Por José Belaunde M.
En el artículo anterior dedicado al tema del título hablamos de la sinceridad consigo mismo, de la rectitud de las intenciones, de las motivaciones y del amor, del elogio y del aplauso. Hoy vamos a continuar cubriendo otros aspectos no menos importantes.
8. El ministerio cristiano ofrece muchas oportunidades de engrandecimiento personal:
- por el prestigio que se puede alcanzar, no en el mundo posiblemente, pero sí en el campo eclesiástico.
- por la influencia que se ejerce sobre otros seres humanos que nos miran como modelos o maestros.
- por las recompensas materiales que se pueden recibir. En el pasado los que escogían el pastorado como carrera renunciaban a muchas satisfacciones materiales. Pero a medida que las iglesias han prosperado ha mejorado paralelamente la situación económica de los pastores y el ministerio cristiano puede estar acompañado de muchos beneficios materiales. (Nota 1)
Si una de esas tres cosas es lo que buscas, estás negando a Dios. Es una triste e innegable realidad que a lo largo de los siglos muchos han seguido la carrera eclesiástica por ambición o por codicia o, en una época, para asegurarse un porvenir.
Entre nosotros no hay quienes usen vestiduras eclesiásticas, pero sí hay quienes persiguen hacer carrera en el ministerio para satisfacer sus ambiciones personales. No llevan puestas encima ninguna clase de vestiduras, pero las llevan por dentro. (2)
Los títulos y nominaciones honoríficos que a veces damos a los siervos de Dios (como reverendo o excelencia) proceden del mundo y son semejantes a los que se otorgaban a los funcionarios y dignatarios civiles. Se introdujeron en la iglesia hace más de mil años cuando los dignatarios eclesiásticos empezaron a acumular poder y riquezas (en muchos casos, es cierto, por una necesidad impuesta por las circunstancias). Dejaron la vestimenta común por la seda, la celda austera por los palacios, la cama dura por el dosel de telas recamadas. Se hicieron conferir títulos nobiliarios.
Hablando acerca de Juan Bautista Jesús preguntó: "¿A quién salisteis a ver al desierto? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí los que llevan vestiduras delicadas están en las casas de los reyes. ¿A quién salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta." (Mt 11:7-9).
Si hubiera llevado vestiduras delicadas no hubieran salido a buscarlo al desierto ni a ninguna parte. No hubiera sido profeta.
No convienen el lujo ni los honores fatuos del mundo al hombre o a la mujer que sirven a Dios. El que los busca, o los recibe con agrado, tiene en su corazón un ídolo al que rinde culto. Es un hijo de Jeroboam. (Hay algunos casos, es cierto, en que los honores sólo pueden ser rehusados a riesgo de ofender a los que los otorgan, y en que pueden, por tanto, ser aceptados con humildad).
9. ¿Tú quieres ser un líder que destaque en la iglesia? Mira a tu maestro. Jesús huía cuando querían proclamarlo rey (Jn 6:15).
No obstante había entre sus discípulos algunos que querían destacar sobre los demás. ¿Qué les dijo Él? "...sea el mayor entre vosotros como el menor y el que dirige (lidera) como el que sirve... mas yo estoy entre vosotros como el que sirve." (Lc 22:24-27)
¿Eres tú como el que sirve o como el que manda?
Jesús, siendo Maestro y Señor, esto es, Líder de líderes, lavó los pies de sus discípulos. Hizo algo que era entonces tarea de esclavos: "...Pues si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros debéis también lavaros los pies unos a otros." (Jn 13:14)
¿Qué cosa es para un líder lavar los pies de sus discípulos? Servirlos en espíritu de humildad y mansedumbre. No enseñorearse de ellos.
Si has de seguir las pisadas de Cristo, tú, como líder, debes ser manso y humilde de corazón como Él era (Mt 11:29).
Es difícil llegar a tener una posición en el mundo siendo manso. En el mundo te abres camino a codazos y no dejas que nadie te pise el poncho. De lo contrario te desprecian. (Aunque a veces se dan excepciones, como hemos visto en el caso del Presidente Paniagua)
Pero, ¿en la iglesia? ¿Te abres camino a codazos?
10. Ser líder te otorga cierta autoridad, una autoridad delegada, como solemos decir. Pero, ten cuidado, no vayas a caer en la tentación de usar tu autoridad para manipular a tus ovejas.
Hay quienes confunden tener autoridad con ser autoritario. Les gusta mandar. Pero no debemos olvidar que "...donde está el Espíritu, allí hay libertad." (2Cor 3:17). El líder autoritario inspira rechazo y pierde autoridad, precisamente lo que pretendía alcanzar imponiéndose.
