Por José Belaunde M.
MADRES EN LA BIBLIA V
La
narración del episodio comienza con la palabras: "Al tercer día”. ¿Al tercer día de qué? El tercer día del
encuentro de Jesús con Natanael. Terminado el famoso prólogo de su evangelio
Juan empieza el relato de los acontecimientos de la primera semana de la vida
pública de Jesús: El primer día, jueves, tiene lugar el anuncio que hace Juan
Bautista en Betábara acerca del que ha de venir (Jn 1: 26-28). El segundo día (“el día siguiente.), viernes, es el
testimonio que da Juan acerca del “Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo.” (v. 29-34). El tercer día, sábado,
ocurre el llamado de Andrés y de su hermano Simón Pedro (y se sobrentiende, del
narrador, el evangelista Juan, v. 35-42). El cuarto día, domingo, es el llamado
de Felipe y de Natanael, cuando Jesús se aprestaba para retornar a Galilea (v.
43-51). El sétimo día, miércoles, ocurren las bodas de Caná, tres días después
del encuentro con Natanael. ¿Cómo sabemos que era un miércoles? Porque (como
nos informa Alfred Edersheim) las bodas de las doncellas, según la costumbre
judía, se celebraban ese día de la semana. (Contando para atrás se deduce que
el relato empieza el día jueves). Siendo Natanael vecino de Caná es muy
probable que Jesús y sus discípulos pernoctaran en su casa.
Las bodas
en Israel en ese tiempo eran fiestas que duraban una semana, a las cuales
asistía mucha gente que traía los regalos más preciados para la ocasión, vino y
aceite. Al atardecer del primer día, la novia era conducida por su padre o
tutor, a la casa del novio, donde se celebraba la fiesta, para que cohabitaran
por primera vez.
La madre de
Jesús (Nota)
posiblemente había colaborado en la preparación de la fiesta, por tratarse de parientes,
lo que explicaría que ella se diera cuenta de que escaseaba el vino y pudiera
dirigirse con autoridad a los sirvientes. No es pues sorprendente que Jesús
hubiera sido invitado, y con Él los cinco discípulos que ese momento le
seguían.
En la realización
de toda fiesta en Israel el vino (que, sin embargo, era bebido con moderación y
posiblemente diluido con agua) jugaba un papel muy importante. Que faltara vino
hubiera sido un motivo de embarazo y de humillación para los novios, y habría
arruinado la festividad.
Al darse
cuenta del inconveniente María no sólo se preocupa sino actúa. Ella sabe quién
puede resolver la situación. ¿Cómo lo sabe? ¿Habría Jesús hecho algún milagro
antes de empezar su vida pública que no está registrado en los evangelios? Es
posible pero, aunque no fuera el caso, ella sabe quién era Él. Sea como fuere,
ella se dirige a su Hijo y le advierte: “No
tienen vino.” (Jn 2:3).
La
respuesta de Jesús ha dado lugar a muchas especulaciones y, en primer lugar, el
que se dirija a ella diciéndole: “Mujer” (v.
4) parece una falta de respeto. Sin
embargo, si recordamos que Jesús, estando en la cruz, se dirige a su madre con
afecto y preocupación, usando esa misma palabra: “Mujer, he ahí tu hijo.” (Jn 19:26), comprenderemos que no es así.
Jesús usó
esa misma palabra para dirigirse a varias mujeres como una expresión de
consideración, como cuando le dice a la samaritana: “Mujer, la hora viene…” (Jn 4:21). O como cuando se dirige a la Magdalena para
consolarla: “Mujer, ¿por qué lloras? (Jn
20:15). Poco antes dos ángeles se dirigieron a ella en los mismos términos (v.
13). Jesús se dirige a dos mujeres en necesidad usando la misma palabra. En
primer lugar, a la sirofenicia, admirativamente: “Mujer, grande es tu fe.” (Mt 15.28). Y en segundo, a la que hacía
dieciocho años andaba encorvada: “Mujer,
eres libre de tu enfermedad.” (Lc 13.12).
Esos
ejemplos bastan para mostrarnos que no hay nada de irrespetuoso en la forma
cómo Jesús se dirige a su madre al decirle “Mujer”. En nuestra habla contemporánea
es como si le dijera: “Señora”. O como algunos traducen: “Mi querida señora”.
