martes, 29 de marzo de 2016

LAS CUALIDADES DEL GOBERNANTE

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LAS CUALIDADES DEL GOBERNANTE
Todos los peruanos deseamos tener un presidente que sea a la vez recto y sabio,
porque lo que, en última instancia, decide la calidad de un período gubernamental no son tanto sus planes de gobierno, o los méritos de sus asesores, o su cartera de proyectos, etc., como el carácter de la persona que asuma ese cargo, porque es su carácter lo que determina las decisiones que tome.
Jesús dijo que el árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Dijo también que el árbol bueno no puede dar frutos malos, ni el árbol malo dar frutos buenos (Mt 7:17,18). Los actos de un gobierno (el fruto) son el reflejo de la personalidad del presidente (el árbol).
Rectitud y sabiduría son cualidades esenciales en el gobernante. La Biblia tiene bastante que decir al respecto.
Hay un pasaje en Deuteronomio que se refiere concretamente a eso. Veamos el contexto. Después de cuarenta años de peregrinación en el desierto el pueblo de Israel ha llegado a las puertas de la tierra prometida. Conciente de que él no va a entrar a esa tierra, Moisés se despide del pueblo hablándoles de lo que será su vida en ella cuando la conquisten. Porque aunque les pertenece, van a tener que conquistarla luchando palmo a palmo contra los pueblos que la ocupan.
Previendo en el espíritu que algún día el pueblo va a querer tener un rey como los demás pueblos de esa región, Moisés les habla de las cualidades que debe tener ese rey.
Dt 17:18-20 dice lo siguiente: “Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas; y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra; para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra; a fin de que prolongue sus días en su reino, él y sus hijos, en medio de Israel.”
Este pasaje, establece que cuando Israel tenga un rey, él debe siempre tener consigo un ejemplar del libro de la ley, el Pentateuco, para que lo lea todos los días, a fin de que aprenda: 1) a tener temor de Dios; 2) a poner por obra los mandatos de Dios; y 3) a no enorgullecerse.
Esos puntos nos dicen tres cosas acerca del gobernante, no sólo del presidente, también de los ministros, de los altos funcionarios y de los congresistas, y de todas las personas en autoridad.
1) Deben tener en cuenta que Dios está por encima de ellos, y que Él les pedirá cuenta de todos sus actos de gobierno, sean ejecutivos, administrativos o legislativos. Según cómo actúen en el desempeño de sus funciones serán premiados, o castigados por Dios.
Sabemos, como dice Pablo en Romanos, que toda autoridad procede de Dios, y que “las que hay, por Dios han sido establecidas.” (Rm 13:1)
Por tanto, las autoridades son responsables ante Él de que sus decisiones favorezcan al pueblo, a la nación como un todo, y no a un grupito de sus favoritos, o a un sector de la población.
2) Deben gobernar de acuerdo a la ley de Dios que está por encima de las leyes humanas, e inclusive, por encima de la Constitución que, por importante que sea, es también una ley humana.
Eso quiere decir que el presidente no puede firmar ninguna ley, u ordenar ninguna acción, que sea contraria a la ley de Dios.
Si hubiera un conflicto entre la ley de Dios y las leyes humanas, él tiene que actuar de acuerdo a la primera, porque “es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres.” (Hch 5:29).
3) El ejercicio del poder tiende a hacer que el gobernante se enorgullezca, que se infle su ego, y que crea que todo le está permitido.
De esto hay muchísimos ejemplos en nuestra propia experiencia peruana y en la del mundo entero.
El orgullo, es el pecado primigenio de Satanás, que hace que Dios aparte su favor de las autoridades que caen en él, y que, por ese motivo, con frecuencia acaban mal.
Dios le dio a Josué, sucesor de Moisés, un consejo semejante al que hemos visto: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.” (Js 1:8).
Le dice que no sólo lea la ley sino que medite en ella, para que la conozca bien a fin de que esté en condiciones de cumplirla. Porque si no la conoce bien ¿cómo la guardaría?