11. Jesús hablaba "como quien tiene autoridad" (Mt 7:29). Los que le escuchaban reconocían la autoridad de su palabra, aunque Él era un desconocido. Era una autoridad que estaba fundada en la verdad de lo que decía. Nadie le había impuesto las manos. Al contrario los que estaban en autoridad en el mundo lo perseguían.
He aquí el secreto de toda autoridad: La verdadera autoridad es la que nos conceden los que nos escuchan, los que están bajo nuestro cuidado. Esa era la autoridad que tenía Jesús (3). Por eso podemos llamarla "autoridad reconocida". Ese tipo de autoridad se da también en el campo de las ciencias, las artes y muchas especialidades.
¿Qué autoridad tienes tú como líder? Si sólo tienes la autoridad que proviene del hecho de que te hayan puesto como líder, estás en problemas. Solamente la autoridad que te conceden los miembros de tu célula, o los líderes a tu cargo, te será útil. El verdadero líder es el que tiene autoridad aún sin ser líder; el que tiene influencia aún sin ejercer ningún cargo. Es una autoridad que proviene de la forma cómo actúa.
La autoridad que necesita imponerse para afirmarse es artificial y no dura. Es dictadura, no autoridad.
La verdadera autoridad viene de adentro y es Dios quien la otorga, a veces, pero no siempre, por medio de intermediarios humanos.
Hay autoridad interior y autoridad exterior. La autoridad interior es la autoridad que nos otorgan espontáneamente los que la reconocen y se someten a ella. Proviene, según sea el campo de actividad en que se ejerza, de la fuerza de la personalidad y de la capacidad, o de la unción del Espíritu Santo.
La autoridad exterior es una autoridad impartida oficial y públicamente. Puede ser una autoridad inherente al cargo (como la de un rey, presidente o ministro de estado, a la que se accede por elección, nombramiento o herencia) o una autoridad delegada en orden de rango descendente, que es la forma más común de autoridad (4). La imposición de manos es la forma como se delega normalmente autoridad en la Iglesia.
La autoridad exterior vale poco si no está respaldada por la autoridad interior. Aunque también es cierto que la autoridad interior puede desarrollarse gradualmente, o se puede crecer en ella por obra del Espíritu Santo. Es como la fe. Podemos crecer en la fe, pero sólo a condición de que tengamos, para comenzar, al menos fe como un grano de mostaza.
Como toda autoridad proviene de Dios (Rm 13:1) un manto de autoridad cubre a todo el que legítimamente ocupa un puesto o un cargo, sea en la arena pública, en el campo empresarial, o en la iglesia. La autoridad interior es un don particular "que el Espíritu reparte...como Él quiere" (1Cor 12:11) y que doblega las resistencias y conquista los ánimos ("...el que preside, con solicitud..." Rm 12:8, pero véase el pasaje entero). Cuando la autoridad interior no acompaña a la exterior, el cargo se desempeña con dificultad.
La autoridad interior es un don natural, inherente a la persona, no al cargo, como la autoridad exterior, pero no se manifiesta necesariamente en todas las actividades del que la posee, sino en algunas concretas (5). Es la autoridad que suele tener el líder nato en el mundo.
Nótese que en el Antiguo Testamento los profetas recibían una autoridad específica de Dios para hablar en su nombre en determinadas ocasiones (2Sam 12). Es la autoridad profética. Pero había también quienes pretendían hablar en nombre de Dios sin que Él les hubiera hablado (Jr 29:32; Lm 2:14). Hubo profetas así mismo, como Moisés, Elías y Eliseo, por ejemplo, en quienes el manto de autoridad divina reposaba en forma permanente.
12. He aquí una piedra de toque para conocer nuestras verdaderas motivaciones: Si tienes un colega, o un subordinado o un asistente, que empieza a tener más éxito que tú en la predicación, en el liderazgo y obtiene más conversiones que tú ¿te alegras con él por la forma como Dios lo usa, o te sientes triste, amenazado, inquieto?
¿Le cederías tu lugar? Si tus motivaciones fueran absolutamente desinteresadas te alegrarías de su éxito y no temerías que te desplace si eso pudiera ocurrir. Pero en el Señor nadie desplaza a nadie porque Dios tiene un lugar apropiado para cada uno.
Muchas veces el temor a la competencia en el ministerio surge de un sentimiento de inseguridad.
1Sam 18:6-11: "...Saúl hirió a sus miles, pero David a sus diez miles. Y se enojó Saúl en gran manera...y desde aquel día no miró a David con buenos ojos". Saúl sintió celos de David porque lo elogiaban más que a él, pues Dios empezó a usarlo poderosamente. Temía que pudiera desplazarlo y ocupar su lugar, como en efecto ocurrió.
