viernes, 3 de febrero de 2012

LA INTEGRIDAD EN EL MINISTERIO CRISTIANO I

Por José Belaunde M.

Hoy se habla mucho de integridad y con buen motivo, porque hemos visto muchos ejemplos de lo contrario y sólo es buen cristiano el que camina en integridad. Pero más importante aun es la integridad de los líderes -y de las personas que están en autoridad- porque las congregaciones -y los países- caen o se levantan según sea la integridad de sus líderes.
El salmo 15 es una buena exposición de lo que significa la integridad desde la perspectiva del Antiguo Testamento. Pero su mensaje sigue siendo actual.
Toca varios puntos importantes: no calumniar ni participar en chismes que afecten al buen nombre ajeno, no hacer daño al prójimo en forma alguna, no hacer acepción de personas por consideraciones de poder o dinero, honrar a los que temen a Dios aunque sean pobres, cumplir a toda costa la palabra empeñada, no admitir sobornos ni prestar dinero cobrando intereses usureros.
1. Pero el secreto está al comienzo: "Señor, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón." (v. 1,2).
Aquí de lo que se trata es de poder permanecer en la presencia de Dios. ¿Cabría imaginar un líder cristiano que fuera arrojado de su presencia? (Nota 1) No es imposible pero sería muy lamentable. Es muy significativo que no diga que el que permanece en su presencia es "el que le alaba y le canta el día entero", sino "el que anda en integridad y obra según la justicia de Dios", que es lo que hacer justicia quiere decir. El que no anda en integridad no puede permanecer en la presencia de Dios. Eso nos recuerda la frase de Jesús: "Si permanecéis en mí y mi palabra permanece en vosotros..." (Jn 15:7). Su palabra permanece en nosotros no porque la memoricemos (aunque sea muy bueno hacerlo) sino porque la ponemos por obra (St 1:22). No es lo que se dice lo que cuenta sino lo que se hace.
Pero luego el salmista añade la palabra clave: "Y habla verdad en su corazón..." (2) La integridad comienza en el corazón, lo que uno es en el interior de su alma. Hablar verdad consigo mismo es no engañarse a sí mismo, sino examinarse objetivamente y sin temor para ver la verdad: "Si nos examinásemos a nosotros mismos no seríamos juzgados." (1Cor11:31)
Si nos negamos a ver o a reconocer cómo somos, Dios lo hará en nuestro lugar y el resultado puede ser doloroso. Pero ¡con cuánta frecuencia nos engañamos a nosotros mismos! Nos creemos mejores de lo que en realidad somos (3). Queremos convencernos de que estamos sirviendo a Dios y al prójimo, cuando en realidad nos estamos sirviendo a nosotros mismos.
2. "La palabra de Dios...discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.." (Hb 4:12). Son nuestras intenciones las que determinan el valor de nuestros actos. No su apariencia, no lo que declaren nuestras palabras, sino nuestras motivaciones e intenciones más íntimas. Y ellas a veces yacen ocultas en nuestro interior cubiertas de máscaras de autoengaño e ignoradas por nosotros mismos.
Pero Dios conoce lo que hay en el corazón de cada uno, conoce sus propósitos y deseos más ocultos. Él no se deja engañar: "Jesús, por su parte, no confiaba en ellos porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diera testimonio del hombre, pues Él sabía lo que había en el hombre." (Jn 2:24,25)
Algo semejante fue lo que le dijo Dios a Samuel cuando fue a ungir como rey a un hijo de Isaí: "Dios no ve como el hombre, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón." (1Sam 16:7).
Las palabras que decimos pueden engañar a muchos acerca de nuestras verdaderas intenciones, pero no a Dios. El libro de Proverbios nos advierte acerca del avaro o del magnate cuando nos invita a cenar a su casa: "Come y bebe te dirá, pero su corazón no está contigo." (Pr 23:7). Somos tan ingenuos quizá que, sintiéndonos halagados, nos imaginamos que el rico quiere asociarnos a sus negocios, cuando en realidad lo que quiere es aprovecharse de nuestra inexperiencia y explotarnos.