La frase
completa, en griego: “Ti emoi kai soi,
gúnai”, literalmente: “¿Qué a ti y a mi, mujer?”, es traducida generalmente
como: “¿Qué tienes conmigo, mujer?” Si
nos sorprende, téngase en cuenta que esta es una frase idiomática que se
encuentra en varios pasajes de la
Biblia (Jc 11:12; 2Sm 16:10; 1R 17:18; 2R 3:13; 2Cro 35:21; Mt
8:29; Mr 1:24; 5:7; Lc 4:34). Algunos la traducen: “¿Por qué me metes a mi en
este asunto?, lo que tiene mucho sentido en vista de la frase que sigue: “Aún no ha llegado mi hora.” Esto es, de
manifestarme al mundo. No eres tú quien gobierna mi agenda.
Algunas
versiones la traducen: “¿Qué nos va a ti
y a mí en esto?” Es decir, ¿qué nos importa que les falte el vino? Pero a
María sí le importaba porque ella quiere evitarles a los novios, y al novio en
particular, el bochorno. Por eso ella va donde los sirvientes y les dice: “Haced lo que Él les diga”, completamente
segura de que Jesús le va a obedecer. Y eso es lo interesante, que Jesús,
aunque se había negado inicialmente, accede a su pedido.
Curiosamente,
esas son las únicas palabras de María, dirigidas a seres humanos, aparte de su
Hijo, que registren los evangelios, y a la vez, son las últimas que ella haya
pronunciado. Ellas han sido interpretadas como un código de conducta cristiana
que aseguran el crecimiento en la gracia y en la virtud. Nosotros haríamos bien,
en efecto, en seguir ese consejo.
En esas
sencillas palabras resuenan las palabras que pronunció el pueblo hebreo en el
Sinaí al aceptar el pacto que Dios le ofrecía: “Todo lo que Jehová ha dicho haremos.” (Ex 19:8); así como las
palabras de la propia María al ángel: “Hágase
en mi según tu palabra.” (Lc 1:38).
“Y estaban allí seis tinajas de
piedra para agua, conforme al rito de purificación de los judíos, en cada una
de las cuales cabían dos o tres cántaros.” (Jn 2:6) La capacidad de cada tinaja ha sido calculada entre 80 y 100
litros de agua, que era usada, como dice el texto, para la purificación de las
manos que acostumbraban los judíos hacer antes de comer, así como de las
vasijas usadas con ese fin. Jesús alude a esa costumbre en Mr 7:1-8.
Jesús se
acercó a los sirvientes y les dijo que las llenaran de agua hasta el borde,
seguramente sacando agua de un pozo que allí se hallaba, y cuando lo hubieron
hecho, les dijo que la llevaran al maestresala que tenía a su cargo supervisar
lo que se servía a los invitados (Jn 2:7,8).
“Cuando el maestresala probó el agua hecha
vino, sin saber de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado
el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y
cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen
vino hasta ahora.” (v. 9,10). Esas son las maneras de obrar del hombre,
porque Dios siempre nos ofrece lo mejor.
Se ha
preguntado en qué momento se convirtió el agua en vino: ¿Cuándo estuvieron
llenas las tinajas, o cuándo la sacaron para llevarla al maestresala? Eso es
irrelevante. Lo cierto es que el milagro se produjo sin que Jesús tocara las
tinajas, o el agua, y sin que hiciera ningún gesto. Bastó con que lo ordenara
en su espíritu, o que lo deseara, para que ocurriera, como cuando sanó a la
distancia a algunas personas. El Creador de todas las cosas, que con su palabra
creó los cielos y la tierra (Sal 33:6; 148:5; cf Gn 1:6-10)), tiene un poder
absoluto sobre la naturaleza.
Se ha
escrito que el agua de las tinajas de purificación representa la ley de Moisés,
y que el agua convertida en vino representa las buenas nuevas, el Evangelio.
Se ha
escrito también que al asistir a la boda y realizar un milagro en ella Jesús ha
dado su sello de aprobación a la institución matrimonial, lo cual no tiene nada
de sorprendente pues el matrimonio es una creación divina (Gn 2:24).
El
evangelista concluye diciendo: “Este
principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y
sus discípulos creyeron en Él.” (v. 11). No que creyeran en Él recién en
ese momento. Si fuera así no lo hubieran seguido, sino que a la vista del
milagro, creyeron en Él más firmemente.
9. El evangelio de Marcos dice que después del diálogo que tuvo Jesús con
los escribas y fariseos en Genesaret, Él se fue a la región de Tiro y Sidón,
antiguas ciudades-puerto fenicias, que estaban a orillas del mar.