Pero este mandamiento está unido a una promesa maravillosa hecha a todo gobernante: Dios hará prosperar tu camino, es decir, tu gobierno, y tendrás éxito en todo lo que emprendas.
¿Qué gobernante no desearía que esa promesa se haga realidad durante su mandato? “Todo te saldrá bien”. ¿Quién no quisiera tener la fórmula mágica, por así decirlo, para alcanzar ese resultado? Pues aquí está: Leer, meditar y poner por obra la palabra de Dios.
Dt 17:20 contiene además una promesa que debe gustar mucho a más de un presidente: Dios hará que se prolonguen los días de tu gobierno.
Traducido en términos de nuestras leyes eso pudiera querer decir que Dios hará que vuelva a ser elegido más adelante.
La historia de Israel y del mundo nos muestra que los reyes que han respetado la ley de Dios son los que más han prosperado, y más han beneficiado a su pueblo.
Después de David, el rey ungido por antonomasia, tenemos a Josafat, a Ezequías, a Josías, que fueron fieles a Dios; gobernaron bien y engrandecieron su territorio. En cambio, los reyes que cayeron en idolatría tuvieron muchas dificultades y acabaron muy mal, como sucedió con los últimos reyes de Judá.
Salomón en sus primeros años, cuando obedecía a Dios, alcanzó un poder y una riqueza como nunca lo había habido antes ni después que él en Israel. Pero cuando se apartó de Dios empezaron a surgir los disturbios y los conflictos con los pueblos vecinos. Él murió amargado y decepcionado, como puede verse en el libro de Eclesiastés, escrito por él mismo.
El reino del Norte, Samaria, estuvo desde el comienzo condenado a la extinción, porque se hicieron idólatras desde el inicio. Al cabo de un siglo fueron conquistados por los asirios. Las diez tribus que lo formaban fueron dispersadas por el Oriente y no se volvió a hablar de ellas.
El reino de Judá, cien años después, por no hacer caso de las advertencias repetidas que les hacían los profetas, particularmente Jeremías, que denunciaban la idolatría en que habían caído, y anunciaban la catástrofe que les sobrevendría, terminó siendo conquistado por Nabucodonosor. Jerusalén y el templo construido por Salomón, fueron destruidos, arrasados por las llamas, y la crema y nata de sus habitantes fueron exiliados a Babilonia.
En la historia secular ha habido muchos gobernantes impíos, pero los ha habido también justos, que el Señor ha bendecido. En el Perú tenemos a Ramón Castilla, que acabó con el caos de las dos primeras décadas de vida republicana. Nos dio el primer presupuesto de la república, llevó a cabo las primeras elecciones ordenadas, e hizo respetar la Constitución. Con él cambió para bien la historia de nuestro país. Pero nunca se dijo de él que se hubiera enriquecido.
En Europa un caso notable reciente es el de Konrad Adenauer, que era un verdadero cristiano. Él gobernó Alemania desvastada por la 2da. Guerra Mundial, y la levantó de los escombros, iniciando el milagro económico alemán. Él asumió el poder a la edad de 73 años y gobernó durante 14 años. 
Esas cosas ocurrían pues no sólo en tiempos de la Biblia; se dan también en nuestro tiempo, y cuánto quisiéramos que se dieran también en el Perú, porque, como dice Proverbios: Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo gime.” (29:2) El pueblo se alegra porque el justo gobierna pensando en las necesidades de su pueblo. En cambio, el pueblo sufre bajo la opresión de los impíos.
Pr 28:12 lo corrobora: “Cuando los justos se alegran, (porque predominan) grande es la gloria; mas cuando se levantan los impíos, tienen que esconderse los hombres,” para huir de los opresores. Cuando los impíos adquieren poder, lo usan para explotar y oprimir.
¿De qué depende la felicidad del pueblo? De que tenga gobernantes justos y sabios.
          Al comienzo del libro de Daniel está escrito que Dios es quien pone reyes y quita reyes. Es decir, que de Él depende quién asume el poder, y quién permanece en él. (Dn 2:21) Entonces, podríamos preguntarle a Dios: “Señor, si tú eres quien pone y quita a los gobernantes, ¿por qué no nos das siempre buenas autoridades?”