Pero así como el espíritu y las palabras del hombre son transparentes para Dios, también pueden serlo en cierta medida para el que ha recibido el don del discernimiento de espíritus. ¡Cuán precioso es ese don! Necesitamos pedirle encarecidamente a Dios que nos lo dé. Puede ahorrarnos muchas decepciones.
3. Sin embargo, antes de penetrar en el espíritu ajeno debemos conocer el nuestro. Pablo le escribió a su discípulo Timoteo: "Ten cuidado de ti mismo..." (1Tm 4:16). Timoteo, como pastor que era, debía tener cuidado de los que estaban a su cargo. Pero ¿cómo podría hacerlo bien si primero no tenía cuidado de sí mismo? Por eso: Ten cuidado de tus motivaciones. Dios te juzgará por ellas, no por lo que piensen de ti los hombres, ni por aquello de que tú te jactas. ¿Cuáles son tus verdaderas motivaciones cuando compartes el Evangelio? ¿Llevar a tus oyentes al arrepentimiento o imponer tu personalidad, impresionarlos? (¡Cuántas veces yo he tenido que hacerme la misma pregunta!) ¿O simplemente conseguir seguidores, miembros para tu célula?
"Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón porque de él mana la vida" (Pr 4:23). Vigila tu corazón con diligencia, examínalo cuidadosamente y que Dios te ilumine acerca de lo que entra y sale de él y de lo que guarda. (4)
El corazón es el asiento de nuestras motivaciones, de nuestros deseos y aspiraciones. Quizá no eres conciente de ellas. No solemos reconocerlas o no queremos admitírnoslas a nosotros mismos. Vivimos voluntariamente en el autoengaño porque nos es cómodo. Pero Dios sí las conoce y según ellas sean aceptará o rechazará nuestra obra.
Dios no rechazó la ofrenda de Caín y aceptó la de Abel porque lo que uno le llevó fueron frutos de la tierra y el otro animales, sino porque Él veía lo que había en el corazón de ambos cuando se la traían. ¿Aceptará Dios la ofrenda que haces tú de tu tiempo y energías en su servicio? (5)
4. Muchas veces mostramos amor a los demás, pero, en realidad, lo que queremos es servirnos de ellos. Jesús nos advierte que estemos en guardia cuando habla de los fariseos que van a consolar a las mujeres que han perdido a sus maridos y a orar por ellas: "...devoran las casas de las viudas y por pretexto hacen largas oraciones." (Mr 12:40). Mientras oran pasean sus ojos por la casa para ver qué cosa de valor hay que puedan llevarse.
¡Cuántas veces hemos sido nosotros culpables de una hipocresía semejante! No quizá necesariamente porque buscamos apoderarnos de un bien ajeno o recibir un beneficio material, sino recibir uno de carácter mundano: que los demás hablen bien de nosotros.
5. ¿A quién buscas agradar: a Dios o a los hombres? (Gal 1:10) Cuando subes al púlpito o cuando enseñas ¿qué es lo que realmente estás buscando? ¿que te aprecien? ¿que te elogien? ¿o simplemente servir a Dios?
Si no te aplauden ¿cómo te sientes? Antes rara vez se oía aplausos en las iglesias, pero aplaudir para alabar a Dios es bíblico (Sal 98:4b; Is 55:12), y se ha generalizado desde el surgimiento del movimiento carismático en las iglesias no pentecostales. El eco de nuestras ovaciones sinceras resuena en las alturas y su rumor inunda las regiones celestes. Pero una cosa es el aplauso dirigido a Dios y otra el dirigido a los hombres. ¡Ojo con el segundo! El aplauso de la tierra puede apagar el aplauso del cielo.
6. A todos nos gusta que nos aplaudan, que nos elogien. No lo podemos negar, a menos que seamos unos hipócritas. El deseo de ser elogiados es una manifestación inevitable del amor que nos tenemos a nosotros mismos. El elogio calma nuestras inseguridades y es hasta cierto punto conveniente, porque todos necesitamos aliento y estímulo.
Pero Jesús dijo que los que exhiben su piedad y aman los aplausos "ya tienen su recompensa" (Mt 6:16). Si realmente hemos muerto a nosotros mismos miraríamos con cierta desconfianza que nos alaben, porque reconoceríamos en el elogio una trampa que fácilmente puede llenar nuestro corazón de orgullo.
"El que lisonjea a su prójimo red tiende delante de sus pasos" (Pr 29:5). ¡Cuántas veces la congregación ha tendido una red delante de los pies del predicador al que idolatra y en la que él pudo enredarse y caer! El éxito exterior ha corrompido y puede corromper a muchos corazones fieles. La serpiente astuta acecha detrás de muchas ocasiones que parecen inocentes o que parecen destinadas a dar gloria a Dios. (6)