¿Envidiar o admirar? That is the question (6).
Obviamente mejor es admirar que envidiar, porque el que envidia sufre viendo en el otro los dones de que él carece. Pero el que admira se goza sabiendo que "todo don perfecto desciende de lo alto" (St 1:17). Y, de paso, aprende (7).
13. El líder maduro ha alcanzado una seguridad en sí mismo que no está basada en sus propias fuerzas o en sus cualidades, sino en el poder de Dios que habita en él, y que, por tanto, es inconmovible. Esa seguridad -como lo muestra el caso de José- sólo se obtiene después de haber afrontado muchas pruebas.
Hay líderes que son como una tapa que no deja surgir ningún talento debajo suyo, por el temor de verse desplazado.
El líder seguro de sí no sólo no teme que surjan a su lado otros con mejores dones que los propios y que su luz opaque la suya, sino que, al contrario, los alienta y estimula el desarrollo de sus talentos nacientes. Si actúa de esa manera los líderes a quienes él forme o estimule no lo desplazarán, sino que más bien lo levantarán y aumentarán su prestigio como un formador y maestro de líderes.
14. Examina, pues, tu corazón, habla verdad contigo mismo. ¿Es tu corazón recto con Dios y con el prójimo? ¿A quién quieres agradar? ¿A ti mismo, a los demás o a Dios?
Si nuestro corazón es recto, todos los demás aspectos que conforman la integridad se cuidarán a sí mismos: "La integridad de los rectos los guiará" (Pr 11:3). "Integridad y rectitud me guarden porque en ti he esperado" (Sal 25:21).
Notas: 1. Hasta no hace muchos años la mayoría de los pastores se desplazaban en ómnibus o en colectivo; hoy la gran mayoría tiene auto y goza de comodidades antes inimaginables. Ese es un signo de la prosperidad de que han empezado a gozar las iglesias, y es bueno que así sea porque contribuye al prestigio de la Iglesia ante la sociedad. Pero se convertiría en un peligro si muchas personas aspiraran al pastorado principalmente por las ventajas materiales que pudieran obtener.
2. Lo dicho no supone que una vez que las vestiduras y los títulos fueran cosa aceptada en la iglesia, no hubiera hombres santos que las llevaran o que los usaran. Las vestiduras y la pompa eran para muchos de ellos como una pesada carga de plomo que debían soportar.
3. "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6:68).
4. Esa es la autoridad que opera en el gobierno, desde el más alto funcionario al policía; o en las empresas, desde el Directorio hasta el último apoderado; o en las iglesias, desde el pastor hasta el guardián.
5. Por ejemplo, un cirujano puede tener una autoridad natural, interior, en su campo profesional, que sea reconocida por todos, pero no tener ninguna en el mundo de los negocios. La autoridad interior no debe confundirse con la autoridad moral, aunque tienen bastante en común. El delincuente más arrojado y astuto tiene una autoridad interior natural sobre sus cómplices en razón de su audacia, pero nadie podría decir que la suya es una autoridad moral.
6. Esa es la famosa frase que pronuncia Hamlet en el drama de Shakespeare: "¿Ser o no ser? Esa es la cuestión" o "la pregunta".
7. La admiración que suscitan buenos modelos es una de las formas más fecundas de aprendizaje.
NB. Respondiendo a la inquietud de una hermana en relación con la primera charla sobre este tema, respecto de la satisfacción que se experimenta en el ministerio y el agradarse a sí mismo, creo que es conveniente aclarar que no es ciertamente malo sentir una satisfacción personal en lo que uno hace cuando sirve a Dios, sino todo lo contrario. Todo el que desarrolla una actividad de cualquier tipo siente una mayor o menor satisfacción cuando la desempeña bien, dependiendo de cuán bien lo haga. Ese es un mecanismo que Dios ha puesto en nuestra naturaleza para estimularnos. Con mayor motivo cuando servimos a Dios con un corazón sincero, Él nos bendecirá con una gran alegría que compensará todas las penalidades que podamos sufrir. Pero una cosa es servir a Dios desinteresadamente y recibir ese gozo en premio; otra, involucrarse en actividades de servicio, buscando sobre todo experimentar las satisfacciones que proporcionan. El que actúa de esa manera es, sin saberlo, un mercenario, porque trabaja por la paga, no por amor al dueño.
Este artículo es una revisión del artículo del mismo título publicado en julio de 2002.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#712 (05.02.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
viernes, 10 de febrero de 2012
LA INTEGRIDAD EN EL MINISTERIO CRISTIANO II
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