Sabemos que en la práctica ha habido muchos gobernantes malos, sea por incapaces o por ladrones, como lo que describe Pr 29:4: “El rey con la justicia afirma la tierra; mas el que exige presentes la destruye.
Presentes, es decir, soborno, coimas, desvío subrepticio de fondos, dobles cuentas, etc. Ese proverbio habla de los gobernantes que se rodean de colaboradores que son tan corruptos, o más que ellos, y que hacen estragos en la administración pública porque la tratan como si fuera su feudo privado, su chacra.
¿Por qué hay malos gobernantes si es Dios quien los pone? ¿Por qué hubo un Hitler, un Stalin, un Idi Amin en Kenya? ¿Por qué hubo un Gadafi?
No sabemos por qué Dios permite ciertas cosas. Sin embargo, la misma palabra de Dios nos da un indicio del motivo. Pr 28:2 dice que “Por la rebelión de la tierra sus príncipes son muchos (es decir, hay caos en el gobierno); mas por el hombre entendido y sabio permanece estable.
¿Qué rebelión? La rebelión contra Dios. Esto es, cuando el pueblo, conociendo la ley de Dios, vive a sabiendas a espaldas de ella, violándola y desobedeciéndola, corrompiendo su conducta.
Un caso patente de lo que afirmo es lo que viene sucediendo en Europa. Ese continente, antes cristiano, le ha dado las espaldas de una manera agresiva a Dios, porque incluso pronunciar su nombre en público está prohibido. La mayoría de sus habitantes son incrédulos, y las iglesias están vacías. Ahora están siendo víctimas de ataques terroristas repetidos.
La impiedad de los pueblos impide que se cumplan los buenos propósitos de Dios para ellos –que siempre son buenos- y hace que triunfen los planes de Satanás, que aunque al comienzo sean seductores, a la larga se revelan pésimos.
Dios pone y quita reyes. Es cierto. Pero en el mundo de la política, el enemigo compite con Dios, moviendo sus fichas con la complicidad de sus propias víctimas. Él es el que interviene en los partidos, en las luchas intestinas por el poder, en las acusaciones de fraude, etc.
Algo semejante sucede en la vida de los individuos. Dios quiere nuestro bien y ha concebido buenos planes para nosotros. Pero el enemigo se esfuerza por frustrarlos, haciendo que nos desviemos del buen camino.
Ahora bien, si ha ocurrido en nuestras vidas personales, ¿no podrá suceder eso también en la vida de los pueblos? El diablo tiene muchos servidores en el mundo, en todas las esferas de la actividad humana: en la política, en el mundo de los espectáculos, en los medios de comunicación, etc. Todas están infestadas por Satanás que usa a sus agentes para confundir a la gente y apartarla de la fe.
El príncipe de las tinieblas se aprovecha de la ignorancia del hombre para ganar espacio y poner a sus peones, voluntarios o involuntarios, concientes o inconcientes, en situaciones de poder en el gobierno, en las finanzas, en los medios de comunicación, en las universidades, etc., para que colaboren con su obra. A través de los medios que ha capturado influye en las opiniones y mentalidad de la gente; a través de las cátedras universitarias influye en la mentalidad y concepciones de los estudiantes, que más tarde van a constituir el grueso de la clase profesional y dirigente del país.
Desgraciadamente, sin ser verdaderamente concientes de lo que hacen, los pueblos contribuyen a los planes del diablo alejándose de Dios y entregándose a una vida de pecado. Cuando los pueblos hacen eso se vuelven sordos a la voz de Dios que los reprende y los llama a arrepentirse.
No debe pues sorprendernos que se desaten guerras, como las dos guerras mundiales del siglo pasado, que trajeron tanta destrucción y tantísimo sufrimiento. Ellas fueron el castigo que merecían el enfriamiento de la fe y la creciente disolución de las costumbres en una Europa que había sido cristiana.