7. Morir a nosotros mismos es la defensa más segura contra las asechanzas del diablo en esta área y para que la adulación no nos afecte. Pero ¡cuánto nos cuesta! Morir a sí mismo es la tarea más difícil del cristiano, porque va en contra del instinto más básico de nuestra naturaleza.
Pero sólo si morimos a nosotros mismos podremos hacer sin concesiones la voluntad de Dios en nuestras vidas y escapar a las más sutiles asechanzas del enemigo (Mt 16:24). Si no morimos a nosotros mismos oscilaremos entre el espíritu y la carne, y seremos presa fácil del león que merodea en torno (1P 5:8).
En la medida en que no hayamos muerto a nosotros mismos habrá en nuestro interior una lucha entre los propósitos de Dios y los nuestros. Ese conflicto puede ser inconsciente y muy engañoso, ya que nuestros deseos se disfrazan fácilmente tomando la apariencia de los deseos de Dios.
"Engañoso es el corazón del hombre y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo, el Señor, que escudriño la mente y pruebo el corazón para dar a cada uno según su camino; según el fruto de sus obras." (Jr 17:9,10).
Mantengámonos en guardia frente a las motivaciones ocultas de nuestro corazón para no caer en su engaño y que Dios pueda darnos algún día el premio que anhelamos.
Notas: (1) Alguna vez ha ocurrido pero nadie se dio cuenta porque ocurrió en la esfera invisible, hasta que un día fue arrojado de la iglesia.
(2) Hablamos en el corazón cuando hablamos con nosotros mismos, cuando reflexionamos o meditamos. Esa es la forma usual en que pensamos. Pensamos en palabras que dan consistencia a nuestro pensamiento.
(3) Pablo escribió: "Digo, pues...a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí del que deba tener..." (Rm 12:3a)
(4) Una práctica antigua muy recomendable es la de hacer todas las noches antes de dormir lo que se llama un “examen de conciencia”, es decir, pasar revista a nuestras acciones, palabras y pensamientos del día, para discernir lo que hubo de malo o bueno en ellas, y arrepentirnos si fuere necesario.
(5) Los corazones de Caín y Abel siguen estando presentes y manifestándose en el mundo y determinan lo que ocurre en su escenario. Pero también se enfrentan en la iglesia, como lo muestran muchas páginas de su historia pasada y presente.
(6) Sobre este tema el santo obispo de Constantinopla, Juan Crisóstomo (347-407), quizá el más grande predicador de la antigüedad (cuyo sobrenombre quiere decir "boca de oro") escribió palabras que no han perdido actualidad: "No creo conocer a nadie que haya logrado que no le agrade el elogio. Y si le agrada, naturalmente querrá recibirlo. Y si quiere recibirlo no podrá menos que sentirse adolorido y fastidiado si lo pierde... El espíritu de los hombres que se enamoran del aplauso desfallece no sólo si se les critica sino incluso cuando no son alabados constantemente."
Pero en otra ocasión dijo: "Predicar me mejora. Cuando empiezo a hablar el cansancio desparece; igualmente cuando empiezo a enseñar. Así pues, ni la enfermedad ni ningún otro obstáculo me podrá separar de su amor...porque así como ustedes tienen hambre de escucharme, yo también tengo hambre de predicarles."
NB. Este artículo y el siguiente del mismo título fueron escritos y publicados en julio de 2002. Los doy a impresión nuevamente, revisados y ampliados.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#711 (29.01.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

1 comentario:

MOSHE dijo...

hermano nose si le llego mi comentario anterior, en él le agradecia por el articulo publicado la integridad en el ministerio cristiano.. fue de muhca bendicion... lo aliento a que siga publicando verdades para la edificacion del cuerpo de Cristo... me llamo marcos Gallardo Carhuanca de paraguay.. le conoci a usted en casa de mi tía SAra carhuanca en enero del 2008 aporximadamente cuando fui de visita con mi hermana... Dios lo bendiga