando
la congregación dividida en dos grupos canta alternativamente las estrofas de un
himno; o cuando hombres y mujeres se alternan cantando: un grupo responde al otro.
3. "Orar" y
"rezar" son lo mismo. Es cierto que, etimológicamente,
"rezar" viene del latín "recitare" (recitar) y
"orar" de "orare" (hablar para persuadir). Pero en
la práctica, en el lenguaje común, esas palabras son sinónimas. ¿Cómo se dice
en inglés "rezar"? "to pray". ¿Y cómo se dice
"orar"? "to pray". ¿Y en francés? En ambos casos
"prier". El inglés y las demás lenguas europeas no tienen palabras
distintas para orar recitando una oración, y para orar improvisando las
palabras.
NB. Esta charla radial fue
publicada por primera vez en agosto del 2002. Se imprime nuevamente,
ligeramente revisada.
Amado lector: Jesús dijo: "De qué le
sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no
estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es
muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la
tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a
arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por
ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste
al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo
los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte."
#891 (26.07.15). Depósito
Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
BUENAS TARDES POR FAVOR INDICARME DONDE PUEDO CONSEGUIR LOS LIBROS DEL SR. BELAUNDE SOBRE TODO EL DE MIS OVEJAS OYEN MI VOZ. MUCHAS GRACIAS. BENDICIONES. MI CEL. 9982 462138 CANCUN MEXICO CORREO LINCEPG@GMAIL.COM O LINCEPG@HOTMAIL.COM
ResponderEliminar