Él había
ido allá con sus doce discípulos a descansar, lejos de la gente que lo
perseguía literalmente para que los sanase. Y se encerró en una casa “pero no pudo esconderse” (7:24) porque
su fama lo acompañaba a dondequiera que fuese. Según el pasaje paralelo del
evangelio de Mateo, en un momento dado en que Él tuvo que salir a la calle una
mujer cananea vino detrás de Él gritando: “¡Señor,
Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un
demonio.” (Mt 15:22).
Siendo
cananea la mujer pertenecía a la población originaria de esa región, pero
Marcos precisa que ella era sirofenicia.
Este detalle geográfico nos muestra cuán verídicos son los relatos de los evangelios,
porque Fenicia había sido puesta por la administración romana bajo la
jurisdicción del gobernador de la vecina provincia de Siria. Ella era “griega”,
lo que equivale a decir que era una mujer gentil, es decir, no judía (Gal 3:28;
Col 3:11), circunstancia que explica algunas de las palabras que Jesús le
dirigirá luego.
Según Mateo
ella había venido de esa región, e iba detrás suyo gritando, pero Jesús no le
hacía ningún caso. Entonces sus discípulos, cansados de sus gritos y algo
impacientes, le pidieron a Jesús: “Por favor, despídela, para que se calle”.
Despídela en este caso quiere decir: “Concédele lo que te pide”.
Jesús les
responde una palabra que pone un claro límite a su misión: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” (Mt
15:24). Una vez muerto, el mensaje del Evangelio sería predicado a las naciones
(Mt 28:19,20), pero mientras caminaba en la tierra Él sólo ministró a su
pueblo, y no a todos, porque, como dijo en otro lugar, Él no había venido “a llamar a justos sino a pecadores al
arrepentimiento.” (Lc 5:32).
Finalmente
ella le dio alcance y se postró a sus pies en un gesto de humildad y de
súplica, como la sunamita, se recordará, se había postrado a los pies de Eliseo
cuando murió su hijo (2R 4:27). Ella muestra una angustia semejante ante el estado
de su hija, y un deseo desesperado de verla sana.
Pero Jesús
le contestó: “No está bien tomar el pan
de los hijos, y echarlo a los perrillos.” (Mt 15:26). El pan representa
aquí no sólo las buenas nuevas, sino también todos los beneficios que acompañaban
a la predicación de Jesús, los milagros y las curaciones. Estas cosas estaban
reservadas para los hijos, esto es, para los miembros del pueblo escogido; no
eran para los “perros”, como los judíos llamaban a los gentiles. Jesús disminuye
el carácter peyorativo de esa designación usando el diminutivo “perrillos”.
La mujer no
se amedrentó por ese rechazo humillante con el que Jesús estaba probando su fe,
y le respondió: “Sí, Señor; pero aun los
perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” (v. 27).
Que es como si le dijera: Yo acepto que el pan no sea para una mujer extranjera
como yo, pero no me niegues al menos un pedazo de las sobras que caen del
banquete de los hijos.
Jesús le
respondió asombrado: “Grande es la fe que tú me has mostrado al decir esa
palabra” (v. 28; Mr 7:29). Notemos el hecho singular de que Jesús en su
ministerio sólo alabó la fe de paganos. Aparte del caso de esta mujer que Él elogia,
Él reconoce que no había hallado en Israel una fe semejante a la que mostró el
centurión romano cuyo siervo Él sanó a la distancia (Mt 8:5-13).
Él alaba la
fe de esos paganos para hacernos ver que la verdadera fe se encuentra a veces
donde menos se espera. El hecho de que Él elogie la fe de gentiles es un
anuncio de lo que ocurrirá después de su muerte, que los gentiles creerán en Él
y recibirán con gozo su mensaje, mientras que aquellos a quienes estaba
originalmente destinado, lo rechazan.
Jesús
concluyó accediendo al pedido de la mujer: “Hágase
contigo como quieres.” Y cuando ella regresó a su casa “halló que el demonio había salido, y a la hija acostada en la cama.” (Mr
7:30). Ella en su humildad y en su insistencia de que Jesús le conceda lo que
le pide, es un ejemplo para nosotros.
Notemos que
en esta ocasión, como en el caso del siervo del centurión, y de la conversión
del agua en vino, Jesús opera un prodigio sin hacer gesto externo alguno, con
sólo desearlo.
Nota: Es muy singular que Juan nunca
mencione en su evangelio el nombre de María.
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados
cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu
perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces,
pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me
arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido
hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra
en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#782 (09.06.13). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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