Pero eso nos habla también del papel importante que juegan las personas que rodean al gobernante: “Quita las escorias de la plata, y saldrá alhaja al fundidor. Aparta al impío de la presencia del rey, y su trono se afirmará en justicia. (Pr 25:4,5) Aparta a los aduladores, a los convenencieros, a los falsos partidarios, que le hacen cometer injusticias y lo desprestigian ante el pueblo.
Si un gobernante atiende la palabra mentirosa, todos sus servidores serán impíos. (Pr 29:12) ¿A quién escucha el gobernante? ¿Qué palabras oye? Si el presidente escucha consejos malintencionados, o peor, consejos contrarios a la palabra de Dios, se verá rodeado de hombres intrigantes y ambiciosos que conspirarán contra el bien común en beneficio de unos pocos. Si esos consejos vienen envueltos en halagos y adulación, el gobernante les prestará el oído porque le agradan.
También dice Proverbios: “Abominación es a los reyes hacer impiedad, porque con justicia será afirmado el trono. (Pr 16:12) El gobierno se afirma si practica la justicia, tanto en la conducta personal del presidente y sus colaboradores, como en las políticas que implementa.
No sólo se afirma su trono practicando la justicia en sí misma, sino también cuando se preocupa de los más desfavorecidos y defiende su causa: “Del rey que juzga con verdad a los pobres, el trono será firme para siempre.” (Pr 29:14).
¿A quién debe prestar atención sobre todo el gobernante? A los que menos tienen. Pero no suele ocurrir así, sino todo lo contrario. Los pobres no obtienen audiencia en palacio, pero sí los poderosos, y el presidente los ayuda a engrandecerse porque a él le conviene contar con su apoyo.
Olvida lo que la palabra de Dios dice: “Misericordia y verdad guardan al rey, y con clemencia se sustenta su trono.” (Pr 20:28). Ha habido en nuestro país ciertamente gobernantes que han pensado antes que nada en lo que conviene al pueblo, y los ha habido en otros países. A ellos se les recuerda con gratitud. Pero a los otros se les recuerda con odio.
Cuando un hombre, o una mujer, cometen un error, él o ella sufren las consecuencias de su error. Cuando un padre de familia comete un error, su familia sufre las consecuencias de su error. Cuando un jefe de estado comete un error, la nación entera sufre las consecuencias de su error.
¿Cuál es entonces la cualidad que más necesita un gobernante? ¿Qué fue lo que el joven Salomón, cuando iba a acceder al trono de su padre, le pidió a Dios? Sabiduría para gobernar. Y porque no le pidió poder y riquezas, Dios le dijo que le daría no sólo la sabiduría que le había pedido, sino que además le daría el poder y las riquezas que no le había pedido.
Y fue el propio Salomón el que escribió en el 8vo capítulo de Proverbios: “Por mí –es decir por la sabiduría que viene de Dios- reinan los reyes, y los príncipes determinan justicia. Por mí, dominan los príncipes y todos los gobernadores juzgan la tierra.” (8:15,16)
¿Cómo adquiere el gobernante esa sabiduría? ¿Dónde la va a comprar? La adquiere buscándola con ahínco más que al oro y la plata (Pr 3:14). Cavando en la mina de oro de la sabiduría que es la Biblia. El gobernante debe leer y meditar en la palabra de Dios para nutrirse de ella. Pero también debe buscar el rostro de Dios todas las mañanas, como hacía el rey David: “De mañana me presento ante ti y espero.” (Sal 5:3)
Entonces, en estas vísperas de elecciones, ¿qué debemos pedirle a Dios? Sabiduría divina para el presidente que vamos a elegir, y antes que nada, sabiduría para el pueblo que va a votar.

NB. Este artículo está basado en una alocución pronunciada hace cinco años en una reunión pública del Movimiento Nacional de Oración. El 17.04.11 fue publicado bajo el título de “El Presidente que el Perú Necesita.” Se publica nuevamente ampliamente revisado.



Estimado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón por ellos haciendo la siguiente oración:
Señor Jesús, yo me arrepiento de todos mis pecados. Perdóname y lávame con tu sangre. Entra en mi corazón y sé el Señor de mi vida. En adelante quiero vivir para ti.

#921 (03.04.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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